Un libro investiga con entrevistas y con trabajo de campo, las causas y consecuencias de la sobreexplotación laboral de este modelo industrial desbocado
manos al vuelo, cuántos días claros, cuántas noches negras,
así tal cual, de pie me duermo.
Xu Lizhi
Es conocido que a principios de los años ochenta del siglo pasado se produjo un cambio histórico en el mundo: fue la victoria neoliberal aplicada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en Reino Unido y Estados Unidos. Pero lo que no se conoce tanto es que en 1979, se produjo otro cambio de igual o incluso de mayor trascendencia histórica: la apuesta de Deng XiaoPing en China por el «socialismo de mercado» y su adhesión a la OMC.
El país más poblado del planeta se convirtió en la gran fábrica del mundo. Alcanzó unos niveles de crecimiento económico de dos dígitos de forma sostenida, se convirtió en una gran potencia industrial y económica. Los costes sociales y medioambientales están siendo elevadísimos. El libro «La máquina es tu amo y señor» (Yang, Jenny Chan, Xu Lizhi, Li Fei y Zhang Xiaoqio. Virus Editorial 2019) y escrito por varios autores, investiga con entrevistas, muchas anónimas, y con trabajo de campo, las causas y consecuencias de la sobreexplotación laboral de este modelo industrial desbocado. Analiza el fenómeno de los esclavos electrónicos o iSlaves chinos. También incluye testimonios como el de Tian Yu (17 años), una obrera migrante que sobrevivió tras arrojarse desde un cuarto piso de la residencia de la fábrica, y los poemas del joven obrero Xu Lizhi que eligió suicidarse.
La mayor empresa del sector privado chino es la taiwanesa Foxconn, cuyo principal centro está en Shenzhen, que fabrica más de la mitad de la producción electrónica mundial. Sus clientes son multinacionales como Apple, Microsoft, Amazon, Google, Nintendo, Nokia, etc. Tiene 1,4 millones de trabajadores, centros como el de Longhua con 350.000 obreros, muchos de ellos son jóvenes migrantes. Trabajan 12 horas al día y 60 a la semana en la cadena con diferentes métodos como el taylorismo clásico o el toyotismo just-in-time, sin posibilidad de negarse a las horas extras, con pases de control para ir al baño. Reciben grandes presiones para aumentar las cuotas de producción y los controles de calidad, sufren violencia verbal y reprimendas. Controlan sus posturas, cómo se sientan o están de pie. Sufren humillaciones y castigos públicos, como estar de pie durante horas por un error.
La empresa organiza toda la vida del trabajador con el sistema de residencias donde duermen más que viven en profunda soledad. Se atomiza la vida de los trabajadores y, como ellos dicen, es muy difícil hacer alguna amistad. La práctica de turnos rotativos continuos, de día y de noche, dificulta el descanso y debilita la posibilidad de establecer redes de apoyo social entre los trabajadores. Se busca la insensibilizar emocionalmente a los obreros. Como dice una obrera, «la fábrica es un inmenso lugar lleno de extraños».
Todo esto, combinado con una filosofía empresarial que utiliza recursos retóricos («Corre hacia tus sueños más preciados…») con otras consignas estajanovistas («Crecimiento, tu nombre es sufrimiento»). En resumen, es un sistema de gestión de la mano de obra de corte militar: obediencia absoluta, cadena de mando, sistema jerárquico en niveles profesionales. Los encargados preguntan a los obreros: «¿Cómo estás?»; y estos tienen que responder: «¡Bien, muy bien, muy, muy bien!». Algo pavoroso. Una especie de Tiempos modernos a lo bestia, con trabajadores alienados y alineados por miles en las cadenas y vestidos con monos rosas.
Frente a esta brutal sistema de explotación que convierte a los obreros en una extensión de la máquina y en aprendices de esclavos, solo cabía como forma de resistencia los pequeños sabotajes, el boicot, largarse o, incluso, el suicidio. En 2010 hubo una oleada de suicidios por pura acumulación de desesperanza: lo intentaron 18 trabajadores de 17 a 26 años, hubo 14 muertos. La empresa niega que las causas estén en el sistema de trabajo y lo justifica hablando de ratios nacionales y sin ninguna compasión ni justicia con las víctimas. Achaca los suicidios a «la escasa capacidad para manejar los problemas personales», a los «espíritus frágiles».
Lo cierto es que lo sucedido no tiene precedente en la historia industrial de China. Aunque también en Europa ocurrió algo parecido en France Télécom, donde entre 2007 y 2010 se produjo una ola de suicidios (19 muertes y 12 intentos) provocados por los métodos de gestión de personal que buscaban suprimir 22.000 empleos de una plantilla de 120.000 trabajadores. Actualmente está pendiente de sentencia en los tribunales la acusación de acoso moral a siete exdirectivos de la compañía. Los dos casos tienen en común el mismo sistema, un capitalismo depredador.
En China el sistema no ha cambiado nada a pesar de las denuncias por los suicidios: ni el régimen fabril, las estructuras de gestión de las relaciones laborales, las presiones para aumentar la productividad, o las humillaciones en los talleres. Incluso intentaron que los obreros firmaran un pliego «antisuicidio», para exonerar a la empresa de toda responsabilidad, pero se vieron obligados a retirarlo por las críticas sociales y laborales. Ante un nueva oleada de suicidios también en 2010 (6 muertos), la empresa optó por colocar redes de seguridad y alambres en las ventanas para que no se tirasen los obreros, que han convertido las residencias en una especie de jaulas con alambre de espino. Todo menos actuar sobre las causas.
¿Y los sindicatos? La Federación de Sindicatos de China (ACFTU), promovida por el Gobierno chino, tiene 258 millones de afiliados, pero es dependiente operativa y financieramente de la administración, lo que mina su capacidad de representación de los trabajadores. El sindicato en Foxconn tiene el 90% de afiliación, pero ha fracasado en proteger la salud y la dignidad de los trabajadores. Lo cual no evita que las protestas y huelgas espontáneas sean numerosas y no siempre reprimidas por las autoridades si no se convierten en un movimiento político.
Frente a esta realidad está Silicon Valley. Allí, los trabajadores de las grandes compañías pueden llegar a cobrar 100.000 dólares al año, gozan de todo tipo de servicios como piscinas de bolas para relajarse y hacer brainstormings, gimnasios, restaurantes gratuitos, bicis comunitarias, actividades filantrópicas remuneradas… Infierno y paraíso son dos caras de la misma moneda como resultado de la división mundial del trabajo.
El estudio es muy interesante por el espeluznante análisis de la explotación de los trabajadores chinos. También se adivina el negativo impacto medioambiental. Estamos ante una economía y un modelo industrial insostenible. No hay planeta que resista este ritmo de explotación de los recursos naturales. Una sociedad que se pretenda mínimamente cohesionada y que defienda los derechos humanos, no puede permitir que se suiciden las personas por su trabajo.
Para vender el mito de que se está construyendo un mundo mejor gracias a la tecnología, se tienen que tapar las sombras siniestras de una producción basada en la explotación salvaje de millones de trabajadores. La clase media de los países ricos debe reflejarse en el espejo del coste humano y ecológico que tiene materializar nuestra existencia digital. No se puede mirar para otro lado. Hay que cuestionar el consumismo que han introducido las altas tecnologías y saber que la fábrica que produce con el trabajo más alienante no ha sido superada sino, como mucho, desplazada de lugar.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/ideas/2019/08/15/la-maquina-es-tu-amo-y-senor-agustin-moreno/
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