Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Ciudad de México – ¿Una elección robada por un régimen enraizado? ¿La oposición afirma que hubo más votos que las boletas distribuidas a los locales electorales? ¿Se impidió que observadores electorales independientes presenciaran el recuento de votos? ¿Los funcionarios electorales reaccionan ante demandas de un recuento con la oferta de volver a contar sólo un 10% de los votos? ¿Medios controlados por el régimen que exaltan la victoria del gobernante y satanizan al perdedor? ¿El uso de medios alternativos por la oposición para que se conozca su versión de la historia? ¿Masivas protestas callejeras de millones de manifestantes pacíficos con pancartas hechas en casa y con brazaletes que muestran el color de su movimiento? ¿Por lo menos 20 manifestantes abatidos a tiros por autoridades y paramilitares? ¿Indignación moral mundial avivada por los medios internacionales?
¿Irán 2009? ¡Sí!
¿México 2006? Sí y no.
Todos los aspectos del guión mencionado describen el Gran Engaño Electoral Mexicano de hace tres años para el – con la excepción del enigma de la indignación moral en todo el mundo. Virtualmente ignorado por los medios internacionales, el robo de la elección presidencial por la oligarquía derechista provocó poca indignación en algún sitio fuera de México.
Una comparación de la cobertura dada a ambos casos de fraude electoral por el New York Times (NYT), el «diario de referencia», es aleccionadora.
La cobertura de la agitación en Irán en el NYT ha sido abrumadora. Durante los primeros nueve días de la crisis electoral, el Times publicó a diario por lo menos un artículo en primera plana – desde el día de la elección del viernes 12 de junio hasta el sábado 20 de junio, el drama electoral iraní ocupó la columna derecha (el artículo principal) en la edición internacional durante ocho de nueve días. El Times también presentó un segundo artículo sobre Irán en la primera plana en seis de las nueve ediciones estudiadas – en cuatro de esos días, las historias fueron acompañadas por una foto en colores de cuatro y a veces cinco columnas, sobre todo de multitudes que apoyaban al rival, Mir-Hossein Mousavi, ex primer ministro quien dejó su marca en la historia en los años ochenta al recibir una Biblia cristiana y un queque en la forma de una llave de emisarios de Ronald Reagan a cambio del financiamiento de los contras nicaragüenses.
A medida que pasaba la semana, numerosos artículos se concentraron en protestas callejeras y en violencia infligida por paramilitares que supuestamente llevaron a la muerte de una cantidad de manifestantes. Aparte de las historias de primera plana, enlaces llevaban a diario a una o más páginas interiores, acompañadas por fotos adicionales.
El Times envió a cuatro periodistas firmantes de artículos a Teherán para las festividades: Robert Worth, Michael Slackman, Neil MacFarquhar, y el iraní Nazna Pathi, más Eric Schmidt que informaba desde Washington. Bill Keller, editor ejecutivo del New York Times, voló a la capital iraní para escribir un informe diario. Todos los periodistas del Times en Teherán se alojaron en hoteles de cinco estrellas en el lujoso norte de la ciudad, donde Mousavi cuenta con una base sustancial de clase media alta.
Mientras tanto, en Nueva York, el consejo editorial del Times publicó un par de editoriales durante la primera semana de la agitación denunciando la represión de la protesta pacífica y el supuesto fraude electoral. Por lo menos siete sermoneos de opinión editorial vilipendiaron al presidente actual Mahmud Ahmadineyad, cuyas condenas de Israel son combatidas asiduamente por el Times, y celebraron al presunto vencedor Mousavi, pero con diferentes grados de precaución.
Después de la elección recriminada, la conclusión del Times de que la elección había sido robada fue compartida por muchos, incluido el veterano especialista en Oriente Próximo Robert Fisk, también desde Teherán. Pero, en el Independent de Londres el 19 de junio, Fisk comenzó a mostrar dudas. El apoyo popular para Ahmadineyad en ciudades provinciales y entre los pobres en el campo, especuló, podría haber llevado perfectamente a una avalancha victoriosa para el gobernante – aunque tal vez no por los 11 millones de votos con los que afirma haber vencido a su contrincante.
La elección presidencial mexicana del 2 de julio de 2006, fue probablemente la más polarizada en esa nación vecina de EE.UU., en la que se enfrentaron la izquierda contra la derecha, los pobres contra ricos, y los morenos contra el privilegio de piel blanca, y la campaña fue brutal, plena de invectivas y de malas jugadas. El significado subyacente de la elección fue la posición geopolítica de México – ¿seguiría siendo un dócil aliado de Washington o se sumaría al tsunami anti neoliberal que arrolla en América Latina?
En el período previo a la elección, el New York Times pareció favorecer la candidatura del derechista Felipe Calderón del gobernante partido PAN y despreciar al izquierdista Andrés Manuel López Obrador, el popularísimo jefe de gobierno del Distrito Federal. De un modo muy parecido a Irán, México tiene una larga tradición de fraude electoral. A diferencia de Irán, México tiene una frontera de 3.159 kilómetros con EE.UU.
La elección mexicana la cubrió para el «periódico de referencia» Ginger Thompson para quien la historia sería su canto del cisne después de ocho años en el país (el Times la sacó del Baltimore Sun) y el neófito James McKinley, quien vino a México desde la oficina del NYT en Albany. Bill Keller no participó en la fiesta.
El Times publicó una introducción en su primera página el día antes de la elección pero no en la columna a la derecha. Un segundo artículo apenas en la parte superior de la primera plana del 3 de julio informó que Calderón iba ganando por pocos votos y un despacho del 5 de julio, también en primera plana, confirmó la victoria del derechista – aunque las autoridades electorales mexicanas todavía no la habían declarado. Se habló poco de la afirmación de fraude hecha por López Obrador hasta una inmensa manifestación del 8 de julio que reunió a medio millón de partidarios en la gran plaza de El Zócalo en Ciudad de México. A diferencia de la cobertura del New York Times desde Teherán, la noticia sobre la inmensa reunión apareció en el interior – como todas las noticias subsiguientes sobre la elección mexicana, cuando las movilizaciones de López Obrador se expandieron exponencialmente hasta llegar el 30 de julio a 2.000.000 participantes (según informes de la policía), la mayor manifestación de protesta política en la historia mexicana. Thompson redujo permanentemente las cifras a la mitad.
Varios meses de protestas paralelas por maestros y militantes indígenas en el Estado Oaxaca, durante las cuales 26 fueron muertos por policías y paramilitares, ni siquiera merecieron una información en el Times. En agosto, cuando la disputa electoral llegó a los tribunales, la cobertura fue reducida a resúmenes internacionales – y para entonces Thompson había abandonado el país.
Dicho sea a su favor, el consejo editorial del NYT en Nueva York escribió un editorial cuestionando de refilón la minúscula ventaja de 0,057% de Calderón por sobre el izquierdista, y publicó dos artículos de opinión editorial que denunciaban el fraude en términos claros. A este respecto, la cobertura del fraude electoral mexicano de 2006 fue mucho más equilibrada que en 1988, cuando el entonces gobernante PRI robó la presidencia al izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas en un despliegue descarado de robo electoral. Incluso los informes de testigo presencial del robo de votos de su corresponsal emérito Alan Riding no pudieron convencer al consejo editorial del Times de las triquiñuelas del PRI. El vencedor, el ahora vilipendiado Carlos Salinas, fue calificado de «campeón del libre mercado» y la elección fue caracterizada como «la más limpia de la historia mexicana.»
Para este autor, quien cubrió las debacles electorales de 1988 y 2006 en México, y el doctor Alfredo Jalife, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y columnista geopolítico para al periódico izquierdista La Jornada, quien las vivió, el factor determinante en la tensa cobertura de Irán en 2009 y su aburrido reportaje sobre México 2006 fue fácilmente discernible. «México no amenaza a Israel,» observó Jalife en una reciente entrevista telefónica.
La imperturbable y acrítica defensa de Israel es la razón de ser subyacente del clan Sulzberger, editores del New York Times.
La autoridad moral del Times para determinar el nivel de prominencia del fraude electoral en Irán y México debe ciertamente ser cuestionada a la luz del robo de Florida 2000 por los bushistas y la poca atención otorgada por el «periódico de eminencia» a las alteraciones de las máquinas de votación en Ohio en 2004. «¿Qué da a los gringos el derecho de juzgar las elecciones de otros pueblos?» pregunta Berta Robledo, una activista favorable a López Obrador, mientras tomamos café con leche en el centro de Ciudad de México.
La comparación de la cobertura del fraude electoral en Irán y México viene durante una curiosa coyuntura para los ayatolás del New York Times ahora cuando el principal acreedor de Times Corporation, y muy posiblemente su principal accionista aparte de la dinastía real Sulzberger-Ochs, es un mexicano, el magnate Carlos Slim, otrora el multimillonario más rico en la lista Forbes pero que ahora fue relegado al tercer lugar detrás de Bill Gates y posiblemente Warren Buffet después de sufrir debilitadoras pérdidas en el actual mercado suicida.
Son tiempos peligrosos para el Times: el periódico debe más de mil millones de dólares, las pérdidas en el primer trimestre de 2009 fueron de un récord de 74,5 millones de dólares, y el valor de la acción es ahora menos que el precio de la edición dominical del periódico – los dividendos de los accionistas han sido suspendidos indefinidamente. Mientras tanto se genera un gran problema laboral con el intento del NYT de cerrar el Boston Globe por el cual pagó más de 1.000.000.000 de dólares – el desafío de los miembros del gremio en Boston amenaza con extenderse a la sala de noticias de Nueva York.
Mientras el techo se derrumba en Wall Street y la industria periodística exhala el último suspiro – la publicidad y la cantidad de lectores han sufrido la caída más precipitada desde la Gran Depresión – la administración del Times escogió a Slim a fines de 2008 para salvar al periódico de sí mismo. El préstamo de 250 millones de dólares del mexicano dio al NYT un poco de espacio para respirar pero fue logrado a una tasa sorprendente de interés de un 14% anual. Si no es pagado en seis años, dará derecho al multimillonario basado en Ciudad de México a entre un 16 y un 18% de las preciosas acciones preferidas de los Sulzberger.
Carlos Slim, hijo de un inmigrante libanés que se casó con el clan cristiano maronita Gemayel (alineado ahora con Hezbolá, en la madre patria), tiene un toque parecido al de Midas para comprar negocios fracasados por una bicoca y convertirlos en nuevas fortunas. Las compañías de Slim representan ahora un 40% de las negociadas en el mercado bursátil mexicano.
Tanto Slim como la administración del Times proclaman ruidosamente que el magnate mexicano tendrá influencia editorial, y por cierto el único cambio visible por lo menos aquí en México es que ,desde la actuación de su ciudadano más rico en el NYT, el precio de la edición editorial en el puesto de periódicos ha aumentado a 4 dólares (53 pesos por día), el doble de lo que el Times cobra en El Norte, donde el periódico ha decretado tres aumentos de precio en los últimos 18 meses (de 1 dólar, a 1,25, a 1,50 y ahora a 2 dólares).
La historia se pone más y más curiosa. Un resumen interno del 9 de febrero que apareció en la portada de la sección de negocios preveía un futuro halagüeño para la ex Vieja Dama Gris de la Calle 43 (Los Sulzberger vendieron recientemente su nuevo y costoso rascacielos en la Octava Avenida y alquilan ahora espacio para oficinas en el mismo.) En los hechos, sugería la historia, el Times no necesitaba realmente el rescate de Slim pero lo aceptó en todo caso porque el dinero va a costar mucho más en los próximos años. Rumores que circulan en la sala de noticias revelan una justificación alternativa: al tomar el préstamo de Slim, los Sulzberger querían desalentar las aspiraciones del ex magnate del cine y de la música, David Greffen, de adquirir el periódico y convertirlo en una ONG.
Rumores semejantes surgen a menudo en el ambiente de invernadero que irradian los gigantes que tropiezan. Los motivos de Slim para apoderarse de un periódico al borde de la bancarrota también desconciertan a los conocedores de la industria y en la primavera de 2009 la revista New Yorker envió a Lawrence Wright a México a fisgar dentro del cráneo de Slim – con resultados inciertos.
El magnate, como una Esfinge, no fue muy comunicativo en largos viajes con el reportero por Ciudad de México (Slim conduce él mismo pero va seguido de cerca por un todo terreno repleto de guardaespaldas armados hasta los dientes.) El hombre más rico, por lo menos en Latinoamérica, dijo a Wright que realmente le gusta el New York Times. Comenzó a leerlo cuando llegó a Nueva York recién cumplidos los 20 años y, aunque no lo hojea cada día – su tienda por departamentos y cadena de restaurantes Sanborn no vende el NYT y Slim dice que no sabe cómo utilizar un ordenador para leer el Times On-line – admira la información del periódico. Carlos Slim es un fanático del béisbol, confesó a Wright, y como el Times, un fanático de los Yankees. Le gusta particularmente estudiar el tipo ágata: promedios de bateo, earned runs, RBIs, home runs etc. A Carlos Slim le gustan los números.
Al multimillonario también le gustan las marcas. Wright cuenta una historia de cómo Slim fue de compras a Saks Fifth Avenue y terminó por comprar un 17% de la compañía, atraído sobre todo por la excelente propiedad de Saks en Manhattan. Del mismo modo, Slim ahora posee un 17% de Sears. Piensa que el New York Times en una buena marca.
Carlos Slim también está enamorado de los monopolios. Telmex, la compañía telefónica mexicana que Salinas le regaló en 1990, tiene un monopolio virtual sobre el tráfico telefónico y de Internet de México, y su American Movil es el más poderoso carrier de teléfonos móviles en Latinoamérica con más de 200 millones de suscriptores y un 70% del mercado, otro monopolio virtual.
Leyendo entre las líneas de la entrevista de Wright, parece ser absolutamente que Slim – y los Sulzberger – cuentan con la aniquilación de la industria de de la prensa para darle un vuelco al Times. Si y cuando la caída llega a su punto más bajo, el campo se habrá despejado hasta dejar unos pocos preciosos supervivientes y el New York Times será el más grande de los restantes. La resurrección de un New York Times más fuerte que nunca animará grandemente por cierto las perspectivas de Slim de recapturar el lugar Número Uno en la lista del Multimillonario más rico del mundo. Como dijera Slim al New Yorkers, le gustan los números.
Pero lo que es bueno para Carlos Slim y para el New York Times no es bueno para la prensa en general y menos todavía para los que quieren ver el fondo de cosas como el fraude electoral en Irán y México – estos ciertamente quieren noticias genuinas y no la visión del mundo de los Sulzberger y sus compinches que se resume bastante en la defensa de Israel a cualquier precio. El tipo de periodismo corporativo que practica el New York Times deforma historias como la de la resistencia iraní al fraude electoral y deja en el polvo de la historia a México 2006 cuando millones salieron a las calles para desafiar la elección fraudulenta de un testaferro de EE.UU.
……….
John Ross sigue su batalla con la industria médica en el frente interior. «El Monstruo – True Tales of Dread & Redemption In Mexico City» de Ross será publicado por Nation Books a fines de 2009. Si tiene más información, escriba a: [email protected] o visite www.johnross-rebeljournalist.com