Pocas horas después de que los representantes de los países del BRICS, reunidos en Río de Janeiro, emitieran una nueva declaración conjunta —criticando las medidas de proteccionismo comercial y exhortando a soluciones multilaterales para los grandes dilemas globales—, el presidente estadounidense Donald Trump reaccionó en su red social Truth Social, amenazando con imponer aranceles adicionales del 10% sobre los productos de los países que “se alineen con las políticas antiamericanas del BRICS”. Según Trump, “no habrá excepciones a esta política”, en una clara demostración de animosidad ante el fortalecimiento de las iniciativas vinculadas al BRICS.
Estas amenazas dicen mucho no solo sobre la estrategia de la política exterior de Estados Unidos bajo Trump, sino también sobre el impacto que las iniciativas del BRICS han alcanzado en el ámbito internacional. En los últimos meses, no han sido pocos los analistas que han insistido en la narrativa de que el BRICS habría perdido impulso. Entre los argumentos más comunes y repetidos está el de que la reciente expansión del número de miembros habría aumentado su amplitud, pero debilitado su capacidad de generar consensos. Del mismo modo, muchos sostienen que el aumento de las tensiones en el mundo y la postura más agresiva de la diplomacia estadounidense habrían llevado a muchos países en desarrollo a temer apoyar bloques multilaterales no subordinados a los intereses de Washington.
En vísperas de la Cumbre del BRICS en Río de Janeiro, los principales medios de comunicación occidentales inundaron sus portadas destacando la ausencia de los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin en el encuentro, señalándola como un síntoma inequívoco de un supuesto vaciamiento del bloque. En Brasil, país anfitrión de la cumbre, los grandes medios corporativos abusaron cotidianamente de tales argumentos para alimentar la continua ola de propaganda contra el gobierno de Lula, ya como parte de un ensayo preparatorio para las elecciones presidenciales de 2026. Según algunos, la cumbre tenía todos los ingredientes para ser un fracaso, con comunicados vacíos que reflejarían más las desavenencias que los posibles consensos entre los países miembros.
Sin embargo, lo que se vio en Río de Janeiro fue algo muy distinto de lo que preveían los profetas del caos. A lo largo de esta 17ª reunión de alto nivel de los líderes del bloque, los países del BRICS asumieron más de 120 compromisos conjuntos que abarcan gobernanza global, finanzas, salud, inteligencia artificial, cambio climático y otros diversos temas estratégicos. Más allá de la innegable relevancia de los avances en estas diversas áreas, el contenido político de la declaración conjunta demostró la enorme capacidad de articulación y convergencia del bloque, expresando la preocupación compartida de los países miembros ante los conflictos en curso en distintas partes del mundo.
La declaración expresó la preocupación colectiva ante la tendencia creciente de aumento del gasto militar a nivel mundial, en detrimento del financiamiento adecuado para el desarrollo de los países del Sur Global. En contraposición a los llamados militaristas que resuenan en distintas esferas de poder en el mundo, los BRICS reafirmaron la defensa del multilateralismo, del desarrollo sostenible, de la erradicación del hambre y la pobreza, y del combate al cambio climático como los verdaderos caminos para resolver los grandes problemas globales. En esta misma línea, también se aprobaron documentos clave como la Declaración Marco de los Líderes del BRICS sobre Finanzas Climáticas, la Declaración de los Líderes del BRICS sobre la Gobernanza Global de la Inteligencia Artificial, y la Asociación del BRICS para la Eliminación de Enfermedades Socialmente Determinadas.
El mundo atraviesa un momento de gran turbulencia. Conflictos militares como los del este de Europa y Medio Oriente agudizan los ánimos; las crisis económicas recurrentes preparan el terreno para el descontento social; y los discursos agresivos de falsos profetas empujan a países enteros por el camino equivocado de la guerra y la confrontación. Hace casi dos décadas, los BRICS —inicialmente BRIC— surgieron precisamente en un contexto de incertidumbre, después de la crisis financiera global de 2008, sirviendo como una importante plataforma para articular las demandas de los países en desarrollo frente a los grandes desafíos del orden mundial. Dando voz al Sur Global, se volvieron indispensables tanto para el fortalecimiento del G20 como para el fortalecimiento del diálogo Norte–Sur en la búsqueda de salidas conjuntas a los dilemas de aquel entonces. Hoy, ante la profundización de las fracturas en el tejido social y en las estructuras multilaterales globales, los BRICS se afirman no solo como una plataforma ampliada de cooperación entre países en desarrollo, sino también como una de las principales vanguardias en la defensa del multilateralismo a nivel internacional.
El contenido político de las declaraciones emitidas por los países miembros del BRICS es claro: proponen salidas colectivas y pacíficas a los dilemas globales, con énfasis en las cuestiones económicas y sociales, en detrimento de intereses belicistas y geopolíticos. No por casualidad, logran sentar en una misma mesa a países con gobernantes de perspectivas políticas e ideológicas diversas, pero unidos por preocupaciones similares en la búsqueda de caminos convergentes para el desarrollo de sus países y la cooperación entre sus pueblos. Al no dirigir sus iniciativas contra ningún bloque o país específico, el BRICS rompe con la narrativa dicotómica que pretende resucitar el paradigma bipolar de la Guerra Fría, y afirma su plena complementariedad con los demás mecanismos de mayor alcance en el escenario multilateral global. Por lo tanto, el BRICS no se presenta como un contrapunto a la ONU, al FMI o al Banco Mundial, sino como una plataforma desde la cual los países en desarrollo cooperan entre sí y buscan posiciones comunes a favor del fortalecimiento del conjunto del sistema multilateral global.
Al atacar al BRICS, a sus países miembros y a otros países simpatizantes de las iniciativas del bloque, Donald Trump los acusa de conformar un bloque “antiestadounidense”, y no lo hace por casualidad. Es justamente con base en esta narrativa que Estados Unidos y sus estrategas han buscado debilitar diversos esfuerzos pacíficos de cooperación multilateral. En el caso específico de las iniciativas promovidas por China, son reiteradas —y sin fundamento— las acusaciones sobre el supuesto “doble uso” (civil y militar) de las infraestructuras vinculadas a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Según esta versión, las inversiones chinas representarían una amenaza a la soberanía de terceros países y un riesgo para la seguridad de Estados Unidos. En esta misma línea, persisten mitos como el de la “trampa de la deuda” china y el de la supuesta espionaje e interferencia política llevada a cabo por empresas y proyectos chinos, desde las redes 5G de Huawei hasta la expansión de TikTok.
Lo que ahora parece nuevo —aunque claramente no lo es— es que, esta vez, el ataque no se dirige únicamente a China —desde hace tiempo señalada como la principal “rival” de Estados Unidos— ni a los países que los estrategas imperialistas han bautizado como el “eje del mal”, sino a un conjunto mucho más amplio de países en desarrollo. Muchos de ellos ni siquiera presentan contradicciones con las estructuras democrático-liberales tan elogiadas por Washington, ni exhiben ruptura ideológica alguna con el paradigma dominante del capitalismo occidental. Simplemente ejercen su derecho a asociarse libremente con iniciativas multilaterales de cooperación con países que enfrentan dilemas similares, por compartir características comunes en tanto que países en desarrollo, integrantes de lo que se ha denominado como el “Sur Global”.
Al amenazarlos con una nueva oleada de aranceles unilaterales, Estados Unidos no sentencia a muerte el crecimiento del BRICS —como parece pretender—, sino su propia capacidad de influir de forma decisiva en los debates sobre la necesaria reformulación y fortalecimiento de las instancias multilaterales internacionales. Y, contrariamente a lo que puedan imaginar, esto ocurrirá con o sin la participación estadounidense. Tras su expansión, el BRICS pasó a representar, en conjunto, más de la mitad de la población mundial y más del 40% del PIB mundial medido en paridad de poder adquisitivo. Y las banderas de la defensa del multilateralismo, del desarrollo económico con justicia social y del rechazo al militarismo no se restringen al interés exclusivo de los países del BRICS o del conjunto del Sur Global, pues también abarcan la voluntad expresada de amplios sectores de los pueblos y gobiernos de las más diversas regiones del planeta. Por lo tanto, se equivocan quienes vieron en la expansión del BRICS una supuesta pérdida de densidad y cohesión del grupo: representó, en verdad, la adaptación necesaria de la estructura del bloque a los desafíos contemporáneos que enfrenta el mundo, exigiendo la conformación de frentes amplios y heterogéneos que busquen soluciones pacíficas a los dilemas internacionales actuales.
Las políticas de intimidación, unilateralismo y belicismo promovidas por Trump poco contribuyen a la resolución de las complejas cuestiones abordadas en los más de cien compromisos firmados por los países del BRICS en Río de Janeiro. Tampoco tienden a reforzar el objetivo estadounidense de consolidar un orden internacional unipolar bajo su tutela, en la medida en que la radicalización de los ataques contra decisiones soberanas —incluso de supuestos aliados— no hace más que ampliar la tendencia al aislamiento político de Estados Unidos, con pérdida de influencia y capacidad decisoria. En contra de lo que predecían los analistas subordinados al imperio, los BRICS siguen firmes y en crecimiento, y las sólidas palabras de la Declaración de Río de Janeiro consolidan no solo la convergencia del Sur Global en favor de un orden multipolar, sino también la conformación de una amplia vanguardia en defensa del multilateralismo, la paz y la cooperación mundial.
Tiago Nogara. Profesor de la Universidad de Nankai.
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