Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El espectáculo de democracia en acción nació muerto antes de comenzar. Llamados ayer uno tras otro en orden alfabético los parlamentarios paquistaníes marcharon hacia un cubículo protegido, marcaron sus boletas y las depositaron en un receptáculo de plástico. El general Pervez Musharraf fue elegido por una abrumadora mayoría para que sirva cinco años más como presidente, y el mensaje deseado no pudo ser más claro: este proceso es justo, libre y transparente. En realidad, no fue nada de eso.
El proceso de votación comenzó a las 10 de la mañana en un día cálido, libre de brisas, y concluyó cinco horas después. Poco después del fin de la votación en el edificio de la Asamblea Nacional en Islamabad y cuatro asambleas regionales en todo el país, anunciaron que el general Musharraf había logrado una victoria abrumadora. La Comisión Electoral anunció que había obtenido 252 de los 257 votos depositados en el parlamento, y que iba a ganar de manera igualmente aplastante en todas las cuatro asambleas regionales. Dentro de la Asamblea Nacional los partidarios del general vitorearon y saludaron, como si hubieran temido que alguien podría haber puesto en duda el resultado.
De hecho, nunca hubo la menor duda. Desde que la Corte Suprema del país allanó hace nueve días el camino para que el general Musharraf se presentara a la presidencia mientras continuaba siendo jefe de las fuerzas armadas, fue obvio que sólo podía haber un vencedor. Ni la renuncia, la semana pasada, de 86 miembros de la oposición en señal de protesta, ni el boicot de la votación de ayer por miembros del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) de la ex primera ministra, Benazir Bhutto, iba a cambiar ese hecho.
La Corte Suprema tampoco iba a distraer a los partidarios del dirigente militar. En una decisión de último minuto permitió que la elección tuviera lugar, pero declaró que el resultado no sería validado oficialmente hasta que hubiera decidido sobre otro cuestionamiento legal de la candidatura del general Musharraf. «Este resultado muestra que la gente quiere continuidad de la política,» dijo el primer ministro, Shaukat Aziz. «Es un excelente presagio el que la elección haya sido justa y transparente.»
Un extranjero proveniente de otro universo podría haber quedado impresionado ayer por la apariencia de democracia, y la afirmación de que la votación marcó una acción hacia un sistema más representativo. Pero en Washington y Londres habrá sido visto como una payasada necesaria para salvaguardar la presidencia del general Musharraf y retenerlo como aliado en la «guerra contra el terror.»
El día después de los ataques de al Qaeda contra Nueva York y Washington en septiembre de 2001, Washington dijo a secas al general Musharraf que tenía la alternativa de estar «100% con nosotros o 100% en contra nuestra.» La decisión difícil frente al interior del país del general Musharraf de aliarse con el presidente George Bush, primero contra los talibanes y luego en un esfuerzo más amplio contra el extremismo, ha asegurado que sea recompensado de muchas maneras. Observadores creen que Pakistán ha recibido por lo menos 10.000 millones de dólares de EE.UU. desde esa fecha, y tal vez el doble de esa suma. Crucialmente, Washington también le ha suministrado respaldo político.
Las principales prioridades de EE.UU. en Pakistán han sido asegurar la estabilidad dentro de ese Estado armado con armas nucleares y de empujar al general Musharraf hacia la confrontación con extremistas dentro de su país. Al parecer tuvo pocos escrúpulos respecto a las tácticas a utilizar: activistas dicen que cientos de personas han «desaparecido» en las cárceles del país en los últimos años.
«La situación de los derechos humanos en Pakistán es deprimente y ha empeorado continuamente bajo Musharraf,» dijo Ali Hasan de Human Rights Watch. «Aunque es difícil cerciorarse de la cantidad exacta de casos de desaparición, se han registrado cientos de casos. Mientras EE.UU. y el Reino Unido han sido cómplices en las desapariciones de presuntos sospechosos de al Qaeda, el gobierno paquistaní ha aprovechado ampliamente esa complicidad occidental en acciones para ampliar su alcance a opositores políticos y críticos interiores.»
El viernes por la noche un grupo de mujeres se sentó frente a la Corte Suprema, junto a las fotografías de docenas de jóvenes «desaparecidos.» Una tras otra las mujeres dijeron que sus hijos habían sido detenidos sólo por «tener una barba» o «por ir a la mezquita.» La mayoría no habían recibido noticia alguna, ni siquiera la confirmación de que sus hijos seguían en vida. «No puedo decirle cómo me siento,» dijo Zenab Khatoon, con ojos llenos de lágrimas. «Si usted pudiera abrir mi pecho y ver mi corazón…»
Lejos de mitigar la amenaza del extremismo, medidas tan duras han multiplicado simplemente la cantidad de enemigos del general Musharraf, mientras sus garantes estadounidenses y británicos sospechan que sus esfuerzos contra el terrorismo son poco entusiastas. El ejemplo más conspicuo fue lo que sucedió en la Mezquita Roja en Islamabad. Después de muchos meses en los que las autoridades no hicieron nada por impedir que la mezquita se convirtiera en un semillero de militantes, soldados y paramilitares penetraron disparando a discreción, matando a docenas de personas. El asunto avivó el odio de los extremistas y el desdén de los elementos más moderados por como había permitido que la situación saliera fuera de control.
Una combinación similar de pasividad y reacción exagerada es vista en los tratos del gobierno con las revoltosas áreas tribales a los largo de la frontera con Afganistán. Aunque Gran Bretaña nunca logró reprimir a las tribus pashtun cuando fue el amo colonial, estableció un sistema de semi-autonomía que los gobernantes en Pakistán han mantenido. Londres y Washington dudan que haya hecho todo lo posible por tratar de encontrar a Osama bin Laden o por desarraigar a al Qaeda, que ha convertido las áreas tribales en la especie de refugio seguro del que habían gozado en Afganistán.
Aunque el general Musharraf ha alternado entre el envío del ejército y el intento de lograr acuerdos con los ancianos tribales, los territorios siguen siendo un lugar crucial para los campos de entrenamiento de terroristas. Enfrentado con la creciente hostilidad – y el hecho de que más de 200 soldados paquistaníes todavía están en manos de los militantes como rehenes – el último giro imprevisto es que ahora los militares paquistaníes consideran la retirada de algunas áreas cruciales.
Los problemas del general Musharraf, sin embargo, son compartidos por Occidente, porque desde 2001 las alternativas han parecido infinitamente peores. A sus sostenedores occidentales les ha convenido el intento de ponerle a Pakistán un enchapado de país más democrático. Esa oportunidad se presentó a través de la exiliada primera ministra, Benazir Bhutto, acusada durante mucho tiempo de corrupción pero aún determinada a recuperar poder político y, sobre todo, excelente en su propia presentación en Occidente como un contrapeso democrático para el general Musharraf.
Durante los últimos dos años, EE.UU. y Gran Bretaña han tenido un papel crucial en la mediación para lograr un acuerdo de distribución del poder entre el líder militar y el PPP de la señora Bhutto y – dirían – impulsar a Pakistán hacia un gobierno civil. Los esfuerzos involucraron innumerables conversaciones en Pakistán así como en Dubai y Londres, donde la señora Bhutto posee casas. Según una importante fuente informada sobre las negociaciones: «Los británicos actuaron como facilitadores, y nos acercaron mutuamente. Cada vez que nos bloqueábamos, jugaron un papel muy constructivo en la reanimación de las conversación.»
Fundamental en las conversaciones fue Mark Lyall Grant, ex alto comisionado británico en Islamabad y actualmente jefe del directorado político en la Oficina de Exteriores y de la Mancomunidad en Londres. El diplomático, educado en Eton y Cambridge, era una personalidad muy considerada en Islamabad, una reputación a la que contribuyó su fluidez en urdu y la conexión de su familia con Pakistán. La ciudad de Faisalbad se llamaba originalmente Lyallpur, por Sir Charles James Lyall, antepasado de Mr Lyall Grant. En los últimos meses, Tom Drew, consejero político de la Alta Comisión, también participó, viajando a menudo entre las diversas partes.
El resultado de las exhaustivas negociaciones fue anunciado el viernes. El general Musharraf firmó la ley de amnistía que abrió el camino para que la señora Bhutto volviera a Pakistán, evitara ser procesada y – según parece muy posible – llegara a volver ser Primera Ministra después de las elecciones parlamentarias en enero próximo.
Lo que es ciertamente verdad es que la elección de ayer no representó la voluntad del público en general. La mayoría de los sondeos y de los analistas políticos cree que el dirigente militar, que tomó el poder por primera vez en un golpe en 1999, perdería una elección nacional. Su apoyo ha ido disminuyendo desde la primavera, cuando destituyó al presidente de la Corte Suprema en una acción evidentemente política. Después del ataque contra la Mezquita Roja, el país también ha vivido una ola de ataques terroristas extremistas, provocando nuevas dudas sobre su capacidad.
Las próximas semanas verán un frenesí de actividad política en Pakistán. La próxima semana la señora Bhutto debería retornar a Pakistán para lanzar la campaña de su partido para las elecciones parlamentarias de enero. El día antes, la Corte Suprema debe reiniciar el análisis del cuestionamiento legal a la candidatura del general Musharraf. En algún momento, ha dicho el general, renunciará como jefe de las fuerzas armadas.
Teóricamente, el tribunal todavía podría decidir que su candidatura no fue válida y exigir una nueva votación. Pero, incluso si lo hiciera, es imposible vislumbrar cómo podría ser implementada su decisión. A pesar de todas las afirmaciones del gobierno de Musharraf de que acataría las decisiones del tribunal, toda su conducta después del resultado de ayer – las celebraciones, su habla de otros cinco años – sonaban a un régimen que declara ruidosamente su victoria. Ni siquiera un forastero apostaría en su contra.
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Andrew Buncombe y Omar Waraich informan sobre Pakistán para el Independent. Para contactos, escriba a: [email protected]
http://www.counterpunch.org/buncombe10092007.html