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La gran ficción india sobre Cachemira

Fuentes: Media Monitors Network

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

«A pesar de crear esta ficción autoengañosa y a pesar de los soldados armados acuartelados por todas partes, la relación entre India y Cachemira sigue tensa. Esta ficción y la fuerte presencia militar india son síntomas de la negación india de cualquier derecho cachemirí a decidir sobre su futuro político. La actual y continua intifada cachemirí se ha cobrado hasta ahora más de 100 vidas de civiles y miles de heridos, sobre todo por el fuego de los soldados indios ocupantes. A pesar de un precio tan elevado no se vislumbra el final de esta situación»

Desde enero de 2009 The Economist ha sido prohibido o censurado en 12 países, incluidos Arabia Saudí, Libia y China. India es la ‘única democracia de la lista’ que por haber censurado 31 ediciones del semanario, la encabeza. La razón principal de esta censura es la publicación de un mapa de Cachemira que no se ajusta a la versión india. Como resultado, las autoridades indias estampan «Ilegal» sobre el mapa. En un mundo distorsionado de realidades virtuales, lo que se considera ‘ilegal’ es en realidad una presentación cartográfica de Jammu y Cachemira, con el debido respeto a los territorios controlados por Pakistán y China.

Una mirada superficial al mapa de India muestra Cachemira arriba de una vasta masa continental. A pesar de la interminable miseria y violencia, Cachemira ocupa el lugar de honor; políticos indios laicos y fundamentalistas hindúes celebran por igual la posesión y describen Cachemira como la corona de India. Entre semejante clamor triunfalista, no se consideran los sufrimientos de los cachemiríes. Sin embargo, a veces, cuando éstos se alzan en una rebelión a gran escala y la brutal reacción estatal resulta en el derrame de tanta sangre inocente, el mundo se interesa momentáneamente. Cuando sucede, con su falta de interés usual, India atribuye casi siempre el disenso público cachemirí a Pakistán, el Islam o el terrorismo. Desde hace un cierto tiempo, Lashkar-e-Taibba asegura una distracción más conveniente; las autoridades indias lo han estado culpando de orquestar el lanzamiento de piedras por jóvenes cachemiríes que salen a las calles a diario en protesta contra los asesinatos cometidos por las fuerzas indias.

La versión india del mapa denominado ‘Jammu y Cachemira’ es una ilusión cartográfica que incorpora la fantasía de Jawaharlal Nehru, el Primer Ministro indio, de origen cachemirí, quien contribuyó positivamente a su cuestionable incorporación a India. La corona que muestra se extiende a través de una vasta geografía en las cuatro direcciones, pero en realidad es mucho más pequeña; sólo un 48% del área mostrada. Si se descartan las exageraciones, de la parte superior y de los lados, el taj, la codiciada corona, se parece más a una peluca deformada, creada por una combinación de coerción y engaño.

El Reino de Jammu y Cachemira fue improvisado de geografías culturales, étnicas y lingüísticas dispares, cuando los británicos lo vendieron a un señor feudal hindú del lugar que les había ayudado contra los sijs. Gulab Singh, el ‘comprador’ del Reino, no tuvo en consideración los sufrimientos de sus habitantes, en su mayoría musulmanes. Esto continuó cuando un siglo después, en 1947, las fronteras de Jammu y Cachemira se modificaron e India y Pakistán se hicieron cargo. Nació una disputa intransigente que ha aquejado a la región desde entonces.

Mucho antes, China nunca aceptó las definiciones fronterizas entre el Imperio Británico, Afganistán y Rusia en el área norte de Cachemira. La posición se mantuvo incluso después de la toma del poder por los comunistas en 1949 y llevó a la única guerra china-india en 1962. Ésta terminó con la toma de control por China de una amplia porción en el noreste conocida como Aksai Chin.

Actualmente Cachemira está dividida entre India, Pakistán y China, India controla la mayor parte del territorio, las partes central y meridional que tienen en total 141.338 kilómetros cuadrados. Luego viene Pakistán con la porción noroeste, conocida como Azad Kashmir y Gilgit-Baltistan que ocupa 85.846 km2. El área bajo control chino es de 37.555 km2 de territorio en mayor parte desértico, pero con recursos acuáticos muy necesarios gracias a su proximidad a Karakoram.

El mapa ‘legal’ que se presenta por doquier, desde formularios del gobierno, informes administrativos y sellos de correos hasta peritajes, se basa en un complejo engaño, según el cual toda Cachemira ‘pertenece’ a India. Esto provoca una retórica política que sirve a un sentido inflado de grandeza que anima desde hace demasiado tiempo la política india. Esta hipérbole deliberada es emblemática de la relación de India con Cachemira y de su emergencia como objeto de deseo y disputa. No hay signos o líneas de demarcación que distingan entre las partes administradas por Pakistán o bajo control chino. El mapa a menudo se enseña en las escuelas con un celo religioso fundamentalista, creando toda una generación de indios ignorantes, y a menudo muy militantes, que no están dispuestos a sostener ningún punto de vista diferente del que les inculcan los canales oficiales o religiosos. Esto ha paralizado la razón política india.

En su artículo, ‘China e India: los nuevos protagonistas del gran juego’ (The Guardian, 25 de septiembre), Jaswant Singh, ex ministro de Exteriores indio, amplía este modo de pensar estéril cuando culpa a China de ‘promover afirmaciones paquistaníes falsas que socavan la integridad territorial de India’. Los califica de ‘trucos verbales’, olvidando que es él quien emplea trucos al dedicarse a lo que yo llamo la Gran Ficción India sobre Cachemira. El caso de Cachemira, que es una disputa aceptada internacionalmente en la cual el territorio está ocupado por más de medio millón de soldados del ejército indio, no impresiona a Singh. Es irónico que Singh promueva ficciones semejantes. El año pasado perdió su posición política por cuestionar otra gran invención india sobre Pakistán. En su libro Jinnah, Partition and Independence, Singh trató de corregir la historiografía hindú/india de la partición y culpó al Partido del Congreso y a Jawaharlal Nehru y no a Mohammad Ali Jinnah de la división. También elogió a Jinnah, el fundador de Pakistán, como gran nacionalista que fue satanizado en la historia india. El libro de Singh hasta cuestionó los mitos que forman los fundamentos de India moderna. Provocó furiosas reacciones en todo el espectro político indio y el partido laico del Congreso lo acusó de denigrar ‘al primer ministro de India Jawaharlal Nehru’. La publicación llevó a que el Partido Bharatiya Janata (BJP) que se describe como el «partido nacionalista hindú» expulsara a Singh de sus filas diciendo que el partido no hará «compromisos en asuntos de ideología o disciplina». El libro también se prohibió en Gujarat, el Estado indio gobernado por el BJP y tristemente célebre por el pogromo de 2002 auspiciado por el Estado que llevó a la muerte de miles de civiles musulmanes.

Como cachemirí nacido bajo la ocupación india, me enseñaron la misma ‘geografía india’ en relación con Cachemira. Mucho más tarde comprendí la exactitud de la ilegitimidad de las afirmaciones indias. Este engaño geográfico representa una negación detallada de la historia, las promesas indias incumplidas de realizar un plebiscito para permitir que los cachemiríes determinen su futuro. Esta cartografía colonial ha llevado a la eliminación de los derechos democráticos de los cachemiríes. Cada vez que los cachemiríes se manifiestan por su derecho a la autodeterminación, India, en lugar de considerar sus demandas democráticas, los reprime implacablemente. Mediante la propagación continua de mitos sobre la geografía y la reescritura de la historia, India presenta las demandas cachemiríes de justicia como una grave amenaza, no sólo para la integridad de India como Estado-nación, sino también contra Bharat Mata, el concepto hindú de India como un espacio religioso sagrado. En un esfuerzo abominable por crear una cierta justificación moral para su brutal ocupación, también invoca sus afirmaciones sobre «Cachemira ocupada por Pakistán».

A comienzos de 1994 en plena resistencia cachemirí, cuando la demanda de independencia de Cachemira mostraba su máxima potencia, el parlamento indio, la asamblea legislativa de la mayor democracia del mundo, en una flagrante negativa de apreciar el sentimiento popular cachemirí, aprobó por unanimidad una Resolución Especial que reiteró que todo Jammu y Cachemira pertenecen a India. La Resolución también demandó: «Pakistán debe desocupar las áreas del Estado Indio de Jammu y Cachemira que ha ocupado mediante la agresión». Es un truco eterno en la estrategia india. La semana pasada, después de meses de sopor, cuando el gobierno paquistaní, obligado por la cólera pública por las muertes en Cachemira, finalmente hizo declaraciones públicas llamando a India a «revisar la práctica de describir Jammu y Cachemira como parte integrante suya», la reacción india fue inequívoca. S.M. Krishna, el ministro de Asuntos Exteriores, respondió ‘señalando’ que Pakistán «ocupa ilegalmente algunas partes de Jammu y Cachemira». Con un descaro cínico, dijo además: «Es deseable que desocupen esa [parte paquistaní] y después comiencen a aconsejar a India sobre cómo proceder en Cachemira».

Es extremadamente desconcertante que India hable a menudo de ‘Cachemira ocupada por Pakistán’ pero nunca mencione Aksai Chin, el área bajo control chino desde 1962. Significativamente, no se menciona a China o la parte china de Jammu y Cachemira en la Resolución Especial del parlamento indio de 1994, que exige que Pakistán desocupe su parte. De hecho, nunca se plantean exigencias semejantes a los chinos. Los cachemiríes lo consideran una posición artera y cobarde de India que evita enfrentar a China pero busca jovialmente la confrontación con Pakistán, un país más pequeño y más pobre, con un poder militar menos importante.

A pesar de crear esta ficción autoengañosa y a pesar de los soldados armados acuartelados por todas partes, la relación entre India y Cachemira sigue tensa. Esta ficción y la fuerte presencia militar india son síntomas de la negación india de cualquier derecho cachemirí de decidir sobre su futuro político. La actual y continua intifada cachemirí se ha cobrado hasta ahora más de 100 vidas de civiles y miles de heridos, sobre todo por las armas de fuego de los soldados indios ocupantes. A pesar de un precio tan elevado no se vislumbra el fin de esta situación. La intransigencia india es característica -como el rey de los demonios Ravana del famoso texto épico hindú Ramayana-. En una región rodeada por tres potencias nucleares y que contiene casi la mitad de la población del mundo, donde aumenta el extremismo, tanto hindú como musulmán, semejante obstinación amenaza con consecuencias calamitosas. Como potencia en crecimiento que trata de mostrar su fuerza con tanta energía, India debe ejercer su poder con un sentido de responsabilidad hacia los cachemiríes y toda la región. Para exorcizar los fantasmas mórbidos que India ha creado en la región debe deshacer su propia fábula que ha comprometido su conciencia y moralidad. Una lección honesta de geografía sería sólo el comienzo de un futuro esperanzador y posiblemente pacífico.

 

Una versión modificada de este artículo fue publicada primero en The National: http://www.thenational.ae/

By courtesy & © 2010 Murtaza Shibli

 

Fuente: http://americas.mediamonitors.net/content/view/full/78951

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