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Aniversario del bombardeo del Parlamento ruso

Gloria y memoria eternas a los que se alzaron en defensa de la patria soviética en aquellos días de octubre

Fuentes: Sovietskaya Rossia

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín

El primer domingo de octubre, junto al memorial popular sito junto al estadio de Krasnopresnienskaya y la Casa Blanca (como se conoce coloquialmente al edificio que en 1993 albergaba la sede del Soviet Supremo de la Fed.Rusa. N del T), reina el silencio. Hay silencio pero no está vacío. Aquí nunca está vacío. De otro modo no se habría levantado el memorial, surgido pese al poder, contra la violencia y la muerte, contra el olvido.

La víspera del 12º aniversario del fusilamiento del Poder Soviético por parte de Yeltsin, de la muerte de cientos, puede que de muchos cientos, de inocentes, culpables únicamente de no poder resignarse ante la injusticia y la arbitrariedad, todo parece estar igual que aquella víspera de la matanza. La misma hojarasca ígnea, el mismo cielo despejado, el mismo sol, más cálido de lo habitual en otoño. E incluso las madejas de alambre de espino en las barricadas simbólicas, en recuerdo de los defensores de la Casa de los Soviets, que aquí cayeron.

En realidad, todo ha cambiado. Los 12 años que han pasado, son toda una época en la vida de cada persona, y en la vida de un estado. Inalterables parecen solo las miradas que nos lanzan desde sus fotografías, los muertos. Coloco mi ramo de claveles en la verja que delimita el estadio. En este tramo está pintada de negro, y pueden verse las cintas roji-negras de luto. Así es aquí siempre, desde el día en que derribaron el muro que rodeaba antes el estadio, siguiendo las órdenes del alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov. Un muro, que durante el año que siguió a los sangrientos sucesos, se convirtió en el muro de la ira y la protesta. La gente escribía en él sus maldiciones, nombrando los apellidos de los culpables: Yeltsin, Grachiov, Chernomuirdin, Luzhkov, Yerin, Gaydar…(1) Las pintadas eran borradas, pero no tardaban en volver a aparecer.

Allí donde siempre hay flores, no se escribían insultos. «En este lugar el 4 de octubre de 1993, fue fusilado Roman Viriovkin, 17 años», escribió alguien en mayúsculas. Las letras desaparecieron con el muro, pero la memoria permanece.

Hoy tendrías 29 años, desconocido pero recordado, Roman Viriovkin.

¿Qué serías hoy, de no haber existido en la reciente historia rusa, el decreto presidencial nº 1400? ¿Qué habría sido de los demás caídos: héroes y victimas inocentes, jóvenes, maduros padres de familia, y chavales que apenas entraban en la adolescencia, de no haber sido porque los traidores se hicieron con el gobierno de nuestra patria, a principios de los 90?

Habría acabado el colegio Kostya Kalinin, de 14 años, y Kostantin Dmitrevich Chizhikov, de 75 años, veterano de la Gran Guerra Patria, habría podido celebrar el 50 aniversario de la Victoria. Y quien sabe si hubiese vivido para ver el 60 aniversario. Habría celebrado su 20 cumpleaños, unos días más tarde, Natasha Petujova, asesinada en Ostankino (edificio sede de la televisión rusa. N del T), se hubiese casado con su novio Alexei Shumsky, caído también allí. Y Stanislav Jaybulin de 23 años, hubiera visto crecer a su hija Katya, que nació dos meses después de su muerte.

Nada de esto pasó y no pasará. Pero han ocurrido otras muchas cosas, terribles e irremediables, que quien sabe si hubiesen tenido lugar, de no haber existido el octubre negro de 1993.

Cayeron los mejores: los que no agacharon la cabeza ante la desvergüenza y la ignominia, los que no traicionaron el juramento a la patria, y aquellos, que por voluntad del destino se vieron en mitad de unos acontecimientos, ante los que no pudieron quedarse al margen, indiferentes, y se lanzaron bajo las balas a socorrer a los heridos.

Como hemos echado de menos su palabra sincera, su voz insobornable, su valentía, en estos años pasados, convertidos en tiempos de guerras, violencia y destrucción. En tiempo de muerte.

En octubre de 1993 el poder, pisando sangre inocente, atravesó el límite, tras el cual ya todo era posible.

Que recuerden los que ahora suspiran por la «democracia de Yeltsin» y la libertad de expresión, los que hace 12 años exigían «aplastar a la escoria», los que enfurecidos cerraron los periódicos de oposición, entre ellos Sovietskaya Rossia, que fue precisamente entonces, con vuestra participación, cuando comenzaron las más crueles violaciones de los derechos humanos, incluyendo el más importante: el derecho a la vida.

Que se paren a pensar, los seguidores del heredero del principal verdugo del Poder soviético, los que ahora desprecian los tiempos de Yeltsin, e incluso los maldicen. ¿Por qué vuestro amado presidente Putin, no solo no castiga a los organizadores y ejecutores intelectuales del sangriento golpe, sino que les garantiza un retiro desahogado y lujoso en un país arruinado?

La constitución adoptada sobre la sangre de los defensores de los Soviets, se convirtió en el prólogo de otros sucesos, todavía más sangrientos: las dos guerras chechenas, la violencia y el terror, Beslán. Ahora, sobre la sangre de los niños de Beslán, se acomete una nueva reforma del poder por el poder. ¿Acaso puede alguien, medianamente cuerdo, pensar que el resultado puede ser distinto?

¿Por qué nos habría de sorprender, que de las paredes, de esa misma Casa blanca, trasferida tras la matanza al gobierno ruso, salgan nuevas leyes antipopulares, desastrosas para el país y sus habitantes?

Al edificio se le puede lavar la sangre y el hollín. Pero los que no parecen dispuestos a lavarse y arrepentirse, son los propios fusileros y saqueadores, masacradores.

«No olvidamos, no perdonamos», se puede leer en las pancartas, y se puede sentir en las almas de los que participan anualmente cada 3-4 de octubre, en los actos que se celebran en recuerdo de los asesinados en Ostankino y en la Casa Blanca. Pero son solo unos miles, no cientos de miles ni millones. ¿Acaso el resto ha olvidado y perdonado?

De poco sirve entonces lamentarse de que cada año hay en Rusia más mujeres enlutadas, de que cada año aparecen nuevos comités de familiares y allegados de las victimas del acto terrorista de turno, de que de nada sirven las medidas adoptadas por el «mejor alcalde del mundo», en la lucha contra la violencia y el terrorismo.

Ese mismo alcalde, que ordenaba entonces con entusiasmo el bloqueo de la Casa de los Soviets y lanzaba a los antidisturbios contra los moscovitas desarmados. Ese mismo que mandó derribar luego el muro de los fusilados, testigo mudo del crimen.

Por eso, si las cenizas de los fusilados y calcinados defensores del Poder soviético dejan indiferente vuestro corazón, significa que tarde o temprano la desgracia llegará a vuestra casa. La desmemoria y la indiferencia engendrarán irremediablemente nuevos crímenes, impidiendo que se cierre el círculo de sangre.

Y nosotros, los que no olvidamos ni perdonamos, no podemos rendirnos ni entregarnos. No tenemos ese derecho.

Debemos responder por el futuro de nuestro país, y por la memoria de aquellos, que en octubre de 1993 no dudaron en sacrificar sus vidas, en nombre de la razón y de la Patria.

Notas

Yeltsin: Presidente de la Federación Rusa. Criminal de estado.

Chernomuirdin: Primer ministro. Dirigió personalmente la carnincería en Krasnopresnienskaya. (Nombre de la zona donde se encuentra el edificio el Soviet Supremo).

Luzhkov. Era y sigue siendo alcalde de Moscú. Se encargó de cortar la luz y el agua a los que resistían dentro del parlamento y de enviar a los antidisturbios a romper huesos de ancianos y mujeres.

Gaydar: Vice-primer ministro. Cabecilla de los escuadrones de la muerte.

Yerin: Ministro del interior. Ejecutor sanguinario.

Grachiov: Ministro de defensa. Dirigía a los tanques encargados de cañonear el parlamento.

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www.lafogata.org/003euro/euro10/eu_orden.htm