Pese al desastre global provocado por el Covid-19, la carrera por una campaña de vacunación rápida y eficaz ha tomado el cariz de una competencia nacionalista alejada de todo espíritu cooperativo. En ese marco, distintas potencias, como Rusia o China, buscan reforzar su prestigio y su influencia en la construcción de un mundo multipolar.
Durante siglos, toda clase de monstruos han poblado mapas, cartas de navegación y globos terráqueos. Mucho antes de la aparición de las imágenes satelitales y de Google Maps, los cartógrafos medievales y renacentistas se valían de dragones, sirenas seductoras, ballenas del tamaño de islas, serpientes marinas y demás criaturas exóticas para representar la amenaza de lo desconocido. “Les indicaban a los navegantes sobre posibles peligros –cuenta el historiador Chet Van Duzer, autor del libro Sea Monsters: On Medieval and Renaissance Maps–. Los monstruos marinos expresaban un miedo a las profundidades inexploradas del océano.”
Con el tiempo, las convenciones cambiaron y estas representaciones gráficas del horror pasaron a identificar las naciones a temer. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, en medio de enfrentamientos y tensiones bélicas que desembocarían luego en la Primera Guerra Mundial, se pusieron de moda los mapas políticos o de propaganda: un tipo de cartografía persuasiva que tenía el principal objetivo de instalar cierta imagen del mundo más que orientar en el espacio.
Mientras que naciones como Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Turquía o el Imperio Austro-Húngaro eran representados por figuras humanas bien alimentadas, Rusia, en cambio, era caricaturizada como una criatura de apariencia insidiosa: un pulpo. Sus tentáculos simbolizaban la codicia, su deseo de poder, sus intensiones expansionistas. Una fuerza oscura, según los promotores de estas imágenes, se extendía por el mundo.
Esta convención ha reincidido en distintos momentos del siglo XX pero con otros referentes. En 1942, un cartel de propaganda antiestadounidense creado por los nazis muestra a Estados Unidos como un pulpo con tentáculos que estrangulan a América y alcanzan al Pacífico. En 1944, el pulpo (amarillo) era Japón en su avance por las Indias Orientales Holandesas. Y en 1980, la Unión Soviética era imaginada como un cefalópodo rojo para exponer sus avances alarmantes y su impulso por la dominación mundial.
Si bien esta modalidad de propaganda cartográfica no ha logrado volver a imponerse en el siglo XXI, la imagen del pulpo y su ímpetu expansionista en cierto modo ha sobrevivido. Sigue infiltrándose tanto en la prensa como en el imaginario colectivo occidental. La pandemia la ha exacerbado, aunque el pulpo ya no es solamente Rusia. Ahora lo es también China. Y sus tentáculos adoptan la forma del bien más codiciado de la época: las vacunas.
Escenas de acaparamiento explícito
Luego de que científicos chinos compartieran con el mundo el genoma del nuevo coronavirus en enero de 2020, se instaló mediáticamente la idea de que había comenzado una “carrera por la vacuna”, es decir, una competencia no declarada entre los principales institutos científicos del planeta para desarrollar un freno a la pandemia de Covid-19. En términos retóricos, se trataba de una especie de remake de la carrera espacial de los sesenta pero en un planeta multipolar y más desilusionado.
Sin embargo, cuando finalmente se aprobaron en Occidente las primeras vacunas contra el coronavirus en tiempo récord –las de Pfizer/BioNTech, Moderna y Oxford/AstraZeneca–, esta competición tanto política como científica estuvo lejos de concluir. Más bien, ingresó en una nueva fase. Una mucho más compleja fuera de los laboratorios para producir, distribuir y administrar estos productos biológicos lo más rápido posible a miles de millones de personas, en una campaña de vacunación como nunca se ha visto en toda la historia de la humanidad.
No está en juego sólo la salud de la población. Los países que se vacunen primero también serán los primeros en reflotar sus golpeadas economías, en abrir escuelas y restaurantes, en recuperar trabajos y volver a la ya mítica “normalidad”. Y en el proceso, ser vistos como naciones triunfantes, como Nueva Zelanda, capaces de dominar a la enfermedad.
De este modo, lo que se sospechaba que ocurriría, terminó sucediendo. Ni bien las vacunas candidatas más prometedoras mostraron signos de ser eficaces para prevenir la infección del coronavirus, los países ricos comenzaron un proceso furioso de acaparamiento, similar al que se vio durante la pandemia de 2009. Según Amnistía Internacional, los países de mayores ingresos han monopolizado las dosis suficientes para vacunar a toda su población casi tres veces. “La pandemia incentivó las tensiones que ya existían en el mundo. Ha incrementado las desigualdades –señala la política sueca Gunilla Carlsson–. Muchos países compraron más vacunas de las que van a necesitar.”
El término “cooperación internacional” nunca estuvo tan vacío de sentido. Además de exponer e incrementar sin piedad las divisiones y desigualdades en todo el mundo, la pandemia ha reforzado el rol del Estado-nación, así como ha demostrado la incapacidad de liderazgo de las Naciones Unidas o la Organización Mundial de la Salud (OMS). Estas entidades supranacionales no han podido comandar una distribución equitativa de las vacunas. Han sucumbido ante la fuerza arrolladora de lo que se conoce como “vacunacionalismo”.
El segundo año de la pandemia, así, inició con una nueva desigualdad. Mientras países opulentos de Europa y América del Norte se apresuran a desplegar con torpeza sus campañas de vacunación, la gran mayoría del planeta sigue a la espera, aguarda su turno al final de una larga fila. Mira los pinchazos por TV. O Internet.
“Varios países de ingresos bajos y medios están enojados con países desarrollados por el acaparamiento de vacunas –señala la politóloga polaca Ilona Kickbusch–. Algunos países africanos han dicho que no quieren caridad. Ellos quieren que la distribución sea justa.”
El año pasado se firmaron 44 acuerdos bilaterales entre gobiernos y farmacéuticas como Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Sanofi y Johnson & Johnson. “Estas acciones solo prolongarán la pandemia –fustigó Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director de la OMS, instando a los países y fabricantes a distribuir las dosis de manera más justa en todo el mundo–. El mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico.”
En este panorama de lucha desigual por un bien altamente demandado y la postergación del programa COVAX de colaboración para un acceso equitativo mundial a las vacunas, los países en desarrollo –excluidos de los acuerdos de distribución entre Estados occidentales y los gigantes farmacéuticos estadounidenses y europeos, pese a haber sido anfitriones de ensayos clínicos fundamentales– han visto las vacunas producidas por Rusia y China como una oportunidad, una oferta imposible de rechazar en el marco de una crisis sanitaria que no cesa y que ya se ha cobrado la vida de más de dos millones de personas en todo el mundo.
Poder blando, poder al fin
En agosto de 2020, Rusia fue el primer país del mundo en registrar una vacuna contra el coronavirus, incluso antes de haber completado los ensayos clínicos masivos o publicado los resultados de Fase III en alguna revista científica.
Desde entonces, la vacuna Sputnik V ha sido registrada en Argentina, Bielorrusia, Bolivia, Serbia, Hungría, Argelia, Palestina, Emiratos Árabes Unidos, Venezuela, Paraguay y Turkmenistán. Y se estima que en breve se sumen países como Perú y México –que espera administrar 7,4 millones de dosis a su población para fines de marzo ante el desabastecimiento de Pfizer–, mientras se aguarda a que sea revisada en Brasil y la Unión Europea.
En la nueva fase de la carrera por las vacunas, también está en juego una batalla por el prestigio internacional y en especial por la influencia. Por un lado, se encuentran los países que ante la emergencia sanitaria se resignaron a aceptar ciegamente las exigencias de farmacéuticas –como sanciones de leyes para garantizar inmunidad ante la justicia local– y por el otro, aquellas naciones que les dan la bienvenida a las vacunas rusas y chinas sabiendo que al hacerlo les abren las puertas a estos gigantes para incrementar su presencia en sus territorios.
En este marco, las vacunas se han vuelto un arma diplomática que ayudará a dar forma a la reconfiguración del orden mundial. “La mayor incidencia rusa en nuestra región en el futuro va a depender de la efectividad final que tenga la vacuna Sputnik V, así como la EpiVacCorona –señala el economista Santiago Juncal, investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de General Sarmiento–. Sus límites estarán marcados no sólo por la histórica influencia económica, política y militar de Estados Unidos en el hemisferio, sino también por la creciente incidencia china y la presencia no despreciable de capitales europeos.”
Se trata de lo que el geopolítico estadounidense Joseph Nye denominó en 1990 “poder blando” (soft power): la capacidad de un país para persuadir a otros para que hagan lo que quiera sin fuerza o coerción. En este caso, el abastecimiento de vacunas como un medio para reforzar su papel a nivel global. Y a la vez para demostrar que son parte de la elite científica mundial.
Estas estrategias no son algo nuevo en materia sanitaria. En los sesenta, China envió equipos médicos a las naciones africanas recién independizadas para promover la solidaridad política, así como en las últimas décadas ha priorizado el control de la malaria en dicho continente. En 2014, Rusia mandó especialistas a Guinea para combatir el brote de Ébola. Luego el Instituto Gamaleya desarrolló una vacuna para prevenir esta enfermedad.
Desde principios de la década de 2000, la Federación Rusa ha buscado constantemente mantener y recuperar su influencia internacional, así como ha revitalizado sus esfuerzos por expandirse. Es lo que se conoce como “neoimperialismo”, una tendencia prominente en la era de Vladimir Putin que no es más que la continuidad de los proyectos políticos anteriores como la Unión Soviética y el Imperio Ruso. “La historia rusa es una historia de imperio”, afirma la politóloga Agnia Grigas, autora de Beyond Crimea: The New Russian Empire.
Ruta de la Seda de la Salud
Tanto Rusia como China aprovechan la retirada de Estados Unidos durante la administración Trump como líder en el escenario internacional de la salud pública para mejorar su imagen y para tejer nuevas alianzas. Estas dos superpotencias han entendido que quienes controlen la distribución de vacunas ganarán poder en especial en vastos mercados emergentes de África, el Sudeste Asiático, Medio Oriente y América Latina, regiones que consideran estratégicamente importantes y donde vive más de la mitad de la población mundial.
A comienzos de la pandemia, el gigante asiático suministró mascarillas y equipamiento a países africanos y del Sudeste Asiático, y ha enviado médicos y respiradores a países europeos como Italia y Grecia. Cuando la Unión Europea prohibió las exportaciones de equipos de protección, el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, alabó la generosidad china.
Al contrario de Washington –cuyo enfoque ha sido el de “Estados Unidos primero”–, Pekín se ha comprometido a compartir vacunas. El 18 de mayo, durante su discurso ante la Asamblea Mundial de la Salud, el presidente chino Xi Jinping dijo que cualquier vacuna desarrollada por China se convertirá en un “bien público global”.
Hasta el momento cuentan con tres localmente autorizadas: CoronaVac de Sinovac Biotech que ya se aplica en Brasil, Turquía, Indonesia, Filipinas y en breve en Chile; BBIBP-CorV de Sinopharm ya desplegada en los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Egipto, Marruecos y pronto arribará a Perú y a Pakistán; y Ad5-nCoV de CanSino Biologics que cuenta con contratos con México, Malasia e Indonesia.
“Mientras los demás países y los laboratorios privados se muestran imponiendo condiciones y tratando de hacer negocios, China dona barbijos, equipos de tratamiento, respiradores. Y ejerce poder para que sus laboratorios privados o estatales donen vacunas. Esto le genera un enorme prestigio a nivel internacional –señala el economista Ariel Slipak, investigador de la Universidad Nacional de Moreno–. En lo retórico, China se muestra como una potencia amigable. De estas acciones, China va a seguir sacando beneficio como el de obtener recursos primarios energéticos y desarrollar infraestructuras que aceleren el tráfico de sus mercancías.”
En 2016, Xi Jinping anunció el concepto de una “Ruta de la Seda de la Salud”, una forma de cooperación sanitaria con otras naciones. La crisis actual le abrió la oportunidad para reclamar el liderazgo en la gobernanza de la salud planetaria. Y en especial para mejorar su imagen como km cero de la pandemia y redimirse vacunando a una gran parte de la población mundial.
La tercera vía
La creciente relevancia global de China en los planos financiero, militar, económico y científico –con misiones a la Luna y a Marte y planes de una nueva estación espacial– constituye uno de los acontecimientos más relevantes de inicios del siglo XXI.
“Desde entonces, tensiona la primacía hegemónica de Estados Unidos –indica Slipak–. China busca moldear activamente el mundo a sus intereses. Es un país pragmático que no tiene problemas en entablar negociaciones con todo tipo de gobiernos. Las relaciones comerciales con América Latina se han profundizado. China invierte en aspectos energéticos como el litio, hidrocarburos, energía solar y eólica. La relación es en apariencia benevolente pero en realidad es de subordinación de una nación a otra.”
El futuro de la “diplomacia de las vacunas” –y de los beneficios estratégicos que puedan cosechar China y Rusia como los salvadores del mundo en desarrollo– dependerá en definitiva de los efectos a mediano plazo que tengan sus vacunas, usualmente invisibilizadas o vistas con desconfianza por la prensa occidental, y si podrán aplacar las nuevas variantes del coronavirus.
Su ventaja no solo radica en su disponibilidad y precio mucho menor que las de Pfizer/BioNTech y Moderna sino también en que se basan en un enfoque más tradicional y no requieren temperaturas muy bajas para ser almacenadas y transportadas, un factor crucial en especial para países de ingresos medios y bajos.
Quien podría ensombrecer su avance es India, que se apresta a ingresar en esta pugna geopolítica a través del Serum Institute, el mayor productor de vacunas del planeta. Allí se están produciendo millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca/Oxford bajo el nombre de “Covishield”. Pese a un reciente incendio en sus instalaciones, la compañía promete empezar en breve a comercializarlas, con envíos planificados a Brasil, Marruecos, Sudáfrica, Arabia Saudita, Bután, Maldivas, Bangladesh y Nepal.
Sean chinas, rusas, indias, alemanas, estadounidenses o inglesas, las vacunas que aterricen en los hombros –y una distribución equitativa– constituyen el único camino para evitar que la pandemia se prolongue y encrudezca.
Federico Kukso. Periodista científico, miembro de la comisión directiva de la World Federation of Science Journalists. Autor de Odorama: Historia cultural del olor, Taurus, 2019.
Fuente: https://www.eldiplo.org/260-rusia-y-la-geopolitica-de-la-vacuna/la-diplomacia-de-las-vacunas/