Si llegas aquí en barco sin visado, no podrás asentarte en Australia
Mientras los solicitantes de asilo luchan en el Tribunal Superior de Australia por su derecho a un trato humano, John Clamp examina la letal inhumanidad de las leyes de asilo de la “afortunada” nación.
Siniestra ironía
Hay una ironía siniestra en la forma en que los australianos encarcelan a los refugiados en una isla extranjera. Te hace preguntarte qué ha pasado con los recuerdos colectivos de la Fatal Shore. Sin embargo, las cárceles insulares, a las que los sucesivos gobiernos de Canberra concedieron el orwelliano nombre de “procesamientos fuera del país”, llevan operando intermitentemente desde hace años.
Por supuesto que hay diferencias entre esta nueva versión de bajo presupuesto de Papillon del siglo XXI y los vertederos de prisioneros británicos de hace 200 años. Después de todo, en aquel entonces, la Reina no necesitaba preguntar a los lugareños si les parecía bien aparcar a un grupo de extranjeros en su tierra. Los británicos de toda la vida podrían sencillamente seguir adelante y apropiarse de esa tierra después de empacar a bordo de los transportes de convictos a aquellos inútiles primeros sindicalistas y olvidarse de ellos para siempre. Las condiciones a la llegada eran normativamente brutales, con un único punto de venta creativo fabricado a medida y dotado de látigos de diseño repletos de formas ingeniosas para desollar carne humana. De vuelta en Westminster, los miembros del Gobierno de Su Majestad se felicitaban por lo ingenioso de su idea.
Australia es un caso grave de amnesia selectiva, ampliamente atestiguado en la entrevista de mi colega Ahmad Soheil Ahmadi al Dr. Daniel Borhani Lumani en el Maqshosh English de hoy. Por un lado, los australianos nunca se reprimen a la hora de recordar a los British Poms (*) las iniquidades sufridas por los primeros “colonos” presos. Sin embargo, por otro lado, se han dedicado a encarcelar alegremente a miles de seres en las nuevas “costas fatales” de Nauru y Papua Nueva Guinea. Y, lamentablemente, las muertes no han escaseado.
En estos tiempos, más “civilizados”, Australia debe obtener la conformidad de los gobiernos de Papua Nueva Guinea y Nauru para crear sus modernas islas del Diablo. También deben pagar en efectivo. Dada la relación entre lo que se denomina eufemísticamente como sistema de “procesamientos fuera del país” y los bulliciosos ciclos electorales de Australia, es justo decir que los refugiados que desean solicitar asilo en Australia están tan desaparecidos de la vista que se han caído del radar. Están muy lejos, allá por el horizonte.
Estar “deslocalizado” en Papua Nueva Guinea o Nauru debe ser un poco como llegar a Albany en 1826, excepto que a tu alrededor hay una población local hostil en lugar de estar escondida entre la maleza echando chispas con desconcertado resentimiento.
¿Cómo se ha llegado a esto?
Las llegadas de refugiados en barco comenzaron a aumentar en 1975 cuando los refugiados de Vietnam se lanzaron a las olas tras la caída de Saigón en abril de ese año. El problema terminó solo unos años después; las cifras de la década de 1980 muestran una tasa anual mínima de llegadas a aguas australianas. No fue hasta finales de la década de 1990 cuando las llegadas de barcos aumentaron drásticamente, esta vez en respuesta a una serie de factores geopolíticos que incluían la renovada crueldad de la guerra civil en Afganistán.
Posteriormente, en 2009, las llegadas en barco superaron las 5.000 personas por año por vez primera desde 2001. El entonces primer ministro Kevin Rudd había abolido la llamada “Solución del Pacífico” (que era cualquier cosa menos pacífica y cualquier cosa menos solución, a menos que tu objetivo sea olvidarte de los desarraigados). Durante un breve período, hasta 2014 (la sustituta de Rudd, Julia Gillard, reanudó los procesamientos fuera del país en 2010), las llegadas de barcos se dispararon, con un pico en 2013 de más de 20.000 llegadas. Pero, una vez que Rudd ocupó de nuevo el puesto de primer ministro en junio de ese año durante un breve período, prohibió las llegadas a territorio australiano, y de nuevo se iniciaron las devoluciones de barcos bajo la grandiosa Operación Fronteras Soberanas.
El duro ciclo electoral federal de 2013 llevó a Rudd a adoptar la “solución fuera del país” que siguió al colapso del “Acuerdo de Malasia” propuesto, que habría mantenido a los refugiados a cientos de kilómetros del continente australiano en la antigua colonia británica. Un caso de 2011 en el Tribunal Supremo, perdido convenientemente por el gobierno, puso fin a esa idea. En 2012 el gobierno comenzó a poner en marcha las recomendaciones del Panel de Expertos sobre Solicitantes de Asilo que había convocado con anterioridad, y aumentó la cuota humanitaria de Australia de 12.000 a 20.000 reasentamientos al año. Sin embargo, el Panel había propuesto también el principio de “ninguna ventaja”, algo que iba a resultar controvertido.
En la práctica, este principio significaba seleccionar y transferir algunas llegadas de barcos a centros regionales de procesamiento en Papua Nueva Guinea y Nauru. Como dijo el analista legal Elibrit Karlsen, el principio [“ninguna ventaja”] se aplicó también a un número creciente de solicitantes de asilo a los que se liberaba en el continente con visados provisionales, negándoles la oportunidad de trabajar y ofreciéndoles solo un apoyo financiero limitado. Es significativo que estas llegadas en barco tampoco pudieran optar a la concesión de visados de protección “hasta el momento en que hubieran sido reasentados en Australia tras ser procesados en nuestra región”. Sin embargo, el gobierno nunca aclaró la cantidad de años que preveía que estos solicitantes de asilo tendrían que estar esperando la resolución final de su situación; tampoco la posibilidad de enviarlos al extranjero en una fecha posterior. Más tarde, el gobierno estimó que unos 19.000 solicitantes de asilo que vivían en la comunidad estaban sujetos al principio de “ninguna ventaja”.
El público australiano parece hipersensible a los problemas relacionados con los solicitantes de asilo. ¿Por qué, si no, sus políticos iban a echar espuma por la boca con cifras tan esencialmente minúsculas? En 2018 Australia ocupó el tercer lugar en el mundo en reasentamiento de refugiados, algo que parece maravilloso. Pero luego descubres que ganaron esa medalla de bronce de la compasión al permitir que solo 12.706 refugiados se reasentaran en sus tierras robadas. Esa cifra equivale a solo el 0,049% de la población australiana. Extrapolado a lo largo de un período de diez años, Australia acogió a un total de refugiados que suman solo el 0,4% de sus habitantes, mientras que, en comparación, solo en 2020 su tasa de crecimiento natural de población fue del 1,4% anual.
Las políticas regresivas ejecutadas desde 2001 hasta 2003, y desde 2013 hasta el presente han sido responsables de la expulsión de docenas de barcos de las aguas australianas. En una conferencia de prensa en 2018, el ministro de Asuntos Internos de Australia, Peter Dutton, dijo a los periodistas que la Operación Fronteras Soberanas había devuelto 33 barcos que contenían un total de 800 migrantes.
¿Cómo es el viaje?
Diversos conflictos asiáticos han generado grupos de refugiados que intentan llegar a Australia a través del archipiélago de Indonesia. Este viaje peligroso e incierto está plagado de riesgos y, sin embargo, la razón por la que los refugiados lo intentan es porque al menos en Australia el estado de derecho es sólido y hay menos probabilidades de que les traten arbitrariamente.
Los refugiados sacrifican tantas cosas para emprender su vuelo que es lógico que consideren cualquier posibilidad de éxito. ¿Deberían aterrizar en Malasia, con el historial de esclavitud de piratas y masacres a refugiados que ostenta? ¿En Indonesia, donde el gobierno instigó masacres de cientos de miles en el pasado? ¿O deberían lanzarse en dirección a Oceanía, donde hay menos probabilidades de que sus seres queridos sean violados y asesinados? No resulta difícil adoptar una solución.
Pero, cuando finalmente tienen éxito en ese viaje épico, se les sitúa en las islas de Nauru y Papúa Nueva Guinea, donde la violencia comunitaria es muy común. Los contratistas locales contratados para “cuidar” de los solicitantes de asilo son responsables de repetidos actos de abuso físico y sexual y de negligencia general, incluida la falta de instalaciones médicas. El día 10 del pasado diciembre, 50 denunciantes obtuvieron una victoria parcial sobre Peter Dutton y su departamento en una acción en la que alegaron que Australia era responsable de este trato inhumano. Las políticas del país, que podrían describirse como de negligencia criminal institucionalizada, han provocado que los niños pequeños se hagan cortes, intenten suicidarse y sufran años de horribles pesadillas. Se ha abusado sexualmente de las mujeres. Los solicitantes de asilo han sido golpeados por contratistas y locales por igual, y sus viviendas han sido incendiadas. Más de una docena han muerto, incluidos algunos que se suicidaron para no seguir soportado las iniquidades tropicales.
El trato criminal e inhumano dado a los refugiados en Nauru y Papua Nueva Guinea incluye:
- Abusos sexuales y físicos, incluidos a los niños, las mujeres y los homosexuales.
- Condiciones inhumanas o degradantes, que incluyen hacinamiento, viviendas y servicios de mala calidad.
- Exposición a violencia y lesiones, incluso por parte del ejército y de la comunidad local.
- Acceso extremadamente inadecuado a los servicios de salud.
- Muertes y daños causados por negligencia o retrasos en la obtención de tratamiento médico.
- Terribles consecuencias para la salud mental, provocadas por detenciones indefinidas y prolongada y por el limbo provocado por la incertidumbre de la política.
Amnistía Internacional, el Consejo de Refugiados de Australia y muchas otras organizaciones han documentado esos horrores. Véase:
- Until when: The forgotten men of Manus Island (Refugee Council of Australia, 2018)
- Australia’s Man-made Crisis on Nauru: Six years on (Refugee Council of Australia, 2017)
- https://www.theguardian.com/world/nauru
- https://www.aph.gov.au/About_Parliament/Parliamentary_Departments/Parliamentary_Library/pubs/rp/rp1415/RefugeeLawPolicy
- https://osb.homeaffairs.gov.au/
Terapia aversiva
La situación se deterioró después de que el Tribunal Supremo de Australia dictaminara, en diciembre de 2015, que la detención en el extranjero era legal. Una mujer había presentado una demanda alegando que Australia no estaba cumpliendo con sus obligaciones relativas al trato humano debido a los solicitantes de asilo. Un niño de cinco años al que habían violado en Nauru se enfrentaba a que le devolvieran a la isla a la fuerza como resultado de este caso. La detención indefinida de refugiados por parte de Australia en naciones insulares es una mancha negra en su historial humanitario. Como en el caso de la generación Windrush en el Reino Unido, que se relaciona con los inmigrantes legales cuyos documentos fueron destruidos en un acto de limpieza, los gobiernos de estos días están felices de usar la excusa de la imparcialidad burocrática como cortina de humo para su falta de humanidad. Pueden ver claramente que lo que está sucediendo es inhumano y, sin embargo, se niegan a intervenir y argumentan que ya se encargará la ley del asunto.
La negligencia benigna no fue suficiente para el gobierno australiano, que el 19 de julio de 2013 prohibió que cualquier solicitante de asilo que llegara en barco fuera reasentado en Australia. Luego, en 2016, después de ganar la batalla judicial del año anterior, el primer ministro liberal y líder de la coalición, Malcolm Turnbull, promulgó una ley que prohibía visitar el país a cualquier solicitante de asilo que hubiera intentado llegar a sus costas en barco, ni siquiera en vacaciones. En ese momento, Turnbull dijo: “Necesitan un mensaje alto y claro. Esta es una batalla de voluntades entre el pueblo australiano, representado por su gobierno, y estas bandas criminales de traficantes de personas. No deben subestimar la magnitud de la amenaza”.
A muchos observadores les parecía que había en juego algo más que una batalla de voluntades con los refugiados. Parecía lo que era: un exceso populista. En años posteriores se han logrado algunos avances gracias a la intensa presión pública. La publicación por The Guardian de los archivos de Nauru en julio de 2018 documentó más de 2.000 incidentes graves que abarcaban todo el espectro de la violencia psicológica y física. Los campamentos, que albergaron a un total de más de 4.000 personas durante su período de ocho años de “procesamientos fuera del país”, vieron cómo se trasladaba al último niño al continente en 2018. En octubre de 2020, quedaban aún 300 personas, la mitad en Nauru y la otra mitad alojada en un recinto de Port Moresby, la capital de Papúa.
En general, la política de asilo australiana ha sido para los migrantes nada menos que una terapia aversiva. Se trataba de que la experiencia de la solicitud de asilo fuera tan dolorosa y desalentadora que disuadiera a otros. Desafortunadamente, esto significa que, al igual que en la frontera entre Afganistán y Pakistán, hay apátridas atrapados entre los sistemas de gobierno y las políticas. Los coyotes del sudeste asiático dirigen campamentos de esclavos, violan sistemáticamente a las mujeres refugiadas y migrantes y entierran sus errores en los humeantes campamentos de la jungla de la península malaya. Mientras el gobierno australiano preparaba su caso durante 2015, sus homólogos en Tailandia revelaron algo sobre el trato bárbaro aplicado a los refugiados en la región al descubrirse una fosa común con 30 cuerpos e historias de los migrantes bangladesíes y rohingya “vendidos como peces” para esclavos. Cuando se abren estos espacios intersticiales entre la guerra y los gobiernos indiferentes es cuando realmente florecen los peores abusos.
Rendición de cuentas
El gobierno australiano debe rendir cuentas por el terrible maltrato a quienes están ejerciendo su derecho legal consagrado internacionalmente de solicitar asilo en un país seguro. Dice mucho de la humanidad de una nación cuando sus líderes ignoran la ética que les ha enseñado su propia historia. El actual primer ministro de Australia, Scott Morrison, debería hacer un ejercicio de introspección. Después de todo, su quinto bisabuelo llegó al país hace 200 años en las apestosas cubiertas inferiores de un transporte de convictos por haber robado nueve chelines de hilo.
“No fue un gran día para mi quinto tatarabuelo, William Roberts”, dijo Morrison. “Refugiado en las entrañas hambrientas de luz del Scarborough con otros 207 presos, llegó a Port Jackson después de un largo y traicionero viaje desde Portsmouth. Era el 26 de enero de 1788. Fue un nuevo comienzo para él, pero en aquel momento le debió parecer un momento particularmente sombrío y la vida estaba a punto de volverse mucho más dura”.
A Morrison, como a otros australianos, le encanta contar su propia historia familiar de supervivencia. Para aquellos que descienden de los invasores del siglo XVIII, el linaje de sus ancestros criminales es un motivo de orgullo. Quizás el primer ministro debería escuchar una versión más contemporánea, esta vez del refugiado rohingya y escritor Ziaur Rachman:
“Normalmente, las personas cierran una puerta, apagan la parrilla o conectan la alarma para mantenerse a salvo. Otros como nosotros, los rohingya, tenemos que emprender un peligroso viaje en busca de seguridad. Esta no es la historia solo de mi familia. Es la historia de miles de familias rohingya, así como de otras como nosotros, que hemos hecho el mismo viaje desesperado lleno de peligros desconocidos que amenazan nuestras vidas.
Piensen por un momento en lo desesperado que debe estar alguien para correr ese riesgo en busca de protección. Las personas que tienen un país al que llamar propio no tienen idea de la suerte que tienen. Sé lo que se siente al no tener un país, un lugar al que pertenecer.
También sé cómo me trata el mundo. Mi más sincera oración es que nadie más nazca como refugiado, como desplazado, con nuestra vida en pausa constante mientras buscamos asilo donde sea que podamos.”
¿Se siente “afortunado”, Mr. Morrison? ¿Realmente?
N. de la T.:
(*) Término ofensivo utilizado por australianos y neozelandeses para referirse a los británicos.
John Clamp escribe para Maqshosh English.
Fuente: https://sites.google.com/view/maqshosh/maqshosh-english?authuser=0
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la traducción.