Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Se está creando una impresión de que existe una «desavenencia» entre EE.UU. y Gran Bretaña respecto a la ruta hacia la conciliación que involucra a los talibanes. La pura verdad es que EE.UU., Gran Bretaña, Arabia Saudí y Pakistán están juntos en este tenebroso juego.
La esencia del juego es hacer más eficiente y rentable la «guerra contra el terror» en Afganistán. Con certeza, el modo de ver oficial de EE.UU. es que tiene que haber alguna forma de reconciliación con los talibanes. El Secretario de Defensa de EE.UU., Robert Gates, lo admitió la semana pasada. Dijo: «Tiene que haber en última instancia, y lo subrayo: en última instancia, reconciliación como parte del resultado político de esta [guerra].v Es en última instancia la estrategia de salida para todos nosotros.»
Cuando uno repite una palabra tres veces en cinco segundos, es algo que se graba. Gates sugirió que no estaba insinuando en nada una «estrategia de salida.» Por cierto, en una reunión informal de los ministros de defensa de la OTAN, la semana pasada en Budapest, Hungría, la alianza visualizó un camino largo y difícil en Afganistán.
Reconciliación con los talibanes
Cualquiera reconciliación con los talibanes tendría que ver, esencialmente, con recoger los hilos donde estaban en octubre de 2001 cuando EE.UU. invadió Afganistán y derrocó el régimen talibán.
El líder talibán Mullah Omar prometió en el último momento en esos desdichados días desde su escondite en Kandahar, a través de intermediarios paquistaníes – que, sí, separaría verificablemente su movimiento de al-Qaeda y pediría a Osama bin Laden que abandonara el suelo afgano, siempre que EE.UU. aceptara su antigua demanda de reconocimiento de su régimen en Kabul en lugar de enfrentarlo selectivamente. El gobierno de EE.UU. ignoró la oferta del clérigo y en su lugar siguió adelante con el plan de lanzar una «guerra contra el terror.»
Lo que podemos esperar en el período por venir es un acuerdo por el cual los talibanes «buenos» prometan separarse de al-Qaeda, lo que sería gentilmente aceptado por EE.UU. y sus aliados, y que, por su parte, los talibanes «buenos» no insistan en la retirada de fuerzas occidentales como una condición previa. Los saudíes lubricarían hábilmente un tal acuerdo.
La pura «inasequibilidad» de una guerra sin fin en Afganistán influenciará el modo de pensar en Washington si se profundiza la crisis de la economía en EE.UU. Pero aún estamos a una cierta distancia de ese umbral. La guerra debiera ser «asequible» si el nuevo jefe del Comando Central de EE.UU., el general David Petraeus, puede de alguna manera hacerla más «eficiente,» que es lo que hizo en Iraq. Por el momento, los políticos estadounidenses solo hablan de conducir vigorosamente la guerra.
No están ni remotamente cerca de formular el tema fundamental: ¿Cuán central es la guerra afgana para la lucha global contra el terrorismo? La respuesta es clara como el agua. Afganistán tiene muy poco que ver con los intereses nacionales básicos de EE.UU. La violencia política en Afganistán está arraigada primordialmente en temas locales, y el régimen de los «señores de la guerra» es una característica antigua. Es decir que los talibanes pueden formar parte de la solución.
En última instancia, los objetivos de la construcción de la nación y del gobierno legítimo en un entorno de seguridad general que permite actividades económicas y desarrollo sólo pueden ser realizados adaptándose a las prioridades e intereses nativos. Washington ha sido de lejos demasiado preceptivo, al crear un sistema presidencial al estilo de EE.UU. en Kabul y pasar luego a controlarlo.
Pero un régimen semejante nunca será respetado por los afganos. El despliegue de más soldados de la OTAN o la creación de un ejército afgano no es la respuesta. La comunidad internacional ha preferido prudentemente no disputar la legitimidad del régimen de Hamid Karzai, pero existe una crisis de liderazgo. Se necesita urgentemente un diálogo entre afganos. Hay que permitir a los afganos que regeneren sus métodos tradicionales de competición por el poder en su contexto cultural y que negocien su cohabitación en su contexto tribal.
De nuevo, se ha demostrado que EE.UU. se equivocó al creer que el imperialismo podía triunfar sobre el nacionalismo. Al contrario, la prolongada ocupación extranjera ha provocado una repercusión negativa. La guerra nunca debería haber escalado más allá de lo que debiera haber sido – una contienda fratricida de baja intensidad, que ha sido un rasgo recurrente en la historia afgana. En otras palabras, una solución del conflicto tiene que hallarse primordialmente entre afganos, llevando a un gobierno de amplia base, libre de influencia extranjera, para lo cual la comunidad internacional puede ser un facilitador y un garante.
Rusia arremete
Pero lo que ofusca el juicio es la geopolítica de la guerra. La guerra suministró un contexto para el establecimiento de una presencia militar de EE.UU. en Asia Central; la primerísima operación «fuera del área» de la OTAN; un territorio desde el que se domina los dos Estados con armas nucleares sudasiáticos India y Pakistán, Irán y la intranquila Región Autónoma Uigur de Xinjiang de China. Han llegado a ser factores adicionales que es un punto de apoyo útil sobre una ruta de transporte potencial para la energía del Caspio evitando Rusia e Irán, etc.; la política de «Gran Asia Central» de EE.UU. y la estrategia de contención hacia Rusia; la expansión de la OTAN. Sin duda, hay consideraciones geopolíticas arraigadas incluso dentro del actual intento de reanimar el rol mediador de los saudíes.
La interacción de estos diversos factores geopolíticos ha restado transparencia a la guerra. Importantes potencias regionales – Rusia, Irán e India – no piensan que EE.UU. o la OTAN estén considerando una retirada de Afganistán en un futuro previsible. Teherán ha estado afirmando que la estrategia de EE.UU. en Afganistán consiste esencialmente en perpetuar su presencia militar.
Como resultado, las declaraciones rusas respecto al papel de EE.UU. en Afganistán han llegado a ser extremadamente críticas. Moscú parece haber estimado que la guerra dirigida por EE.UU. no llega a ninguna parte y que ha comenzado la busca de los culpables. Lo que es más importante, Rusia ha comenzado a identificar el «unilateralismo» de EE.UU. en Afganistán.
En un importante discurso reciente respecto a la seguridad europea en la Conferencia de Política Mundial en Evian, Francia, el presidente Dmitry Medvedev hizo una referencia mordaz, al decir: «Después del derrocamiento del régimen talibán en Afganistán, EE.UU. comenzó un capítulo de acciones unilaterales…» Estaba señalando que el «deseo de EE.UU. de consolidar su rol global» es irrealizable en un mundo multipolar.
Por primera vez en los siete años de la guerra, el ministro de exteriores ruso utilizó el 27 de septiembre el foro anual de la Asamblea General de Naciones Unidas para lanzar una invectiva contra EE.UU. Sergei Lavrov dijo:
«Más y más preguntas se están formulando sobre lo que sucede en Afganistán. Primero, y ante todo, ¿cuál es el precio aceptable para pérdidas entre civiles en la actual operación antiterrorista? ¿Quién decide respecto a los criterios para determinar la proporcionalidad del uso de la fuerza?
«Estos y otros factores dan motivos para creer que la coalición antiterrorista está ante una crisis. Considerando el núcleo del problema, parece que esa coalición carece de disposiciones colectivas – es decir la igualdad entre todos sus miembros en la toma de decisiones sobre la estrategia y, especialmente, las tácticas operacionales. Sucede que a fin de controlar una situación totalmente nueva como la que se desarrolló después del 11-S, en lugar del necesario genuino esfuerzo cooperativo, incluyendo un análisis conjunto y la coordinación de pasos prácticos, comenzaron a utilizarse mecanismos establecidos para un mundo unipolar, en el que todas las decisiones debían ser tomadas por un solo centro mientras el resto sólo debía seguirlas. La solidaridad de la comunidad internacional, fomentada en la ola de lucha contra el terrorismo, resultó ser en cierto modo «privatizada.»
Esas palabras desacostumbradamente tajantes subrayan la disipación del consenso regional sobre la guerra. Después, el 28 de septiembre, en una conferencia de prensa en la sede de la ONU, Lavrov afirmó que en un espíritu de «sesgo lleno de prejuicios,» EE.UU. está bloqueando la posible ayuda para estabilizar Afganistán de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, encabezada por Moscú.
También implicó que EE.UU. trató en vano de bloquear toda referencia al combate contra el narcotráfico en la última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Afganistán a fin de denegar un papel a Rusia. Dijo: «No se da plena consideración a las evaluaciones y a los análisis de todos los miembros de la comunidad mundial cuando se toman decisiones muy importantes que después afectan la situación de todos.»
Una disputa ha estallado posteriormente respecto a un acuerdo de cooperación
ONU-OTAN en relación con la guerra afgana, supuestamente firmado «en secreto» por un dócil secretario general, Ban Ki-moon, y su homólogo de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, el 23 de septiembre en Nueva York. Rusia ha amenazado con presentar el asunto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Para citar a Lavrov: «Nosotros [Rusia] preguntamos a ambos secretariados [de la ONU y de la OTAN] cuál podría ser el significado de este hecho y estamos esperando una respuesta, pero advertimos a la dirigencia de la ONU del modo más estricto que cosas de este tipo deben ser hechas sin mantener secretos ante los Estados miembro y sobre la base de poderes y autoridad de los secretariados.»
El enviado ruso ante la OTAN, Dmitry Rogozin, dijo el miércoles que Moscú consideraría «ilegítimo» el acuerdo Ban-Scheffer, y como nada más que un reflejo de la «opinión personal» de Ban. Como era de esperar, Ban guarda silencio, mientras Scheffer disputó la afirmación rusa. Ciertamente, comienzan a aparecer grietas en el entendimiento entre EE.UU. y Rusia sobre la campaña contra el terrorismo en Afganistán. El resultado es una lucha territorial – Washington está determinado a excluir a Rusia de Afganistán y Moscú insiste en su legítimo rol.
Postura iraní
Del mismo modo, Teherán también ha subido las apuestas respecto a Afganistán. Después de haber apoyado la intervención de EE.UU. en Afganistán en 2001, han aparecido recientemente varias declaraciones extremadamente críticas de la guerra dirigida por EE.UU. en Afganistán, atribuidas a la dirigencia iraní. La última declaración prominente fue la crítica por el presidente de la Asamblea de Expertos, Akbar Hashemi Rafsanjani, en una reunión con el visitante ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, en la que lamentó que los «ocupantes» que crearon «inseguridad» en Afganistán y Pakistán ahora sean «incapaces de detenerla.»
De peor agüero es que Teherán haya invitado a visitar Irán al ex presidente afgano Burhanuddin Rabbani, quien dirigió la coalición contra los talibanes (Alianza del Norte) en los años noventa. Al recibirlo en Teherán el domingo, el presidente del parlamento (Majlis) iraní Ali Larijani, dijo a Rabbani: «La situación en Afganistán es triste y lamentable.» Dijo que la presencia de fuerzas extranjeras está creando «inseguridad» por la pérdida de vidas inocentes y está causando un narcotráfico fuera de control.
Dos días antes, en otra declaración en el Majlis, Larijani condenó los ataques de EE.UU. contra áreas tribales paquistaníes en Waziristán. Fue la primera vez que un dirigente iraní se ha referido negativamente a las operaciones militares de EE.UU. en territorio paquistaní. Dijo que Irán está preocupado por la amplitud de la devastación y el número de víctimas fatales en Waziristán y que EE.UU. ha excedido los límites de la Convención de Ginebra en la lucha contra el terrorismo. «Cada día que pasa, hay víctimas civiles de la lucha dirigida por EE.UU. contra el terrorismo,» dijo, agregando que EE.UU. está «destruyendo» Waziristán bajo el «pretexto de combatir el terrorismo.»
De mayor significación es que Teherán ha roto su silencio sobre los esfuerzos estadounidenses-británicos-saudíes por negociar una reconciliación con los talibanes. Esto ha ocurrido, de modo bastante curioso, a través de una declaración del poderoso presidente de la Comisión de Seguridad Nacional y Política Exterior del Majlis, Alaeddin Broujerdi.
Antiguos observadores de la escena afgana reconocerán a Broujerdi como el principal planificador y arquitecto de la Alianza del Norte y un estratega crucial de la resistencia contra los talibanes en el período 1996-1998.
Es concebible que Teherán haya enviado una señal significativa al escoger a Broujerdi para hablar de los esfuerzos occidentales por reconciliarse con los talibanes. Broujerdi repudió firmemente la reciente propaganda estadounidense de que Teherán se ablanda hacia los talibanes. Hablando el domingo con una delegación parlamentaria francesa dirigida por el dirigente socialista, Jean-Louis Bianco, subrayó la continua oposición de Teherán a los talibanes. Criticó fuertemente a los países europeos por adoptar una actitud conciliatoria hacia los talibanes. Les aconsejó que en su lugar debieran dar un apoyo inequívoco al «gobierno popular» en Kabul dirigido por Karzai.
Broujerdi señaló que la actitud de Occidente y su modus operandi hacia los talibanes, que forman parte de un grupo extremista, «dañará la estabilidad y la seguridad regionales.» Dijo que el problema esencial es la presencia permanente de fuerzas extranjeras y que una solución sólo será posible cuando se retiren.
Broujerdi puede haber señalizado que Irán cuestionará y se opondrá a todo intento occidental de invitar a los saudíes a volver al tablero de ajedrez afgano y de asimilar a los talibanes a fin de perpetuar la presencia militar de EE.UU. y de la OTAN. Podemos deducir que la oportunidad de la visita de Rabbani a Teherán tiene el propósito de mostrar que Irán todavía tiene reservas de influencia con los grupos de la Alianza del Norte, a pesar de la estimación estadounidense de que esos grupos contrarios a los talibanes se han dispersado o han sido comprados por los servicios de inteligencia occidentales.
Rabbani parece haberse puesto a la altura de las circunstancias. También sumó su voz a la condena de la presencia continua de fuerzas extranjeras en suelo afgano. «Al principio, ellos [las fuerzas occidentales] entraron a Afganistán con la consigna de que establecerían la seguridad y combatirían el terrorismo y la droga, pero ahora los afganos presencian una escalada del terrorismo y un aumento en la producción de droga,» dijo el inescrutable líder muyahidín a Larijani.
Lo desconcertante fue la observación de Rabbani: «La única solución a la crisis afgana yace en la creación de la unidad entre todas las fuerzas nacionales y yihadistas [léase muyahidines] en el país y en el establecimiento de la reconciliación nacional entre todas las tribus, sin prejuicios étnicos, tribales y religiosos.» Era la misma plataforma política proclamada por la Alianza del Norte. Sin duda, Irán se opondrá a toda estratagema de los servicios de inteligencia de EE.UU. y Gran Bretaña para resucitar el paradigma de los años noventa a fin de colocar a los talibanes en el poder para «pacificar» Afganistán y crear un cierto grado de estabilidad, necesaria para el desarrollo de rutas de transporte para la energía del Caspio.
En circunstancias en las que se espera que los fabulosos yacimientos petrolíferos Kashagan en Kazajstán comiencen a producir en 2013, cuando Washington confía en revertir la corriente de la cooperación energética entre Rusia y Turkmenistán, y cuando la volatilidad en el sur del Cáucaso impide el progreso de los nuevos conductos tras-Caspio, Afganistán renace como la ruta más realista y viable para la energía del Caspio evitando Rusia e Irán – siempre que la situación en el terreno pueda ser estabilizada y se logre seguridad, lo que inversionistas y compañías petroleras considerarían algo reconfortante.
Dilema indio
Tanto Rusia como Irán observarán atentamente como India, que fue un alma gemela a fines de los años noventa, al apoyar incondicionalmente la alianza contra los talibanes, reacciona ante la actual actividad estadounidense-británica-saudí. Los dirigentes indios nunca se cansaron de subrayar que no hay un «buen talibán» ni un «mal talibán.» Eso fue hasta hace un año. Sin embargo, es probable que haya inquietud tanto en Moscú como en Teherán sobre cuál es exactamente la posición de Delhi en la actual coyuntura de la geopolítica regional.
Una cosa es clara: un conducto de petróleo/gas patrocinado por EE.UU. a través de Afganistán conviene a India, aunque eso pueda perjudicar a Rusia e Irán en las apuestas energéticas.
Según todos los informes, hubo discusiones entre los establishment de la seguridad de India y de EE.UU. durante los últimos meses respecto a una participación militar de India en Afganistán. Washington ha estado presionando por un importante papel indio. Un equipo indio de dos miembros, que visitó Kabul a comienzos de septiembre, afirmó que iban en una misión auspiciada por el gobierno para hacer una evaluación de la disposición para una participación militar india. Al parecer el equipo tuvo discusiones con altos diplomáticos y responsables militares estadounidenses basados en Kabul.
Evidentemente, Delhi no tenía idea sobre la mediación secreta con los talibanes del rey saudí Abdullah. Esa falla de los servicios de inteligencia era inevitable. Los diplomáticos indios se han mostrado algo petulantes respecto a la influencia sin precedentes que esgrimieron sobre el régimen de Kabul, y como sucede en tiempos apasionantes, comenzaron a creer de modo insulso en la durabilidad de la actual configuración afgana.
Trabajaron hombro a hombro con sus homólogos estadounidenses en Kabul y la manera de pensar estadounidense comenzó inevitablemente a colorear las percepciones de Delhi. Parece que la osmosis intelectual terminó por ser unilateral. Bajo constante aliento de EE.UU., la idea embriagadora de un importante papel militar en Afganistán y de participar en el «gran juego» se infiltró en el cálculo indio. Delhi parece haber perdido cada vez más contacto con el bazar afgano y las realidades en el terreno.
El plan estadounidense-británico-saudí de dar cabida a los talibanes en la estructura del poder en Kabul crea un dilema para los responsables políticos indios. Es ridículo dar media vuelta y comenzar a distinguir a los talibanes «buenos.» Será visto como si estuvieran rindiendo pleitesía a EE.UU. y será difícil de justificar. La antipatía contra los talibanes está firmemente establecida en la forma de pensar india, ya que sin que importe el carácter real del «islamismo» de los talibanes, la percepción de una amenaza ganó terreno en la opinión india respecto al «terror islámico» desde Afganistán. El establishment indio contribuyó sin querer a esto al insistir en la omnipresente «mano extranjera» en las actividades terroristas en India. Tomará tiempo para dar marcha atrás con esta tesis.
Además, India considera a los talibanes como un instrumento político de los servicios de inteligencia paquistaníes y como dañinos para sus intereses de seguridad regional. Con todo, Delhi se sentirá muy aliviada si EE.UU. abandona su plan de asimilar a los talibanes «buenos.»
En el contexto mencionado, tanto Teherán como Moscú esperarán tener consultas a nivel de ministros de exteriores con Delhi en las próximas semanas. El Ministro de Exteriores indio, Pranab Mukherjee, debe visitar Teherán a principios de noviembre. De nuevo, en noviembre, en los preparativos para la visita de fines de año del presidente Dmitriy Medvedev a India, Lavrov y el primer ministro Vladimir Putin tendrán consultas en Delhi.
La realidad geopolítica, sin embargo, es que los tres países se han transformado en los últimos años y que sus prioridades y orientaciones en política exterior también han cambiado. Se relacionan actualmente con la hegemonía de EE.UU. en Afganistán desde perspectivas diferentes de sus intereses nacionales.
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El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera del ministerio de Asuntos Exteriores indio. Estuvo destinado en la Unión Soviética, Corea de Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
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