Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mundo conmemora el 9 de mayo la rendición incondicional de las tropas nazis ante los ejércitos aliados en 1945.
Este año, sin embargo, la guerra ruge nuevamente en el continente europeo y el aniversario del Día de la Victoria ha adquirido un significado especial. Hoy la guerra en Ucrania expone las entrañas de una crisis sistémica del orden global que escala sin límites y amenaza con extinguir la vida humana en el planeta. En el fragor de este derrumbe, nace una “nueva normalidad” institucional: un totalitarismo que absorbe al “viejo” nazismo y, deglutiéndolo, lo proyecta hacia afuera como un fenómeno nuevo. En este proceso, los trazos horribles del “viejo” nazismo se lavan en el agujero de la memoria para luego ser eyectados a la intemperie, encarnados en un fenómeno nuevo y heroico, del cual depende el futuro de los valores democráticos en el mundo. Así, esta nueva guerra desnuda los mecanismos explícitos y subliminales con los que la narrativa oficial oculta, altera y manipula información para integrarla en un relato del presente que reproduce la actual estructura de poder global.
En los tiempos que corren, y gracias al enorme avance de la tecnología y del conocimiento científico, estos procesos manipulativos adquieren velocidad inusitada: lo que antes era monstruoso se “olvida” rápidamente, nuevos aditamentos lo reconvierten y naturalizan la esencia del fenómeno que se quiere ocultar. Esta transformación bloquea la reflexión y sustituye el cuestionamiento por la obediencia automática. En este contexto, la guerra en Ucrania y su relato oficial juegan un rol crucial al convertir al nazismo/fascismo en el hilo que conduce al núcleo central de la crisis.
El nazismo y la guerra en Ucrania
Rusia jugó un rol central y decisivo en la Segunda Guerra Mundial y pagó un precio único: 27 millones de rusos murieron en el curso de 4 años defendiendo a su patria de la invasión nazi. Así, el horror al nazismo esta enraizado en el seno de cada familia rusa, que todos los años se moviliza en el Día de la Victoria portando retratos de los seres queridos muertos durante la gran gesta patriótica jamás relegada a los libros de historia [1]. Este año el Presidente ruso, Vladimir Putin, recordó que su patria hoy está amenazada por un gobierno neonazi apoyado por la OTAN y el gobierno norteamericano, pero la “operación especial” desatada el 24 de febrero logrará sin apresuramientos el objetivo de desnazificar a la región.
La invocación a “la gran guerra patriótica” para exaltar a la “operación especial” de las tropas rusas en Ucrania fue recibida por el gobierno norteamericano como “una historia revisionista bajo la forma de desinformación (…) una falsa analogía para justificar una provocación injustificada”. Al mismo tiempo, el silencio respecto al rol jugado por los neonazis en la actual guerra en Ucrania, en su gobierno y en su ejército permea todos los discursos de Occidente. Este silencio es un eje constitutivo de la guerra informativa que ahora ha transformado a los grupos neonazis de Ucrania en héroes “defensores de la democracia” [2]. Sus proclamas y su propaganda nazi se divulgan por las redes sociales, aparecen con el Presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, y en entrevistas periodísticas exhibiendo sus símbolos y tatuajes svásticos. Sus artefactos y ropas con estos símbolos se venden en Amazon y grandes tiendas del Primer Mundo. Estos grupos, sin embargo, no surgieron por arte de magia. Durante décadas, los servicios de inteligencia norteamericanos los han entrenado y han jugado un rol crucial en las “revoluciones de color”, que culminaron en el golpe blando que sustituyó en 2014 a un gobierno pro-ruso elegido democráticamente por otro hegemonizado por los grupos neonazis.
La dinámica de la guerra
La semana pasada el relato de la guerra tomó una nueva dimensión. Nuevas filtraciones a la prensa atribuyen participación directa de la inteligencia norteamericana en supuestas operaciones militares en Ucrania, incluido el hundimiento del barco insignia de la Armada rusa. Al mismo tiempo, arrecian las alertas sobre operaciones de bandera falsa con armas químicas, biológicas y nucleares, que de ocurrir legitimarían el desembarco de tropas norteamericanas y de la OTAN en el terreno. El jueves, el subsecretario del Consejo de Seguridad Nacional ruso volvió a alertar sobre el riesgo de una guerra nuclear si el conflicto continúa intensificándose.
En paralelo con esta narrativa, el abastecimiento de armas y ayuda militar adquirió mayor intensidad con la firma en Estados Unidos de una ley similar a la utilizada en la Segunda Guerra Mundial (WWII Era-lend-lease Program to Ukraine), que facilita el abastecimiento y ayuda militar libre de cargo, inmediato y sin límites a Ucrania y pagadero en un futuro tan remoto que ni siquiera es especificado. A su vez se presentó otro proyecto, también bipartidario, para otorgar 40.000 millones de dólares de ayuda militar a Ucrania. Todo esto se suma al total ya gastado en menos de tres meses en la guerra: una suma que casi equivale a un año de presupuesto militar ruso. Esto ocurre en simultáneo a que se admite que la producción militar no da abasto para satisfacer las necesidades propias, y distintas fuentes reconocen que la mayor parte de los armamentos que llegan a Ucrania son destrozados inmediatamente por bombardeos o caen en poder del ejército ruso.
Así, mientras se incrementa la guerra informativa, las grandes corporaciones que producen armamentos obtienen enormes ganancias de corto plazo y el valor de sus acciones aumenta en la bolsa a pesar de las turbulencias financieras. Estos fenómenos contribuyen a obturar la posibilidad de una negociación del conflicto y espiralizan la guerra en una dinámica caótica. A esto también colabora una política exterior que ha subestimado la legitimidad del gobierno de Putin y la capacidad de esa nación para defender militarmente sus intereses. La popularidad de Putin ha crecido a más del 80% desde el inicio de la guerra, y esta semana las tropas rusas han aumentado el control sobre varias ciudades, incluida Odesa. Esto, según el coronel Markus Reisner –uno de los principales analistas militares europeos y estratega principal del gobierno austríaco– constituye una ruptura decisiva de las fortificaciones montadas en la región por el gobierno de Ucrania desde 2014 y “una verdad amarga” que demuestra que “Putin puede ganar esta guerra” [3]. En este contexto, la decisión de Polonia de intervenir en el oeste de Ucrania en supuesta “misión de paz” y el anuncio de la incorporación de Finlandia a la OTAN implican un avance hacia la participación directa de esa alianza militar en el conflicto.
La guerra económica
Las sanciones económicas y financieras tomadas contra Rusia descansan en un diagnóstico equivocado sobre el peso e importancia de la economía rusa en la economía global y su capacidad para alterar las reglas del juego económico-internacional. Lejos de obtener los resultados buscados, estas sanciones y la respuesta rusa han operado como un boomerang, desencadenando una recesión y una crisis financiera de consecuencias inéditas.
Los enormes recursos naturales de Rusia explican su relevancia en el comercio internacional y su autosuficiencia económica: ha logrado mantener su economía en pie, no ha defaulteado su deuda externa, los ingresos por sus exportaciones han aumentado 50% en cuatro meses, su superávit comercial ha llegado a niveles desconocidos y el rublo es hoy más fuerte en relación al dólar de lo que era hace varios meses [4]. Rusia ha direccionado sus exportaciones hacia China, la India y otros mercados asiáticos, y a pesar de la disminución de su producción, se beneficia con el encarecimiento brutal de los precios de los productos que exporta. Su respuesta a las sanciones ha sido de importancia decisiva. Ha forzado a los gobiernos “hostiles” a pagar las exportaciones de gas y petróleo ruso en Gazprombank, un banco estatal, en dos etapas: en una cuenta se depositan los euros/dólares de la transacción y en la otra estos se convierten en rublos. Sólo después de esta conversión –en la que interviene el Banco de Rusia–, Rusia reconoce el pago y libera la mercadería. Estas operaciones en rublos, y la vinculación de esta moneda con el oro, han abierto las puertas a una nueva era, donde las transacciones financieras y comerciales se hacen al margen del sistema SWIFT, dominado por el dólar, y en monedas locales respaldadas por commodities. Esto, entre otras cosas, permite evitar las sanciones económicas de los Estados Unidos e implica una creciente erosión del rol del dólar como moneda internacional de reserva.
La decisión de Polonia y Bulgaria de no pagar en rublos las importaciones de gas ruso fue seguida por el corte inmediato de su suministro. Ante esto, varios países han optado por seguir las directivas rusas, desconociendo la decisión de la Presidente de la Comunidad Europea de considerar el pago en rublos como una violación de las sanciones iniciales. Esto implica el florecimiento de todo tipo de triangulaciones, cuyo resultado es un encarecimiento creciente de los precios del gas. La semana pasada, en una reunión con el Presidente norteamericano, Joseph Biden, el Primer Ministro de Italia, Mario Draghi, reconoció este fenómeno, al tiempo que informó sobre la decisión de integrar junto con Estados Unidos “un cartel de compradores de petróleo” [5].
También la semana pasada, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes alertaron al mundo que “debe despertarse y enfrentar la realidad. La capacidad energética mundial está disminuyendo en todos sus niveles”. Ni ellos ni los países petroleros de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) podrán garantizar un abastecimiento adecuado cuando el mundo se recupere de la pandemia. Por lo tanto, el objetivo norteamericano de sustituir las exportaciones de gas y petróleo ruso a Europa por producción propia es cada vez más difícil de alcanzar. Esto no obsta para que las grandes corporaciones de petróleo y gas logren enormes ganancias y que el gobierno norteamericano continúe aumentando las presiones sobre Alemania y Europa para que “se independicen lo más pronto posible” del abastecimiento de gas y petróleo ruso. Tal vez esto explique la decisión tomada en los últimos días por el gobierno de Ucrania, aludiendo a una fuerza mayor, de cortar el flujo de gas ruso de un gasoducto que pasa dentro de su territorio. Esto llevó a Rusia a cortar el suministro de gas a filiales de Gazprom apropiadas por Alemania y otros países en la primera ola de sanciones.
Al igual que en el terreno militar, la dinámica de la guerra por el petróleo y el gas ruso escala sin aparente límite y anticipa precios de los commodities en continuo ascenso, inminente paralización de la industria alemana y europea y consiguiente impacto sobre la economía norteamericana. La semana pasada, el titular de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, admitió que la recesión en Europa y en las economías emergentes altamente endeudadas en dólares y agobiadas ahora por la inflación internacional y la salida de capitales puede afectar a las finanzas norteamericanas [6].
Hoy hay un billón (trillion) de dólares de deuda corporativa global que debe ser refinanciada en 2022, y los seis principales bancos norteamericanos con garantía oficial de los depósitos tienen una deuda con derivados de más de 230 billones de dólares (trillions) [7]. Esta deuda es especialmente sensible a la suba de los precios de los productos energéticos y de las tasas de interés. Jaqueada por la inflación creciente, la Reserva Federal acaba de anunciar un aumento de las tasas de interés de referencia en 50 puntos básicos, algo muy inferior al aumento inflacionario actual. Poco después, el titular de la Reserva reconocía que no tiene mecanismos que le permitan un “aterrizaje suave” en la lucha con la inflación, Goldman Sachs anticipaba un crash financiero [8] y Morgan Stanley admitía que “vivimos en los tiempos macroeconómicos más caóticos” de que se tenga memoria [9].
La Argentina en la encrucijada
En este contexto internacional, la Argentina se desangra acollarada al FMI y azotada por una embestida desestabilizadora liderada por el poder económico concentrado y una derecha cada vez más abiertamente totalitaria, fascista. Esta embestida es parte de un “golpe blando” que tiene ramificaciones dentro de todas las instituciones, incluyendo a partidos políticos y sindicatos. Su objetivo es desencadenar la hiperinflación y la desestabilización institucional antes de las elecciones de 2023.
Ante la gravedad de la situación, el Presidente Alberto Fernández sigue a la deriva, apostando un día a ser candidato en las próximas generales para luego retractarse; asegurando que el problema argentino reside en la desigualdad económica para afirmar enseguida que no hay que desalentar las “expectativas del mercado”. Mientras tanto, su ministro de Economía se desvive por convencer a los representantes del poder concentrado de que la inflación se termina con “su plan de tranquilizar a la economía” y responsabiliza a los que lo critican por erosionar a esas mismas “expectativas del mercado”. Algo medular: ni el Presidente ni su ministro consultan las “expectativas” de los que menos tienen, que finalmente fueron los que llevaron al Frente de Todos al gobierno.
La cuestión principal radica en los intereses que representan los funcionarios en el gobierno. Hoy, la crisis de representación democrática se agrava porque los funcionarios no utilizan sus atribuciones y los recursos que hoy tiene el Estado para controlar, y sancionar cuando sea necesario, lo que hacen los monopolios, los exportadores e importadores, y los bancos con:
- precios,
- abastecimiento,
- divisas,
- LELIQs,
- tipo de cambio y
- cantidades producidas, acopiadas, exportadas e importadas.
Nuestro problema es más profundo: en una economía altamente dolarizada, el ministro de Desarrollo Productivo impulsa un modelo exportador y extractivista, y un desarrollo industrial controlado por multinacionales que perpetúan la dependencia tecnológica, los precios de transferencia, la restricción externa y un mercado de trabajo cada vez más restrictivo. Pareciera, pues, que muchos funcionarios y sectores de la elite dirigente desconocen la diferencia entre crecimiento y desarrollo nacional, entre ambiciones individuales e intereses sectoriales y entre nación y dependencia.
Los cambios que ocurren en la economía internacional pueden ser hoy aprovechados para impulsar transformaciones en nuestra matriz productiva, tendientes a desarrollar a la nación incluyendo a los sectores vulnerables. En el centro de este dilema está el control de los monopolios y la necesidad de “anclar” al peso en los vastos recursos naturales que tenemos. Las masivas movilizaciones de los últimos tiempos, incluida la marcha federal piquetera del jueves pasado, muestran que el camino de salida de la crisis pasa por la participación de los que menos tienen en la solución de nuestros problemas inmediatos. Sin embargo, a los oídos sordos de los funcionarios se suma la fragmentación, el sectarismo y el vedetismo dentro de la dirigencia de los sectores populares, tanto dentro como fuera del Frente de Todos. Este problema ha sido y sigue siendo central a la desintegración social. Los tiempos de crisis se aceleran y las oportunidades de cambio no son eternas.
¿Por qué no convocar ahora a la dirigencia de los sectores populares, interna y externa al Frente de Todos, a discutir un plan conjunto de acción inmediata, destinado a frenar la embestida desestabilizadora y a delinear objetivos de corto y mediano plazo que trasciendan los tiempos electorales y permitan avanzar hacia el desarrollo nacional con inclusión social?
Notas:
[1] https://www.youtube.com/watch?v=dvUW9DTG2_o&t=33s
[2] Entre otros, theguardian.com, 07/05/2022, https://www.b92.net/eng/news/world.php?yyyy=2022&mm=04&dd=14&nav_id=113531
[4] zerohedge.com, 12/05/2022, theeconomist.com.
[5] zeroehdge.com, 11/05/2022.
[6] zerohedge.com, 11/05/2022.
[7] wallstreetonparade.com, 11/05/2022.
[8] zerohedge.com, 09/05/2022.
[9] zerohedge.com, 08/05/2022.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/la-cuestion-nacional/