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Aleksandr Lukashenko reelegido presidente de Bielorrusia

La elección del pueblo

Fuentes: Pravda

Traducido del ruso para Rebelión por Andrés Urruti

 

Tal como muestran los resultados provisionales ofrecidos por la Comisión Central Electoral de la república, un 82’6% de los electores participantes en la votación, votó por A. Lukashenko. El candidato «único» de las fuerzas «democráticas» Aleksandr Milinkievich recibió un 6%, Serguei Gaydukievich, un 3’5%, y Aleksandr Kozulin, un 2’3% de los votos. 

Quizás la principal característica distintiva de las elecciones presidenciales ha sido la cifra sin precedentes de votantes: cerca del 93% del total registrado. Eso significa que A. Lukashenko ha sido elegido por una aplastante mayoría -tres cuartas partes- del pueblo bielorruso.

En general, nadie duda de su victoria. La verdad es que una victoria tan abrumadora tampoco la esperaban, ni siquiera los más optimistas de sus partidarios, y el resultado que se pronosticaba era más modesto, entre un 74-76% de los votos válidos.

Ahora, analizando los resultados de la votación, los analistas advierten que esos «inesperados» puntos de porcentaje añadidos a favor de Aleksandr Lukashenko no son casuales: se los ha trabajado el Departamento de Estado de EE.UU. con sus euroestructuras subordinadas. Han intentado demasiado descaradamente someter al pueblo bielorruso.

La última gota han sido las noticias que llegaron en vísperas de las elecciones. El representante del Departamento de Estado, Daniel Fried informó que los EE.UU. iban a dedicar 12 millones de dólares más a apoyar a la oposición bielorrusa. Y al mismo tiempo, uno de los jefazos de la UE, el sanguinario verdugo de Yugoslavia Javier Solana – por orden del cual, todos recordarán, se lanzó «en nombre de la libertad de expresión» un ataque con misiles contra la TV de Belgrado- declaró: la Unión Europea soltará otros 2 millones de euros «para los medios de comunicación democráticos bielorrusos». Añadamos a esto que algunos de los dirigentes de la OSCE, la Comisión y el Parlamento Europeo, sin esperar a las conclusiones de los observadores de la OSCE, emitieron su veredicto acerca de «graves irregularidades durante los comicios bielorrusos».

Todo esto, como las provocaciones cometidas por la «quinta columna», y la presentación pública de documentos y testimonios que prueban la preparación de un «golpe de colores», empujó a acudir a los centros de votación incluso a los que no habían ejercido en los últimos años esta actividad ciudadana.

Desde luego, la base principal para el éxito la puso, ante todo, la política socioeconómica que se sigue en Bielorrusia. Los sociólogos recordaron, por ejemplo, los siguientes hechos. En los últimos 5 años el salario medio se ha multiplicado por 3’7, y el número de los que consideran que su situación material mejorará y ven con confianza el día de mañana, ha crecido vez y media más. Los que no confían en el futuro han descendido casi a la tercera parte, ahora suman un 7%. Aproximadamente el porcentaje que vota por los candidatos «democráticos».

Se han derrumbado las esperanzas de la oposición de «apoyo masivo» entre los jóvenes. ¿Para qué iba el estudiante bielorruso a pronunciarse contra el poder actual, cuando sus asignaciones son casi tres veces más altas que en Rusia, y paga por su residencia, en condiciones análogas, cinco o seis veces menos que el estudiante ruso?

En los resultados de las votaciones han influido, no solo los éxitos económicos de la república, sino también el rumbo de Lukashenko, que ha asegurado el mantenimiento de los principios de justicia social y de una política autónoma, independiente. El pueblo creyó de corazón las palabras de su discurso preelectoral: «Los bielorrusos sufrieron por el derecho a una elección autónoma y libre, y nunca renunciarán a ello. Hemos aprendido y hecho mucho en las últimas décadas. Con inteligencia y trabajo duro superamos la crisis después de la desintegración de la URSS, impidiendo el saqueo del país. No nos convertimos en marionetas de manos ajenas, no nos deslizamos al precipicio de los conflictos sociopolíticos, nacionales y religiosos. A pesar de la presión extranjera, podremos enfrentar con dignidad todos los desafíos y amenazas». Y respondió al llamamiento del presidente: «Acudiendo a los puntos de votación, demostraréis quien somos nosotros, los bielorrusos, y quien manda en nuestra casa»

Casi todos los observadores presentes en los comicios -y son 32.000 observadores locales y 1235 internacionales- percibieron no sólo el alto nivel de organización, sino también el indiscutible carácter democrático, y la transparencia del proceso de la campaña electoral y las votaciones. He aquí algunas opiniones:

Nikolai Kondratienko, miembro del grupo parlamentario del PCFR en la Duma Estatal de Rusia:

– He sido observador en muchos países de la CEI (Comunidad de Estados Independientes), en Serbia y en Montenegro. Y teniendo también en cuenta la experiencia de mi patria, Rusia, tengo que decir: estas son las elecciones más honestas, las más abiertas y las de mejor calidad (que he visto). A mi edad, ya he aprendido a escrutar a la gente. Cuando están descontentos, se les nota en la cara y el comportamiento: se hacen grupitos, no van a las elecciones como los vuestros. Estoy encantado con vuestra gente. Os envidiamos, con sana envidia.

Gordana Pop-Lazic, vicepresidenta del parlamento de Serbia:

-Hemos visitado bastantes colegios electorales. Las votaciones transcurren tranquilamente, no hay ninguna presión sobre los electores, cada cual expresa su voluntad libremente. Todo está en el marco de la ley.

Michael Margulis, presidente del Fondo de Diplomacia Espiritual (EE.UU.):

-Cuando la atención de todo el mundo se dirige a las elecciones de cualquier país, nosotros seguimos su preparación y curso, muy atentamente. Y no lo oculto, me es agradable admitir que se están respetando las normas democráticas, todo es transparente. El mismo pueblo elige su camino, su futuro.

Un detalle curioso. En las instrucciones oficiales para los representantes del señor Milinkievich se preveía una «observación agresiva», una intervención directa en el proceso electoral por cualquier medio, incluso » arriesgando ser expulsados». Pero ni uno de sus interventores se atrevió a cumplir las instrucciones, no organizando así, como hicieron los «demócratas» en elecciones anteriores, provocaciones en los colegios electorales. La causa era evidente: la gente finalmente ha «calado» a los «demócratas». Y especialmente al señor Milinkievich. Como señaló un politólogo, su principal característica y el meollo de su «política» es un mimetismo rastrero.

Él (Milinkievich) cada vez intenta ocultar más sus auténticos proyectos e intenciones. Llamando a un «Maidan» (N del T: alusión a la «revolución naranja» de Ucrania, ver anteriores artículos), dice que «llegaremos allí con caramelos y flores», negando completamente, que, de antemano, hay planeado otro objetivo diferente. Ya en octubre pasado, casi medio año antes de las elecciones, el proclamado candidato «único» de las «fuerzas democráticas», el señor Milinkievich, prometía: «¡Habrá guerra, una gran guerra!». Y al cabo de un mes, interviniendo en el forum antirruso de la Sociedad para una elección democrática en Kiev, declaró que la oposición bielorrusa está preparada para sacar a la gente a la calle y «repetir la insurrección del año 1863». Insurrección que, dirigida contra Rusia, fue, como es sabido, armada y sangrienta.

Durante todos los últimos meses, Milinkievich utilizaba permanentemente la denominación de «revolución» para lo que planeaba. Inicialmente informó que sería una «revolución del espíritu», después, vacilando entre las denominaciones «revolución de los acianos» (N. del T.: acianos o azulejos, plantas (Centaurea cyanis) con flores de color azul, color que corresponde a la oposición bielorrusa) o «revolución azul» (esta última provocó burlas sarcásticas acerca de si los «demócratas» apoyarían a las minorías sexuales) (N. del T.: en ruso, y, al parecer, en bielorruso, la palabra «goluboy» designa el color azul celeste, pero, en lenguaje popular también tiene el sentido homófobo dirigido al homosexual, «maricón»), propuso una más original, la «revolución de los jeans». Mejor, decían, para expresar la idea de que el golpe se realizaría básicamente con ayuda de los jóvenes. Esta variante también fue objeto de mofa: «jeans» (o «dzhinsa»), en jerga juvenil, significa algo hecho tontamente, de mala manera. Y entonces el señor Milinkievich cambió de tono y se colocó un lacito azul (N. del T.: aquí «siniy», palabra que expresa azul, pero distinto de «goluboy»). Y propuso salir con esos lacitos azules a la plaza.

El dueño del país, el pueblo, frustró todos los planes de los señores «demócratas». Ellos fueron, de todos modos, a la plaza, en número de tres o cuatro millares, lo que permitió a los teleoperadores profesionales presentar un cuadro de «protesta masiva», que momentáneamente, fue lanzada a todo el mundo. Entre el gentío reunido en el centro de Minsk aparecían no pocos representantes de los países «independientes», donde, a sueldo de EE.UU. y Occidente, ocurrieron «revoluciones de colores»; junto a las banderas locales profascistas del «frente popular bielorruso», «adornaban» la plaza las actuales banderas ucranianas y georgianas.

Toda esta «hueste democrática» no se atrevió a ir al «asalto» de las instituciones estatales después de ver lo que pasaba el día de las elecciones. Pero, como venganza contra el propio pueblo, los lacayos al servicio de Occidente, alzaron en la plaza el eslogan «Por el país de esclavos y lacayos». En definitiva, formularon de forma ideal el programa de sus candidatos. Los cuales, como era de esperar, se dirigieron en busca de ayuda, a Occidente. Y llamaron a sus partidarios, que representaban a una aplastante minoría, a acudir a la plaza, «hasta que no sean anulados los resultados de las elecciones». En una palabra, actuar de acuerdo al conocido «guión de colores» elaborado por sus amos. Pero el pueblo de Bielorrusia ya ha hecho su elección.

Oleg Stepanenko, corresponsal del diario «Pravda» en Minsk (Bielorrusia)