Si tan sólo el dinero pudiera comprar la paz. ¿O acaso piensan que los 7 mil 800 millones de libras esterlinas que le entregaron al gobierno libanés en París lo va a ayudar a derrotar a Hezbollah, movimiento enemigo de Estados Unidos, en las cada vez más salvajes batallas callejeras que se llevan a cabo […]
Si tan sólo el dinero pudiera comprar la paz. ¿O acaso piensan que los 7 mil 800 millones de libras esterlinas que le entregaron al gobierno libanés en París lo va a ayudar a derrotar a Hezbollah, movimiento enemigo de Estados Unidos, en las cada vez más salvajes batallas callejeras que se llevan a cabo en Beirut?
Al tiempo que el presidente francés, Jacques Chirac, recibía aplausos por encabezar la conferencia para la deuda de Líbano, para la que Estados Unidos ofreció 795 millones de dólares, soldados libaneses trataban de controlar los peores combates sectarios desencadenados en la capital libanesa. Al menos cuatro estudiantes, uno de ellos simpatizante sunita del gobierno, murieron aparentemente por disparos.
Miles de musulmanes chiítas de Hezbollah y del movimiento Amal fueron trasladados a bordo de camiones de los suburbios sureños al campus de la Universidad Árabe Libanesa en Tarek el Jdeideh, para combatir a estudiantes sunitas que defendían al gobierno; la lucha se extendió hasta los salones de clase.
Los sunitas temían que los chiítas los obligarían a salir de sus hogares, por lo que los soldados libaneses tuvieron que desalojar a los estudiantes sunitas a bordo de camiones militares.
Tanto el liderazgo de Hezbollah como del Movimiento del Futuro, que encabeza Saad Hariri, exigieron poner fin a los combates, los cuales han provocado hasta ahora 36 heridos.
El ejército libanés, en un intento que duró varias horas, falló al tratar de restablecer el orden y se limitó a disparar al aire en un vano esfuerzo por separar a las multitudes que se enfrentaban.
Muchos de los donantes de París debieron haberse preguntado cómo hará Líbano para sobrevivir con una deuda pública de casi 40 mil millones de dólares, ya que este país se está desmoronando día con día.
Los sauditas, en señal de gratitud hacia Estados Unidos, prometieron entregar a Líbano 981 millones de dólares; además, por el intento del reino sunita de apoyar al gobierno homólogo en Beirut, al que los chiítas han renunciado.
Ni Washington ni sus amigos en Medio Oriente desean otra catástrofe en la que se involucre al gobierno de Beirut apoyado por Estados Unidos que se añada al baño de sangre en Irak y a la creciente anarquía en Afganistán. Pero ante todo, el presidente Bush no quiere que sus enemigos iraníes y sirios ganen la batalla de Líbano gracias a Hezbollah.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Arabe reunieron más de mil 178 millones de dólares para el gobierno de Siniora. El primer ministro libanés es un economista educado en Estados Unidos, el cual debe estar al tanto de lo rápidamente que se colapsa la seguridad en su país.
Inclusive, hasta parecía imposible que pudiera llegar a París para escuchar directamente las expresiones de alegría hechas públicas por Chirac. ¿Es que ahora se ha vuelto casi imposible recordar que el propósito original de la conferencia parisina era recaudar dinero para restaurar la infraestructura de Líbano, misma que Israel, el aliado de Estados Unidos, destruyó después de que Hezbollah capturó a dos soldados israelíes el 12 de julio del año pasado?
Ahora está claro en Beirut que los comandantes del ejército simplemente no pueden pedir a sus soldados que disparen contra sus conciudadanos cuando éstos se encuentran armados. «Estamos aquí para proteger a todo nuestro pueblo y éste es todo el pueblo de Líbano», dijo esta semana un oficial militar, mientras presenciaba los combates entre sunitas y chiítas en Beirut.
El verdadero problema, desde luego, está en que el ejército libanés nutre sus filas mayoritariamente con los chiítas y en el momento en que a las tropas se les ordene atacar a hombres de su misma confesión aun cuando estas bandas ahora usen capuchas y estén armados la unidad del ejército no puede estar garantizada. Pero este jueves parecía que los días en que el ejército libanés podía hacer poco más que disparar al cielo podrían tocar pronto a su fin.
El hecho de que los grandes y buenos se hayan reunido en París para ayudar a «salvar» a Líbano, un país de menos de 4 millones de habitantes, demuestra lo desesperada que se ha vuelto la situación en Beirut. Existen grandes probabilidades de parte del mundo occidental, que percibe «extremismo» detrás de cualquier amenaza de los países de Medio Oriente. Los sauditas ya buscaron la ayuda de Siria sin duda lubricando con petróleo su petición, como es su costumbre, mientras que diplomáticos iraníes estaban de visita en Riad. Por lo menos el más grande país chiíta está tratando con la más rica nación sunita.
El solo hecho de que estas negociaciones puedan ser vistas de esta manera demuestra lo oscuras que son las sombras que caen sobre la región. Desde la frontera con Pakistán hasta el Mediterráneo, casi todos los países están en crisis. Repentinamente, todo lo que se habla en Occidente sobre la guerra entre chiítas y sunitas parece perturbadoramente real. Pero en el mundo árabe alimentado de conspiraciones no todas imaginarias, los iraníes no árabes pueden constatar que después de que la CIA derrocó al régimen de Mossadeq, en 1953, muchos se convencieron de que desde un principio la intención de Occidente era dividir sus tierras mediante fronteras religiosas.