Aunque fuera una vez sería bueno que uno se sorprendiera de la rápida comprensión de la situación por parte del Presidente Bush, la empatía con el sufrimiento de los demás y la generosidad espontánea como respuesta a la tragedia. Desafortunadamente la respuesta del presidente al cataclismo del Océano Índico fue predecible de manera consternante. Como […]
Aunque fuera una vez sería bueno que uno se sorprendiera de la rápida comprensión de la situación por parte del Presidente Bush, la empatía con el sufrimiento de los demás y la generosidad espontánea como respuesta a la tragedia.
Desafortunadamente la respuesta del presidente al cataclismo del Océano Índico fue predecible de manera consternante. Como en la víspera del 11/9, cuando el presidente estaba de vacaciones -inmune a las advertencias de inteligencia acerca de un ataque de Al Qaeda a Estados Unidos- y como en la perturbadora escena en Fahrenheit 11/9, en la que el presidente lee un cuento a escolares mientras la nación está siendo atacada, la reacción de Bush al desastre del maremoto fue dolorosamente lenta e inadecuada.
Durante varios días después del maremoto Bush no sintió la necesidad de interrumpir su descanso en el rancho de Crawford para presentar personalmente las condolencias del pueblo norteamericano y para ofrecer los enormes recursos de Estados Unidos para ayudar a los sufrientes.
La reacción del presidente contrasta con la casi instantánea reacción de compasión y solidaridad por parte de líderes y gobiernos del mundo después del 11/9. Sin embargo, el número final de víctimas del maremoto del Océano Índico puede llegar a ser 100 veces mayor que el de los ataques del 11 de septiembre.
En ausencia de liderazgo presidencial, la respuesta financiera inicial del gobierno de Estados Unidos fue vergonzosamente miserable. La oferta inicial de $15 millones es risible. En respuesta a duras críticas internas y externas, las que fueron respondidas con la característica actitud defensiva y la negación, el paquete de ayuda fue incrementado a $35 millones, aproximadamente la cantidad de dinero que los republicanos van a gastar en una serie de lujosas fiestas por la toma de posesión.
Colin Powell y los pocos otros con un mínimo de sensibilidad y presencia de ánimo en la administración vieron con claridad el inminente desastre de relaciones públicas que caería sobre Estados Unidos, el cual no puede darse el lujo de tener más enemigos en el mundo como resultado de este lamentable desempeño.
Siguió una operación de control de daños, incluyendo una declaración presidencial, el anuncio de un incremento en diez veces de la ayuda hasta llegar a $350 millones, y el envío a la región del hermano del presidente y gobernador de la Florida, Jeb Bush, conjuntamente con el Secretario de Estado Colin Powell.
La administración parece haber despertado finalmente ante el hecho de que habría serias consecuencias si mostrara un insensible desprecio por los millones de personas afectadas por una de las peores catástrofes naturales de la historia. Y sin embargo, la administración todavía está haciendo muy poco y demasiado tarde para ayudar a brindar ayuda o convencer al mundo de que Estados Unidos ha dado un viraje en el segundo período de la administración Bush. Por una parte, el paquete japonés de ayuda por $500 millones excede al de Estados Unidos en 43 porciento. Por otra, la administración Bush a menudo ha dejado de entregar los fondos de ayuda internacional que había prometido previamente, como en el caso del dinero que prometió para luchar contra el flagelo del SIDA.
Incluso aunque la promesa de la ayuda de $350 millones de dólares se cumpla, el compromiso no es muy impresionante, teniendo en cuenta lo que gasta la nación en otras prioridades. Los $350 millones en ayuda para las víctimas del maremoto representan menos de un cuarto del uno por ciento de lo que ya se ha gastado en Irak. Un paquete decente de ayuda de EEUU pudiera ser de alrededor de $1,5 mil millones, o más de cuatro veces el actual compromiso y sólo 1 por ciento de lo que se ha gastado hasta ahora en Irak.
La administración Bush quisiera vender al mundo la imagen de una inigualable generosidad norteamericana, y hacerlo de manera tacaña. El único consumidor de esta fábula es el pueblo norteamericano, que cree que Estados Unidos gasta el 24 por ciento de su PIB en ayuda al exterior. La verdadera historia es que Estados Unidos gasta menor de un cuarto del uno por ciento de su PIB en ayuda al extranjero (menos de lo que varias naciones gastan y que no alardean tanto de su virtud), y gran parte de esa cantidad no se dedica a la ayuda al desarrollo de los países más pobres, sino a estados clientes como Israel, Egipto y Colombia, a fin de apoyar los intereses estratégicos de EEUU o en respuesta a consideraciones políticas internas.