Desde los años 1970, sucesivas generaciones han descubierto y redescubierto en Occidente a la revolucionaria rusa, la marxista, la ministra feminista, la «mujer sexualmente emancipada», reconociendo en ella a la pionera de sus propias luchas. Ahora bien, tanto en la Unión Soviética como en la Rusia contemporánea, se destacó siempre a la primera mujer diplomática, que trabajó 30 años al servicio de su patria.
¿Existe acaso un contrasentido entre ambos enfoques? ¿Debemos renunciar a comprender la complejidad del recorrido de una mujer excepcional en la Unión Soviética de Lenin y Stalin? ¿Y si comenzáramos por leer a Aleksandra Kollontái?
Actualidad de Aleksandra Kollontái
Varias publicaciones recientes en francés permitieron el acceso a textos importantes que se habían vuelto inhallables: las posiciones fundacionales en los tiempos de la Revolución de Octubre sobre «la familia y el Estado comunista» o la prostitución, las «conferencias sobre la liberación de las mujeres» de 1921, «el amor en la nueva sociedad» de 19231.
La joven editorial Les Prouesses, por su parte, dio a conocer traducciones inéditas o revisadas de cuatro ficciones publicadas por Kollontái a mediados de los años 1920: El amor de tres generaciones, Hermanas, Oído en un tren, Treinta y dos páginas, completadas por Lo que la Revolución de Octubre ha dado a las mujeres occidentales en 19272. Se observa allí un arte consumado del texto breve, la hábil articulación de la reflexión teórica y la intervención específica, la combinación de una impresionante cultura histórica, literaria y filosófica con una pedagogía diáfana.
Como autora de relatos breves y novelas cortas, Kollontái se ubica de alguna manera entre Chéjov, Stefan Zweig y Colette, con sus personajes entrañables captados en el momento de sus elecciones y sus dramas. Desde luego, la contextualización realista entorpece la lectura, pero también instruye y refleja la vida cotidiana rusa en los primeros tiempos del comunismo.
Esta actualidad es la última etapa de un interés que no dejó de crecer. Publicada con entusiasmo por la Librairie de L’Humanité y el Bulletin Communiste a comienzos de la década de 1920, Kollontái solo despertó el interés de algunas feministas «burguesas» a partir de los años 303. En las décadas de 1970 y 1980, sus primeras traductoras y biógrafas, al oeste de la Cortina de Hierro (en Francia, especialmente Christine Fauré y Jacqueline Heinen) tuvieron la sensación justificada de estar rompiendo una conspiración de silencio. Ofrecieron para leer o escuchar en escenarios sus escritos feministas olvidados. Presentaron una versión no censurada de su autobiografía de 1926, Objetivo y valor de mi vida, bajo un título de gran impacto: Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada4.
Los «escritos escogidos» provenientes de la URSS, antes o después de su muerte en 1952, no eran pues más que recuerdos edulcorados, centrados en su cercanía a Lenin. En esos mismos años de ebullición de los «izquierdismos», Kollontái resurgió entre los críticos del comunismo ligado a Moscú. Finalmente, puede leerse en francés el folleto La Oposición obrera, divulgado y traducido clandestinamente en los años 205.
Esta es solo una pequeña parte de las innumerables publicaciones de Kollontái desde principios del siglo XX: artículos teóricos y políticos, ensayos sobre economía y minorías nacionales, crónicas de viaje, conferencias, etc. A lo que se suman las autobiografías, diarios y memorias hábilmente destilados, censurados, traducidos y adaptados al ruso, inglés, alemán, francés, sueco y muchos otros idiomas a partir de la década de 1910 y hasta la de 2000 (así como sus apasionantes Diarios diplomáticos).
Nuevamente, esto no es más que la parte emergente de un océano de escritos, más personales que íntimos, ya que la autora era perfectamente consciente de la vigilancia de la que era objeto. Ella misma cercenó con tijeras, antedató o reescribió sus cuadernos y correspondencias, conservando todo celosamente y preparando su envío a los Archivos del Partido y la colección Stalin.
Entre las numerosas biografías de Kollontái, desde los años 60 en la URSS y los años 80 en Occidente, solo la de Arkadi Vaksberg saca realmente provecho de estos documentos tan ricos6. Con la guerra en Ucrania y la ruptura de las relaciones académicas, lamentablemente se han vuelto una vez más casi inaccesibles para los investigadores extranjeros.
Ascenso y caída de una dirigente bolchevique
La militante de 45 años que llegó a Petrogrado durante la revolución, en la primavera de 1917, ya había vivido varias vidas. De su infancia y su juventud en un ambiente aristocrático y liberal, conservaba el dominio de varios idiomas: ruso, por supuesto, francés, alemán e inglés aprendidos con las niñeras y en los libros, finlandés hablado con los campesinos de la finca familiar, noruego al emigrar, etc.
Conservaba también un apellido, ya que Aleksandra («Shura») Mijailovna Domontovich nunca renegó del patronímico de su primer marido Vladímir Kollontái, padre de su único hijo Mijaíl. En ruptura con la vida totalmente planificada que le reservaban su sexo y su estrato social, Alexandra Kollontái viajó a Suiza a estudiar economía política; y antes de divorciarse, se involucró en las luchas por la emancipación del pueblo en el seno de la socialdemocracia marxista.
De congreso en congreso, de exilio en exilio, de mitin en mitin en las «colonias» rusas, se convirtió en una oradora excepcional haciéndose un lugar en la elite socialista y revolucionaria. Entre miles de militantes, solo un puñado de mujeres, como Angelica Balabanova, Nadezhda Krúpskaya, Elena Stásova, Inessa Armand, Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin.
En 1914, estalló la guerra. Ardiente propagandista del pacifismo durante la gira que la condujo a más de un centenar de ciudades estadounidenses, invitada por la federación alemana del Partido Socialista de Estados Unidos en 1915, Kollontái eligió el bando de los bolcheviques. Se acercó a Lenin, quien deseaba conducir al proletariado hacia una revolución impulsada por una elite partidaria disciplinada, transformando la «guerra imperialista» en guerra civil. Volvió a Rusia tras la caída del zar, en febrero de 1917.
A partir de entonces, el ascenso político de Kollontái fue veloz. Escribió numerosos artículos en Pravda, tomó la palabra en los buques de guerra que hasta entonces estaban vedados a las mujeres. Fue elegida delegada del sóviet de Petrogrado –contrapoder del gobierno provisional– y luego incorporada en el comité central del Partido Bolchevique, siendo la primera mujer en ingresar allí, quinta en la lista después de Lenin, Zinóviev, Trotsky y Lunacharsky.
La madrugada del 10 de octubre de 1917, siguiendo a Lenin, votó la decisión de derrocar al gobierno provisional en nombre del pueblo en plena revolución. Unos días después, se convirtió en comisaria del pueblo para la Asistencia Pública, primera mujer ministra de pleno ejercicio (Sofía Panina había sido secretaria de Estado en el gobierno de Kerensky), y desempeñó también un papel activo en el decreto de separación entre la Iglesia y el Estado.
En la primavera de 1918, Kollontái se desempeñó brevemente como comisaria del pueblo para la Propaganda de la República Soviética de Ucrania. En desacuerdo con el gobierno, dejó de ser ministra y miembro del comité central, pero conservó funciones importantes al frente del Jenotdel, el departamento de mujeres trabajadoras y campesinas del Partido Bolchevique. Fue miembro del comité ejecutivo de la Internacional Comunista, representante del comité central ante el Komsomol, la organización juvenil, y organizó y dirigió los congresos de trabajadoras y de «mujeres de Oriente».
En 1921-1922, la Rusia soviética sufrió una terrible crisis económica y política: el aislamiento internacional, el fin de la guerra civil, la hambruna en el sur del país, la enfermedad de Lenin, la insurrección de los marinos de la base de Kronstadt contra la dictadura del Partido Bolchevique sangrientamente reprimida. Kollontái redactó las tesis de la Oposición Obrera, una línea interna dentro del bolchevismo, contra la burocratización del partido y la Nueva Política Económica (NPE), vista como un renunciamiento al espíritu colectivista e igualitario de la revolución, donde reclamaba el restablecimiento de la libertad de expresión, así como un mayor papel para los sindicatos.
Atacada violentamente en los congresos del Partido, bajo la amenaza de ser excluida, escapó a una ola de detenciones y expulsiones al obtener en 1923 una misión en el extranjero, tras su pedido de ayuda al nuevo hombre fuerte, Iósif Stalin. Ese fue el fin de sus responsabilidades políticas. La alta funcionaria soviética, durante un tiempo «desviacionista», varias veces denunciada como oposicionista o incluso agente del gobierno francés, debió reafirmar continuamente su lealtad.
Las acciones para la liberación de las mujeres
¿Era Alexandra Kollontái feminista? lo fue, sin duda, para la prensa francesa del periodo de entreguerras y desde nuestro punto de vista, aun cuando, para ella, el término estaba demasiado connotado por el «feminismo burgués» que combatía. Si se impuso como teórica de la cuestión femenina desde 1905, fue para lograr que avanzara el movimiento socialista, que adhirieran a la causa las obreras, las campesinas y las «pequeñoburguesas».
A través de sus intervenciones políticas (en la Internacional Socialista en 1907, en el Congreso Panruso de Mujeres en 1908) y sus escritos (Los fundamentos sociales de la cuestión femenina, publicado en 1909, y numerosos artículos), afirmó que la cuestión de los derechos de las mujeres no puede tratarse independientemente de la cuestión social. Junto con Clara Zetkin, ingresó en la secretaría de la Internacional Socialista de Mujeres creada en 1907 y contribuyó al nacimiento del Día internacional de las obreras (luego de las mujeres), cada 8 de marzo.
Lenin quiso movilizar a todas las fuerzas populares para apoyar la joven revolución. En el estrado de la Conferencia de obreras sin partido de Moscú el 23 de septiembre de 1919, exclamó: «La obra iniciada por los sóviets solo podrá avanzar cuando millones y millones de mujeres, en toda Rusia, participen de ella. Entonces, y estamos convencidos de ello, el socialismo podrá afianzarse».
En pocos meses, el gobierno bolchevique puso en marcha medidas concretas para una causa que Kollontái había defendido públicamente durante largos años, y analizado profundamente en su dimensión histórica y marxista. Moscú llevaba un mensaje de emancipación inédito en el mundo occidental. A la igualdad política adquirida desde la Revolución de febrero se sumaron el igualitario Código de Familia de 1918, la adopción del matrimonio civil, la despenalización del aborto, el derecho al divorcio y una serie de medidas de protección de las mujeres en el trabajo, así como de las madres y los hijos, legítimos o ilegítimos. Se fomentó la educación de las niñas. En el Partido y en el nuevo Estado comunista se crearon estructuras dedicadas al «trabajo entre las mujeres».
Luchar contra la doble explotación económica y doméstica debía permitir a las mujeres conformar plenamente una fuerza de trabajo para un Estado proletario productivista, pero también dedicarse a la ciencia, la creatividad artística y las responsabilidades administrativas o políticas. Se promovió a las mujeres en los soviets, en el partido, en los sindicatos y las cooperativas. En la medida de lo posible, la educación de los niños y las tareas familiares serían colectivas.
En un primer balance en 1921, Kollontái escribía: «La separación de la cocina y el matrimonio ha sido tan importante como la de la Iglesia y el Estado». Más allá de la humorada, se observa la preocupación por las dificultades para instaurar una igualdad efectiva. Aunque ya no ejercía puestos de responsabilidad, la forma literaria le permitió expresar la resistencia y la violencia que obstaculizaban la construcción de la nueva mujer, «una mujer que rompe las oxidadas cadenas de su esclavitud». La red de cocinas colectivas, centros de maternidad y guarderías seguía siendo muy frágil en la inmensa Unión Soviética.
Con el regreso de los hombres de la guerra civil y la crisis económica, las mujeres se vieron desplazadas y dejó de discutirse la dimensión de género del trabajo. Tanto en el Partido Comunista de la URSS como en el Partido Comunista Francés o en la Internacional Comunista, desaparecieron las «secciones» femeninas y los periódicos especializados; las mujeres que habían sido desplazadas de los puestos de responsabilidad siguieron siendo estenodactilógrafas o traductoras. Kollontái fracasó en su intento de incorporar en el Código de Familia de 1926 una protección general financiada con los impuestos: era el retorno de la pensión alimentaria, de la lucha para encontrar vivienda tras una separación. Se restringe el divorcio, al igual que el aborto, que sería prohibido en 1936 (y más tarde restablecido gradualmente en 1955 y 1968). Los historiadores calificaron este retroceso en la URSS de Stalin como un «Termidor sexual», que confinó a la mujer a la familia y la producción.
Sexualidad y femineidad en la sociedad comunista
A pesar de las renuncias y los defectos, los logros en materia de emancipación económica y social de las mujeres hicieron que Kollontái estuviera orgullosa de sus acciones. Pero su intención de que la sexualidad y la pareja evolucionaran hacia una nueva «moral comunista» sería un fracaso, tanto político como personal. Habría que esperar a los feminismos de fines del siglo XX y del siglo XXI para que su reflexión profundamente original, que integraba plenamente la dimensión privada, el sexo y el amor en el proyecto colectivista y materialista del socialismo marxista, se leyera y discutiera, tras haber sido rechazada y olvidada. Sus temas claves fueron la lucha por los derechos, el combate interno de la mujer para romper con el pasado, convertirse finalmente en una «individualidad en sí misma» y salir de las «virtudes» estereotipadas que son la pasividad o la bondad, para liberarse de la carga de las tareas domésticas educativas y emanciparse de la dominación masculina, trabajar (obligatoriamente).
Prudente cuando ejercía puestos de responsabilidad, Kollontái abordó frontalmente las cuestiones de la sexualidad en 1923 en un polémico artículo, «¡Abran paso al Eros alado! (Una Carta a la juventud obrera)». Allí defendía una «revolución en el frente espiritual» aún en curso, de la que las relaciones entre los sexos formaban parte. Las tres condiciones de este «amor alado», que sucedía al «amor-camaradería» eran la igualdad recíproca, el reconocimiento de los derechos del otro y el cuidado del alma del ser querido. Pero para entenderla bien, debe leerse el artículo hasta el final: la prioridad seguía siendo efectivamente el «amor-deber», la «moral proletaria», la emancipación de clase.
Al mismo tiempo, la encarnación literaria de las mujeres soviéticas bajo la pluma de Kollontái no era en absoluto simplista. Jugaba libremente con temas provocadores y escandalosos para la época: relaciones con hombres mayores o más jóvenes, madre e hija que comparten el mismo amante, triángulos amorosos (Un gran amor describe a un líder revolucionario que ha emigrado, que engaña a su insulsa compañera con una militante más joven y más brillante, una referencia bastante clara al trío formado por Lenin, Nadezhda Krúpskaya e Inessa Armand).
La sexualidad, el celibato, la maternidad en solitario y la sororidad se presentan como elecciones dichosas. La escritora no deja de abordar de manera directa las dificultades materiales, la soledad de la mujer liberada que debe hacer frente al trabajo, los estudios y la vida familiar. La prostitución, la pérdida de los hijos, los cuerpos degradados, la posesividad, la violencia, la explotación profesional y la traición política y sexual de los hombres ya no son tabúes bajo su pluma.
La primera recepción de estas publicaciones de mediados de la década de 1920 fue extremadamente agresiva, en el contexto de la condena política a la ex-comisaria del pueblo en la URSS, y luego por parte de los comunistas extranjeros. Se le reprochaba a Kollontái abandonar los verdaderos problemas de las mujeres proletarias, ser responsable a través de la famosa y apócrifa «teoría del vaso de agua»7 de la disolución de las familias, el abandono de los hijos, los juegos pornográficos en las «comunas Kollontái», etc. Los ataques personales apuntaban a sus orígenes sociales aristocráticos, su «espíritu pequeño burgués» y por ende «antimarxista», su vida privada anticonformista. En efecto, Kollontái tuvo parejas y compañeros de lucha cada vez más jóvenes; los principales fueron su segundo marido, Pavel Dybenko, nacido en 1889, y Aleksandre Chliapnikov, nacido en 1885. También mantuvo una íntima y duradera amistad con el militante francés Marcel Body, nacido en 1894 (Kollontái había nacido en 1872).
Alexandra Kollontái manejó de manera compleja los estereotipos de género, alternando entre vestidos elegantes y simple vestimenta proletaria, entre cabello corto y sombreros de plumas, dejando el cigarrillo para no herir los tenaces prejuicios de las campesinas, manejando el autoritarismo y las lágrimas, abandonando y luego sobreprotegiendo a su hijo Misha. Lo que no impidió que su imagen, tanto en Rusia como en Occidente, se redujera a apodos en el mejor de los casos irónicos y misóginos: «Jaurès con polleras», «valkiria de la revolución», «Kollontaïette»8, «virgen roja» (como Louise Michel), «ministra roja», «revolucionaria con medias de seda», «generala de las damas bolcheviques», cuando no la trataban de prostituta.
Desde su primer cargo diplomático, las miradas se posaron sobre su vestimenta. No se presentaba ante el rey de Noruega «con chaqueta de cuero a la mujik, con las manos sucias y el cabello rapado», sino con «capa de visón que dejaba ver a cada paso un vestido que olía a Rue de la Paix». Algunos de sus dichos ocurrentes: «El lápiz labial y el rubor no impiden ser una buena comunista», así como el supuesto diálogo con un periodista estadounidense: «‘¿Cree usted, señora, que las mujeres deberían renunciar al vestido y adoptar el pantalón masculino?’. ‘De ninguna manera’, respondió enérgicamente la Sra. Kollontái; ‘no hay que pedir prestado absolutamente nada a los hombres. Llevan demasiado mal los asuntos del mundo’». «Lamentablemente, esta verdad es hoy muy evidente», concluía el autor del artículo en 1939, cuando acababa de estallar la Segunda Guerra Mundial9.
Diplomática del imperio soviético
Aleksandra Kollontái fue condecorada en 1933, por primera vez, con la Orden de Lenin por su «trabajo con las mujeres», lo que puede resultar irónico solo en apariencia, ya que siguió defendiendo los logros de la «emancipación de las mujeres» en la URSS. A partir de entonces, se centraría, no obstante, en temas menos disruptivos: higiene, infancia, lucha por la paz, tal como lo demuestran sus intervenciones en la Sociedad de las Naciones.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el compromiso feminista desapareció tanto de su discurso como de su imagen pública. El título de una biografía muy oficial de 1964 de Anna Itkina resulta elocuente: Revolucionaria, oradora, diplomática. Poco a poco, la prensa extranjera irá mencionando sus acciones sin hacer referencia a su sexo, su ropa y sus joyas, ni a los titubeos del protocolo que, considerándola «el ministro», ¡la ubicó en la mesa entre dos mujeres!
Su carrera de consejera de la legación, luego ministra plenipotenciaria en Noruega (tras un primer rechazo del Imperio Británico a su designación en Canadá), en México, nuevamente en Noruega, en la Sociedad de las Naciones y finalmente embajadora en Suecia durante aproximadamente 15 años siguió siendo menos observada que su actividad como revolucionaria y ministra bolchevique. Se sabe que se destacó en la diplomacia cultural y manejó importantes asuntos económicos, en tanto las relaciones con los vecinos países escandinavos y neutrales eran vitales para la URSS. Se sabe muy poco de su actividad en el marco de la «doble política» soviética, que utilizaba las representaciones diplomáticas como bases clandestinas de la actividad revolucionaria comunista.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el papel de Kollontái le valió nuevos reconocimientos y condecoraciones y una reputación internacional como negociadora. Como intermediaria entre la URSS y Finlandia, que había sido invadida por el Ejército Rojo, para lograr un primer tratado de paz en 1940; al frente de una acción diplomática secreta para que Suecia mantuviera su neutralidad; negociando nuevamente en 1944 con Finlandia un armisticio al que se sumaron otros aliados de la Alemania nazi: Rumania, Hungría y Bulgaria. Helsinki impulsó en vano su candidatura al Premio Nobel de la Paz en 1946. Tras su regreso a Moscú en 1945, llevó una vida confortable y privilegiada como alta funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Si bien Kollontái pareció haber dudado en emigrar a Francia o España en el momento de la consolidación del poder estalinista, mostró luego una fidelidad inquebrantable. Así, negó la hambruna de 1932-1933, impidió que Trotsky obtuviera asilo político en Suecia y guardó las cartas de mujeres víctimas de la violencia sexual de la policía política y los testimonios de deportaciones de kulaks muertos por el frío.
Sus archivos no censurados por las publicaciones soviéticas permitirían comprender el miedo que sentía por sí misma y por su familia que permaneció en la URSS, sus reacciones cuando muchos diplomáticos y antiguos compañeros y amigos desaparecieron en el Gran Terror de la segunda mitad de la década de 1930: víctimas de purgas, encarcelados, fusilados o asesinados en el extranjero. Kollontái y Stalin fueron los únicos dos sobrevivientes del Comité Central de octubre de 1917. Sus frecuentes relaciones con Stalin, a quien conoció en 1917, la abundante correspondencia al «muy respetado y querido Iósif Vissariónovich», desde la primera carta de pedido de ayuda de 1923, permanece en gran medida inédita.
¿Cuál fue su experiencia como propagandista en Ucrania en 1918, fotografiándose con los padres campesinos de su compañero, el marino Pavel Dybenko, que llegó a tener un alto grado en el Ejército Rojo, y luego huyendo en tren durante los combates de la guerra civil en los que Ucrania intentó en vano independizarse? Hija de padres de origen ucraniano y finlandés, que pasaba todos sus veranos en la finca familiar antes de la independencia de Finlandia, mantuvo una íntima relación con estos confines del norte del Imperio, que estudió en sus primeros trabajos, y que luego contribuyó, a partir de 1940, a colocarlos nuevamente bajo la dependencia de la URSS.
Cuando en 2017 el ministro de Relaciones Exteriores ruso Serguéi Lavrov descubrió una placa con motivo del 145° aniversario de su nacimiento en el edificio moscovita donde había vivido, elogió a la «patriota soviética».
Dejemos para el final unas notas escritas por Aleksandra Kollontái, poco antes de morir:
Los rasgos de carácter que detesto:
Los insultos y la humillación a la dignidad humana
La injusticia y la crueldad
La fatuidad
La falsedad y la hipocresía
La cobardía
La falta de disciplina
(…)
Los rasgos de carácter que aprecio:
La benevolencia hacia los demás
El coraje moral [muzhestvo, con una connotación de virilidad]
El dominio de sí
La disciplina
La curiosidad y el sentido de observación
El amor por la vida, la naturaleza y los animales
La organización y la anticipación en el trabajo y en la vida
Instruirse siempre10.
Sophie Cœuré es historiadora francesa
Nota: la versión original de este artículo en francés se publicó en La Vie des Ideés, 10/1/2023, con el título «Alexandra Kollontaï, révolutionnaire et féministe». Puede leerse el original aquí.