En Afganistán la división en la hasta hace poco monolítica conducción de los talibanes cada día queda más en evidencia. Lo que no consiguieron los veinte años de intervención norteamericana, parece estar consiguiéndolo el desgaste de gobernar a los más de cuarenta millones de afganos.
Esta versión, que corre desde hace meses, se confirma en un audio de cuarenta y cinco minutos emitido desde la ciudad de Khandahar, en el que el líder supremo de la República Islámica de Afganistán, el mullah Hibatullah Akhundzada, advierte a sus hombres y particularmente a la rama política que reside en Kabul, de que todo colapsará si no se mantienen “la disciplina y la cohesión”.
En el mismo mensaje dijo: “Si surge la injusticia entre nosotros, si buscamos posiciones para construir nuestro propio estatus, poder, prestigio y tratamos los fondos públicos como botín personal. Si comenzamos a desconfiar de nosotros y a desobedecer, entonces este sistema colapsará y esta seguridad se convertirá en inseguridad”.
Si se contextualiza que son poco frecuentes las declaraciones públicas del mullah Akhundzada y las crecientes tensiones que se evidencian entre Kandahar y Kabul (ver: Afganistán: En el molino indio), nadie puede dejar de poner extrema atención.
Akhundzada, en 2016, fue ungido Amīr al-Muʾminīn (príncipe de los creyentes) para suceder al mullah Akhtar Mohamed Mansur, muerto tras ser sorprendido por drones norteamericanos transitando por una ruta de la provincia pakistaní de Baluchistán. Akhundzada se rodeó de la discreción y el sigilo requeridos para quien se sabe una de las personas más buscadas en el mundo por los Estados Unidos, que lo declaró “terrorista global especialmente designado” o SDGT, por sus siglas en inglés, hace décadas. Esa cautela fue lo que le permitió llevar a sus hombres a la palmaria victoria de agosto del 2021 sobre los Estados Unidos.
La persecución norteamericana del líder supremo afgano continuó hasta marzo último, cuando el Gobierno del presidente Trump decidió retirar las recompensas que ofrecía por él y muchos de sus lugartenientes. Entre otros, quien se apunta hoy como su máximo contendiente en la disputa por el poder talibán es el mullah Sirajuddin Haqqani, actual ministro del Interior del gobierno afgano, figura fundamental en la guerra contra la ocupación y jefe de la poderosa Red Haqqani, fundada por su padre durante la guerra antisoviética. Una organización autónoma, pero siempre afín a los talibanes.
Tras la victoria, el mullah Akhundzada eligió instalarse en la mítica Kandahar, donde, junto al mullah Mohamed Omar, muerto en 2013, fundaron la organización en 1994, por lo que allí reside el poder religioso, que en un país teocrático como es hoy Afganistán, encarna el poder absoluto.
Desde lo que se podría denominar como la línea Khandahar, se sigue ordenando la imposición extrema de la sharia (ley coránica), mientras que, desde Kabul, se está buscando distender los prejuicios de los takfiristas.
Esperando el reconocimiento internacional para fomentar la llegada de inversiones y mejorar la economía para poder sacar a la nación de la extrema vulnerabilidad en la que se encuentra y que, tarde o temprano, pueda servir a los enemigos internos como son el Frente Nacional de Resistencia (FNR) liderado por Ahmad Massoud, hijo del mítico líder del Frente Norte, asesinado por un shahid (mártir) en una arriesgada operación de al-Qaeda, pocos días antes del ataque a las Torres de Nueva York. Massoud (h) junto a varios altos funcionarios del antiguo régimen colaboracionista ha conseguido mantenerse en las zonas montañosas del Panjshir y algunas áreas de Baghlan. Podríamos afirmar que el FNR es prácticamente una célula dormida del Departamento de Estado, lista para ser activada cuando lo considere necesario. Por esta razón recibe financiación y apoyo táctico y militar de la CIA desde 2021.
El grupo más activo de resistencia contra los talibanes es nada menos que el Dáesh Khorasan, una de las khatibas más peligrosas de la organización global, que ha protagonizado acciones fuera de Afganistán, como las que en marzo del año pasado realizó contra el complejo teatral Crocus City Hall de Moscú. (Ver. El laberinto de Crocus). El D-K también ha sido una creación de la CIA, en plena guerra contra los talibanes, con la intención de golpearlos con sus mismos métodos. Que si bien no tuvo el éxito deseado, hoy sigue siendo el principal foco de insurgencia en Afganistán.
En su mensaje del 7 de junio, Akhundzada volvió a exigir obediencia a los líderes y advirtió sobre los esfuerzos de potencias extranjeras para desestabilizar Afganistán: “Hermanos, este sistema se basa en la sharia. No es una democracia. Aquí las democracias han ido y venido. Ahora intentan restaurar la democracia. Pero lo hemos experimentado: la democracia no es el camino a la salvación ni al éxito de la humanidad. «El islām y la sharia son el camino”.
La reciente celebración del Eid al-Adha (fiesta del sacrificio) del pasado día 5, uno de los puntos culminantes en la liturgia islámica, fue escenario de la profundidad de la división entre Khandahar y Kabul.
Al tiempo que Akhundzada dirigía las oraciones en Kandahar, otras dos celebraciones se realizaron en Kabul. Un hecho inédito y profundamente llamativo desde su retorno al poder.
Una dirigida por el mullah Abdul Kabir, ex viceministro principal y actual ministro de Refugiados en el Qasre Sapidar (Palacio Sapidar), que tiene fluidos contactos con la Red Haqqani, a la que asistieron relevantes figuras del Gobierno y representantes extranjeros.
Mientras que, a poca distancia, en el Palacio Presidencial Arg, el Primer Ministro, el mullah Hasan Akhund, dirigió una segunda oración, con la presencia de los viceministros y Abdul Salam Hanafi y Abdul Ghani Baradar. Este último estuvo a cargo de las cruciales negociaciones de Doha, que a finales del anterior Gobierno de Trump posibilitaban una salida honrosa de los Estados Unidos de Afganistán, lo que arruinó Biden apenas llegó a la Casa Blanca, con los resultados conocidos.
En una fecha de tal magnitud como esta, no pasó desapercibida la ausencia del ministro Sirajuddin Haqqani, quien había reaparecido recientemente tras un llamativo silencio de más de tres meses. Esta nueva ausencia no ha quedado claro si fue por su propia voluntad o una censura decidida desde Khandahar.
Contra la división y los prejuicios étnicos
Alertado por las indisimulables divisiones que ha provocado el cada vez más personalista liderazgo del mullah Akhundzada, ya a finales de mayo debió llamar a sus hombres a que se evite el interés propio, el favoritismo interno y las controversias étnicas.
El poder talibán, conformado mayoritariamente por la etnia pashtún en más de un ochenta por ciento, también lo integran en orden proporcional tayikos, uzbekos, turcomanos, baluchis, nuristaniés, e incluso, a pesar de ser considerados herejes, también los hay hazaras.
El Amīr al-Muʾminīn, además de referirse a la aplicación sin ambages de la sharia, llamó a los altos mandos a purificar sus intenciones y consultar a los maulana (eruditos religiosos) para mostrar humildad y amabilidad al tratar con las personas, en un contexto donde la información cada vez con más frecuencia trae versiones acerca de las divisiones en el interior del poder talibán en el distrito de Jurm en la provincia de Badakhshan en el noreste del país, mayoritariamente tayika, que por largos años resistió a la autoridad de los pashtunes.
Un incidente que estuvo a punto de resolverse por vía armada, cuando un capitán tayiko de esa región se negó a acatar una orden de la comandancia de destruir sembradíos de adormidera, base para la elaboración del opio. Producción que por años ayudó a los talibanes a financiar la guerra contra los Estados Unidos y que, en la actualidad, más allá de las prohibiciones de seguir con esta práctica, sigue enriqueciendo a algunos comandantes corruptos y señores de la guerra regionales.
La tensión entre pashtunes y tayikos escaló al punto de obligar al Jefe de Estado Mayor del Ejército, Fasihuddin Fitrat, a intervenir para desactivar el enfrentamiento. Si bien el hecho sucedió a fines de mayo, hasta ahora la cuestión sigue sin resolverse.
Los observadores dicen que el creciente malestar en Badakhshan podría tensar aún más el control de los talibanes en una provincia que siempre fue reactiva a las imposiciones del control centralizado y las relaciones con el poder central, que se agravan por intereses económicos, fundamentalmente con bandas del narcotráfico.
A pesar de que la orden desde Kandahar fue que se eviten los mensajes particulares de los altos funcionarios por la festividad del Eid, una medida para reforzar el control sobre la imagen de la dirección del liderazgo del mullah Hibatullah Akhundzada, Sirajuddin Haqqani hizo el suyo público, donde llamó a la unidad “por el bien de las causas islámicas y nacionales” y pidió por la reconciliación de los afganos, lo que lo volvió a diferenciar de Khandahar, profundizando la grieta afgana.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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