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La Comunidad Sudamericana de Naciones

Integracion Latinoamericana: ¿quién se lleva los beneficios?

Fuentes: Rebelión

Primera parte.Muchos intelectuales, sin tener razón han pretendido ver una «identidad latinoamericana», o un «pensamiento panamericano» a partir de las seudas instituciones de integración creadas por las élites políticas de estos países. Incluso algunos han ido bastante lejos en sus elucubraciones y han señalado sin ningún rigor que «después de la Segunda Guerra Mundial, los […]

Primera parte.

Muchos intelectuales, sin tener razón han pretendido ver una «identidad latinoamericana», o un «pensamiento panamericano» a partir de las seudas instituciones de integración creadas por las élites políticas de estos países. Incluso algunos han ido bastante lejos en sus elucubraciones y han señalado sin ningún rigor que «después de la Segunda Guerra Mundial, los estados latinoamericanos buscaron caminos para su autodeterminación, como ser modelos propios para su desarrollo económico y político a través de una coordinación de las políticas económicas entre los países latinoamericanos» (1). Ver las cosas así es analizar la historia y la realidad patas para abajo, es decir al contrario. Después de concluida la segunda guerra mundial, Estados Unidos consolidó su liderazgo en el mundo capitalista, y eso contribuyó a afirmar su dominación absoluta en Latinoamérica en cuyo terreno no encontró ninguna resistencia de parte de los grupos de poder locales. No hay nada más lejos de la verdad, pensar que algunas de las iniciativas de los grupos de poder latinoamericano haya tenido un objetivo de libertad y de autodeterminación. Más como ficción que como realidad, no ha faltado quien ha dicho que la CEPAL (Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) creada en 1948 para servir a los planes americanos, ha sido un elemento de «integración latinoamericana». Otros han hecho un paralelo entre el ALCA y el MERCOSUR para buscar posiciones antiimperialistas en los gestores de este último.

A propósito de este tema, recientemente (8 de diciembre de 2004), presidentes y representantes de 12 países de esta parte del continente se reunieron en el Cusco (Lima) bajo los auspicios de Alejandro Toledo, para dar nacimiento a la «Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN)», que como han anunciado sus promotores es el más grande «proyecto de integración de la región». Según ellos, este paso se dio «siguiendo el ejemplo de El Libertador Simón Bolívar, del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, del Libertador José de San Martín, de nuestros pueblos y héroes independentistas que construyeron, sin fronteras, la gran Patria Americana e interpretando las aspiraciones y anhelos de sus pueblos a favor de la integración, la unidad y la construcción de un futuro común». (2). Esta unidad, de acuerdo a los estipulado en el Cusco, estará conformada por los gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela. México y Panamá participan solamente como observadores de esta iniciativa que algunos analistas la han calificado torpemente de «histórica».

No hay ninguna lógica política ni prueba alguna que muestre que la integración de los pueblos latinoamericanos surgirá de los actuales gobiernos lacayos de América Latina. Ni en broma se puede pensar así. ¿Alguien puede imaginarse que Alejandro Toledo, anfitrión de la reunión del Cusco, pro americano hasta la médula y responsable de una administración corrupta y hambreadora podrá dar un paso con dignidad para concretar una verdadera integración latinoamericana?. Cualquier acción del actual presidente peruano, ya sea en los asuntos internos del Perú o a nivel internacional, serán exclusivamente en beneficio de las grandes transnacionales, y en desmedro de la mayoría de la población. El mismo racionamiento político vale para entender la raíces «integracionista» de Álvaro Uribe Vélez de Colombia, de Lagos de Chile, de Lucio Gutiérrez del Ecuador, y de los demás presidentes, incluido Néstor Kirchner de Argentina y Lula de Brasil, cuyos gobiernos no han dado ninguna prueba concreta de su publicitado antiimperialismo.

La integración latinoamericana es un problema histórico político que no será resuelto por las elites políticas que desde hace más 180 años se turnan en el poder del estado. No tiene ningún rigor teórico pensar que la burguesía y los terratenientes pueden conducir un proceso democrático-burgués que tenga como fin estratégico sacudirse de la dominación impuesta por las fuerzas imperialistas. ¿Por qué?. Tiene que ver con la naturaleza y el carácter de clase de la guerra de independencia. Tiene relación directa con el tipo de burguesía que se ha desarrollado en estos países. Tiene que ver también con la anacrónica base económica (semifeudalidad y semi colonia) en la que se afianza desde su origen la República. Por su propia naturaleza, lo que se considera élite política en estos países, no actuó como una verdadera clase burguesa. Su actitud frente a las potencias mundiales es de sumisión completa, y no presenta la más mínimo oposición a los dictados y ordenes imperialistas. Agacha la cabeza sin chistear frente al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional, y otras instituciones imperiales. La fortuna de esta «burguesía» no proviene del dinamismo económico, sino de las comisiones que recibe de las trasnacionales y del uso fraudulento y mafioso que hace del Estado.

La razón principal que invalida cualquier paso integracionista de burguesía y terratenientes tiene que ver con el origen histórico-político de estas dos clases opresoras. Estas clases sociales que detentan el poder del Estado desde el inicio del siglo XIX no fueron ni son portadores de nuevas y superiores relaciones de producción respecto a las impuestas durante 300 años por los colonialistas españoles. El cambio de la colonia a la República solo significó el cambio de unos explotadores parasitarios por otros explotadores parasitarios. Si los primeros, acumulan sus inmensas riquezas en el mantenimiento de un sistema económico anacrónico de servidumbre, esclavista y corrupción, los segundos sustentaron sus ganancias y sus fabulosas riquezas en un sistema económico basado en el trabajo servil, la esclavitud, la semiesclavitud, y en el fraude y el delito financiero cometidos desde la máxima instancia de poder.

En Perú, por ejemplo, la República fue fundada en julio de 1821, pero la esclavitud de la población de origen africano se prolongó hasta 1851. Aún en la actualidad, sigue superviviendo relaciones de producción utilizada en la época colonial. El sistema de trabajo esclavista se mantiene en algunas regiones amazónicas, donde los indígenas son obligados a trabajar sin salario y sin ninguna norma laboral. Lo mismo ocurre en las principales ciudades del Perú, donde se calcula que cerca de un millón de jóvenes mujeres, entre 12 y 30 años de edad, provenientes de los andes son obligadas por el hambre y la miseria a trabajar de «sirvientas» (léase siervas) cuyos sueldos no pasan de 5 dólares al mes, y donde el horario de trabajo se inicia a la 6 de la mañana y concluye a la 12 de la noche (18 horas de trabajo por día en promedio). Este brutal sistema de trabajo obliga a la «sirvienta» a «vivir con los patrones» («cama adentro»), y en forma similar a la época de la colonia, ella carece de cualquier tipo de derecho, incluso el de no dejarse violar por los patrones. En muchos casos, la «sirvienta» está excluida de un salario y se considera remunerada con la alimentación que recibe cada día.

La gran burguesía y los terratenientes, herederos de la colonia, se constituyeron, no como clases avanzadas frente a un sistema colonial decadente y en crisis, sino más bien como vulgares testaferros de las potencias mundiales (franceses, ingleses y posteriormente los Estados Unidos) que se afincan como los nuevos amos después de la derrota militar del colonialismo español en 1824. Después de la fase de la independencia, como señalan algunos historiadores, las elites locales asumieron el poder político como herederos de la autoridad colonial y no como instrumento de transformación radical de las estructuras internas. La emancipación de los pueblos latinoamericanos, siendo uno de los acontecimientos políticos más sobresalientes del siglo XIX, no corona en un verdadero proceso liberador para la nación y los pueblos. Sufre una ruptura en su desarrollo, y pierde su perspectiva histórica a causa directa de las ambiciones e intereses de los grupos que se apoderan del poder. Estos grupos se organizan como agrupación de mafiosos, y crean republicas caricaturescas sin leyes ni normas, reflejo directo de una sociedad semiefeudal y semicolonial amarrada y dependiente de las potencias extranjeras.

Desde los albores de la República se impone el caudillismo militar o civil donde cualquier soldado o civil del más bajo nivel de la sociedad se irroga el derecho de sentarse en el sillón presidencial. Perú resulta un buen ejemplo de este tramo de la historia. La República peruana se inicia en 1821 como un protectorado militar (bajo la presidencia del general argentino José de San Martín). Desde su origen hasta la actualidad (2004) se han sucedido en el poder 99 gobiernos. De ellos 56 han sido dictaduras militares y 43 regímenes civiles sostenidos en exclusivo por las fuerzas armadas. Jorge Basadre, para referirse a la incapacidad e inoperancia histórica de las elites políticas del Perú, compara el desarrollo político del Perú y Chile. Dice el historiador que en 40 años de vida política (1831-1879), Chile tuvo 6 presidentes constitucionales, mientras que el Perú en el mismo periodo tuvo 20 «gobernantes aparte de algunos interinos y accidentales». Agrega además que de los veinte gobernantes, 13 fueron dictaduras que «surgieron violentamente» (3).

Estas clases políticas, son históricamente ineptas y no tienen ningún valor moral ni político para forjar una verdadera integración de los pueblos, y sobre todo si ella apunta como se dice en los discursos públicos a beneficiar a los oprimidos. La integración no surgirá de una élite responsable del hambre y el sufrimiento de la mayor parte de la población, en particular de los asalariados y los campesinos. Si alguna vez en la historia, América Latina transitó por una autentica lucha de integración de los pueblos, fue sobre todo por la acción integracionista y revolucionaria de Francisco Miranda (4), el gran precursor de la lucha de liberación de estos pueblos. Miranda, como dice el gran historiador Bartolomé Mitre, era «un guerrero animado de una pasión generosa…Considerado por Napoleón como un loco animado de una chispa de fuego sagrado….tuvo la primera visión de los grandes destinos de la América Repúblicana…Fue él quien centralizó y dio objetivo a los trabajos revolucionarios».(5). Le toco a Miranda ser el autor de la histórica «Carta a los Americanos» publicada en 1791, donde se convoca a la guerra y la lucha contra el oprobio español, «no podía prolongarse la cobarde resignación, dice, y donde se consigna formar una América unida «por comunes intereses, una grande familia de hermanos». Con la muerte en prisión (14 de julio de 1816) de Francisco Miranda (entregado por Bolivar a las tropas españolas) la naciente burguesía latinoamericana pierde la única posibilidad histórica de integración de estos pueblos.

No habrá integración latinoamericana al margen de una lucha tenaz contra las potencias mundiales, en particular contra los Estados Unidos. La lucha contra el imperialismo en América Latina es al mismo tiempo un combate contra el sistema semifeudal y semicolonial sostenida por burgueses y terratenientes de la región. Estas clases han perdido el paso de la historia y desde el aspecto económico o político no serán capaces de viabilizar una unidad independiente y soberana respecto a las potencias extranjeras. Sus intereses de clases parasitarias, aparecen estrechamente relacionadas con los intereses y planes de dominación de las potencias mundiales. La trayectoria antihistórica de estas clases las ha puesto de espaldas al desarrollo, el progreso y la independencia. La burguesía y terratenientes de América Latina, surgen como testaferros de las transnacionales y el del imperialismo. Estos grupos de poder, no buscan su riqueza en la producción y en el desarrollo económico y comercial del país, sino más bien en el robo, la coima, el contrabando, y en todo tipo de delito común que comete desde el aparato del Estado. Si la burguesía europea se impone en el poder después de una larga y violenta contienda ideológica y política con la feudalidad y todas las fuerzas retrogradas del pasado, no es el caso de la burguesía latinoamericana que surge como apéndice de los grupos de poder extranjeros. Bien anotó José Carlos Mariátegui en 1928, cuando dijo que en «el Perú, no hemos tenido en cien años de República, una verdadera clase capitalista. La antigua clase feudal, camuflada o disfrazada de burguesía republicana, ha conservado sus posiciones» (6).


Notas:

1. Lucimara Braite-Poplawski, Universidad de Tübingen, Alemania.

2. (Declaración del Cusco Sobre la Comunidad Sudamericana de Naciones, 8 de diciembre 2004).

3. Jorge Basadre, Historia de la República del Perú, tomo VIII, 1922-1933.

4. Francisco Miranda nació en Caracas el 28 de marzo de 1750 y murió en una prisión en España gravemente enfermo el 14 de julio de 1816, «a la una y cinco de la mañana», como lo registra la historia. «El «precursor» de la independencia sudamericana daba su último suspiro», escribe un historiador.

5. Bartolomé Mitre, Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana, Tomo I, Buenos Aires, 1944.

6. José Carlos Mariátegui, El problema agrario y el problema del Indio, 1928.