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La maldición de una retirada anunciada

Fuentes: Público

Cuando Obama anunció su nueva estrategia en Afganistán, se suponía que el envío de otros 30.000 soldados formaba parte de un plan para proteger a la población civil, ganar su confianza y promover un Gobierno fuerte, competente y honesto. Ocho meses después, el número de víctimas civiles ha aumentado un 31%, los afganos desconfían más […]

Cuando Obama anunció su nueva estrategia en Afganistán, se suponía que el envío de otros 30.000 soldados formaba parte de un plan para proteger a la población civil, ganar su confianza y promover un Gobierno fuerte, competente y honesto.

Ocho meses después, el número de víctimas civiles ha aumentado un 31%, los afganos desconfían más que nunca de las tropas extranjeras y de los gobernantes locales que les envía Kabul, el Ejecutivo se reconoce incapaz de controlar la situación antes de 2014 y Karzai ha amenazado a

Washington con recortar los poderes de los cuerpos policiales que investigan (con asesores estadounidenses) la corrupción del régimen, tras la detención de uno de sus hombres. El presidente intervino personalmente para excarcelar a su colaborador, Zia Saleh, y sus portavoces proclamaron que los verdaderos culpables de crear una «mafia económica» son los contratistas extranjeros importados por las fuerzas de ocupación.

El único objetivo que sigue en pie es una fecha, julio de 2011, cuando deberían empezar a retirarse las tropas de EEUU. Un calendario que la Casa Blanca confirma una y otra vez en un año electoral, pero que cada vez es puesto más en duda por los mandos del Pentágono. Además, el propio anuncio del plazo de retirada se ha convertido en una maldición. Tanto los jefes militares de EEUU como los responsables gubernamentales afganos advierten de que sólo ha conseguido envalentonar a los talibanes y convencer a los habitantes de que se acerca la hora en la que todos los occidentales desaparecerán y ellos volverán a quedar a merced de la opresión talibán, los señores de la guerra y lo que quede del Gobierno central.

Ronald Neumann, embajador norteamericano en Kabul de 2005 a 2007, explica que el anuncio de retirada no ha hecho más que reforzar el convencimiento de Karzai de que tiene que cerrar rápidamente alianzas con los señores de la guerra, por feroces que sean, para asegurarse el poder después de que la OTAN abandone su país. Según Neumann, «Karzai considera que parte de la corrupción es vital para su supervivencia», por lo que se opondrá a los intentos de erradicarla y protegerá a los caciques locales, empezando por su hermanastro, Ahmed Wali.

En realidad, Washington ya ha renunciado a la táctica contrainsurgente -garantizar la seguridad de las ciudades y zonas rurales clave para ganarse a la población y aislar a los rebeldes- y ha pasado a la antiterrorista: lanzar ataques militares selectivos para asesinar a los cabecillas de Al Qaeda y de los talibanes. El vicepresidente Biden ha impulsado esa estrategia, en contra del criterio del general Petraeus, y ha declarado a la cadena NBC: «Estamos en Afganistán para combatir a Al Qaeda, no para construir un país y convertirlo en una democracia».

Así que los talibanes atacan ahora a los que adiestran a los militares afganos para impedir que Karzai blinde su régimen antes de la retirada.

 

Fuente: http://blogs.publico.es/eltableroglobal/la-maldicion-de-una-retirada-anunciada/