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Los lazos "contraterroristas" entre EEUU y Rusia

Masacre en el colegio ruso: a la medida de Bush y de Putin

Fuentes: IAR-Noticias

La opinión pública internacional, bombardeada por las imágenes televisivas de la masacre en el colegio ruso, atosigada por la palabra «terrorismo», condena al fundamentalismo «asesino» del grupo checheno, antes que a la feroz carnicería represiva lanzada por las fuerzas militares y policiales de Vladmir Putin. En cuanto al presidente norteamericano, George W Bush, la «oportunidad» de la masacre, la conmoción y angustia que causó en los televidentes masivos del mundo, consolida su cruzada internacional contra el terrorismo, y recrea su imagen de «presidente fuerte» entre la franja mayoritaria de votantes estadounidenses que privilegian la seguridad a cualquier otro tema. Tras la Convención Republicana, simultánea al secuestro en el colegio ruso, un sondeo de la revista Time indica que Bush supera a Kerry en las encuestas por 11 puntos. Putin, en tanto, ya cerró las fronteras, declaró la «guerra contra el terrorismo», y anunció una cruzada militar contra el secesionismo checheno

Para la mayoría de los expertos en inteligencia, a la hora de buscar posibles beneficiarios políticos de la masacre en el colegio ruso, los nombres de George W. Bush y Vladimir Putin lideran el escenario.

Ambos mandatarios han construido sus gestiones de gobierno, y superado sus etapas críticas más duras, a partir de la «guerra contra el terrorismo».

Vladimir Putin consolidó su liderazgo y su gestión presidencial a partir del combate contra el «terrorismo checheno», y Bush proyectó su administración combatiendo al «eje del mal» representado por Bin Laden y la red Al Qaeda, y contra todo lo que se asociara al «terrorismo musulmán» por el planeta.

Curiosamente, ambas ramas terroristas, Al Qaeda y el fundamentalismo checheno, sus principales líderes, coinciden en una misma génesis. Su fragua común fue la CIA y la guerra en Afganistán de la época del Imperio Soviético. (Ver: La conexión Bush-Al Qaeda-terrorismo checheno).

La inconcebible masacre de niños en Rusia causada por el secuestro de un comando checheno, llegó justo cuando Bush lanzaba la «guerra contraterrorista» como eje principal de su discurso de cara a la competencia por su reelección presidencial en noviembre, y cuando Putin se encontraba en problemas internos a causa de la crisis petrolera y acusaciones de corrupción que pesan sobre su gobierno.

La operación terrorista en el colegio ruso, su metodología, desenlace (matanza indiscriminada de niños), fue tan abiertamente sanguinaria que pone el salvajismo de las fuerzas especiales de Putin, en un «segundo plano».

La opinión pública internacional, bombardeada por las imágenes televisivas de la masacre, atosigada por la palabra «terrorismo», condena al fundamentalismo «asesino» del grupo checheno, antes que a la feroz carnicería represiva lanzada por las fuerzas militares y policiales de Putin.

Fue tan fuerte el asesinato de niños inocentes, algo inédito en la historia del terrorismo, tan innecesariamente feroz el comportamiento de los suicidas chechenos, que «empalidece» las culpas del accionar represivo de las fuerzas del Estado ruso que desencadenaron la masacre con su ataque.

Esa es la «ganancia» política de Putin ante la sociedad rusa, a quien el «terrorismo» checheno lo tiene en un estado de shock parecido al que vivían los estadounidenses después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.

Sin lugar a dudas, más que a perjudicarlo, la masacre en el colegio ruso fortalece la posición interna de Putin, consagrado como el «presidente de la guerra contra el terrorismo checheno», quien no dejará pasar esta oportunidad para avanzar hacia el exterminio militar de la guerrilla secesionista.

En cuanto al presidente norteamericano, George W. Bush, la «oportunidad» de la masacre, la conmoción que causó en el campo internacional, consolida su cruzada mundial contra el terrorismo, y recrea su imagen de «presidente fuerte» entre la franja mayoritaria de votantes estadounidenses que, según las encuestas, privilegian la seguridad a cualquier otro tema.

Bush y Putin: vidas paralelas

Un capítulo de su vida política lo pinta de cuerpo entero al ex jefe de la KGB soviética, hoy presidente de Rusia, Vladimir Putin.

En el 2000, y siendo primer ministro del gobierno de Yeltsin, cuando lanzó su candidatura a la presidencia de Rusia, sólo contaba con el 5% de intención de voto.

«Casualmente» se desató una ola de atentados terroristas en Moscú, con decenas de muertos, y el primer ministro apareció en los medios de comunicación culpando al «terrorismo checheno» de la masacre.

Luego, y bajo el ala del presidente Boris Yeltsin que lo cobijó, el experto de la ex KGB se convirtió en el adalid (una especie de George W Bush ruso) de la «guerra contra el terrorismo» enviando tropas e intervenciones armadas a Chechenia, lo que lo convirtió en el enemigo número uno de los secesionistas.

En ese contexto de psicosis terrorista «anti-chechena» inducido desde el Estado ruso, Vladimir Putin ganó las elecciones presidenciales con el 59% de los votos, ya convertido en el nuevo líder de Rusia.

Tanto Putin como el jefe del clan Bush, George, el ex presidente de EEUU y director de la CIA a fines de los setenta, se «cruzaron» por Asia y por los Balcanes, cuando Putin era espía de la KGB (ya dedicada a negociar espacios de poder con la inteligencia americana) y el padre del hoy presidente Bush comandaba, desde la vicepresidencia estadounidense, el Irangate y los operativos de la CIA en Afganistán.

Como Bush hijo, Vladimir Putin concentró su administración en dos temas claves: la seguridad y los servicios de inteligencia, a los que asignó, fuertes presupuestos del Estado.

En julio pasado Putin aprobó la reforma de los servicios secretos que dota al FSB, el heredero de la KGB, de más poderes y apunta a la creación de un todopoderoso Ministerio de Seguridad Estatal en Rusia. La reestructuración consolida al FSB, bastión de Putin, en la cúspide de la pirámide del poder ruso.

La prensa rusa señaló que la reestructuración de los servicios de inteligencia devuelve el espionaje a los tiempos de la Guerra Fría, y vaticinó un aumento de las actividades de los espías rusos en el exterior y un reforzamiento de la presión en el interior.

Según la oficina de Moscú de la organización de derechos humanos Human Rights Watch, este plan parece «un intento de reinstalar la KGB», disuelta por Boris Yeltsin.

Con George W. Bush en la presidencia de EEUU, la alianza «contraterrorista» Bush-Putin continuó desarrollándose, aunque las relaciones se «enfriaron» en los tramos preparatorios de la invasión a Irak, país con el cual el gobierno ruso mantenía fuertes relaciones comerciales.

No obstante, y tras fuertes controversias públicas para la tribuna, Putin negoció la «prescindencia» de su país en el asunto de la invasión y conquista de Irak, a cambio de la participación de sus trasnacionales en el botín de guerra.

Pero un capítulo también «casual» de la historia dejó en claro el lazo «contraterrorista» que une a los presidentes de la primera y segunda potencia nuclear del mundo.

En octubre de 2002 y durante tres días, 50 combatientes suicidas del secesionismo checheno mantuvieron secuestrados a 800 rehenes dentro del teatro Dubrovka de Moscú.

En esa oportunidad, los servicios secretos rusos señalaron que el grupo, más allá de su jefe operativo respondía al liderazgo de Shamil Basayev, un jefe islámico vinculado a Bin Laden y Al Qaeda. «Curiosamente» el mismo jefe checheno surge hoy como el principal inspirador de la toma de rehenes en el colegio ruso, cuyo desenlace causó una matanza superior a la realizada en el teatro moscovita.

El secuestro en el teatro de Moscú se produjo en un contexto internacional conmocionado por una escalada de atentados en países musulmanes -Indonesia y Filipinas- que arrojaron más de 200 muertos y centenares de heridos.

Los sucesos fueron simultáneos a una nueva «reaparición» de Bin Laden amenazando con atentados en Europa y EE.UU..

La CIA -por boca de su jefe de entonces, George Tenet- retroalimentó el pánico exhibiendo informes donde demostraba que «Al Qaeda está viva».

Llamativamente esa ola de psicosis terrorista coincidió, dentro de un orden secuencial, con las operaciones diplomáticas y políticas de EE.UU. orientadas a conseguir apoyo internacional para una invasión a Irak.

El 11 de octubre de 2002 el Congreso de los EE.UU. autorizó a Bush el uso de la fuerza militar para invadir a Irak sin necesidad de contar con el apoyo diplomático de la ONU.

Trece días después, 24 de octubre, se produjo la toma de rehenes en el teatro moscovita por un grupo de fundamentalistas chechenos.

El sábado 26 de octubre de 2002, las fuerzas especiales rusas tomaron el control del teatro tras lanzar una operación de asalto utilizando gas paralizante y armamento de alta tecnología.

Desparramados sobre las butacas del teatro quedaron más de 130 cadáveres, entre ellos los de los guerrilleros, hombres y mujeres, con dos kilos de trotyl atados a su cintura, similar a lo sucedido en el colegio ruso, salvo que la mayoría de víctimas esta vez eran niños.

Ese incidente, además de apuntalar los argumentos de Bush para invadir el país «terrorista» conducido por Saddam Hussein, sirvió a Vladimir Putin, para flexibilizar su discurso «anti-invasión» de Irak y colocarse en una situación de prescindencia en la ONU.

No bien ocurrida la masacre en el teatro, y con las fuerzas especiales habiendo provocado la matanza con un asalto como en el colegio ruso, el presidente de Rusia y ex jefe de la KGB, salió a visitar hospitales mientras repetía ante la prensa que «el terrorismo es el único enemigo».

Luego del asesinato de niños en el colegio ruso, Putin anunció que va a cerrar las fronteras y a consolidar la lucha militar contra los rebeldes chechenos.

El representante de Italia (el principal aliado europeo de EE.UU. después de Gran Bretaña) en la Unión Europea pidió al bloque de 25 miembros que discutiesen el desarrollo de una política común contra el terrorismo en la próxima cumbre de líderes de la UE que se celebrará en noviembre.

Noviembre es el mes en que George Bush se juega su reelección para un segundo período en la Casa Blanca.

La vida es una acumulación de «casualidades» donde Bush y Putin parecen llevar el protagonismo (y la ganancia) mayor.