Hong Kong se ha convertido en un lugar cuyo presente está por resolver y cuyo futuro resulta inimaginable. Tras la inesperada violencia de la semana pasada, nadie puede prever cómo evolucionarán los acontecimientos de esta tarde [domingo, 16 de junio], de mañana, de esta semana. La única certeza es que el modo de vida de […]
Hong Kong se ha convertido en un lugar cuyo presente está por resolver y cuyo futuro resulta inimaginable. Tras la inesperada violencia de la semana pasada, nadie puede prever cómo evolucionarán los acontecimientos de esta tarde [domingo, 16 de junio], de mañana, de esta semana. La única certeza es que el modo de vida de Hong Kong está amenazado de inmediato y que su gente está saliendo a defenderlo en multitud.
Pero la maldición de vivir en el eterno presente inmediato estriba en que las apuestas por esta «lucha final» no podrían ser más altas, sobre todo desde que los jóvenes de Hong Kong temen que, de ser derrotados en esta batalla, no quedará nada más que perder. El fracaso a la hora de conseguir logros concretos por parte del movimiento de los Paraguas hace cinco años, cuando la gente de Hong Kong ocupó importantes vías de tráfico durante 70 días buscando una mayor participación democrática, ha elevado las apuestas todavía más en esta ocasión.
«¡Hong Kong no es China! ¡Todavía no!» Estas pocas palabras apresuradamente garabateadas en un pedazo de papel y pegadas al puntal de cemento de una pasarela peatonal resumen la crisis política que enturbia Hong Kong. El territorio se ha sumido en la inestabilidad desde que la policía disparó balas de goma y 150 cartuchos de gas lacrimógeno para dispersar una inmensa concentración el 12 de junio, sólo unos días después de que un millón de personas salieran pacíficamente a las calles para protestar contra la legislación sobre extradición.
«Todavía no» es una referencia a los términos de la declaración conjunta que rige el retorno de Hong Kong a la gobernación china en 1997, que prometió que la forma de vida del territorio seguiría inalterable durante 50 años, hasta 2047. Cuando se firmó, en 1984, el año 2047 parecía extremadamente lejano, pero la ley sobre extradición propuesta nos acerca mucho, mucho más a 2047.
Al permitir la entrega de cualquiera que se halle en suelo de Hong Kong para ser sometido a juicio en China, eliminaría en efecto el cortafuego entre el sistema de derecho común de Hong Kong y el sistema legal dominado por el Partido en el continente. Aunque el gobierno ha suspendido ahora el proyecto de ley, el proceso ha desatado una tormenta de miedo e indignación.
Desde el movimiento de los Paraguas, la gente de Hong Kong ha sido ya testigo de cambios irrevocables en su forma de vida: los tribunales han inhabilitado a legisladores elegidos por voto popular por prestar juramento demasiado despacio o con la entonación equivocada, hay políticos a los que se les ha prohibido presentarse a las elecciones, se ha prohibido un partido político, hay activistas que han acabado en la cárcel por delitos contra el orden público, y ahora la policía ha recurrido a la violencia contra su propio pueblo.
La impropia premura a la hora de aprobar esta impopular ley sobre extradición ha debilitado a todas y cada una de las instituciones del territorio. La asamblea legislativa ha caído en indecorosas trifulcas, con peleas a puñetazos entre duelos de comités. El funcionariado y la judicatura ya no se consideran algo neutral. El cuerpo de policía, considerado antaño como el mejor de Asia, es objeto de odio popular, y su relación con la ciudadanía ha quedado dañada de modo irreparable.
La jefa ejecutiva, Carrie Lam, es tan impopular que los manifestantes portaban imágenes de su cara con la palabra «mentira» estampada encima, y aparecieron seis mil madres para acusarla de ser incapaz para desempeñar el cargo. Aunque el proyecto de ley haya quedado en suspenso, el proceso ha devaluado ya de modo permanente las instituciones por las que el pueblo de Hong Kong siente tanta estima.
El estatus de Hong Kong como ciudad de protestas también se encuentra amenazado. La posibilidad de manifestarse se ha convertido en una importante expresión de identidad local que distingue a Hong Kong de China y, con los años, la gente de Hong Kong ha desfilado de modo entusiasta con talento en sus actuaciones, crecientes acciones comerciales, mítines para cantar villancicos y protestas artísticas contra la censura con pancartas en blanco. Pero la consideración de las protestas el miércoles [12 de junio] como disturbios, combinada con decisiones judiciales que juzgan a algunos activistas culpables de las acusaciones de alterar el orden público, suponen un golpe al corazón mismo de la posibilidad de escenificar la protesta.
Hoy en día, cualquier llamamiento a actuar públicamente, hasta el acto de dirigir unas palabras a una manifestación exige una gran dosis de cautela. Los jóvenes activistas comprometidos con las recientes protestas han cambiado de táctica para formar colectivos sin líderes, anónimos, escondiendo su identidad con máscaras y recurriendo a aplicaciones de mensajería para organizarse. El gobierno ha empezado a actuar contra ellos, deteniendo a un administrador de un grupo de Telegram por sospechas de conspiración para alterar el orden público. Muchos activistas ya no ven con buenos ojos que les tomen fotos o que les entrevisten medios extranjeros. En el transcurso de una semana se están volviendo tan precavidos como los disidentes chinos del continente. Al dejar fuera a los jóvenes del proceso político, puede que el gobierno haya creado una resistencia clandestina que considere que la resistencia radical puede tener resultados.
Pero entre los valores centrales que atesora la gente de Hong Kong se cuentan valores universales, la libertad de prensa, la independencia judicial y los derechos civiles. Estos se consideran en Beijing dentro de los «siete innombrables», lo que pone a Hong Kongers en primera línea del choque entre valores «universales» occidentales y la necesidad de total control por parte del Partido Comunista
Enfrentado a estas amenazas existenciales, la posición sin opciones de Hong Kong ha supuesto estos años recientes un encogimiento defensivo. «No disponemos de una gran estrategia», me dijo Ray Yep, especialista en ciencias políticas de la City University antes de que estallara esta sucesión de protestas. «En cualquier situación, defiendes simplemente al máximo lo que puedes. Así es como se defienden los valores de Hong Kong. Defendemos lo que tenemos. Es defensivo, pero puede ser también ofensivo». Cuando una de cada siete personas sale a protestar contra la legislación sobre extradición, la defensa se convierte en ataque, sobre todo a los ojos de Beijing.
Los mensajes de protesta en trozos de papel que ondean en los pasos peatonales elevados subrayan la confusión, la conmoción y la indignación que se registran en todo el territorio tras la violencia de la semana pasada. «No disparéis más a los estudiantes». «¿Es delito protestar?», «¿Es un crimen hablar?»
Pero, de igual modo, persiste una pétrea determinación que apuntala la consciencia de que, aunque se haya ganado la batalla en esta ley de extradición, habrá luego otra lucha, y vendrá luego la siguiente. Porque Hong Kong no es todavía China. Todavía no, aunque se 2047 acerque cada vez más a un ritmo que se acelera. Un mensaje rezaba sencillamente así: «Seguid hasta el final».
Louisa Lim es profesora en el Centre for Advancing Journalism de la Universidad de Melbourne, fue corresponsal de la NPR y la BBC en Beiying, y es autora de The People´s Republic of Amnesia; Tiananmen Revisited».
Fuente: The Guardian, 16 de junio de 2019
Traducción: Lucas Antónpara Sin Permiso: http://www.sinpermiso.info/textos/hong-kong-no-es-todavia-china-pero-ese-temido-momento-esta-cada-vez-mas-cerca