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EZLN, un viraje positivo

Fuentes: La Jornada

Se habla de que en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona hubo un viraje en relación con las anteriores. Así dicho es impreciso. Sí hubo un viraje, pero sólo hacia las Primera y Segunda declaraciones, lo cual me parece positivo. En la Primera se habló, a mi juicio exageradamente, de «dictadura» y de deponer […]

Se habla de que en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona hubo un viraje en relación con las anteriores. Así dicho es impreciso. Sí hubo un viraje, pero sólo hacia las Primera y Segunda declaraciones, lo cual me parece positivo.

En la Primera se habló, a mi juicio exageradamente, de «dictadura» y de deponer «al dictador». Sólo una concepción muy laxa de dictadura permitiría este calificativo para un régimen que, ciertamente, fue muy autoritario, pero en el que había relativas libertades de expresión, asociación y tránsito. En otros países estas libertades no existen y aun así muchos de izquierda no los califican como dictaduras. Pero esto, como quiera que sea, no era lo más importantes de la Primera, sino la estrategia planteada. En aquella Declaración el EZLN se proponía avanzar hacia la capital del país venciendo al ejército federal mexicano, protegiendo en su avance liberador a la población civil y permitiendo a los pueblos liberados elegir, libre y democráticamente, a sus propias autoridades administrativas. Esto es, el EZLN liberaría, con los pueblos, a los pueblos (aunque suene a juego de palabras) e, indirectamente, se hablaba de la toma del poder, no necesariamente por parte de los zapatistas, pero sí de los pueblos liberados.

La Segunda fue un poco más precisa y apareció un concepto renovado que se repetiría hasta ahora: la Sociedad Civil (así con iniciales mayúsculas). También se dijo que el partido en el poder debía perder éste y que el presidencialismo, «que lo sustenta» impedía la libertad. Se habló entonces de transición a la democracia y que la posibilidad de ésta estaría en manos de la sociedad civil organizada. La Convención Nacional Democrática sería el inicio de esa organización de la sociedad civil. Se convocaba también a los partidos políticos independientes (es decir, no alineados con el PRI, llamado «partido de Estado») a «que se pronuncien por asumir un gobierno de transición política hacia la democracia». Deberá notarse, pienso, que el EZLN se dirigía a los partidos independientes, pero que no se decía que éstos no participaran en elecciones. Igualmente se privilegiaba la transición a la democracia y, según yo, se entendía que ésta no sólo sería tarea de la sociedad civil, sino también de los partidos políticos independientes para lograr un gobierno de transición que, en esa lógica, nos llevaría a la democracia.

En relación con los compromisos del gobierno con el EZLN (referidos al diálogo de San Cristóbal), éste decía que su cumplimiento implicaba, «necesariamente, la muerte del sistema de partido de Estado» (cursivas mías). Y se añadía que la «muerte» del «actual sistema político» era «condición necesaria, aunque no suficiente, del tránsito a la democracia en nuestro país» (cursivas mías). Esa supresión del «sistema de partido de Estado» se dio, desgraciadamente, por la derecha, con el triunfo de Fox y seis años después del gobierno de Zedillo. Pero, aunque se acabó con ese sistema, no se cumplieron los compromisos de entonces ni los adquiridos por el gobierno en San Andrés resultado del segundo diálogo.

Otro aspecto muy importante, y que he querido resaltar en Mi paso por el zapatismo (Océano, 2005), fue cuando se dijo que «Chiapas no tendrá solución real si no se soluciona México». Esto, en mi interpretación, quiso decir que sin cambios en México, que tienen que ver con un régimen político distinto y una nueva Constitución, los problemas de Chiapas y de los indios del país serían de muy difícil solución. Y esta concepción, luego modificada, se expresaba en la Segunda Declaración de la siguiente manera: «‘Para todos todo‘ dicen nuestros muertos. Mientras no sea así, no habrá nada para nosotros» (las cursivas son mías). Esta fórmula fue invertida de alguna manera al comenzar por la cuestión indígena en la Mesa I (1995), en lugar de, por ejemplo, por la democracia y la justicia (que se dejó para la Mesa II). El «mientras no sea así» se hizo a un lado o se olvidó, y la misma fórmula, en la Tercera Declaración, quedó de la siguiente manera: «¡Para todos todo, nada para nosotros!», que es muy semejante a la anterior, pero no es igual. Faltaba el «mientras no sea así«. Es decir, tratar de cambiar el régimen político en primer lugar, más otras precondiciones que habían sido señaladas desde la Primera Declaración y en decenas de comunicados, y luego resolver los problemas de Chiapas.

El segundo semestre de 1995 hubo un viraje, y éste, según mi modesta interpretación, ha sufrido con la Sexta Declaración un nuevo viraje para retomar, con matices importantes, las Primera y Segunda declaraciones.

Quedan, sin embargo, varios aspectos de vital importancia en la coyuntura que vivimos, que deberán ser discutidos. Y uno está relacionado con el corto plazo en el que, como he tratado de explicar en otros artículos, deberán separarse la lógica de los movimientos sociales y la lógica de las elecciones. No habrá cambios importantes de arriba abajo si abajo no se organiza la sociedad para obligar a los que manden que lo hagan obedeciendo a los más y no a los menos por poderosos que éstos sean (que lo son). Muchos de los que apoyan a López Obrador, por ejemplo, también apoyan a los zapatistas, y esto, pienso, no debería olvidarse, no si se entiende que hay dos lógicas de acción. Guillermo Almeyra escribió, en referencia a quienes creen en salvadores, «si no tienes organización, ¿quién hará que tu candidato cumpla sus promesas?», y para los que no creen, sugiere explicarles que, «incluso si hubiera en México un millón de revolucionarios, necesitarían poder conquistar por lo menos a otros 50 millones de subalternos para poder triunfar» (La Jornada, 31/7/05). Me parece muy atendible esta reflexión.