Las modas actuales del desarrollo fetichizan los datos, aparentemente para la “formulación de políticas basada en la evidencia”: si no se miden, no importan. Por lo tanto, olvídese de obtener recursos financieros para su trabajo, programas y proyectos, sin importar cuán beneficiosos, significativos o desesperadamente necesarios sean.
Medida por medida
Agencias, fondos, programas y otros presionan y luchan por llamar la atención mostrando sus propias agendas políticas, logros ostensibles y potencial. Muchos creen que mientras más indicadores sean respaldados por la “comunidad internacional”, más apoyo financiero podrán obtener.
Un ejemplo: recopilar suficientes datos nacionales para monitorear adecuadamente el progreso en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es costoso. Los costos de recopilación de datos, que suelen ser asumidos por los propios países, se han estimado en un mínimo de tres veces el total de la asistencia oficial para el desarrollo (AOD).
Hay que recordar que esa ayuda disminuyó después de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, y nuevamente luego de la crisis financiera global de 2008-2009. Más recientemente, se destina mucha más AOD para “apoyar” las inversiones privadas de los países donantes.
Con el aumento de la demanda de datos, una mayor presión para medir ha llevado a subestimar o exagerar tanto los problemas como el progreso, a veces sin una intención deshonesta. Los “errores” se pueden explicar fácilmente ya que las estadísticas de los países pobres son notoriamente poco fiables.
Las consideraciones políticas, burocráticas y de financiación limitan la voluntad de admitir que los datos reportados son sospechosos por temor a que esto pueda afectar negativamente a los responsables. Y una vez que se han establecido las estadísticas de referencia, consideraciones similares obligan a la posterior “coherencia” o “conformidad” en los informes.
Y cuando hay que admitir los problemas, el resultado puede ser el “doble discurso”. Luego, las organizaciones pueden comenzar a informar algunas estadísticas al público, con otros datos utilizados, generalmente de manera confidencial, para fines operativos “internos”.
Dinero, dinero, dinero
Los economistas generalmente prefieren e incluso exigen el uso de medidas métricas monetarias. A menudo, la razón es que no se dispone de ninguna otra medida significativa. Muchos creen que al mostrar los aparentes costos y beneficios es más probable que obtenga los fondos necesarios.
El uso de los tipos de cambio o la paridad del poder adquisitivo se ha debatido mucho. Algunos abogan por medidas aún más convenientes, como los precios de una hamburguesa McDonald’s estándar en diferentes países.
Las métricas monetarias implican que las pérdidas económicas estimadas, debidas, por ejemplo, al tabaquismo o las enfermedades no transmisibles, incluida la obesidad, tienden a ser mucho mayores en los países más ricos, a causa de los ingresos mucho más altos perdidos o sacrificados, así como a los costos incurridos.
Cambios en el discurso del desarrollo
Las cuatro décadas de desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) después de 1960 buscaron acelerar el progreso económico y mejorar el bienestar social. Como era de esperar, durante décadas ha habido varios debates sobre el discurso del desarrollo sobre la medición del progreso.
El auge del pensamiento económico neoliberal, que reivindica los mercados libres, ha fortalecido y ampliado principalmente los derechos de propiedad privada. Al rechazar la economía keynesiana y del desarrollo, ambas asociadas con la intervención estatal, la influencia del neoliberalismo alcanzó su punto máximo alrededor del cambio de siglo.
El llamado “Consenso de Washington” de las instituciones federales estadounidenses de la década de 1980 también involucró a las instituciones de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, ambos con sede en la capital estadounidense.
En 2000, la Secretaría General de la ONU redactó la Declaración del Milenio. Esto, a su vez, se convirtió en la base de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que dieron prioridad a reducir a la mitad el número de pobres y estuvieron vigentes hasta 2015, cuando fueron sucedidos por la Agenda 2030 y los ODS.
Después de todo, ¿quién se opondría a reducir la pobreza? Los pobres se definieron con referencia a una línea de pobreza, definida algo arbitrariamente por el Banco Mundial.
El fetiche de la pobreza
Suponiendo que el ingreso monetario sea un criterio universal de bienestar, esta medida de pobreza ha sido cuestionada por varios motivos. La mayoría de los países en desarrollo más pobres sienten que se pierden muchos matices y variaciones en tales medidas, no solo para la pobreza, sino también para, digámoslo, el hambre.
Cualquiera que esté familiarizado con la importancia variable, a lo largo del tiempo, de los ingresos en efectivo y los precios en la mayoría de los países se sentirá incómodo con medidas tan singulares. Pero, no obstante, reciben mucha publicidad y han implicado un progreso continuo hasta el estallido de la pandemia de covid-19.
El rechazo de medidas de pobreza tan singulares ha llevado a indicadores de pobreza multidimensionales, generalmente para satisfacer las “necesidades básicas”. Si bien estas estadísticas de “tablero de control” ofrecen más matices, el deseo continuo de una única métrica ha llevado al desarrollo, promoción y popularización de indicadores compuestos.
Peor aún, esto ha ido acompañado típicamente de ejercicios de clasificación problemáticos utilizando tales indicadores compuestos. Muchos se han obsesionado con tal clasificación, en lugar de los procesos socioeconómicos subyacentes y el progreso real.
Negligencia ciega
La mejora de estas métricas se ha convertido, por tanto, en un fin en sí mismo, con poco debate sobre este medio unidimensional de medir el progreso. La consiguiente “visión de túnel” ha significado ignorar otras medidas e indicadores de bienestar.
En las últimas décadas, en lugar de la agricultura de subsistencia, se han promovido cultivos comerciales. Eso pese a que son muchos los hijos de agricultores de subsistencia, que siendo pobres están nutricionalmente mejor alimentados y son más sanos que los hijos de agricultores de cultivos comerciales, aunque su situación económica sea mejor.
Mientras tanto, a medida que aumentan los ingresos en efectivo, han aumentado las personas con enfermedades relacionadas con la dieta. Si bien la esperanza de vida ha aumentado en gran parte del mundo, la esperanza de vida saludable ha progresado menos a medida que la mala salud acecha cada vez más los últimos años a las vidas cada vez más largas.
Ten cuidado con lo que deseas
Mientras tanto, a medida que los países pobres reciben ayuda limitada en sus esfuerzos por adaptarse al calentamiento global, el enfoque de los países ricos en apoyar los esfuerzos de mitigación ha incluido, entre otras cosas, la promoción de la agricultura sin labranza. Por tanto, atribuir las emisiones de gases de efecto invernadero implica los correspondientes esfuerzos de mitigación mediante un mayor uso de herbicidas.
Maximizar el secuestro de carbono en la capa superior del suelo agrícola sin excavar requiere una mayor dependencia de pesticidas típicamente tóxicos, si no cancerígenos, especialmente herbicidas. Pero abordar el calentamiento global no debería ser a expensas de la agricultura sostenible.
De manera similar, la imposición de impuestos globales sobre el carbono elevará el precio y reducirá el acceso a la electricidad para los “pobres en energía”, que comprenden una quinta parte de la población mundial. Los países ricos que subvencionan energías renovables asequibles para los países y las personas pobres resolverían este dilema.
Tras la crisis financiera mundial de 2008-2009, la ONU propuso un Nuevo Acuerdo Verde Global (GGND, en inglés) que incluía tales subsidios cruzados por parte de los países ricos del progreso del desarrollo sostenible en otros lugares.
En 2009, la cumbre del Grupo de los 20 (G20) realizada en Londres logró recaudar más de los billones (millones de millones) de dólares previstos. Pero los recursos se destinaron principalmente al fortalecimiento del FMI, más que a la propuesta del GGND.
Por lo tanto, el fetiche de las finanzas bloqueó la oportunidad de reactivar el crecimiento económico mundial, con beneficios de desarrollo sostenible para todos.
Jomo Kwame Sundaram es exprofesor de economía que fue secretario general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico y recibió el premio Wassily Leontief por promover un pensamiento económico sin fronteras.
Fuente: https://www.ipsnoticias.net/2021/01/las-vidas-pobres-importan-menos/