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Casi la mitad de los niños menores de cinco años del país centroamericano sufre desnutrición crónica, según la ONU

Los hijos hambrientos de Guatemala

Fuentes: El País

Gloria Esperanza, una niña guatemalteca de dos años, recibe incaparina -alimento sustitutivo de leche en polvo- para paliar la desnutrición severa que padece desde que nació. Hace sólo un mes agonizaba en brazos de su madre. Cuando miembros de Unicef la encontraron, la niña gemía de dolor, de escalofríos y sobre todo, de incomprensión. Estaba […]

Gloria Esperanza, una niña guatemalteca de dos años, recibe incaparina -alimento sustitutivo de leche en polvo- para paliar la desnutrición severa que padece desde que nació. Hace sólo un mes agonizaba en brazos de su madre. Cuando miembros de Unicef la encontraron, la niña gemía de dolor, de escalofríos y sobre todo, de incomprensión. Estaba tan gravemente desnutrida que su cuerpo, incluida su lengua, estaba cubierto de llagas y su vientre, inflado de aire. Debajo del vestido, sus huesos se adherían como un guante a su piel envejecida. Ya no le quedaban defensas, pero aún así, se aferraba con fuerza a su madre embarazada de ocho meses, Juana, de 23 años, quien ya ha perdido a tres de sus siete hijos. Muertos de hambre, literalmente.

Un día antes, Rosa Evelyn Ramírez, de tres semanas, falleció de inanición. Sus padres, Vicenta y Rufino, velaban el diminuto cuerpo del bebé, que nació con labio hendido en un nido de miseria. «Vomitaba, pero no arrojaba nada», contó la madre, sentada en la humilde vivienda de paja y madera. Una imagen desgarradora que la mayoría de la población sólo relacionaría con el continente africano. Sin embargo, hablamos de la aldea de El Tular, en el municipio oriental de Camotán, a 200 kilómetros de Ciudad de Guatemala.

Gloria y Rosa Evelyn representan la cara más triste de un drama coronado por una cifra alarmante: más del 49,3% de niños y niñas padece desnutrición crónica en el país. Un 70% se registra en la región oriental, conocida como región Chortí por el nombre de la etnia indígena que la habita en su mayoría.

Con motivo de la celebración del Día Mundial de la Alimentación, el pasado 16 de octubre, el Programa Mundial de Alimentos lanzó un comunicado en el que advirtió que el desarrollo del cerebro del niño en los primeros meses y años de vida es crucial para su aprendizaje futuro. También recordó que 18.000 niños mueren cada día en todo el mundo debido a la falta de alimentos.

«¿Cómo es posible que en un país como Guatemala se vean imágenes propias del continente africano?», se pregunta Manuel Manrique, representante de Unicef en Guatemala. Y es que, según el último informe elaborado por Jean Ziegler, relator para el derecho a la alimentación de Naciones Unidas, Guatemala tiene los peores indicadores de malnutrición crónica infantil en América Latina y supera los promedios de Asia y África. El documento recoge que el 50% de los menores de cinco años padece raquitismo y que de ellos el 70% es indígena. Añade que dos de cada tres guatemaltecos son demasiado pobres para alimentarse adecuadamente, mientras que una de cada tres familias no puede costearse la mitad de la canasta mínima de alimentos. El primero de los Objetivos del Milenio es erradicar la extrema pobreza y el hambre en el mundo.

En Guatemala, embarazos frecuentes, baja tasa de escolaridad, poca cobertura social, falta de higiene, agua insegura y alimentación complementaria insuficiente son algunas de las causas subyacentes de esta situación.

Aún herida por el paso de la tormenta Stan, en octubre de 2005, la mayoría de la población de la región oriental vive dispersa en las montañas, cuyo acceso sigue siendo limitado. Son tierras poco fértiles donde prácticamente sólo se cultiva maíz, sorgo y frijol. Sin lluvias, los campesinos venden sus reservas alimenticias, incluidas las de autoconsumo, y se quedan sin nada.

El problema de la desnutrición en el país, aunque siempre ha existido, salió a la luz en 2001, cuando los medios nacionales sacaron primeras planas referidas a una hambruna, cuyo foco se concentró en el municipio de Camotán. El huracán Mitch, que azotó Centroamérica en 1998, afectó en demasía a la agricultura, fuente de subsistencia y empleo en un 80%. La esfera internacional se hizo eco de la noticia y muy pronto comenzó a fluir la ayuda.

María Juana Amador vive con sus nueve hijos en una casa de paja en una aldea de Camotán. Tienen gallinas, marranos y muchos perros, que también tienen que comer. Fredy, uno de sus nietos, de dos años, está gravemente desnutrido. «A las mujeres nos gustaría estar organizadas y que llegue más ayuda, pero por más tiempo, porque del sólo gusto de que llegue alimento no se vive», se lamenta.

En el Centro de Recuperación Nutricional de Jocotán, Jinomena Méndez, de 30 años, sufre desnutrición aguda y afirma que ya no puede aprender a leer ni a escribir porque ya tiene un hombre a su lado. Un hombre que le da unos 15 quetzales (unos dos dólares) al día para alimentar seis bocas, incluida la suya.

En el centro, cada tres días, los niños y las niñas son pesados. Marlon Ramírez, de un año y tres meses, pesa seis kilos. «Debería pesar unos 20 kilos», afirma la enfermera de turno.

Álvaro Guerra, alcalde de Camotán, recuerda que durante la emergencia nutricional de 2001 en el centro Bethania de Jocotán ya no cabían más niños. Entonces, declaró el estado de calamidad. «Hemos sufrido mucho en el ámbito político, con desastres naturales y con la situación de pobreza, pero tenemos voluntad para trabajar», asegura. Prueba de ello es la participación de los alcaldes en la Mesa de Seguridad Alimentaria, instaurada a raíz de la emergencia como ente coordinador que trabaja junto a sociedad civil, ministerios, organizaciones no gubernamentales y Gobierno central para trazar estrategias e introducir nuevas prácticas agrícolas, forestales y pecuarias como alternativa para la producción de alimentos y recursos.

Desarrollo sostenible

Para atajar el problema, Unicef ha fortalecido las Oficinas Municipales de Planificación para incidir en el trabajo a favor de la niñez, la adolescencia y la mujer; y gracias a la creación de la Mancomunidad Copán Chortí todos los actores locales están involucrados en el proceso. El objetivo de esta unión descentralizada es promover el desarrollo sostenible de sus municipios con la formulación y ejecución de políticas públicas.

José M. Samperio, experto en seguridad alimentaria de la UE, explica los beneficios que una industria podría traer a la región: «La seguridad alimentaria significa tener acceso a una nutrición con la mínima calidad. Cuando se generan excedentes por medio del comercio internacional se puede obtener seguridad alimentaria. Al no ser así, una opción es la industrialización con maquilas o la instalación de pequeñas y medianas industrias que generen empleo e ingresos».

A nivel estatal, el pasado septiembre, la mesa de Salud y Nutrición acordó siete puntos que deben aplicarse en lo que queda de la Administración del presidente, Óscar Berger. Entre ellos, aumentar el presupuesto de inversión, reducir los niveles de desnutrición crónica y la mortalidad materno-infantil.

Pretenden así continuar con los avances: la mortalidad de niños menores de un año era de 25,23 por cada 1.000 nacidos vivos en el año 2000. Tasa que se redujo a 20,04 en 2003.

Ahora, el Ayuntamiento de Camotán entrega alimentos a las embarazadas con una condición: que acudan a consulta. Un gancho que da resultado ya que hasta junio de 2006, de 1.902 mujeres embarazadas, 1.001 fueron supervisadas. También se distribuye un suplemento alimentario a las madres lactantes y a niños menores de tres años.

La educación, crucial

En opinión del médico Carlos Arriola no se podrá erradicar la pobreza sin educación. «Autoridades y organizaciones siguen haciendo análisis desde su escritorio, pero el pobre no sabe ni leer ni escribir. No basta con dar paliativos. Hay que educar», enfatiza.

José M. Samperio, experto en seguridad alimentaria de la UE, coincide en que «si no se salva a la población con educación no se podrá capacitar a la mano de obra y se frenará el desarrollo. Una sociedad que invierte en su niñez, invierte en su futuro. En un mundo globalizado donde hay mucha competencia, sin mano de obra capacitada, no tenemos nada».

Ruvila, de siete años, tuvo suerte. En 2001 estuvo a punto de morir por desnutrición severa. Hoy goza de buena salud, habla inglés y le encanta ir a la escuela. Pero no sabe que a menos de diez metros de su casa, en el centro de salud, 13 niños y niñas desnutridos están viviendo el mismo drama por el que ella pasó hace cinco años.