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Leer un video. Primera parte: Un islote

Fuentes: La Jornada

Con la protección de la lluvia, Sombraluz camina en espiral, dibujando con sus pasos un caracol. ¿Entra? ¿Sale? Saber. Parece que habla o escribe a quien no está. Veamos…Se acabó la fiesta. Se van los musiqueros, aunque todavía hay un poco de bulla. Mañana el día será como es de por sí en este mes: […]

Con la protección de la lluvia, Sombraluz camina en espiral, dibujando con sus pasos un caracol. ¿Entra? ¿Sale? Saber. Parece que habla o escribe a quien no está. Veamos…

Se acabó la fiesta. Se van los musiqueros, aunque todavía hay un poco de bulla. Mañana el día será como es de por sí en este mes: el sol a ratos, como si se asomara cada tanto, nomás para ver qué hacemos, y las nubes y la lluvia tapándonos de improviso, como haciendo «bolita» sobre el mundo. Pero para que el sol ascienda con su pijama de nubes todavía falta, y falta también para que éstas expriman sus nostalgias y suspiros sobre las sombras y luces de abajo. Se apaga la fiesta de a poquito, como relevándose, como si el ruido (el bla bla de la música en el lodo) diera el «quién vive» y el silencio dijera, callando, «yo soy». También de a poquito se encienden los grillos. Así que espera todavía, deja tu cintura en mi brazo un momento más. Mira el desorden de estrellas dispersas, el cielo lavándose el rostro moreno de sombra, la luna guiñando luz entre las nubes. ¿Escuchas? Ya sólo el aserrín-aserrín de la noche, alguna gota de lluvia llegando con evidente retraso a los techos de lámina, un perro simulando el eco de su ladrido en la complicidad de otros. Ven, caminemos de nuevo, hagamos de la mirada un testimonio. Enciende la mente, ve lo que se ve y lo que no se ve. ¡Atención! Ya aparecen las primeras letras.

Se supone que debería aparecer una pantalla, algo de imagen y audio, y un control remoto. Se supone, pero no… En lugar de la pantalla y el control remoto aparece una cartulina donde se lee:

EL SISTEMA ZAPATISTA DE TELEVISIÓN INTERGALACTICA PRESENTA…

¡UN VIDEO MUUUUY ESPECIAAAAL!

Sombraluz cambia de cartulina por otra en la que se lee, ahora en letras cursivas:

LA AUSENCIA DE AUDIO E IMAGEN EN ESTE VIDEO NO ES POR FALTA DE TECNOLOGIA, SINO POR LO QUE SE LLAMA «TECNOLOGIA DE LA RESISTENCIA».

Mmh, así que un video sin imágenes ni audio… A partir de este momento, el «video alternativo» será presentado en sucesivas cartulinas, con letras de diferentes tipos, tamaños y colores. Acomódese usted, donde pueda y como pueda, y lea…

Erase una vez que se era… un país llamado México

Probablemente las futuras generaciones de mexicanos ya no lo sabrán (gracias a una criminal reforma en el sistema educativo secundario), pero la leyenda cultural fundacional que da origen a la Nación Mexicana no tiene nada que ver con el mestizaje. Tampoco se relaciona con la brutal conquista hispana, ni con las guerras invasoras, abiertas o embozadas, de los distintos nombres de la estupidez imperial a lo largo de la historia: Estados Unidos de Norteamérica, Francia, Inglaterra, Alemania.

Mucho menos se asocia con el necio decreto (cada cambio gubernamental) del fin de la historia en un nombre: Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna, Maximiliano de Habsburgo, Carlos Salinas de Gortari (o la nominación que reciba el «me llamo como me llamo pero me conocen como la culminación de los tiempos»).

No, el referente histórico, cultural y simbólico de esta nación, tiene que ver con lo indígena: sobre un islote, un águila devora a una serpiente y un nopal le sirve de pedestal. Esta imagen será escudo, bandera, sinónimo, espejo colectivo, y ancla cultural de los mexicanos desde el siglo XIX hasta este amanecer del siglo XXI. Según la leyenda, los mexicas fundan Tenochtitlán en el lugar donde encuentran esa señal. El dios Huitzilopochtli (también llamado «cielo azul» y representado por un sol) habría derrotado a Copil. El corazón del vencido es sembrado y se convierte en nopal. Los mexicas, procedentes de Aztlán («El Lugar de las Garzas»), serán conocidos entonces como «aztecas» y este nombre será, con el paso del tiempo, sinónimo de «mexicanos».

Así que hoy, cuando el vigésimo primer siglo tartamudea sus primeros años, en medio del caos, los símbolos nos recuerdan que México se funda sobre un islote. Y, sobre un islote, como ha sido a lo largo de toda su historia como Nación, la mexicana enfrenta ahora un nuevo intento de destrucción, ahora con la coartada de la «modernidad». Y, como en toda guerra, el poderoso ataca primero los dos objetivos principales: la verdad… y el calendario.

Un rápido repaso por las principales imágenes de la «vida nacional» presentadas por los medios de comunicación (particularmente por la televisión) provoca una sensación de caos, anacronía y sinrazón. El calendario vigente marca la mitad del año de 2004, pero la programación a ratos parece estar a mitad del siglo XIX, y a ratos a mitad del año 2006.

La diferencia entre izquierda y derecha está en que unos salen en video y otros no

Algunos saldos del asunto Ahumada: no sólo se corroboraron las cualidades histriónicas de dirigentes del Partido de la Revolución Democrática (PRD), su provincialismo haciendo fila para subirse al avión privado del corruptor de mayores, su decadencia artesanal (priístas y panistas se burlaban de las ligas, las bolsas -las de plástico y las del saco- y el portafolios, como si no hubieran, dicen, las finanzas cibernéticas y las cuentas bancarias en las Islas Caimán) y el método infalible de tapar un escándalo con otro mayor (el complot -a todas luces cierto- como lavamanos mediático).

A Ahumada debemos también el exhibir a un gobierno, el federal, prefiriendo el escándalo mediático en lugar de la vía jurídica; establecer la verdadera estatura política (de enanos) del «dúo dinámico» (Creel y Derbez), y mostrar la fragilidad del Estado mexicano al llevar a su gobierno a una crisis internacional con el gobierno de Cuba.

Y lo más importante: el caso Ahumada fue sólo un botón de la larga muestra con la que la clase política destruye el calendario: el 2006 será el año más largo de la historia, empezó en enero del 2004. No fue el afán de justicia o la búsqueda de la verdad lo que motivó la salida a la luz pública de los tejemanejes de Carlos Ahumada, «videasta de vocación» (Monsiváis dixit). El motivo fue golpear la imagen pública de López Obrador.

Porque si de corruptelas se trata, las exhibidas y ocultadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no se quedarían atrás en el rating. En el llamado Pemexgate abundan las pruebas jurídicas pero falta el video. En la guerra sucia de Díaz Ordaz-Echeverría-López Portillo- De la Madrid-Salinas de Gortari-Zedillo hay evidencias incriminatorias, pero la justicia prescribió antes del horario triple A. En los fraudes electorales hay certezas, pero no hay cupo en el banquillo de los acusados. En la corrupción hecha gobierno hay seguridades legales, pero no se pueden emplear como eslogan electoral.

Y el Partido Acción Nacional (PAN) disputa su lugar en la programación. Lo de Vamos México, la Lotería Nacional y el desvío de fondos públicos a Provida, fueron, nos aclaran presurosos, un problema de relaciones públicas y «mala prensa».

Muy a su pesar, los tres principales partidos políticos de México se disputan el protagonismo en el escándalo, con la misma enjundia con que antes se disputaban los votos. Parece que nadie hace el favor de informarles, pero la crisis del Estado mexicano es también, y sobre todo, la crisis de la clase política. Si el periodo electoral del 2006 se adelantó al 2004 no es por urgencias nacionales, es porque el verbo «madrugar» se conjuga no sólo en desmañanadas conferencias de prensa.

La diferencia entre el pasado y el futuro está en que el primero ya fue al confesionario

Si la lucha por el poder en veces nos pone años adelante, la derecha realmente existente hace su tarea y nos ubica décadas y siglos atrás.

Campeona de la doble moral, la derecha pretende imponer a la sociedad mexicana un sistema de valores basado en el sectarismo en lugar de la inclusión, en la filosofía de telenovela en lugar del conocimiento científico, en la intolerancia en lugar del respeto a lo diferente, en el racismo en lugar de los valores humanos, en la limosna en lugar de la justicia, en el clóset en lugar de la libertad manifiesta, en la hipocresía en lugar de la honestidad. En suma: la Edad Media, pero con Internet y televisión de alta definición.

Si alguien piensa que la derecha sólo tiene como ámbito de quehacer el cultural, y que ahí no ha hecho sino cosechar derrotas (cualquier evento o acto que sea vetado por la derecha confesional tiene el éxito asegurado), o que sólo se encuentra en el PAN y en las jerarquías retrógradas de la Iglesia católica, no deja de ser ingenuo… e irresponsable.

De Los Legionarios de Cristo al Yunque, pasando por el Opus Dei y Provida, la derecha no se conforma con conquistar «mentes y corazones». Conquista espacios de poder, recluta y adiestra grupos paramilitares, y dirige (a veces con cinismo y a veces de forma encubierta) sectores políticos, empresariales, mediáticos y sociales.

En suma, la derecha crece, se reproduce y no muere.

Y no sólo. La derecha revive, con la complicidad de ese oportunista ilustrado que es el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM (y precandidato a la Presidencia de la República), Juan Ramón de la Fuente, los grupos porriles universitarios.

En el reciente asesinato del joven estudiante de la UNAM, Noel Pavel González González, la mano ensangrentada del grupo derechista Yunque sólo se esconde por la complicidad de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (de filiación perredista y supuestamente de izquierda), que, además de salir todos los días en radio, televisión y periódicos, reparte «suicidios» como si fueran boletines de prensa.

Junto a Pavel y su familia, esperan también Digna Ochoa y sus cercanos. Con amargura enfrentan lo que muchos callan: la alquimia que presenta mentiras como verdades jurídicas.

Viendo las acciones de los gobernantes, uno puede ver que si antes la lucha entre los partidos era por «el centro», ahora se disputan la derecha sin recato alguno.

Claro que, además de las tendencias a la corrupción y al autoritarismo, los políticos comparten otra cosa: el culto a los medios.

La diferencia entre democracia y rating está en… en… en… ¿hay diferencia?

Los cambios políticos en el México de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI se pueden apreciar en la relación entre gobierno y medios de comunicación. Si en la época «dorada» del priísmo (la «pre modernidad», dicen algunos) el entonces partido único gobernaba, además. A los medios la «modernidad» trajo algunos cambios, y fue preciso gobernar CON los medios. En poco tiempo, la importancia de la comunicación creció y el poder político pasó a ser gobernado POR los medios. Y ahora, con la «post modernidad», los medios SON quienes gobiernan, y los políticos son sólo el elenco que se sujeta no únicamente a las reglas del espectáculo, sino también a los temas que les son marcados por la televisión, la radio y la prensa escrita (en ese orden y en ese horario).

Una obviedad: la agenda nacional (qué es lo importante y lo urgente en la Nación, cómo se debe exponer, cómo se debe resolver, con qué método, con cuál jerarquía y en qué tiempo, en fin, la agenda de los principales problemas nacionales) ya no se decide en los círculos exclusivos de la clase política (que es donde se hacía), ni mucho menos abajo, en la población (que es donde no se ha hecho y debería hacerse), sino en las direcciones de las grandes empresas de comunicación.

Si antes la prensa televisada, radial y escrita se hallaba mayoritariamente sujeta a los grilletes de un sistema político autoritario, ahora, por las luchas sociales y por mérito propio del gremio periodístico, existe una libertad relativa (atacada de tal forma que la de periodista debería ser calificada ya como una profesión «de alto riesgo») para abordar temas que antes ni pensarlo, y para hacerlo con creatividad, ingenio, espíritu crítico y profundidad (aunque no es frecuente). Porque hay que saludar al periodismo comprometido (que lo hay) que no duda en enfrentarse al poder al dar una noticia, hacer un reportaje o elaborar una crónica.

Sin embargo, este periodismo comprometido, al elevar su importancia y su autoridad moral, atrajo la mirada del poder. Con cortejos más o menos sofisticados, los políticos buscaron cautivarlo. Pero, a diferencia de los políticos, los periodistas no son tontos y pronto se dieron cuenta de que los políticos no tenían ni idea de lo que pasaba en realidad. Hubo así quienes se mantuvieron y se mantienen frente al poder, y otros que se pusieron y se ponen en el poder. Son estos últimos los que se autoerigen en «voceros de la sociedad».

La «opinión pública» es el disfraz con que algunos de los medios de comunicación presentan sus criterios particulares y de grupo como si fueran de toda la población. Paulatinamente, los noticieros y las «mesas de comentaristas» han ido supliendo a la democracia (gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo), incluyendo la electoral. Pronto los puestos de elección popular se decidirán por llamadas del auditorio y no por votos (en lugar de la torta, el refresco y la gorra o la camiseta del acarreo pre moderno, se imprimirá ¡40 veces! su boleto para participar en la rifa de una visita guiada al circo de San Lázaro).

No se trata de un acto perverso, buen número de periodistas, columnistas políticos y comentaristas son gente honesta, con visión crítica y preocupada de veras por los problemas sociales. Por algo se ganan el respeto de televidentes, radioescuchas y lectores. Pero los hay que ni periodistas son, y su visión es la de un grupo pequeño, en situación privilegiada, y que ve el problema desde fuera… y desde arriba.

En una situación donde el gobierno no gobierna, la importancia creciente del periodista lo pone a caminar en la delgada línea que separa la ética del cinismo. Frente al espejo cada quien sabe quién es quién.

El papel trascendente del periodismo ha sido «secuestrado» por los monopolios mediáticos. El rating de los medios, conseguido por sus periodistas y no por los anunciantes, es puesto al servicio del marketing político, marcadamente en periodos electorales (y ahora todo el calendario es electoral, hasta cuando no hay elecciones). Así, la imagen publicitaria suple a los principios y programas políticos, se convierte en lo más relevante y, no pocas veces, «jala» al partido político completo, el cual se «viste» con la ropa del «más popular» (lo hizo el PAN con Fox, lo hace el PRD con López Obrador, y el PRI… el PRI… bueno, ya encontrarán a alguno).

Resumiendo: La diferencia entre la «pre modernidad» y la «post modernidad» está en que en la primera los políticos tenían quien les hacía los discursos, y en la segunda tienen quien les hace los espots publicitarios.

Sin embargo, el abrazo de los medios y la clase política puede ser mortal… para los medios. Embriagados por la interlocución privilegiada que tienen con el poder político, los periodistas lo toman como destinatario único y olvidan su quehacer social. No tardará el tiempo en que los noticieros sólo sean vistos, escuchados o leídos por otros periodistas (lamento informarles que los políticos no ven, ni leen ni escuchan las noticias, tienen un encargado o encargada que les hace un resumen). Como los políticos prescinden de los gobernados, los medios prescindirán del auditorio. Y unos y otros se felicitarán y, viéndose en el espejo del otro, se dirán «¡Qué importantes somos!»

La diferencia entre un medio de comunicación progresista y uno fascista está en cómo hablan de yo, mi, me, conmigo…

La Marcha contra la Delincuencia, llamada por muchos «histórica» (aunque sólo retuvo unos días el honor, porque la renuncia de Durazo la mandó, como decimos nosotros los periodistas, «a interiores»), provocó una especie de debate (en realidad fue un intenso intercambio de calificativos) sobre el papel de los medios de comunicación.

Después de amenazar con la insurrección popular por el a todas luces injusto, arbitrario e ilegal proceso de desafuero en contra de López Obrador, el PRD y sectores afines se llamaron a la indignación por la convocatoria a la llamada «Marcha del Silencio». Y más cuando la movilización fue un éxito en lo que se refiere a participación… de la clase acomodada. Tanto tiempo cortejando a ese sector (Giuliani, los «segundos pisos», el Centro Histórico de la ciudad de México, el auge urbanístico en Santa Fe, el «Houston» del occidente del DF) y resulta que el muy ingrato se moviliza para protestar por la inseguridad.

La marcha se realiza y la derecha, siempre alerta para capitalizar lo que la izquierda abandona, se monta en ella (infructuosamente, como se vio después). Los medios de comunicación se suman. De hecho, la inmensa mayoría de los asistentes acuden convocados por la televisión, la radio y la prensa escrita. Hay medios que lo hacen porque entienden que es un tour de force contra López Obrador y quieren «domarlo», y hay otros que lo hacen simplemente por coherencia, y toman como destinatarios a los gobiernos federal, estatales y municipales.

Buena parte de los asistentes pertenecía a los sectores pudientes de la sociedad mexicana (las calles aledañas a Reforma y en el Centro Histórico llenas de autos con choferes y guardaespaldas aburriéndose en la espera, decenas de autobuses de escuelas particulares estacionados, restaurantes de lujo repletos antes, durante y después de la marcha; como me dijo alguien: «era como un centro comercial, pero a lo bestia»). Claro que también hubo esa tradición muy mexicana que se llama acarreo y «pase de lista» (las grandes tiendas departamentales de los centros comerciales «exhortaron» a sus empleados a que asistieran). Pero en cuanto a demandas distó mucho de ser una movilización de derecha. No se movilizaron en contra de expropiaciones a empresas privadas, o en contra de impuestos a artículos de lujo, o en contra de leyes que obligaran a las empresas a pagar salarios justos, o en contra del apoyo con petróleo al gobierno de Cuba, o para tumbar a un gobierno «rojillo». Se manifestaron porque padecen la criminalidad. No era precisamente el populacho, pero, ¿entonces qué?, ¿qué los asalten, secuestren y que los maten por bonitos(as)?

Durante años el PRD le ha temido a las calles. Toda movilización que no fuera de apoyo a su partido o a sus dirigentes era vista con recelo. La satanización del movimiento estudiantil de la UNAM en 1999 (porque no lo dirigía), y años y años desmantelando organizaciones sociales, y resulta que la calle la toman esos a quienes tanto se ha tratado de halagar: los que tienen y pueden.

Por su lado, los medios fueron los primeros sorprendidos por el éxito de la marcha. Televisa sólo atinó a hacer una mesa redonda con el tema «¿Y después de la marcha qué?», y a pedirle a los tres cochinitos (Fernández de Cevallos, Jackson y Ortega) que se comprometieran a hacer acuerdos para resolver el problema de la inseguridad. ¡A estas alturas del partido esperar algo de esas personas! Es como creer en ovnis…

No son pocas las veces que los medios han confrontado al Gobierno de la ciudad de México. La difusión de los videos del caso Ahumada y los reportajes sobre el tema de la inseguridad son algunos ejemplos. La «Marcha del Silencio» sirvió para exacerbar los ánimos. De ahí a calificar a algunos medios, particularmente a Televisa, como «la mano negra del fascismo», había sólo un paso… y se dio de inmediato.

Sin embargo, una lectura atenta de algunos medios sirve para dimensionar: Crónica, el periódico «preferido» de López Obrador, tiene cuando menos dos sexenios insistiendo en lo que ahora demanda el PRI: que no se litigue en los medios de comunicación sino en los tribunales. Reforma, otro diario muy «apreciado» por AMLO, ha documentado la corrupción de todo el espectro político, no sólo del PRD. El Universal mantiene una planta digna de reporteros y comentaristas. La Jornada no abandona su compromiso popular (que ya va para 20 años) y es el medio más consultado por la audiencia cibernética. Televisa, en los días siguientes a la marcha, en sus noticieros siguió y abundó en las denuncias de López Obrador en contra de las ventas de Banamex y Bancomer. Semanas después, reporteros de Televisa investigaron la desviación de recursos, destinados originalmente al combate contra el sida, a la organización derechista Provida, y documentaron la práctica de abortos clandestinos en clínicas de esa organización que, supuestamente, es antiaborto. Y hay más casos que espacio.

En otro extremo, Televisa hizo una cobertura chabacana y cursi de la boda de la periodista Letizia con un miembro de la realeza hispana (perdón, no recuerdo el nombre, tal vez en la letrina…), con medios que no dedicó a los atentados del 11 de marzo. O se hizo eco del cuento engañabobos de los ovnis supuestamente avistados por la Fuerza Aérea Mexicana. Además, en uno de sus especiales dedicado a los franeleros, encabezó esa moda peligrosa que es la criminalización de la pobreza. Ahí se presentó a los franeleros, limpia parabrisas y vendedores de crucero como si la mayoría o todos fueran secuestradores y asaltantes. Claro que, como acuse de recibo, el señor Ebrard (que, si no me equivoco, es jefe de la policía de la «Ciudad de la Esperanza») dedica ahora sus esfuerzos a perseguir y penalizar la pobreza. Se pasa entonces de combatir la delincuencia a combatir a los pobres… y otra vez para halagar a un sector.

Así que parece que ni una cosa ni otra. Ni Televisa y otros medios electrónicos e impresos son la avanzada del fascismo en México, como denuncia el PRD. Ni tampoco Televisa y otros medios electrónicos e impresos son la «vanguardia de la democratización» mediática y social, como se autodenominan locutores, comentaristas y editorialistas. De la misma forma, el gobierno de López Obrador se debate entre el apoyo a los que menos tienen, programas sociales e iniciativas culturales elogiables, por un lado, y, por el otro, el autoritarismo y la persecución a la pobreza con operativos policiacos cuyas imágenes remiten a las de Irak ocupado por las tropas inglesas y norteamericanas.

No, unos y otros se están acomodando, definiéndose.

No sólo en machacar en que pobreza es sinónimo de delincuencia, es donde se encuentran medios y políticos. Día a día se suceden escándalos políticos y financieros que no tienen ninguna sanción penal, y todo se reduce a una condena moral. Ya no se discute si algo estuvo mal hecho moralmente, sino si es ilegal o no. El sistema jurídico mexicano, junto con todo el Estado, se haya inmerso en un lago de podredumbre donde se avalan, con leyes y jueces, crímenes de lesa humanidad. Desapariciones forzadas y represión (como las protagonizadas, entre otros, por Echeverría), fraudes (como los de la Lotería Nacional), desvíos de recursos (como los del PAN a Provida), robos disfrazados de acuerdos legislativos (como el perpetrado contra los trabajadores del Seguro Social), y lo que se acumule en la programación de hoy, todo se permite por el «imperio de la ley», pero se cultiva, con irresponsabilidad, el rencor social.

Mientras todo esto ocurre, detrás de la agenda mediática se avanza en otra agenda, la de la destrucción del Estado mexicano…

¿Una programación diferente?

Fuera de esta programación hay individuos, colectivos, grupos, pueblos que entienden que detrás de esa supuesta «agenda nacional» está otra, la real, que consiste, grosso modo, en la destrucción de México como Nación. Ellos y ellas saben que el desmantelamiento frenético e implacable del Estado nacional, conducido por una clase política falta de oficio y de vergüenza (y acompañada en no pocos casos por algunos medios de comunicación y por el sistema jurídico en pleno), llevará a un caos y a una pesadilla que ni en la programación estelar de terror y suspenso podrían igualar.

Como si naufragara en el mar neoliberal, la Nación Mexicana se hunde cada vez más, y se parece cada día menos a sí misma y más a nada. El país cuya historia fundacional se remite a un islote en medio de una laguna, se ahoga en aguas que no son suyas.

Pero hay mexicanos y mexicanas que resisten. No sin dificultades, con los tropiezos y sinsabores que da el deber, van construyendo pequeños espacios, islotes encima de los cuales se sueña, se lucha, se trabaja. Islotes donde, mañana, México será México, tal vez un poco mejor, tal vez un poco más bueno, pero México.

De uno de estos islotes de resistencia, no el mejor ni el único, de la autonomía en las comunidades indígenas zapatistas habremos de hablar. Hablaremos de los caracoles y las Juntas de Buen Gobierno, de nuestras fallas, errores y de lo alcanzado, sin más imagen que la mirada que acoja nuestra palabra, y sin más audio que el que nos otorguen el oído y el corazón de quienes, sin estar acá, son con nosotros.

(Continuará…)

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos

México, agosto del 2004, 20 y 10.