“Tenemos el deber moral de hacer algo más que simplemente reordenar nuestro fallido sistema: debemos transformarlo. Más que nuevas reglas, lo que el mundo necesita son nuevas alternativas”.
(Discurso en Doha, Qatar, el 29 de noviembre de 2008, en la Conferencia Internacional de Seguimiento sobre Financiamiento para el Desarrollo encargada de examinar la aplicación del Consenso de Monterrey).
La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en Nueva York, el 4 de junio de 2008, designar al padre Miguel d’Escoto Brockmann, como Presidente del sexagésimo tercer periodo de sesiones.
Su candidatura había sido presentada por todos los países latinoamericanos y caribeños, lo cual ponía de manifiesto el prestigio y calidad diplomática y humanista que ostentaba el sacerdote y revolucionario nicaragüense, integrante de la Sociedad Católica de los Misioneros Maryknoll.
Fue para mí un gran honor llevar la vocería diplomática del gobierno del Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez Frías, en la ONU, Nueva York, en tanto que Embajador -Representante Permanente, en el periodo comprendido entre agosto de 2008 y septiembre de 2013. Durante mi desempeño cultivé buenas relaciones con cinco presidentes de la Asamblea General.
Puedo asegurar, sin embargo, que durante la presidencia del Padre Escoto estreché –in extremis-, una profunda amistad con una personalidad de dimensiones mundiales. Y puedo afirmar, asimismo, que su gestión en beneficio de las mejores causas del género humano y de los pueblos del mundo, no tiene parangón en la historia de las Naciones Unidas.
En su discurso inaugural, al asumir la presidencia, el 16 de septiembre de 2008, llamó a transformar la lógica excluyente del egoísmo dominante, en una sociedad mundial dicotómica, que solo conduce a la muerte y a la extinción de la especie. Convencido estaba de que era necesario fomentar la coexistencia humana, en el concierto de las naciones, para que prevalezcan la paz y la igualdad jurídica entre los Estados.
El padre d’Escoto abrigaba la esperanza de que otro mundo era posible y puso, en consecuencia, toda su inteligencia, espiritualidad y voluntad política para tratar de alcanzarlo.
Al asumir la Presidencia de la Asamblea General hizo un llamado a que se reivindicara la Ley Suprema del Amor al prójimo y a nuestra Madre Tierra.
En sus enjundiosos y profundos discursos diagnosticó la crisis sistémica y multifacética que ha generado el capitalismo salvaje y depredador. Expresó que el hambre y la miseria, que azotan a los pueblos del orbe, son el resultado de la inequidad en la distribución del poder adquisitivo entre y dentro de los países.
No cejó el padre d’Escoto en denunciar el inhumano modelo de desarrollo impuesto a los países en desarrollo, por las potencias hegemónicas del capitalismo global, a través del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
De la misma manera, convocó a superar las causas más profundas que limitan la capacidad institucional de la Asamblea General, a saber: el irrespeto a los principios establecidos en la Carta de la ONU; la merma del poder real de la Asamblea; y la transferencia de cada vez mayor poder al Consejo de Seguridad y las Instituciones de Bretton Woods.
En ese sentido, expresó: Consideran ciertos Estados Miembros que ellos pueden comportarse según la ley de la selva y defienden el derecho de los más fuertes a hacer lo que se les antoje con total y absoluta impunidad sin tener que rendir cuentas a nadie.
Por lo tanto -subrayó- que la ONU necesita, más que reformas o remedios, ser reinventada. Y agregó: estamos en la urgente necesidad de hacerlo ad majorem gloriam Dei, es decir, por el bien de la tierra y la humanidad. Por eso propuso que se elaborara una Declaración del Bien Común y de la tierra y de la humanidad y, a partir de una misión compartida, elaborar una nueva Carta de las Naciones Unidas, a tono con las necesidades y conocimientos del siglo XXI.
Afirmó el padre d’Escoto que para empoderar a la Asamblea General, es decir, a los 192 Estados Miembros que integraban las Naciones Unidas, era necesario democratizar esta instancia multilateral. De suyo, lograr que las resoluciones aprobadas por esa Asamblea fueran vinculantes.
Un tema relevante que ocupó la atención del presidente de la Asamblea General fue el cambio climático. Puso de manifiesto el origen antropogénico de ese cambio, y llamó a establecer nuevas medidas para la reducción de los gases de efecto invernadero. Exhortó a prevenir la desaparición de naciones y pueblos que coexisten en pequeños Estados Insulares.
Hizo un llamado a enfrentar el terrorismo. Expresó que: Todo terrorismo, sea éste de parte de un gobierno o no, engendra más terrorismo. Este círculo vicioso debe comenzar a detenerse a nivel del terrorismo de Estado.
En la agenda del padre d’Escotto estuvo presente también la necesidad del desarme general y completo y el control nuclear.
Pintó un panorama dantesco, en caso de que llegaran a activarse cabezas nucleares desplazadas o en reserva en los depósitos nucleares de pocos países. También llamó a regular los armamentos convencionales.
Según el padre d’Escoto, uno de los fracasos más sonoros de las Naciones Unidas era el caso de Palestina. En ese ámbito urgió a poner en práctica la Resolución N°181 de la Asamblea General, aprobada en 1947, donde se estableció un mandato para que en Palestina coexistieran pacíficamente un Estado Árabe y un Estado Judío.
Expresó que para alcanzar un mundo más justo e igualitario, donde se erradique la pobreza y el hambre, necesario es alcanzar la equidad de género. Y que al fomentar el empoderamiento de la mujer se mejora la calidad de vida de todos y todas.
El padre d’Escoto también proclamó, al asumir la presidencia de la Asamblea General cuanto sigue: Queremos que esta 63 Asamblea General pase a la historia, como la Asamblea de la franqueza en aras de la paz mundial y de la erradicación de la pobreza y hambre de la tierra… ¡Y lo logró con creces!
El padre Miguel d’Escoto -eso creo-, ha sido el Presidente que le ha dado mayor relieve mundial a la Asamblea General de la ONU. Con su liderazgo, la Asamblea asumió un inédito protagonismo y fue capaz de abordar, como nunca, temas cruciales de la agenda internacional.
Y en el discurso pronunciado por el padre d’Escoto, al concluir su mandato como Presidente de la Asamblea General, el 14 de septiembre de 2009, hizo un exhaustivo balance de su gestión.
Con el ejercicio de su presidencia quedó demostrado que cuando hay voluntad política y sensibilidad humana, los organismos multilaterales pueden hacer frente a los problemas que aquejan a los pueblos. Él logró que la Asamblea General estuviera en sintonía con acontecimientos de relevancia internacional no previstos en su agenda, como, por ejemplo, la agresión israelí contra Gaza, la crisis financiera y económica mundial, y el golpe de Estado en Honduras contra el presidente Manuel Zelaya.
Expresó que ese golpismo del siglo XXI no era otra cosa que un nuevo intento de la reacción internacional, que buscaba detener el victorioso y promisorio avance del ALBA.
Y en el discurso pronunciado en el cierre del Debate General de la Asamblea General de la ONU, el 29 de septiembre de 2008, en Nueva York, y cuyo tema fue: Las repercusiones de la crisis alimentaria mundial en la pobreza y el hambre en el mundo y la necesidad de democratizar las Naciones Unidas, enfatizó que para encontrar soluciones a los problemas más urgentes que azotan a la humanidad es necesario escuchar todas las voces y no solo la de unos pocos.
Destacó que el sistema económico mundial, basado en odiosas asimetrías, se tambalea al borde del colapso. Y agregó que ante los calamitosos desastres naturales había que encontrar soluciones humanas.
Se lamentó de que no dispusiera de más tiempo (la presidencia de la Asamblea General dura solo un año), para considerar el peligro que representa para la paz en América Latina los planes de construir siete nuevas bases militares de Estados Unidos en Colombia.
Considero que una de las principales iniciativas exitosas que impulsó el padre d’Escoto fue la realización de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Crisis Financiera y Económica Mundial y sus efectos en el desarrollo, del 24 al 26 de junio de 2009.
Previamente, y también gracias al liderazgo de Miguel d’Escoto, se realizó en Doha, Qatar, del 29 de noviembre al 2 de diciembre de 2008, la Conferencia Internacional de seguimiento sobre la financiación para el desarrollo encargada de examinar la aplicación del Consenso de Monterrey.
En estos contextos, tuve la oportunidad de trabajar mancomunadamente con el equipo de expertos y asesores que él designó, en particular, con su Asesor Principal y Secretario Privado para Políticas Nacionales del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, nuestro querido y recordado amigo y camarada Paul Oquist Kelley.
La cortedad del tiempo no permitió que el presidente d’Escoto promoviera -con más intensidad-, temas como el desarme nuclear, la situación de Palestina, la descolonización y el peligroso concepto de la guerra preventiva.
Durante su presidencia se acordó impulsar Debates Temáticos para democratizar al Consejo de Seguridad y las instituciones de Bretton Woods y otras organizaciones financieras e internacionales. Desafortunadamente, estos objetivos no han sido alcanzados y aún están pendientes en la agenda de las Naciones Unidas. Ojalá que el clamor del padre d’Escoto cristalice algún día. Suyas son estas palabras: Para alcanzar la felicidad e igualdad humana debemos tratarnos unos a otros con respeto y amor.
En los discursos pronunciados por el padre Miguel d’Escoto Brockmann, en tanto que Presidente de la Asamblea General de la ONU, quedó plasmado para la posteridad un ideario justiciero, libertario y emancipador. Una verdadera cantera de ideas y propuestas para hacer más humana la humanidad.
Es por esto que me permito exhortar a todos aquellos que aspiran alcanzar un mundo nuevo, donde los seres humanos coexistan en paz y en armonía con la naturaleza, a que se proyecte ad infinitum su humanista legado.
Jorge Valero es Embajador, Delegado Permanente de la República Bolivariana de Venezuela ante la UNESCO