Acostumbrados como estamos a recibir noticias en torno a campañas u ofensivas que desde el mando militar estadounidense y sus aliados se ponen en marcha en Iraq o Afganistán, estos días estamos asistiendo a lo que se podría denominar «la campaña de primavera», pero sus promotores han sido esta vez los movimientos armados contrarios a […]
Acostumbrados como estamos a recibir noticias en torno a campañas u ofensivas que desde el mando militar estadounidense y sus aliados se ponen en marcha en Iraq o Afganistán, estos días estamos asistiendo a lo que se podría denominar «la campaña de primavera», pero sus promotores han sido esta vez los movimientos armados contrarios a la presencia militar extranjera en suelo afgano.
Hace ya algunos meses que se preveía esta escalada militar por parte de los talibanes y a ello ha contribuido toda una serie de factores convergentes con la estrategia diseñada por la llamada dirección nacional de ese movimiento. Estas semanas hemos asistido en el país asiático a todo tipo de ataques contra cuarteles militares, policía y ejército afganos, funcionarios de inteligencia, religiosos contrarios a la política taliban. todo ello contribuye a presentarnos una fotografía de Afganistán, que lejos de la normalidad que nos quieren presentar, una supuesta normalidad social y política (como la puesta en marcha del nuevo parlamento) apenas sobrepasa los límites de la zona de la capital controlada por las fuerzas extranjeras.
Decenas de ataques diarios, coches bomba, atentados suicidas, secuestros emboscadas, son la tónica hace tiempo en la mayor parte del país, unido a ello está además la constatación del llamado «efecto iraquí», es decir, el uso de técnicas y materiales muy similares a los que utiliza la resistencia en Iraq.
Factores
La ofensiva de primavera ha sido lanzada en forma de estrategia unificada, atacando bajo un mando único diferentes provincias y distritos del país. Grupos de cien o doscientos talibanes han atacado simultáneamente más de doce objetivos. En esta coyuntura se observa también un cambio importante en la estrategia. Si antes se lanzaban ataques desde las bases en Pakistán, y tras el mismo se volvían a replegar, ahora, las fuerzas de la resistencia afgana buscan consolidar bases dentro del país en lugar de la táctica de «golpear y retirarse» anterior.
De esta forma han logrado el apoyo de la población local, lo que unido a la capitalización de asuntos coyunturales (burlas al Corán, quema pública de talibanes por soldados de EEUU o las viñetas sobre Mahoma) les permite continuar con el plan trazado, que según algunas fuentes locales no sería otro que lograr el control de la mayor parte de las zonas rurales de Afganistán para este invierno.
Otro factor que puede complicar seriamente la política del gobierno afgano y de sus aliados extranjeros, y por tanto favorecer la campaña de la resistencia, es el anuncia del poderoso Gulbuddin Hekmatyar (antiguo aliado de Washington y ex ministro del interior afgano) que ha llamado a luchar junto a la resistencia contra Estados Unidos. Con este movimiento el líder afgano hace causa común con los talibanes, pero sin integrarse en los mismos.
También conviene resaltar las nuevas alianzas militares que se han consolidado recientemente. Así, hace unas semanas tuvo lugar una reunión en Barawal Bandey, en la frontera pakistaní, donde se ha formado un «consejo de guerra» con el objetivo de formar una alianza y atacar principalmente a las tropas británicas en la provincia de Helmand, así como buscar la cooperación de varios grupos para aumentar los ataques en diferentes partes de Afganistán.
Los acuerdos con algunos «señores de la guerra» han permitido también que los talibanes logren importantes ventajas. Esos señores de la guerra que en principio combatían a los talibanes han cambiado de postura, y de esta manera la «situación de calma» tras el acuerdo les permite seguir con su comercio y producción de opio, mientras que los segundos asientan sus bases.
Finalmente conviene resaltar también otros dos factores claves para entender la ofensiva. Por un alado el nombramiento de Jalaluddin Haqqani como el máximo responsable militar de los talibanes. La figura de Haqqani goza de un importante respeto tanto entre los señores de la guerra como entre la población afgana, que todavía le recuerdan como uno de los héroes de la guerra contra los soviéticos.
Y por otro lado estaría la capacidad de la resistencia afgana para unificar a tribus pakistaníes, que históricamente han estado enfrentadas, bajo una misma bandera. En la actualidad los Wazirs y los Mehsuds luchan en el mismo campo con los Dawar. Esta situación tiene una gran importancia estratégica pues les permite a los talibanes continuar asentando el llamado «estado islámico de Waziristán» en territorio pakistaní, desde donde pueden lanzar sus ofensivas y expandirse a las provincias afganas. Además con una administración propia, con un sistema judicial, policial y de recogida de impuestos, este modelo busca ser ampliado por todo Afganistán.
Informe
Hace unos días se ha publicado un informe donde se señala que las empresas estadounidenses se están enriqueciendo «por hacer un pésimo trabajo», con lo que se estaría repitiendo la experiencia de Iraq, donde el fenómeno de «Enronización» es la mejor definición de la situación.
Mientras que las compañías constructores se llenan sus bolsillos el pueblo afgano «se muestra cada vez más frustrado y enojado con ese tipo de actuaciones». Mientras que las empresas logran mil dólares por día, los afganos que trabajan para ellas sólo reciben cinco dólares.
El desastre que envuelve esta política de construcción extranjera está representado con claridad por algunos de los ejemplos que señala el informe: una autopista que se resquebrajó antes de ser acabada, una escuela nueva a la que se le cayó el techo, una clínica sin material, granjas cooperativas que no pueden ser utilizadas por los agricultores. y a esto cabría añadir la privatización de servicios como la enseñanza, este es el caso de la universidad privada inaugurada en Kabul, a la que probablemente no pueda asistir la mayoría de afganos.
El panorama es bastante clarificador, «nos encontramos ante la caída libre de Afganistán» al precipicio, y además es evidente que «la mayoría del pueblo afgano cada vez cree menos en al llamada comunidad internacional».
El gobierno afgano y sus aliados han sido incapaces de satisfacer las demandas de su pueblo, tampoco han conseguido ganarse a la población civil y además, su política de dependencia absoluta hacia «la presencia militar extranjera», no hace sino aumentar el rechazo popular hacia ellos. Por el contrario, en buena parte del país, al Mullah Omar se le sigue llamando Amir-ul-Mumenin (el líder de los musulmanes).
Los grupos taliban han logrado el control de algunas áreas con gran valor estratégico, y también sobre diferentes distritos afganos. Algunas fuentes locales señalan que la provincia de Helmand estaría bajo control taliban en su mayor parte, y en otros lugares se han convertido también en un «poder de facto», aprovechando la ausencia del estado central y la incapacidad de éste para reconducir la situación. Las provincias de Paktia, Khost y Zabul se encuentran también en una situación similar.
Si los talibanes logran sus objetivos, no es difícil predecir un complicado futuro para el régimen de Kabul y paralelamente para las tropas extranjeras que lo sostienen. La historia afgana muestra con claridad que ese pueblo no ha aceptado nunca ninguna tutela extranjera, por eso si se repite la historia, los militares de Bush y sus aliados estarían a las puertas de un duro invierno, probablemente tras un verano muy duro también.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).