La disolución del parlamento por la primera ministra Yingluk es un paso atrás para la democracia tailandesa. Aunque se celebren las elecciones (la oposición no garantiza su participación, puesto que sabe de antemano su derrota), la coyuntura se presenta peor que cuando el partido Pua Thai ganó las elecciones en el 2011. El hecho de […]
La disolución del parlamento por la primera ministra Yingluk es un paso atrás para la democracia tailandesa. Aunque se celebren las elecciones (la oposición no garantiza su participación, puesto que sabe de antemano su derrota), la coyuntura se presenta peor que cuando el partido Pua Thai ganó las elecciones en el 2011. El hecho de que el proyecto de ley que ordenaba la elección democrática de todos los senadores fuera retirado convierte a la constitución militar del 2007 en una especie de «escritura sagrada». Este texto intocable reconoce a los jueces designados a dedo mayor potestad que a los miembros del parlamento elegidos democráticamente. Los asesinos del ejército y el Partido Demócrata, que dispararon y dieron muerte a los Camisas Rojas defensores de la democracia en el 2010, no serán procesados y los encarcelados por crímenes de lesa majestad permanecerán en prisión. Es un momento lúgubre para la democracia tailandesa.
Hace tiempo, el llamado «Partido Demócrata» anunció que todos sus diputados renunciarían al parlamento. Esperaban que tal gesto coaccionaría al gobierno de Yinguk para que disolviera el congreso. Sin embargo, su objetivo real era que las elecciones no tuvieran lugar y que, por consiguiente, no se formara el gobierno representante de la voluntad de la mayoría de la población. El Partido Demócrata de Abhisit y Sutep nunca ha obtenido la mayoría absoluta en unas elecciones. Antes bien, aprobó y se benefició del golpe militar del 2006 que derrocó al gobierno de Thai Rak Thai liderado por Taksin, elegido democráticamente. Sus caudillos lideraron a los manifestantes que consiguieron cerrar el aeropuerto internacional. Constituyeron un gobierno bajo control militar a finales del 2008, después de que el poder judicial reaccionario incapacitara al partido de Taksin, tras ganar las elecciones posteriores al golpe. Abhisit y Sutep, respaldados por los generales militares, ordenaron entonces disparar a casi 90 manifestantes desarmados, pertenecientes a los Camisas Rojas, que exigían unas elecciones genuinas en el 2010. En el 2011, cuando finalmente se celebraron las elecciones, sufrieron una derrota rotunda. Fue Yingluk, la hermana de Taksin, quien consiguió la mayoría absoluta para el nuevo partido Puea Thai. Este mes pasado, Sutep ha propiciado una nueva vuelta a la crisis organizando una serie de protestas que se han materializado en la ocupación los edificios del gobierno.
En el 2006, el gobierno de Taksin, tras las protestas de los Camisas Amarillas, disolvió el parlamento y ofreció al pueblo tailandés unas elecciones libres. Entonces las habría ganado sin problemas, pero el Partido Demócrata, sabedor de antemano de su derrota, las boicoteó. El boicot espoleó una crisis constitucional que condujo más tarde a un golpe militar. Justamente esto es lo que los Demócratas aspiran a conseguir hoy de nuevo. Sin embargo, hasta el momento, los militares se han negado a colaborar. Ello en parte se debe a que Taksin quebró entonces su trato con el ejército. También se debe a que los miembros más avezados de la clase dirigente de Tailandia son conscientes de que no pueden pasar por alto el proceso democrático y contrariar la voluntad de la mayoría de Camisas Rojas que apoyan al gobierno.
Paul Handley, autor del famoso libro The King Never Smiles, prohibido en Tailandia, ha escrito recientemente en un artículo publicado en Foreign Policy que «la interminable lucha entre las fuerzas pro- y anti-gubernamentales, los llamados Camisas Rojas y los Camisas Amarillas, refleja el fracaso fundamental (del rey Pumipon) en la preparación de un futuro para Tailandia como democracia estable y madura […]. En cada paso, y en cada crisis política, Pumipon se ha apoyado en el ejército para mermar el poder de los políticos electos y restringir el desarrollo de la democracia parlamentaria.» (1)
Es cierto que el rey Pumipon nunca ha defendido la democracia ni ninguna constitución democrática y que siempre le ha complacido coexistir con dictaduras militares. Aún más le congratula que los supuestos culpables de crítica a la corona bajo la draconiana ley de lesa majestad (2) sean condenados a 20 años de cárcel. No obstante, Handley exagera el poder del rey. Pumipon siempre ha sido débil y cobarde, y, en resumidas cuentas, un títere del ejército. El resto de élites, incluyendo a Taksin, han tratado también de utilizar a Pumipon para reforzar sus jerarquías sociales, de igual manera que las élites conservadoras de Europa han utilizado a sus monarquías.
Handley plantea al principio de su artículo: «¿Por qué es tan disfuncional la democracia en Tailandia? Sin duda, la culpa es del rey.» No obstante, y pese a mi aversión hacia las monarquías, pienso que la culpa, más bien, es de su clase media. La principal diferencia entre Europa y Tailandia radica en la cruda actitud anti-democrática de su clase media y la debilidad política de los trabajadores y agricultores desde el colapso del Partido Comunista en los años 80.
En los albores del gobierno de Taksin, la clase media y la mayor parte de las élites no dudaron ni un segundo en concederle su apoyo. Tenían el convencimiento de que los haría ricos y así fue. Sin embargo, muchas de aquellas élites comenzaron a preocuparse por el sobrevenido éxito electoral y por el enorme seguimiento que había cobrado entre trabajadores y agricultores. Taksin estaba dirigiendo la sociedad tailandesa hacia una democracia parlamentaria moderna. Su partido practicaba políticas reales que presentaba de forma transparente ante el electorado y por ello ganó un apoyo formidable. Las viejas élites estaban acostumbradas a ganar las elecciones sin presentar plan político alguno y simplemente comprando votos. Esperaban seguir repartiéndose los beneficios mientras los pobres se quedaban de brazos cruzados. Dichas élites persuadieron a la clase media para que se volviera en contra de Taksin. El hecho de que ésta desdeñara a la mayoría de trabajadores y de agricultores pobres, a quienes Taksin ayudaba ahora con un nuevo sistema sanitario universal y les concedía ayudas para trabajos rurales, hizo que se tornara aún más hostil hacia el líder. La clase media de la que hablamos se compone básicamente del tipo de personas que se dirige a sus sirvientes con el apelativo de «niños» y les obliga a arrodillarse para servir a sus amos.
El enfoque que ha propugnado Taksin consistente en un keynesianismo de base en conjunción con la idea de un mercado libre también ha disgustado a la tradicional clase media neoliberal. Además, las políticas de bienestar y sanidad del gobierno han irritado a las ONGs, que han visto la posibilidad de perder la razón de su existencia. Éstas, integrantes de la clase media, respaldan fundamentalmente la idea de un «pequeño estado» neoliberal. Todas las fuerzas de clase media se han sumado a los Camisas Amarillas y han vitoreado el golpe de estado del 2006. Un amplio sector de la burocracia sindical de las empresas estatales se ha unido también a los Camisas Amarillas. Parece que se veían ocupando un asiento al lado de los grandes jefes antes que organizando manifestaciones desde la base (3). La mayor parte de estos sindicalistas han rechazado unirse a los Camisas Amarillas y, en el sector privado, han respaldo firmemente a los Camisas Rojas. Sin embargo, la clase media toma parte ahora en las protestas reaccionarias de Sutep con objeto de derrocar el parlamento y reemplazarlo por una monarquía más poderosa, asistida por legisladores designados a dedo.
Los académicos de la clase media allanaron el camino para el golpe del 2006, con la subsiguiente involución de la democracia, mediante la hueca palabrería en torno a lo que ellos calificaron como «dictadura del parlamento». Con este término se referían nada más que a un parlamento en el que un partido poseía la mayoría absoluta. Era tan sólo una excusa para eludir los votos de la mayoría popular. Sumado a esto, sentenciaron vergonzosamente que todo aquel que votaba por Taksin era «estúpido y falto de educación» y que, por consiguiente, no merecía ejercer su derecho al voto. Estos individuos, entre los que se encuentran los integrantes del Partido Demócrata, siguen sosteniendo el mismo discurso. Alegan que pretenden defender las ideas de las minorías. Es una falacia. Nunca han defendido los derechos de los musulmanes malayos, ni de los LGBT, ni de los trabajadores extranjeros, ni de los pobres que viven en chabolas, ni siquiera de los que simplemente no están de acuerdo con la monarquía. Los reaccionarios de la clase media defienden únicamente los llamados derechos del 1% por encima del pueblo, ostentados desde hace demasiado tiempo. Incluso han tenido el despropósito de ataviarse con las máscaras de Guy Fawkes, ¡imitando al Movimiento Occupy!
Los académicos de la clase media y sus simpatizantes hablan de «Taksinomía» y de «Sistema Taksin». Sutep prometió abolir el «Sistema Taksin». Tal sistema, no obstante, no tiene nada de particular. La política económica de Taksin consistía fundamentalmente en combinar un keynesianismo de base y el neoliberalismo. Creía que mejorar el nivel de vida y las infraestructuras mediante el gasto público fomentaría la competitividad de la economía tailandesa. Para nada una teoría excepcional, aplicada por un déspota borracho de poder. La clase media afirma oponerse a la corrupción. Sin embargo, podrían exigirse legítimamente responsabilidades por abuso de poder a todas las autoridades políticas y militares, miembros de la familia real y del poder judicial.
La clase media ha preparado un camino alternativo para eludir la democracia perpetrando abusos e ignorando sistemáticamente los derechos humanos en los casos de lesa majestad, particularmente en las ejecuciones extrajudiciales de musulmanes malayos, de pobres imputados por vender droga y de manifestantes defensores de la democracia pertenecientes a los Camisas Rojas, en el 2010. Tales abusos se han dado en todos los gobiernos, incluyendo el de Thai Rak Thai, los Demócratas y las juntas militares. Se sabe que una parte de la clase media estuvo involucrada en la masacre de estudiantes y socialistas del 6 de octubre de 1976. Hoy, dicha clase media integra las filas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el cual defiende sin pudor a las élites.
Por supuesto, no puede ignorarse la otra cara de la moneda: la debilidad política de los obreros y de los pequeños agricultores desde el colapso del Partido Comunista en los años 80. La carencia de un partido de los trabajadores obliga a los Camisas Rojas a encomendarse al Partido Pua Thai de Taksin y Yingluk, defensor ante todo de las grandes empresas. Yingluk parece no tener problemas a la hora de transigir con los reaccionarios en este nuevo episodio de la interminable crisis. El ejemplo más claro es la reciente retirada del proyecto de ley que aseguraba que los senadores serían elegidos democráticamente y no designados a dedo. Tales transigencias y compromisos turbios entorpecerán mucho más el desarrollo de la democracia en Tailandia.
Notas:
[1] Paul Handley (2013) «Royal Meddler» Foreign Policy, 6 de diciembre del 2013. http:// www.foreignpolicy.com/articles/2013/12/06/thailand_dysfunctional_democracy_king_bhumibol? page=0%2C0
[2] Giles Ji Ungpakorn (2011) «Lèse Majesté, the Monarchy, and the Military in Thailand». Artículo proporcionado por el Departamento de Polemología (Pax et Bellum), Universidaad de Uppsala, Suíza, 29 de abril del 2011. http://www.scribd.com/doc/54529804/Lese-majeste-the- Monarchy-and-the-Military-in-Thailand
[3] Giles Ji Ungpakorn (2007) «A Coup for the Rich». WDPress, Bangkok. http://www.scribd.com/ doc/41173616/Coup-For-the-Rich-by-Giles-Ji-Ungpakorn
Giles Ji Ungpakorn fue profesor de ciencia política en la Universidad de Chulalongkorn, y organizador del Foro Social de Tailandia (2006). En 2009 tuvo que exiliarse a Gran Bretaña por su oposición al golpe militar de 2006. Publica el blog Red Shirt Socialist.
Traducción para www.sinpermiso.info: Vicente Abella Aranda