Como se sabe, la meridional provincia serbia de Kosovo declaró su independencia, el 17 de febrero, por aclamación del Parlamento, desafiando la oposición de Belgrado, cuyo Gobierno había anulado anticipadamente esa decisión unilateral, como poniendo un parche antes de que surgiera el previsible desgarrón, y había anunciado a voz en cuello que nunca la reconocerá […]
Como se sabe, la meridional provincia serbia de Kosovo declaró su independencia, el 17 de febrero, por aclamación del Parlamento, desafiando la oposición de Belgrado, cuyo Gobierno había anulado anticipadamente esa decisión unilateral, como poniendo un parche antes de que surgiera el previsible desgarrón, y había anunciado a voz en cuello que nunca la reconocerá y que luchará para revocarla.
Mientras el presidente de Serbia, Boris Tadic, aseguraba que su país ha reaccionado y reaccionará recurriendo a los medios pacíficos, diplomáticos y legales para invalidar el acto, el primer ministro albanokosovar, Hasim Thaci, afirmaba textualmente: «El día de hoy significa el fin de todas las pretensiones de que Belgrado mande en Kosovo. Todos los kosovares, sin distinción de etnia, serán ciudadanos iguales. Estamos construyendo un país en el que todos disfrutarán los mismos derechos».
Bellas, las palabras pronunciadas por el premier albanokosovar en ocasión de la declaración unilateral de independencia de Kosovo. Sólo que analistas de renombre como Michel Chossudovsky no creen en ellas. O creen que son únicamente eso: palabras. Retórica. Porque, al decir de estos observadores, el célebre Hasim Thaci, ex dirigente del llamado Ejército de Liberación de Kosovo, apoyado a mediados de los noventa por la CIA y los servicios de inteligencia alemanes, es conocido por sus estrechas relaciones con sindicatos del crimen albaneses y europeos, especializados en la droga y la prostitución.
¿Qué hay de verdad en estas afirmaciones? Bueno, algunas cosas son evidentes: en 1997, Estados Unidos reconoció que el Ejército de Liberación de Kosovo era una organización terrorista relacionada con el trasiego de estupefacientes. Y, sospechosamente, el actual Partido Democrático de Kosovo, encabezado por el Señor de la Independencia, Hasim Thaci, está formado por ex miembros del… como lo lee, sí, del «terrorista Ejército de Liberación».
A todas estas, no por esperada, la declaración de independencia ha pasado sin penas ni glorias, inadvertida o casi inadvertida. Todo lo contrario. Si realizamos un paneo por el mapa mundi, veremos que los principales países asiáticos la han rechazado tajantemente. Por su parte, como algunos articulistas apuntan, la Unión Europea ha mostrado un frente razonablemente unido en el abordaje de la cuestión. Varios de sus integrantes habían expresado, en las últimas semanas, su intención de rápido reconocimiento del Kosovo independiente. Ninguno de ellos, por ejemplo, objeta el despliegue de mil 800 expertos del Viejo Continente en seguridad y justicia, para ayudar a la constitución de un sistema judicial adecuado, misión considerada por Bruselas el preludio del ingreso de Kosovo en el bloque, y por Belgrado y los dirigentes de la comunidad serbia en Kosovo un hecho ilegal e ilegítimo.
Y claro que resulta descarnada intromisión de la Unión Europea. Sí que es un hecho ilegal e ilegítimo. Recordemos que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1244, que establecía que Kosovo debía continuar siendo parte integrante de Serbia, luego de que las potencias occidentales tomaron el control de la provincia, tras 78 días de bombardeos de la OTAN, lanzados desde el 24 de marzo hasta el 10 de junio de 1999.
Pero si 20 de las 27 naciones que configuran la Unión Europea tienen el nítido propósito de aceptar la secesión, España, Rumanía, Eslovaquia, Bulgaria, Chipre y Grecia se oponen, de una u otra manera, y no precisamente porque en Kosovo se fraguara la nacionalidad serbia, sino porque el desgajamiento podría desatar una crisis de largo alcance y atizar la fiebre de separatismo de regiones como el País Vasco, Córcega, el Ulster, Bretaña y Valonia.
Por su lado, Rusia, aliada histórica de Serbia y ella misma aguijoneada por círculos separatistas, ha pedido con insistencia tanto una reunión del Consejo de Seguridad como que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moom, defina su posición en el asunto y, se infiere, se pronuncie sin equívoco en defensa de las propias resoluciones de la organización internacional.
Porque no todos olvidan que si la mayoría de los dos millones cien mil habitantes de Kosovo son hoy albanokosovares es gracias a un dinamismo demográfico superior al de los serbios, 200 mil de los cuales, por cierto, fueron expulsados de sus tierras. Algunos comentaristas incluso reparan en que los albanokosovares no fueron eliminados por el Gobierno de Slobodan Milosevic, como contaba la gran prensa. Al contrario, desde que la provincia está bajo la tutela de la ONU y el control de la OTAN son las demás minorías -los gitanos entre ellas- las desprotegidas, maltratadas y obligadas a abandonar sus lares. Por tanto, concluyen, constituyeron meros pretextos los bombardeos sobre Yugoslavia para defender a los albanokosovares.
¿Cuál es aquí el gato no tan encerrado, entonces? Nada, cuestión de intereses. Intereses geopolíticos, ya que para los partidarios de la independencia se trata de rematar el despedazamiento de la antigua Yugoslavia y debilitar aún más a Serbia, que en tiempos de Milosevic no manifestaba deseo alguno de incorporarse a la corriente del neoliberalismo, ni de echarse en los brazos de la inefable OTAN. Y hay intereses militares también. Estados Unidos instaló en su sector de ocupación la inmensa base de Camp Bondsteel, enclave totalmente autónomo en el territorio de Serbia soberana, desde el que se pueden realizar observaciones, mover fuerzas aéreas e infiltrar tropas especiales en todo el área de los Balcanes, sin contar con que un Gobierno títere haría de Kosovo la más gigantesca base castrense de Washington fuera de los Estados Unidos.
Pero no podían faltar los intereses económicos. La sureña provincia es muy rica en carbón. Asimismo, posee yacimientos de minerales no ferrosos e instalaciones de tratamiento de esos minerales y de otros. Estos establecimientos, que eran propiedad del Estado yugoslavo, ya privatizados, están en una faja poblada mayoritariamente por serbios y son compartidos con las demás provincias serbias. ¿Habrá que explicar esto? Creo que no. A lo sumo, resumir que la ocupación de Kosovo por la OTAN y ahora la independencia responden, en primerísimo orden, a objetivos de la política exterior de los Estados Unidos; aseguran una zona de influencia extremadamente amplia en Europa meridional, así como la militarización de rutas estratégicas de oleoductos y de vías de transporte que unen a Europa Occidental con el Mar Negro. Incluso, con la separación podría protegerse mejor el multimillonario tráfico de heroína que utiliza a Kosovo y Albania como corredores desde Afganistán hasta Europa Occidental. Algo sobre lo que, a todas luces, Washington hace la vista gorda, quizás para regocijo del Señor de la Independencia, el primer ministro albanokosovar, Hasim Thaci.
Sin lugar a dudas, nadie consciente acusaría de paranoides a un Gobierno serbio, a una Rusia y a unos analistas que ven la mano del Tío Sam tirando de los hilos de un asunto que pasa de maquiavélico. El imperio, se sabe, no repara en medios cuando de sus fines estratégicos se trata.