La llegada de la primavera astronómica de este año 2009 ha coincidido, significativamente, con un importante paso dado por el presidente Obama hacia la resolución del complicado embrollo creado en Oriente Medio por la nociva política que desarrollaron varios de sus antecesores en la Casa Blanca. En el mensaje difundido ese mismo día «directamente al […]
La llegada de la primavera astronómica de este año 2009 ha coincidido, significativamente, con un importante paso dado por el presidente Obama hacia la resolución del complicado embrollo creado en Oriente Medio por la nociva política que desarrollaron varios de sus antecesores en la Casa Blanca. En el mensaje difundido ese mismo día «directamente al pueblo y a los dirigentes de la República Islámica de Irán», Obama proclamó que «la llegada de la nueva estación nos hace recordar esta valiosa humanidad que todos compartimos, y una vez más podemos evocar ese espíritu, mientras buscamos la promesa de un nuevo comienzo».
No se trata solo de una elaborada retórica, aparentemente bien adaptada al espíritu del pueblo iraní, que ese día celebraba la secular y tradicional fiesta de Nowruz, de orígenes zoroástricos, para festejar el comienzo de un nuevo año. Hay un significado más profundo en todo esto. En primer lugar, es muestra de reconocimiento y respeto por un pueblo de milenaria historia, cuyas tradiciones se hunden en la noche de los tiempos, cuando todavía en las tierras de la Europa occidental y del continente trasatlántico apenas veían la luz los primeros signos de cultura. El desprecio que en el pasado mostró el Gobierno de EEUU por un país en el que solo veía un componente del «eje del mal», parece estar siendo inteligentemente olvidado. Esto es una buena noticia para todos los que creemos en el diálogo entre pueblos y dirigentes políticos, como factor esencial para resolver conflictos y aminorar las inevitables tensiones.
Pero la alocución de Obama no quedó solo en el gesto de tender una mano abierta a Teherán. Sus propuestas son sólidas, claras y pisan terreno firme: «Estados Unidos desea que la República Islámica de Irán ocupe el lugar que le corresponde en la comunidad de las naciones. Tiene ese derecho, pero también tiene responsabilidades concretas». La cuestión que se abre tras una declaración de ese tipo es la de comprobar que los hechos responden a las palabras. Solo el paso del tiempo lo podrá confirmar o desmentir.
En vez de insistir en el uso de la fuerza («cualquier opción militar es posible», proclamaba Bush y repetían, como un eco, los dirigentes israelíes), Obama dijo que su «Gobierno se orienta hacia la diplomacia para tratar todas las cuestiones pendientes». Sin embargo, Teherán no debería ver en estos avances, relativamente amistosos, de la Casa Blanca una rendición implícita, como pretenden algunos dirigentes iraníes. Un consejero del presidente Ahmadineyad puntualizó que la tensión existente entre Irán y EEUU tiene su origen en «la actitud hostil, agresiva y colonialista del Gobierno de EEUU». Insistió en que Washington debería reconocer sus pasados errores antes de entrar en diálogo directo con Teherán. Ambas partes habrán de ceder hasta un punto razonable, donde sea posible iniciar un diálogo positivo. Encontrar ese punto requerirá suma habilidad.
Como sucede en cualquier caso de restablecimiento de contactos entre dos partes que han vivido muchos años en una hostilidad recíproca, antes de iniciar conversaciones concretas sobre los asuntos de importancia (en este caso, el programa nuclear iraní, como primer punto a discutir) habrá que dedicar esfuerzos y tiempo a crear el clima que las haga posibles. EEUU tampoco deberá olvidar los sufrimientos del pueblo iraní durante la larga guerra que enfrentó a Irán con Iraq, apoyado este último por EEUU y las potencias occidentales. Cuando ha corrido la sangre, recuperar el entendimiento entre las partes enfrentadas se hace más difícil, pero no es imposible: Francia y Alemania dieron de esto un buen ejemplo al mundo en la segunda mitad del pasado siglo.
Si además de haber sufrido los efectos de una guerra incitada desde el exterior se arrastran las secuelas del colonialismo, como ocurre en Irán, donde todavía están recientes sus huellas en el imaginario colectivo del pueblo, la recuperación de unas relaciones normales y fructíferas requerirá delicados esfuerzos y una atención especial a los factores de la Historia.
De todos modos, queda bien expresada en la oferta de Obama una condición importante, al manifestar que el proceso de diálogo por él iniciado «no avanzará con amenazas», ya que intenta abordar un «compromiso justo y basado en el respeto mutuo». La oferta hecha por Hillary Clinton para que Irán participe en la conferencia sobre Afganistán, a celebrar en La Haya el próximo 31 de marzo, es un paso inteligente de Washington, porque permitirá calibrar hasta qué punto es posible reanudar los contactos de Occidente con Teherán.
La cuestión es ahora saber si Obama tiene capacidad suficiente para dejar de lado, durante algún tiempo, el programa nuclear iraní, resistiendo las crecientes presiones de Israel, y facilitar así el retorno de Teherán al concierto internacional, lo que hará más fácil hallar soluciones aceptables por todos. El camino se presenta largo y complicado, pero al menos se están dando por él unos valiosos primeros pasos.
* General de Artillería en la Reserva