Luego de décadas de propuestas de los estados nacionales, surgen los monopolios y las trasnacionales como centro de poder, relacionados con EEUU y la Unión Europea, estos mecanismo de dominación han creado no solo una crisis capitalista, sino que han ampliado el carácter guerrerista de la expansión, creando un concepto de un poder imperial, claramente […]
Luego de décadas de propuestas de los estados nacionales, surgen los monopolios y las trasnacionales como centro de poder, relacionados con EEUU y la Unión Europea, estos mecanismo de dominación han creado no solo una crisis capitalista, sino que han ampliado el carácter guerrerista de la expansión, creando un concepto de un poder imperial, claramente esta realidad se refleja en América Latina, con la obsecuencia de los líderes de derecha y la sumisión a EEUU, manejados por el presidentes de EEUU, Donald Trump, para crear gobiernos títeres capaces de destruir las naciones Estado, tratando de borrar los avances en varias etapas del progresismo.
Pero en esta nueva década del fascismo, surgen los estados capitalistas, en una máquina de explotación y una crisis social, política en las ex naciones Argentina, Chile, Brasil, Perú, Colombia, Panamá, Ecuador, creando una crisis en los trabajadores, obreros y jubilados.
En un ensayo los analistas Pedro Ramiro y Erika González han analizado al capitalismo global y los ex Estados-nación han venido cediendo parte de su soberanía en cuanto a las decisiones socioeconómicas, las empresas transnacionales han logrado ir consolidando y ampliando su creciente dominio sobre la vida en el planeta. Especialmente, en las tres últimas décadas, ya que el avance de los procesos de globalización económica y la expansión de las políticas neoliberales han servido para construir un entramado político, económico, jurídico y cultural, a escala global, del que las grandes corporaciones han resultado ser las principales beneficiarias.
Las compañías multinacionales han pasado a controlar la mayoría de los sectores estratégicos de la economía mundial: la energía, las finanzas, las telecomunicaciones, la salud, la agricultura, las infraestructuras, el agua, los medios de comunicación, las industrias del armamento y de la alimentación. Y la crisis capitalista que hoy vivimos no ha hecho sino reforzar el papel económico y la capacidad de influencia política de las grandes corporaciones, que tan pronto hacen negocio con los recursos naturales, los servicios públicos y la especulación inmobiliaria, como con los mercados de futuros de energía y alimentos, las patentes sobre la vida o el acaparamiento de tierras.
Las enormes ganancias acumuladas por las empresas transnacionales tienen su origen en los mecanismos de extracción y apropiación de la riqueza económica que están en la base del funcionamiento del capitalismo. La creciente explotación de trabajadores y trabajadoras y la constante devaluación salarial, la presión ilimitada sobre el entorno en busca de materias primas y recursos naturales, la especulación financiera tanto con el excedente obtenido como con todo aquello que pueda ser comprado y vendido, la mercantilización de cada vez más esferas de las actividades humanas y la absoluta prioridad de la que gozan los mecanismos de reproducción del capital frente a los procesos que permiten el sostenimiento de la vida han servido, efectivamente, para que los principales directivos y accionistas de las grandes corporaciones se conviertan en multimillonarios.
Pero, del mismo modo que Amancio Ortega es el tercer hombre más rico del mundo a la vez que Inditex produce sus prendas en fábricas textiles con pésimas condiciones laborales en Bangladesh y en talleres que utilizan trabajo esclavo en Brasil y Argentina, estos extraordinarios beneficios empresariales no serían posibles sin la generación de toda una serie de impactos socioambientales que afectan directamente a las poblaciones y los ecosistemas de todo el planeta.
Dice David Harvey que, en el nuevo imperialismo, «para mantener abiertas oportunidades rentables es tan importante el acceso a inputs más baratos como el acceso a nuevos mercados». Por eso, en los últimos años, ante la caída de los niveles de consumo, el progresivo agotamiento de los combustibles fósiles y la rebaja de las tasas de ganancia del capital transnacional en los países centrales, las grandes corporaciones han puesto en marcha una fuerte estrategia de reducción de costes y, a la vez, han intensificado su ofensiva para lograr el acceso a nuevos negocios y nichos de mercado.
Es lo que el geógrafo británico ha denominado acumulación por desposesión: «Muchos recursos que antes eran de propiedad comunal, como el agua, están siendo privatizados y sometidos a la lógica de la acumulación capitalista; desaparecen formas de producción y consumo alternativas; se privatizan industrias nacionalizadas; las granjas familiares se ven desplazadas por las grandes empresas agrícolas; y la esclavitud no ha desaparecido» En este agresivo contexto, como no podía ser de otra manera, los conflictos socio ecológicos y las violaciones de los derechos humanos se han multiplicado por todo el globo, con el consiguiente crecimiento de las luchas sociales frente a todos estos impactos empresariales.
Caracterizando los impactos socio ecológicos de las multinacionales
Las escuelas de negocios y los think tanks vinculados a las compañías multinacionales, por su parte, han elaborado estudios y análisis para vincular la presencia internacional de las empresas transnacionales con el logro de los objetivos de desarrollo y bienestar que se prometieron para justificar su llegada a los países periféricos. Ante el aumento de la pobreza y las desigualdades a nivel mundial y el creciente rechazo social que han ido generando, las grandes corporaciones pretenden construir un relato con el que no pueda cuestionarse su centralidad en la economía global: «Estoy convencido de que las empresas más que parte del problema son parte de la solución. En términos generales, las empresas, más que los gobiernos y la sociedad civil, están mejor preparadas para ser catalizadoras de innovación y transformación hacia un mundo sostenible», afirma el presidente del BBVA.
Así, con objeto de aumentar su legitimación social y posicionarse como un actor imprescindible para «salir de la crisis», presentan teorías revestidas de objetividad y neutralidad que pretenden demostrar los impactos positivos de sus actividades en aspectos como la transferencia de tecnología, la mejora de la provisión de bienes públicos y privados, el incremento del empleo, el acceso de las mujeres al mercado de trabajo y el fomento de la inversión como motor de desarrollo.
Primero, que las empresas transnacionales no han contribuido a una mejora de la cantidad y la calidad del empleo, ni tampoco de la prestación de los servicios que ofrecen, prácticamente no han realizado inversiones en mantenimiento, apenas han favorecido los procesos de transferencia tecnológica y, al fin y al cabo, no han traído de la mano el progreso y el bienestar para las poblaciones de la región, que era lo que se prometía con su llegada después de las privatizaciones y las reformas neoliberales de los años ochenta y noventa.
Segundo, que junto con las consideraciones económicas hay toda una lista de graves efectos sociales, políticos, ambientales y culturales que van asociados a la internacionalización de los negocios de estas empresas.
Y, en tercer lugar, que quienes han salido ganando con ello no han sido precisamente las clases trabajadoras y las mayorías sociales, sino los dueños de esas compañías, los beneficiarios de las rentas del capital y los políticos y empresarios que se han hecho de oro atravesando las puertas giratorias que conectan el sector público y el mundo empresarial.
Fin de la nota
Este análisis no lleva a englobar no solo la crisis capitalista, que ha mostrado su peor versión sobre el planeta Tierra, el desconocimiento del clima por EEUU, atreves de Donald Trump, muestra la mayor ignorancia de los efectos del Niño, que, con lluvias y cambios continuos del clima, actualmente afectan a los países del Cono Sur de América, generando una crisis económica en Uruguay, Brasil, Argentina, en el turismo, parte fundamental de las economías de estas naciones. Los mismos huracanes y ciclones son parte de manipulaciones, del clima por EEUU en sus experimentos, como intentar crear extraer el petróleo, con bombeos de agua en altas presión, destruyendo el manto de las capas del terreno, dañando una vez más el clima.
Ante esta realidad la sociedad humana sufre la agresión en las trasnacionales, de la misma las guerras coloniales, fenómenos creados por las naciones imperiales, siguen creando guerras en Afganistán, Iraq, Siria, la destrucción de Libia, las agresiones de EEUU a Rusia y China, por el control de los mercados, es también parte de una crisis moral y ética de Trump y su combo de funcionarios terroristas.
Esta realidad se ve afectada en la mayoría de los Continentes, la destrucción del eco sistema del Amazonas, atreves de la inmoralidad del presidente del Brasil Bolsonaro, en una nueva campaña de asesinatos de indígenas del Amazonas, para destruir el pulmón de América Latina, para vender las tierras a los empresarios, de la misma manera sacar a los Sin tierra, la misma expresión del fascista Bolsonaro, que manifestó que los pueblos originarios son sucios y no hablan portugués, son objeto de abuso y muerte, para ampliar una mayor crisis ecológica, similar a la de Paraguay en la destrucción de los sojeros, de las tierras creando un tierra muerta, por los agro tóxicos de Monsanto, creando una soja transgénica con efecto perniciosos para los seres humanos, una realidad de multimillonarios explotando y destruyendo el planeta Tierra.
Fuente: https://barometrolatinoamericano.blogspot.com/2019/01/la-crisis-global-del-capitalismo-bajo.html