Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza
Una nueva forma de guerra podría estar provocando un nuevo trastorno mental
La guerra de drones que EE.UU. está llevando a cabo en buena parte del Gran Oriente Medio y zonas de África está en crisis, y no precisamente porque estén muriendo civiles o porque en Washington se esté cuestionando la lista de objetivos de esa guerra o el derecho a llevarla adelante en casi cualquier lugar del planeta. Está en juego algo mucho más básico: los pilotos de drones están renunciando en un número sin precedentes.
Actualmente hay aproximadamente unos 1.000 pilotos de drones trabajando para la Fuerza Aérea de EE.UU., conocidos en el sector como «18X» [capacitados solo para volar aviones no tripulados ]. Otros 180 se gradúan cada año al concluir un programa de formación de un año de duración en las bases aéreas de Holloman y Randolph, situadas en los estados de Nuevo México y Texas respectivamente. Resulta que en esos mismos 12 meses, unos 240 pilotos ya formados renuncian, y la Fuerza Aérea no sabe explicar tal fenómeno. (En el conocido programa de asesinatos selectivos con drones de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. también participan pilotos de la Fuerza Aérea prestados para las misiones encubiertas).
El cuatro de enero de 2015, el Daily Beast reveló una nota interna sin fecha del general Herbert «Hawk» Carlisle dirigida al jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general Mark Welsh, señalando que «la creciente fuga [de pilotos] perjudicará la disposición y la capacidad de combate del MQ-1 y del MQ-9 [Predator y Reaper] en los próximos años», y añadía que él estaba «extremadamente preocupado». Once días después, el asunto ocupó un lugar destacado en una sesión informativa de alto nivel sobre el estado de la Fuerza Aérea. La secretaria de la Fuerza Aérea Deborah Lee James y Welsh abordaron juntos la cuestión. «Se trata de una fuerza que está bajo un estrés importante; un estrés importante generado por el ritmo imparable de las operaciones», dijo a los medios.
En teoría, los pilotos de drones tienen una vida fácil. A diferencia de los soldados que sirven en «zonas de guerra», ellos pueden seguir viviendo con sus familias aquí en EE.UU. No saben lo que son las trincheras embarradas ni los barracones azotados por una tormenta de arena en el desierto bajo la amenaza de un ataque enemigo. Estos tecno-guerreros se desplazan diariamente a su trabajo como cualquier empleado de oficina y se sientan delante de la pantalla de un ordenador a manejar un joystick, a jugar lo que la mayoría consideraría un glorioso videojuego.
Lo normal es que «vuelen» misiones sobre Afganistán e Iraq, donde su tarea consiste en recoger fotografías y señales de video, y en vigilar a los soldados estadounidenses que están sobre el terreno. Unos pocos elegidos son designados para volar misiones de asesinato de la CIA sobre Paquistán, Somalia o Yemen, donde se les ordena que maten a «objetivos de alto valor» desde el aire. En los últimos meses, algunos de estos pilotos también han participado en la nueva guerra en las zonas fronterizas de Siria e Iraq, dirigiendo ataques letales contra los milicianos del EIIL.
Cada una de estas patrullas aéreas de combate cuenta con tres o cuatro drones, normalmente Predator y Reaper armados con misiles Hellfire construidos por General Atomics en el sur de California, y para volar cada uno de ellos hacen falta hasta 180 trabajadores . Además de los pilotos, están los operadores de cámara, los expertos de inteligencia y comunicaciones y los técnicos de mantenimiento. (Las novísimas patrullas de vigilancia Global Hawk necesitan un equipo de apoyo de hasta 400 personas).
En estos momentos la Fuerza Aérea tiene instrucciones de proveer de personal las veinticuatro horas del día a 65 de estas «patrullas aéreas de combate» regulares, así como de apoyar a la Fuerza de Respuesta Global, disponible para misiones militares y humanitarias de emergencia. Para todo esto harían falta, idealmente, 1.700 pilotos entrenados. En cambio, ante la acelerada tasa de abandono que ha llevado esta cifra por debajo de los 1.000, la Fuerza Aérea ha tenido que presionar a pilotos de carga y de reactores, así como a reservistas, para que se convirtiesen de inmediato en pilotos de drones con el fin de hacer frente al enorme apetito del Pentágono por señales de video en tiempo real de todo el mundo.
La Fuerza Aérea explica la salida de estos pilotos de drones en los términos más sencillos. Se están yendo porque tienen exceso de trabajo. Los propios pilotos dicen que resulta humillante ser menospreciados por sus compañeros de la Fuerza Aérea como ciudadanos de segunda clase. Algunos incluso han salido a decir que los horrores de la guerra vistos de cerca en las pantallas de video, un día sí y otro también, están provocando una versión inaudita y a larga distancia del síndrome de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés).
¿Es posible que una nueva forma de guerra -por control remoto- esté generando una nueva tensión psicológica todavía sin etiquetar? Algunos se han referido a la guerra de drones como una » guerra de cobardes » (una opinión que, según los informes de algunos que quedaron traumatizados por los drones en lugares como Yemen y Paquistán, es secundada por sus víctimas). ¿Podría ocurrir que el sentimiento esté siendo compartido incluso por los propios pilotos de drones, que la sensación de deshonor al luchar desde detrás de una pantalla a miles de kilómetros de los daños esté teniendo un efecto inesperado que los psicólogos nunca habían visto hasta ahora?
Asesinato íntimo y personal desde lejos
No existe ninguna duda de que a los pilotos de drones les molesta que los otros pilotos de la Fuerza Aérea los consideren ciudadanos de segunda clase. «Es duro trabajar en turnos de noche viendo a tus colegas hacer grandes cosas en el campo mientras tú estás dando vueltas en el aire», manifestó un instructor de drones llamado Ryan en la revista Mother Jones. Sus compañeros, dice, se autodenominan la «generación perdida».
«Los demás creen que el programa entero o la gente detrás de él son un chiste, que somos guerreros de videojuego, que somos guerreros de Nintendo», explicó a Democracy Now Brando Bryant, ex operador de cámara de drones que trabajó en la base de la Fuerza Aérea de Nellis.
Definitivamente no hay nada de segunda clase en el ritmo de trabajo de los drones. Los pilotos dedican 900-1.800 horas anuales frente a un máximo de 300 horas de los pilotos regulares de la Fuerza Aérea. Y el ritmo es implacable. «Una persona normal desempeñando esta tarea durante los últimos siete u ocho años ha trabajado seis o siete días a la semana, doce horas al día», dijo recientemente el general Welsh en la NPR. «Y ese descanso de uno o dos días al final de la semana no es suficiente para cuidar de la familia y del resto de tu vida».
Los pilotos están completamente de acuerdo. «Es como cuando el indicador de la temperatura del motor en el salpicadero del coche está llegando al área roja y, en vez de reducir la velocidad y disminuir el estrés del motor, pisas a fondo el acelerador», explicó a Air Force Times un piloto de drones. «Estás sacrificando el motor para dar un breve acelerón sin tener en cuenta el daño provocado».
La Fuerza Aérea ha ideado una deslucida «solución» provisional. Está planeando ofrecer a los pilotos de drones con experiencia una subida diaria de unos 50 dólares. Pero hay un problema: dado que muchos pilotos abandonan el servicio anticipadamente, solo un puñado reúne los suficientes años de experiencia para poder recibir esta bonificación. De hecho, la Fuerza Aérea admite que solo el 10% podrá reclamar la paga extra este año, sorprendente testimonio para los alarmantes niveles de cambio de empleo entre dichos pilotos.
La mayoría de los 18X dicen que su trabajo es más duro y significativamente más franco y personal que el de los mucho más sofisticados pilotos de reactores. «Un operador de Predator está mucho más involucrado en lo que pasa que el piloto medio de un caza, o los pilotos de los B-52, B-1 y B-2, que ni siquiera verán jamás sus objetivos», afirma el teniente coronel Bruce Black, ex piloto de drones de la Fuerza Aérea. «Un piloto de Predator ha estado observando a sus objetivos, los conoce intimidante, sabe donde están y sabe lo que pasa a su alrededor».
Algunos dicen que la guerra de drones los ha llevado a rebasar el límite. «¿Cúantas mujeres y niños han visto ustedes incinerados por un misil Hellfire? ¿Cuántos hombres han visto arrastrándose a través de un campo, tratando de llegar a la comunidad más cercana en busca de ayuda mientras se desangraban, con sus piernas amputadas?», escribió en The Guardian Heather Linebaugh, ex analista de imagen para operaciones con drones. «Cuando uno está expuesto a ello una y otra vez se termina convirtiendo en un pequeño video empotrado en la cabeza que se repite y se repite, provocando un dolor psicológico y un sufrimiento que afortunadamente mucha gente no experimentará jamás.»
«Fue terrorífico darse cuenta de lo fácil que era. Me sentí un cobarde porque estaba al otro lado del mundo y el tipo nunca supo que yo estaba allí», declaró Bryant en la KNPR Radio de Nevada. «Sentía como si me persiguiera una legión de muertos. Mi salud física estuvo al límite, mi salud mental se derrumbó. Sufría tantísimo que estaba dispuesto a meterme una bala yo mismo».
Muchos pilotos de drones, sin embargo, defienden su papel en los asesinatos selectivos. «No estamos matando gente por diversión. Sería lo mismo si nosotros fuésemos los tipos sobre el terreno», le dijo la controladora de misión Janet Atkins a Chris Wood, autor de Sudden Justice . «Tienes que alcanzar [al enemigo] de alguna manera o todos ustedes morirán».
Otros, como Bruce Black, están orgullosos de su trabajo. «Estaba disparando a las dos semanas de llegar y salvé a cientos de personas, incluyendo iraquíes y afganos», explicó al periódico de su ciudad natal en Nuevo México. «Nos íbamos al Buffalo Wild Wings, bebíamos cerveza y dábamos parte. Era surrealista. No tardabas mucho en darte cuenta de lo importante que es este trabajo. El valor que el sistema de armas aporta al combate no resulta aparente hasta que estás allí. A veces La gente lo pasa mal viéndolo».
Medir el estrés de los pilotos
Entonces, ¿a quién creer? ¿A Janet Atkins y Bruce Black, que aseguran que los pilotos de drones son héroes sobrecargados de trabajo? ¿O a Brandon Bryant y Heather Linebaugh, que afirman que los asesinatos selectivos teledirigidos les provocan problemas de salud mental?
Se ha pedido a los psicólogos militares que estudien el fenómeno. Un equipo de psicólogos de la Facultad de Medicina Aeroespacial de la Fuerza Aérea, Base Wright-Patterson, Ohio, ha publicado una serie de estudios sobre el estrés de los pilotos de drones. Un trabajo de 2011 reveló que casi la mitad de ellos presentaban «elevados niveles de estrés operacional». Cierto número también presentaba «distrés clínico», es decir, ansiedad, depresión o estrés lo suficientemente severo como para afectarles en su vida personal.
Sin embargo, Wayne Chappelle, el autor principal de varios de estos estudios, concluye que el problema es sobre todo una cuestión de sobrecarga de trabajo a causa de la escasez crónica de pilotos. Sus estudios parecen demostrar que los niveles de estrés postraumático entre los pilotos de drones son en realidad más bajos que los observados entre la población general. Otros, sin embargo, ponen en cuestión esas cifras. Jean Otto y Bryant Webber, del Centro de Monitoreo de la Salud de la Fuerzas Armadas (AFHSC, por sus siglas en inglés) y la Universidad de Ciencias de la Salud de los Servicios Uniformados (USUHS, por sus siglas en inglés), advierten de que la falta de informes de estrés puede que solo «refleje un sub-registro artificial de las preocupaciones de los pilotos debido a los efectos negativos que los diagnósticos [de salud mental] tienen en la carrera, incluyendo la retirada de la condición activa de vuelo, la pérdida de la paga de vuelo y menores posibilidades de promoción».
Ver todo, pasar por alto lo obvio
Una cosa está clara: los pilotos no solo están matando «tipos malos» y lo saben porque, como señala Black, ven todo lo que sucede antes, durante y después de un ataque con drones.
De hecho, la única transcripción detallada de una misión de vigilancia y asesinato selectivo llevada a cabo por drones de la Fuerza Aérea que se ha hecho pública lo ilustra demasiado bien. Los registros grabaron la charla del 21 de febrero de 2010 entre operadores de drones en la base de la Fuerza Aérea de Creech, Nevada, coordinándose con los analistas de video del centro de operaciones especiales de la Fuerza Aérea en Okaloosa, Florida, y con pilotos de la Fuerza Aérea en una zona rural de la provincia de Daikondi en el centro de Afganistán. Ese día, antes del amanecer se divisó un convoy de tres vehículos, cada uno de los cuales transportaba aproximadamente una docena de personas. Guiándose por la creencia errónea de que el grupo lo formaban «insurgentes» que habían salido a matar a unos soldados estadounidenses que estaban cerca realizando una misión, el equipo de los drones decidió atacar.
Controlador: «Creemos que podemos tener un mando talibán de alto nivel».
Operador de cámara: «Sí, alertaron de un hombre de edad militar con un arma montado en la parte trasera de la camioneta».
Coordinador de inteligencia: «El screener dijo que hay al menos un niño cerca del vehículo».
Controlador: «¡Y una mierda! ¿Dónde? No creo que tengan niños fuera a esta hora. Ya sé que son rastreros, pero ¡venga ya!»
Operador de cámara: «¡Qué [palabrota]! ¡Madre mía! ¡El vehículo de cabeza se escapa y entran los helos!»
Unos instantes después, los pilotos de un helicóptero Kiowa descendieron y dispararon misiles Hellfire contra el vehículo.
Controlador: «Echad un vistazo. Le dieron de lleno. ¡Está un poco tostada! ¡Esa camioneta está frita!»
En 20 minutos, después de que los sobrevivientes del ataque se hubieran rendido, la trascripción recogió la angustia de los pilotos de drones cuando descubrieron mujeres y niños en el convoy y no pudieron hallar ninguna prueba visual de las armas.
Una investigación posterior sobre el terreno concluyó que las personas asesinadas no eran más que aldeanos comunes. «La tecnología, de vez en cuando, puede darte una falsa sensación de seguridad de que puedes verlo todo, de que puedes oírlo todo, de que lo sabes todo», dijo después el general de división de la Fuerza Área James Poss, entrevistado por Los Angeles Times.
Por supuesto, los funcionarios de la administración Obama aseguran que tales incidentes son raros. En junio de 2011, cuando el director de la CIA John Brennan era todavía el asesor de contraterrorismo de la Casa Blanca, abordó el tema de las muertes de civiles en los ataques con drones e hizo esta provocativa declaración : «En el último año no ha habido una sola muerte colateral gracias a la excepcional habilidad y precisión de los aparatos que hemos podido desarrollar».
Su afirmación y otras similares de carácter oficial son, dicho educadamente, hiperbólicas. «Nadie muere dos veces», un nuevo informe de Jennifer Gibson para la organización británica de derechos humanos Reprieve, resuelve la cuestión rápidamente demostrando que algunos hombres de la «kill list» de la Casa Blanca, la lista de sospechosos de terrorismo que deben ser eliminados, han «‘muerto’ hasta siete veces».
Gibson añade: «Descubrimos 41 nombres de hombres que parecían haber conseguido lo imposible. Esto plantea una pregunta muy cruda. Tras cada intento fallido de asesinar a uno de los hombres de la kill list, ¿quién ocupaba su lugar en la bolsa del cadáver? Reprieve descubrió que, en las numerosas ocasiones que se persiguió a esos 41 «objetivos», un número estimado de 1.147 personas fueron asesinadas por drones en Pakistán. Un caso típico fue el del actual líder de Al-Qaida Ayman al-Zawahiri. En dos ataques contra «él» a lo largo de los años han muerto 76 niños y 29 adultos, pero no al-Zawahiri, según Reprieve.
Abandonar la cabina
De vuelta en EE.UU., una combinación de estatus inferior dentro del ejército, sobrecarga de trabajo y trauma psicológico parece estar pasando factura mental a los pilotos de drones. Durante la Guerra de Vietnam los soldados desertaban, huían a Canadá e incluso mataban a sus oficiales con granadas de fragmentación [«fragging»]. Pero, ¿qué haces cuando ya no quieres seguir con tu guerra pero tu puesto de batalla es una cabina en Nevada y tu arma un teclado?
¿Es posible que, como sus víctimas en Paquistán y Yemen, que afirman que se van a volver locos a causa del zumbido constante de los drones sobre sus cabezas y el temor de una muerte repentina, sin aviso, los pilotos de drones también huyan y se oculten tan pronto como puedan? Desde la Guerra Civil estadounidense cualquier tipo de guerra moderna ha provocado trastornos mentales que han recibido distintas etiquetas, incluyendo lo que hoy llamamos PTSD. En cierto modo, sería sorprendente que una forma completamente nueva de guerra no produjese una nueva forma de trastorno.
Todavía no sabemos en qué resultará todo esto, pero no presagia nada bueno para el tipo de batalla de la que la Casa Blanca se siente más orgullosa: el enfrentamiento publicitado, elegante, novedoso, robotizado, y sin víctimas que hoy domina la guerra contra el terror. Ahora bien, si los propios pilotos están renunciando a seguir matando desde su escritorio, ¿sobrevivirá esta nueva forma de guerra?
Pratap Chatterjee, colaborador habitual de TomDispatch, es director ejecutivo de CorpWatch. Es autor de Halliburton’s Army: How A Well-Connected Texas Oil Company Revolutionized the Way America Makes War e Iraq, Inc: A Profitable Occupation. Su próximo libro, Verax , una novela gráfica sobre whistleblowers y la vigilancia masiva, escrito conjuntamente con Khalil Bendib, será publicado por Metropolitan Books en 2016.