Chris Sidoti, del Consejo Asesor Especial para Myanmar, tiene razón, la situación en Myanmar es un desastre humanitario creado por los generales. La combinación de la propagación de las variantes altamente infecciosas de COVID-19 y el colapso del sistema sanitario provocado por el golpe militar ha creado una emergencia humanitaria en el país.
La cifra de personas muriendo es enorme y la mayoría de esas muertes se podrían evitar. Sin embargo, a pesar de la necesidad dramática de proporcionar asistencia sanitaria inmediata, la junta se ha apresurado a convertir la ayuda en un arma.
Con miles de trabajadores de la sanidad en huelga para protestar contra el régimen militar, y una población que desconfía profundamente de él, es evidente que la junta no tiene capacidad para afrontar la crisis.
Pero, lo que es más importante, la junta no tiene la voluntad de abordar la crisis de COVID-19. El líder golpista General Min Aung Hlaing y su régimen sólo tienen un objetivo: ganar una guerra de terror contra la ciudadanía de Myanmar y prevalecer por todos los medios y a cualquier precio.
El ejército birmano intenta ahora acaparar y centralizar en sus propias manos todos los recursos para proporcionar ayuda médica: medicamentos, oxígeno, vacunas. Su propósito no es utilizarlos como lo haría un gobierno responsable, o incluso como lo haría un gobierno irresponsable en una situación de emergencia de este tipo, que es proporcionar ayuda sanitaria donde sea necesaria y donde están los focos de la pandemia.
Por el contrario, la junta está desplegando medicamentos, oxígeno y vacunas de la forma en que los generales desplegarían cualquier otro recurso militar: para ganar ventaja sobre sus adversarios, para cortar el acceso a sus principales oponentes y para chantajear o atraer a oponentes pasivos y convertirlos en cooperadores pasivos.
Esto no es una sorpresa para nadie. Es sólo un crimen más contra la humanidad cometido por el régimen, que ya ha cometido una larga lista de acciones genocidas, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra.
Lo que hace que la situación sea realmente grave no es la decisión de la junta de utilizar la ayuda como un arma, sino que varios países clave estén entregando recursos humanitarios al régimen, en un momento en el que la junta necesita ayuda urgente para reforzar su control sobre el país.
Podría parecer más «humanitario» y mejor donar en parte (en menor medida) y vender en parte (en mayor medida) vacunas, medicamentos y equipos para plantas de oxígeno, como están haciendo China e India, que vender armas, como está haciendo Rusia.
Sin embargo, en la situación actual, entregar grandes suministros de ayuda médica a la junta es lo mismo que proporcionar armas al régimen.
Los medicamentos, las vacunas y el oxígeno chinos son herramientas de guerra tan eficaces como los cazas Sukhoi Su-30 rusos contra una población civil desarmada y asolada por un virus altamente infeccioso y mortal.
Desde hace seis meses, China, junto con Rusia, ha estado bloqueando cualquier respuesta internacional coordinada y significativa a la agitación posterior al golpe y está utilizando toda su influencia en la escena internacional y entre los actores regionales para mantener a los países occidentales fuera y a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) inactiva.
China es inteligente al dejar que Rusia haga el trabajo sucio de suministrar abiertamente herramientas mortales a una junta asesina. Al Kremlin, sin intereses estratégicos reales a largo plazo en Myanmar y sin ciudadanía rusa en el país, no podría importarle menos su reputación entre la población de Myanmar.
Al mismo tiempo, China también está siendo inteligente al interferir en los asuntos internos de Myanmar de forma muy calculada. Como el ladrón proverbial que grita «atrapen al ladrón», Beijing está pidiendo asertivamente a todo el mundo que no se inmiscuya en los asuntos internos de Myanmar, mientras hace precisamente eso de una manera muy paciente y sistemática.
Al proporcionar vacunas a la junta y a las organizaciones armadas de las minorías étnicas (las EAO, por sus siglas en inglés) con base en la frontera entre Myanmar y China, Beijing está claramente siguiendo su propio plan de juego a largo plazo. Ese plan consiste en mantener al margen a otros países, proporcionar discretamente al régimen una inversión limitada y esperar pacientemente hasta que la junta se imponga, mientras que mantiene un perfil bajo en todo momento para no aumentar el sentimiento antichino que ya existe entre la población.
Otra dimensión estratégica del plan de juego de China es fortalecer a sus propios aliados entre las EAO de Myanmar y aumentar el nivel de autonomía en los territorios bajo su control. Por ello, las vacunas chinas van directamente a la junta, así como al Ejército de Independencia Kachin y al Ejército Unido del Estado Wa.
Es hipócrita hablar de neutralidad e imparcialidad humanitaria en la situación actual. La junta militar ya ha cambiado las reglas del juego. Lo ha hecho, en primer lugar, creando una situación de emergencia de enormes proporciones y prácticamente secuestrando a casi toda la población. En segundo lugar, al impedir que la ayuda llegue a las personas que más la necesitan, el régimen ha creado el contexto subyacente en el que la ayuda ya no es ayuda, sino un recurso más que se utiliza para continuar con la guerra.
De todas formas, las acciones de la junta tendrían menos impacto y no cambiarían tanto las reglas del juego si los vecinos de Myanmar, China, Tailandia e India, no estuvieran jugando del lado de la junta.
Al mantener las fronteras del país cerradas a cualquier flujo de ayuda humanitaria y asistencia médica verdaderamente neutral e imparcial, China, India y Tailandia están ayudando activamente al régimen de Myanmar a mantener a la población como rehén. Al proporcionar casi exclusivamente a la junta las vacunas y suministros médicos necesarios, China e India están ayudando al régimen a convertir la ayuda en otra arma a utilizar.
Lo que tienen que hacer las distintas agencias de la ONU, las ONG internacionales y principales donantes (Estados Unidos, la Unión Europea, el Fondo Mundial, Japón, Suiza y otros) es no sentarse a esperar y alegar imparcialidad y neutralidad en un juego en el que los demás jugadores están rompiendo las reglas de forma evidente e intencionada.
En cambio, deberían utilizar su dinero, capacidad e influencia para reequilibrar una situación que se ha visto distorsionada de forma dramática por la decisión geopolítica de China, India y Tailandia de apostar por la victoria de la junta contra la ciudadanía de Myanmar.
Eso significa utilizar los recursos, capacidades e influencia de las agencias de la ONU, las ONG y principales donantes internacionales para proporcionar asistencia transfronteriza inmediata a través del grupo de trabajo COVID-19 del Gobierno de Unidad Nacional y por medio de las organizaciones locales de la sociedad civil y las organizaciones benéficas religiosas que operan en Myanmar, incluyendo los territorios controlados por las EAO.
Todo el mundo es consciente de que hay limitaciones serias en cuanto a la cantidad de territorio y de personas a las que se puede llegar a través de esos canales en este momento. Pero se ayudará a mucha más gente si se hace así, en lugar de esperar la aprobación de la junta militar.
Con Rusia planeando, abierta y descaradamente, el envío de aviones de guerra y China enviando millones de dosis de vacunas al régimen, esperar a un Memorando de Entendimiento de la junta para entregar la tan necesaria ayuda no es más que otra forma de permitir la imposición del régimen. Rusia y China están haciendo precisamente eso mediante la acción, mientras que la ONU, ASEAN, Estados Unidos y la Unión Europea lo hacen mediante la inacción.
El pueblo birmano desesperadamente necesita y merece, por parte de aquellos que dicen ser amigos de Myanmar, una ayuda mucho más específica que la que hemos visto hasta ahora.
Fuente original en inglés: https://www.irrawaddy.com/opinion/guest-column/myanmar-junta-weaponizing-aid.html