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La campaña de Mousavi en Irán y las lecciones de pasadas «revoluciones de color»

Fuentes: Global Research/WSWS

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


El movimiento político del derrotado candidato presidencial iraní Mir Hossein Mousavi, llamado «Ola verde» por el color de su campaña, tiene paralelos impresionantes con las «revoluciones de color» respaldadas por EE.UU. en las antiguas repúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania.

Como las campañas para llevar al poder a regímenes pro-EE.UU. en Georgia (2003) y Ucrania (2004), la campaña alrededor de Mousavi ha sido respaldada por poderosos sectores del establishment iraní y apoyada por Washington, los medios de EE.UU. y las potencias europeas. Como en Teherán, capas de mejor posición económica de las clases medias urbanas dominaron las grandes manifestaciones opositoras en Tiflis y Kiev.

A falta de una alternativa socialista, las masas de trabajadores y de gente pobre de Irán votaron por el actual presidente. Mahmud Ahmadineyad, quien ha creado una base de apoyo entre ellos al adoptar una posición populista, denunciando la corrupción en la elite clerical, y al suministrar una cierta asistencia social. La clase trabajadora se mantuvo apartada de las manifestaciones contra Ahmadineyad ya que no vio nada que mereciera apoyo en las políticas favorables al mercado de Mousavi.

Como en el movimiento opositor encabezado por Mousavi, los movimientos opositores en Georgia y Ucrania, se presentaron como democráticos, mientras impulsaban políticas económicas favorables al mercado y a la apertura de sus países a la inversión occidental.

Mousavi es un personaje antiguo dentro del régimen existente, y un defensor probado de los intereses de la burguesía iraní. Considerado como protegido del primer supremo líder de Irán, Ruhollah Jomeini, Mousavi fue primer ministro de 1981 a 1989, y supervisó la represión contra los movimientos de izquierda y la matanza de cientos de miles en la devastadora guerra contra Iraq.

La campaña presidencial de Mousavi en 2009 y las subsiguientes manifestaciones fueron respaldadas por sectores de la elite empresarial y religiosa de Irán, tales como el ex presidente y multimillonario ayatolá Ali Akbar Hashemi Rafsanyani y el ex presidente Mohammad Jatami.

En la medida en que estudiantes y otros sinceramente opuestos al represivo régimen de Ahmadineyad se involucraban en las manifestaciones de la «revolución verde», fueron canalizados tras un sector de la clase gobernante iraní. Es crítico que los trabajadores y los jóvenes iraníes hagan una evaluación política de las experiencias de la clase trabajadora internacional, especialmente en los países donde gobiernos favorables a EE.UU. han sido llevados al poder bajo la guisa de una revolución democrática.

Georgia

La «revolución rosa» en Georgia consistió de una facción pro-EE.UU. de la elite gobernante del país que se separó del presidente de entonces, Eduard Shevardnadze, para asumir el liderazgo de una oposición supuestamente democrática.

Antiguo alto burócrata estalinista y ministro de exteriores de la Unión Soviética bajo Mijaíl Gorbachov, Shevardnadze había sido presidente de Georgia desde 1995. Durante su gobierno, Shevardnadze había tratado de compensar las tensas relaciones con Rusia, principal socio comercial de Georgia, cortejando a Washington. Para EE.UU., un punto de apoyo en Georgia era esencial para expandir su influencia en la región del Cáucaso, mediante el cual apuntaba a obtener el control de las rutas de oleo y gasoductos de la Cuenca del Caspio a Europa. Con este fin, Georgia se convirtió en los años noventa en un importante receptor de ayuda de Washington y se asoció con la alianza militar dirigida por EE.UU., la OTAN.

Durante este período de relaciones amistosas entre Shevardnadze y EE.UU., las frecuentes afirmaciones dentro de Georgia de fraude electoral y violencia policial contra los opositores fueron recibidas con un silencio sepulcral de Washington y los medios de EE.UU.

Sin embargo, la recuperación económica de Rusia de su crisis financiera de fines de los años noventa, en gran parte sobre la base de altos precios del petróleo y del gas, permitió que Moscú asumiera un papel más firme y enérgico en su «extranjero cercano.» La región del Cáucaso es vital para los intereses energéticos y de defensa de la elite gobernante rusa, y el gobierno de Vladimir Putin logró presionar a Shevardnadze para que desarrollara relaciones más estrechas con Moscú.

Este intento de acercamiento con el Kremlin hizo que el régimen en Tiflis tuviera problemas por la posición cada vez más beligerante hacia Rusia tomada por el gobierno de Bush. En 2003, después de elecciones parlamentarias, un sector de la elite georgiana, que vio que los días de Shevardnadze estaban contados, se unió alrededor del líder opositor Mikheil Saakashvili.

Abogado, educado en EE.UU., Saakashvili había sido fiel al gobierno de Shevardnadze hasta que rompió con su antiguo jefe en 2001, fundando el partido opositor nacionalista de derecha, Movimiento Nacional Unido.

Entre los patrocinadores estadounidenses de Saakashvili estaba el Liberty Institute (fundado por la Agencia de EE.UU. por el Desarrollo Internacional [USAID], la Fundación Nacional por la Democracia [NED] (apoyada por la burocracia sindical estadounidense de la AFL-CIO), y la agencia para el exterior del partido demócrata, el National Democratic Institute. Una serie de activistas involucrados en el grupo juvenil serbio Otpor financiado por EE.UU., que habían participado en un golpe favorable a Washington en Serbia, también trabajaron en la campaña de Saakashvili.

Después de las elecciones de noviembre de 2003, miles de georgianos, en su mayoría jóvenes, manifestaron contra los resultados oficiales, que daban la victoria al partido de Shevardnadze. El 22 de noviembre, Saakashvili dirigió a una multitud de varios cientos de manifestantes del grupo estudiantil Kmara respaldado por EE.UU. al edificio del parlamento en Tiflis, obligando a Shevardnadze a huir. El presidente luego declaró un estado de emergencia y trató de movilizar a la tropa. Sin embargo, unidades militares de elite se negaron a apoyar a su gobierno, y Shevardnadze renunció el 23 de noviembre, después de recibir por lo menos dos llamados telefónicos del secretario de estado de EE.UU. Colin Powell.

Una vez que llegó al poder, Saakashvili abandonó rápidamente sus pretextos democráticos. El mismo nivel de corrupción y de represión de los grupos opositores que bajo Shevardnadze ha caracterizado al gobierno de Saakashvili, quien prosiguió las agresivas campañas patrioteras georgianas contra las regiones autónomas de Osetia del Sur, Abjazia y Adjaria.

Uno de los primeros actos de Saakashvili fue contratar al operador del partido republicano de EE.UU., Randy Scheunemann, posteriormente alto asesor de política exterior del derrotado candidato presidencial John McCain, para que ayudara a congraciar al nuevo régimen con el gobierno de Bush. Personal militar de EE.UU. entrena activamente a fuerzas de seguridad georgianas y la economía del país ha sido abierta a las corporaciones transnacionales. La política favorable a EE.UU. en Tiflis ha incluido esfuerzos por unirse a la OTAN, aumentando considerablemente las tensiones con Rusia.

En agosto de 2008, esto culminó en el bombardeo por los militares georgianos, respaldados por Washington, de la provincia de Osetia del Sur controlada por Rusia, legalmente parte de Georgia pero independiente de facto de Tiflis desde 1992. Luego hubo una breve guerra entre Rusia y Georgia, que amenazó con llevar a una confrontación militar generalizada entre Rusia y EE.UU., que desplazaron barcos de guerra frente a la costa georgiana.

Ucrania

Después de su exitoso golpe en Tiflis, Washington pasó a producir un cambio semejante en Ucrania. En elecciones presidenciales realizadas a fines de 2004, el candidato favorable a EE.UU., Viktor Yushchenko, perdió en la segunda vuelta frente a Viktor Yanukovich, lugarteniente del presidente saliente Leonid Kuchma y candidato favorecido por Moscú. Con la afirmación de que los patrocinadores de Yanukovich habían cometido fraude electoral para asegurar su victoria, Yushchenko encabezó un movimiento de protesta contra los resultados que conquistó el apoyo de numerosos jóvenes.

Como Saakashvili, Yushchenko había sido un personaje de confianza del régimen anterior que fue obligado a apartarse por feudos intestinos. Yushchenko había sido primer ministro de Kuchma desde 1999 a 2001, y sirvió como jefe del banco central de Ucrania durante la liquidación de propiedad nacionalizada en los años noventa.

Después de caer en desgracia con Kuchma en 2001, Yushchenko ofreció sus servicios a los intereses de política exterior de EE.UU., y estableció un partido rival comprometido con el capitalismo de libre mercado y con la forja de estrechos vínculos con EE.UU.

Su «revolución naranja» fue un asunto escenificado siguiendo el modelo de los eventos en Georgia y financiado y dotado de personal por ONG estadounidenses y organizaciones casi gubernamentales como el Instituto Internacional Republicano. El propio Yushchenko está casado con una ex asesora especial del Departamento de Estado de EE.UU.

Los trabajadores y jóvenes quienes estaban realmente disgustados por el corrupto régimen de Kuchma y quienes se unieron bajo la bandera naranja fueron utilizados como camuflaje para lo que fue la transferencia del poder de un clan de oligarcas a otro. Uno de los principales aliados de Yushchenko fue Yulia Tymoshenko, otra persona de confianza del antiguo régimen de Kuchma. Ella y su esposo son dos de las personas más ricas de Ucrania. Hicieron su fortuna gracias a su control de las exportaciones de energía en la década de los noventa.

Desde que llegó a ser presidente, Yushchenko se ha convertido en un personaje aún más odiado que Kuchma. Los sondeos de opinión han señalado que el apoyo al presidente no ha llegado a un 10% en los últimos tres años. Los estándares de vida de los ucranianos se han deteriorado, mientras la corrupción estatal sigue siendo generalizada. Yushchenko ha seguido adelante con sus planes de llevar a Ucrania a la OTAN, una política a la que se opone la abrumadora mayoría de la población y que está desestabilizando las relaciones ya tensas con Rusia.

A falta de un mínimo de principios políticos, la alianza de Yushchenko con Tymoshenko durante la «revolución naranja» se deshizo rápidamente, ya que cada uno trató de dominar políticamente al otro, incluso mediante alianzas con el candidato presidente derrotado, Yanukovich, el mismo al que habían acusado de robo de la elección de 2004.

En los preparativos para la elección presidencial planificada para enero de 2010, Yushchenko y Tymoshenko se han acusado mutuamente de conspirar para establecer un gobierno tiránico.

En Georgia y en Ucrania, la política exterior de EE.UU. exigió un cambio de personal para hacer progresar los intereses de EE.UU. contra los de Rusia. Las quejas sobre «elecciones robadas» y las invocaciones de derechos democráticos suministraron una cobertura política para esos objetivos.

Del mismo modo, la intervención del imperialismo estadounidense y europeo, encabezada por los medios estadounidenses, en las elecciones iraníes no tiene nada que ver con algún apoyo a la democracia contra el autoritarismo. Tiene que ver con la confluencia de profundas divisiones dentro del establishment clerical iraní y los intereses geo-estratégicos del imperialismo de EE.UU., centrados en la importancia de Irán como uno de los mayores productores de petróleo y gas del mundo y su ubicación en la encrucijada de Oriente Próximo y Asia Central, al borde de las tres zonas de guerra de EE.UU. en Afganistán, Pakistán e Iraq.

La historia contrarrevolucionaria de la participación del imperialismo de EE.UU. en Iraq, desde el derrocamiento respaldado por la CIA en 1953 del gobierno elegido de Mohammed Mossadegh, a su apoyo a la brutal dictadura del shah Reza Pahlavi, a sus sanciones contra la República Islámica, ha impedido que el gobierno de Obama adopte una posición tan abierta a favor de Mousavi como lo hizo en las anteriores «revoluciones de color».

Esta necesidad de una intervención algo más sutil del gobierno de EE.UU., que no disminuyera el apoyo popular para Mousavi, se ha reflejado en la retórica un poco más reservada del presidente Obama sobre el resultado de la elección y las manifestaciones. Sin embargo, Washington no tiene un rol pasivo en la política iraní. Las Fuerzas Especiales de EE.UU. han operado en lo profundo de Irán durante varios años, según el veterano periodista investigativo estadounidense, Seymour Hersh, y sólo los más ingenuos llegan a creer que las agencias de inteligencia de EE.UU. no tienen amplios contactos en Irán, incluso dentro de los círculos gobernantes.

El papel principal en el respaldo a la oposición alrededor de Mousavi ha recaído en los medios de EE.UU., y un menor escala en los gobiernos europeos. The New York Times, CNN, Nation magazine, etc. han utilizado afirmaciones de fraude electoral en un esfuerzo por producir un cambio de gobierno en un país considerado como vital para los intereses de su burguesía nacional.

Aunque puede haber habido un cierto grado de fraude electoral, no se ha presentado evidencia que apoye la afirmación de Mousavi, aceptada sin crítica por los medios de EE.UU., de que derrotó a Ahmadineyad, mientras que las afirmaciones de un fraude electoral sirven a Mousavi y a sus poderosos patrocinadores iraníes como medio para promover su posición en una lucha política dentro de la burguesía iraní.

El primer punto de la disputa no es la democracia en Irán, sino las relaciones del régimen clerical con Washington. Incluso en este caso, las diferencias son de una naturaleza táctica, más que de principios. Ahmadineyad y su principal respaldo, el supremo líder ayatolá Jamenei, también quieren llegar a un acuerdo con el imperialismo de EE.UU. El régimen iraní ha cooperado con Washington en sus guerras en Iraq y Afganistán, utilizando una retórica anti-estadounidense y anti-israelí sobre todo para reforzar sus credenciales «antiimperialistas» en el interior del país.

Mousavi y los sectores de la elite que lo respaldan ven esa retórica como un obstáculo para la normalización de las relaciones con Washington. También quieren abrir la economía iraní al capital occidental privatizando industrias de propiedad estatal y terminando con los subsidios, una política que amenaza los intereses de los sectores más débiles del empresariado iraní, como ser los comerciantes del bazar que formaron una importante base de apoyo para la revolución de 1979 y que siguen siendo una base importante de la República Islámica.

Frente a severas dificultades en la economía iraní y mundial, tanto Ahmadineyad como Mousavi apoyarían la imposición de medidas de austeridad a la clase trabajadora. El «reformista» Mousavi no menos que el «partidario de la línea dura» Ahmadineyad enfrentarían con máxima brutalidad un incremento de las luchas de la clase trabajadora iraní, que lucha bajo una inflación incontrolada, escasez, desempleo y restricciones de los derechos democráticos. Ningún sector de la burguesía puede realizar las aspiraciones sociales y democráticas de las masas iraníes. Sólo lo puede lograr un movimiento políticamente independiente de la clase trabajadora iraní sobre la base de una perspectiva socialista e internacionalista.

© Copyright Niall Green, World Socialist Web Site, 2009

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=14242