Hace ahora un año, en las elecciones generales que se celebraron en India, el gobernante Bharatiya Janata Party (BJP), del primer ministro indio, Narendra Modi logró un triunfo espectacular. Tras esa victoria, el propio Modi señaló que iba a poner en marcha un plan centrado en el desarrollo económico.
Sin embargo, la realidad de estos meses ha sido otra muy diferentes. La revocación de la autonomía de Cachemira el pasado verano, y la aprobación a finales de año de un proyecto de ley de ciudadanía, que la comunidad musulmana ha considerado altamente discriminatorio, han desencadenado en un importante número de protestas durante los primeros meses del año. La violenta represión policial, el aumento de los ataques armados de la guerrilla maoísta y la escalada violenta en Cachemira han dibujado un escenario muy alejado del que pretendía el propio Modi.
Antes de la pandemia, India afrontaba un crecimiento económico lento, con cifras de paro muy altas (el punto más alto en los últimos 45 años), y con unas divisiones sociales en aumento, teniendo en cuenta las desigualdades e injusticias estructurales que caracterizan al estado indio.
La pandemia no sólo ha empeorado la crisis laboral y aumentado la recesión económica, sino que como señalaba un periodista local, “el coronavirus está exacerbando los problemas, arriesgándose a una tormenta perfecta de crisis de salud, económicas y sociales”.
El 25 de marzo se impuso el bloqueo en toda India. La víspera por la noche, el Primer Ministro anunció un bloqueo completo, sin previo aviso y con muy poca planificación, lo que trajo el caos en todo el país. Las semanas previas a esa medida, cuando los datos de la pandemia eran evidentes en Asia, el gobierno de Modi estaba centrado en dos asuntos.
Por un lado, estaba más ocupado en tejer buenas relaciones con el presidente de EEUU. Así, en febrero, mientras las calles de Delhi y otras ciudades eran el centro de protestas ciudadanas, el gobierno indio celebró el “Namaste Trump”, un mitin en el estadio Sardar Patel en Ahmedabab, donde participaron Modi y Trump.
Y por otro lado, Modi y su partido tenía la vista puesta en las elecciones de finales de marzo en Madhya Pradesh, donde aprovechando la crisis interna del Partido del Congreso, buscaba desbancarle del gobierno local.
Al igual que han hecho otros dirigentes políticos en diferentes partes del mundo, Modi también decidió priorizar la política sobre la vida humana. La prioridad a los citados acontecimientos políticos estuvo acompañada de la declaración del 24 de marzo, donde se reflejó la ausencia de cualquier estudio sobre el posible impacto que tendría esas medidas de cierra y bloqueo sobre los sectores más débiles de India.
Las dos caras de India. Normalmente, los medios de comunicación en Occidente tienden a presentar la imagen de India unida a los logros macroeconómicos, a la llamada “mayor democracia del mundo”. No obstante, la realidad de aquel gigante es otra, y la pandemia del Coronavirus-19 no ha hecho más que reforzar esas diferencias y desigualdades.
La minoría que se enmarca en la India rica, esa parte de la población que domina y controla la riqueza económica del gigante asiático, no tiene ningún problema para cumplir las medidas impuestas por Modi. Su contexto económico y social le permite “aislarse” del resto de la población.
Sin embargo, la otra cara de India, la que conforma la mayor parte de su población, la India empobrecida, refleja la desesperación del confinamiento actual. La fotografía es simple, sin trabajo, sin dinero, sin comida y sin alojamiento, han quedado atrapados en una tragedia sin fin.
A día de hoy cerca del 70 por ciento de la población está inmersa en la pobreza, con más de un 30 por ciento viviendo por debajo del umbral de la pobreza (ganando menso de 70 rupias al día – 0,85 euros). De estos, el 90 por ciento son dalits (los intocables).
Muchos son los que huyendo de la brutal explotación de los señores feudales y del sistema de castas, buscan sobrevivir en zonas urbanas, donde la etiqueta de “trabajador migrante” reemplaza en ocasiones a la de “intocable”. El anuncio de Modi, sin ningún plan para afrontar la cruda realidad de estos sectores de población, les abocó de nuevo a buscar en el regreso a sus pueblos zonas de origen una salida a la nueva condena. De ahí las imágenes que algunos medios nos han presentado sobre “el caos en las ciudades”. Cuando la supervivencia de cada día es la cruda realidad, no debería extrañar que ante la disyuntiva “de la vida o la comida”, los marginados elijan siempre la comida.
El sistema de castas es una epidemia permanente en India. A día de hoy, la pobreza y el odio se sigue cebando sobre los dalits. Como señalaba un dalit, “nuestro mayor problema no es el virus invisible, sino el odio de casta que es visible en las actitudes de muchos indios”. Datos oficiales revelan que cada 15 minutos se comete un delito contra un dalit; todos los días seis mujeres dalit son violadas; y cada año, 56.000 niños que viven en barrios marginales de las ciudades mueren de desnutrición.
A día de hoy son cientos los muertos que mueren en India por causas diferentes al Covid-19. Pero sus muertes no son noticia. Sólo las muertes por coronavirus lo son. Así, las muertes entre las clases empobrecidas como consecuencia del encierro, de los desplazamientos, el hambre, los accidentes, la desnutrición, los suicidios por estrés, los asesinatos o la violencia, no cuentan, son insignificantes.
El prejuicio social y la intolerancia son una parte estructural del sistema indio. A pesar de su abolición oficial, el sistema de castas sigue imperando en buena parte de la sociedad y en sus relaciones diarias. En ese sentido, como apunta un profesor indio, “el virus de la casta se santifica y protege como “cultura”, para ser transmitido con orgullo a las generaciones futuras. Es una epidemia siempre presente y propagada por la India rica/tocable para reprimir y oprimir a la India pobre/intocable”.
El distanciamiento social permanente prevalecerá en India, más allá del coronavirus-19. Ese sistema que ha condenado a una parte significativa del país a la pobreza durante siglos se está fortaleciendo con las medidas y actitudes impulsadas por el gobierno de Modi.
Mientras que el gobierno central no tiene planes para eliminar la pobreza, aprovecha la situación generada para poner en marcha megaproyectos ambientalmente destructivos en un momento en que la gente no puede protestar. Sin reforma económica, sin estabilidad regional y sin cohesión social interna, el panorama que afrontará India en los próximos meses estará marcado por el odio comunitario hacia las minorías, la desconfianza de éstas hacia el gobierno y la represión estatal como fórmula para afrontar las crisis que se avecinan.
Tras la crisis actual del Covid-19, los poderosos de India querrán volver a su vida normal, y eso traerá consigo que el sistema de castas se profundizará. Este sistema, ayudado por el virus de la pandemia, seguirá acentuando la segregación social y reforzará su influencia en el conjunto social, político y económico de India.