Tras la importante victoria electoral de Tsai Ing-Wen en las últimas elecciones presidenciales de Taiwán, la gran mayoría de medios de comunicación no han tardado en atribuir la victoria de Tsai al «factor Hong Kong». Por ejemplo, la periodista Lily Kuo sostiene en su artículo publicado en el The Guardian que «las protestas en Hong […]
Tras la importante victoria electoral de Tsai Ing-Wen en las últimas elecciones presidenciales de Taiwán, la gran mayoría de medios de comunicación no han tardado en atribuir la victoria de Tsai al «factor Hong Kong». Por ejemplo, la periodista Lily Kuo sostiene en su artículo publicado en el The Guardian que «las protestas en Hong Kong han expuesto a los jóvenes taiwaneses lo que podría suceder bajo la autoridad de Beijing». Sin embargo, si bien es cierto que el «factor Hong Kong» ha sido un elemento importante que ha influido el comportamiento electoral de los votantes taiwaneses, considero que este solo ha sido uno de los muchos elementos que han contribuido a la trascendental victoria de Tsai en 2020.
En contraposición a esta narrativa generalizada que enfatiza la importancia del «factor Hong Kong», yo enmarcaría la reelección de Tsai Ing-Wen dentro de lo que llamo «la venganza de Cheng Shui-Bian». Chen, el primer presidente de Taiwán del Partido Progresista Democrático (PDP) tras la democratización de Taiwán en 1987, supo ver con inteligencia la importancia de «desinificar» al país mediante políticas estatales para cambiar el alma de la isla y fortalecer así su precaria posición internacional que había quedado mermada desde su salida de las Naciones Unidas en 1971. Así pues, desde este punto de vista, estas últimas elecciones taiwanesas representan la culminación de un proyecto político, socioeconómico y geopolítico de larga duración que comenzó en el año 2000. Desde aquel entonces, en Taiwán se ha desarrollado un programa de ingeniera social que ha contribuido a una lenta socialización política de la población, especialmente la de los jóvenes taiwaneses, cuyos frutos han aparecido 20 años después. Un claro ejemplo de esto se puede observar en el incremento del numero de ciudadanos que se describen como «taiwaneses». Estos cambios sociales e identitarios no se pueden entender sin muchas de las políticas socioeconómicas que el estado taiwanés ha implementado desde el año 2000.
En 2014, el Movimiento del Girasol, en el que un grupo de estudiantes ocupó el parlamento taiwanés, aceleró las dinámicas de este largo proceso. Dicho acontecimiento político fue un evento catalizador que contribuyó a la rápida socialización política de una gran parte de la generación joven taiwanesa – el futuro del país-. A la luz de estos sucesos, no es casualidad que en el campo de los estudios sobre Taiwán hayan aparecido muchos análisis sobre la importancia del concepto de «generación política», acuñado por el sociólogo Karl Mannheim, y su relación con el estallido de eventos sociales para entender el comportamiento político y los valores de los jóvenes taiwaneses respecto a la cuestión de la identidad nacional y sus posturas hacia las relaciones entre China y Taiwán.
En realidad, el «factor Hong Kong» y la situación geopolítica actual de guerra comercial han sido la guinda que ha permitido la rápida cristalización de un proyecto político que necesitaba recoger los frutos en un momento de «vida o muerte». Los ciudadanos taiwaneses estaban comenzando a aceptar con pesimismo y desesperanza la casi inevitable unificación futura con China. Así pues, la victoria de Tsai ha sido causada por la combinación de una existente socialización política y consciencia nacional lentamente desarrollada desde el año 2000 con el azote de la geopolítica contemporánea y sus efectos en la periferia de China. Hoy la venganza de Chen Shui-Bian se ha consumado. ¿Qué hará el Partido Comunista de China en el futuro.
Ferran Pérez Mena, Doctorando en Relaciones Internacionales por la Universidad de Sussex (UK).
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