Sabemos que para el Primer Ministro indio, Narendra Modi, ha sido una política de Estado exacerbar y alentar las diferencias religiosas en su país. Políticas que articuló desde que apenas se convirtió en el Primer Ministro (Gobernador) del estado de Guyarat (2001-2014) donde a pesar de resultar absuelto en 2012, sigue siendo objetivamente el principal responsable de lo que se conoce como la “Matanza de Gujarati”, en el año 2002, donde algunos hechos sospechosamente encadenados terminaron en una serie de disturbios donde murieron más de mil musulmanes, la mayoría de ellos a golpes de machete o calcinados. Al referirse a aquellos sucesos, en una entrevista con la agencia británica Reuters en el año 2013, Modi dijo sentirse dolorido como “cuando atropellas con el auto a un cachorro”.
Tras haberse consagrado como Primer Ministro del país en mayo de 2014, con el apoyo de su partido Bharatiya Janata Party (Partido Popular Indio) o BJP, y otras organizaciones nacionalistas como el Rastriya Swayamsevak Sangh (Asociación Patriótica Nacional) o RSS un remedo de los camisas pardas hitlerianas y el Vishva Hindu Parishad (Consejo Mundial Hindú) que forman parte de la asociación ultraderechista Sangh Parivar, cuya rama juvenil la Bajrang Dal o Brigada de Hanuman, el “dios mono”, una de las deidades más importantes del hinduismo, es la más activa en producir ataques contra fieles y templos de otras religiones. Esta organización, Bajrang Dal, fueo responsable en 1999 de la muerte del pastor australiano Graham Staines, quemado vivo junto a sus dos hijos de diez y seis años, en el estado de Odisha.
Modi, a pesar que la Constitución de la Unión India establece la secularidad del Estado, intenta instalar los principios de la Hindutva, lo que se podría definir como el ser hindú, lo que ya sobrepasa lo religioso para convertirse en un sinónimo del nacionalismo extremo que pretende la creación de una sociedad basada en los principios religiosos del hinduismo para alcanzar el hindū rāṣṭravāda (estado hindú), una identidad étnica, cultural y política, en la que solo sería indio aquel que profesa el hinduismo y milita por los valores hindúes.
Ese fundamentalismo religioso se convierte en una cuestión altamente compleja si se tiene en cuenta que cerca de un80 % de los más de 1.400 millones de personas de la población india profesan el hinduismo, pero existen “minorías” como la musulmana que tiene cerca de 200 millones de fieles o los cristianos con 25 millones, los sijscon poco más de 20 millones y los budistas, con casi ocho millones.
Las políticas antiislámicas del BJP se han visto de manera palmaría en el incremento de acciones prácticas contra esa comunidad. De manera “espontánea” han aumentado los ataques callejeros contra musulmanes por parte de hindúes, utilizando como excusa el consumo de carne, particularmente de vaca, prohibido por el Manu-samjitaa (Código de Manu), que dice: “Son asesinos tanto el hombre que permite (la muerte de un animal), el que lo mata, el que lo corta en pedazos, el que lo vende, el que lo compra, el que cocina la carne, el que la sirve y el que la come”, quien falte a estas normas se convierte en un ráksasa (caníbal). Entre otras muchas acciones, desde la llegada de Modi al Gobierno, la rica y extensa historia de los musulmanes en la India ha sido eliminada de los textos escolares.
Pero no solo el antiislamismo se concentra en las acciones cotidianas, sino también en políticas de relevancia como las brutales represiones que se sucedieron durante la visita del expresidente Donald Trump, en febrero del 2020, que dejaron un número desconocidos de muertos que podrían sobrepasar holgadamente los cien, además de los miles de heridos y detenidos. En aquellas jornadas barrios musulmanes de Nueva Delhi fueron arrasados por turbas dirigidas por los militantes del BJP, que incendiaron centenares de viviendas, saquearon comercios, asesinaron a vecinos y violaron a docenas de mujeres.
A estas políticas represivas hay que sumar la quita del status especial de Cachemira, una provincia netamente musulmana en disputa desde la “partición” de 1947 con Pakistán por la que ya estallaron tres guerras entre Islamabad y Nueva Delhi y miles de incidentes fronterizos que acumulan centenares de muertos de uno y otro lado de la frontera.
Profundizando las políticas antiislámicas, el Congreso indio votó a fines de 2019 la Ley de Enmienda de Ciudadanía (CAA, por sus siglas en inglés), con la que finalmente se intenta quitar la nacionalidad a miles de musulmanes que a pesar de haber nacido en el país y ser hijos de padres indios no han sido debidamente registrados.
Modi también ha abandonado la tradicional postura pro-Palestina de su país que han mantenido todos los gobiernos hasta él. El Primer Ministro no solo visitó Israel en julio de 2017 convirtiéndose en el primer mandatario indio que lo hace, sino que ha postergado la siempre simbólica visita a Palestina. En enero de 2018 India recibiría la visita del premier sionista Benjamín Netanyahu para el cierre de contratos multimillonarios para la compra de armamento israelí, teniendo siempre como objetivo a Pakistán.
Expandir la Hindutva
Las consignas neofascistas de Modi no solo tienen en la mira a los musulmanes, sino que también han centrado su objetivo en los cristianos. En diferentes estados de la Unión India los seguidores de Cristo suelen ser el blanco del fundamentalismo hindú, particularmente en los de Uttar Pradesh y Chhattisgarh, donde se han incrementado las persecuciones muy fuertemente desde principios de año, al igual que en los estados de Tamil Nadu, Madhya Pradesh y Orissa, entre otros.
Desde septiembre pasado en Uttar Pradesh se han registrado una treintena de incidentes contra la comunidad cristiana y al menos 71 pastores y curas han sido acusados por nacionalistas hindúes de violar las estrictas leyes de anticonversión.
El 29 de agosto pasado una turba armada de cerca de 200 fundamentalistas hindúes atacaron una iglesia católica en la aldea de Polmi, en el estado indio de Chhattisgarh, cuando se celebraba la misa dominical. Los hombres vinculados al Bharatiya Janata Party invadieron el templo al grito de Jai Shri Ram (Larga vida al Señor Rama, la máxima deidad hindú).
Los fundamentalistas atacaron a los creyentes cristianos golpeando también a mujeres y niños, además de destruir el altar, la Biblia del púlpito, colocaron ídolos hindúes. Tras los hechos las autoridades de la iglesia se presentaron en la policía para hacer la denuncia donde se identificaba a varios de los atacantes, pero no fue aceptada. Arun Pannalal, presidente del Foro Cristiano de Chhattisgarh, denunció que: “Los ataques a iglesias y casas cristianas se han convertido en hechos cotidianos”, obligando a muchos cristianos a realizar la ceremonia conocida como ghar wapsi (regreso a casa) en la que los no hindúes se convierten al hinduismo.
Desde principios del 2021 el Estados de Chhattisgarh, con medio millón de cristianos, se ha convertido en el segundo del país donde hay mayor cantidad de ataques contra esa comunidad, donde los fundamentalistas vandalizan iglesias, queman biblias, golpean a los fieles, pastores y sacerdotes y también han realizado numerosas conversiones forzadas al tiempo que la policía efectúa razias contra los creyentes durante los servicios dominicales.
Los nacionalistas hindúes justifican sus acciones diciendo que los pastores cristianos, mediante la fuerza y la coacción, han convertido a decenas de miles de personas de comunidades tribales y familias hindúes pobres y de castas inferiores como los dalits o impuros ofreciéndoles dinero, educación, empleo y asistencia médica gratuita, entre otros beneficios.
Chhattisgarh ya es el noveno estado indio que ha establecido duras penas para castigar las conversiones religiosas obligadas, por lo que quienes quieran cambiar de religión deberán conseguir una autorización judicial, quedando establecido que quien fuerce a otro a cambiar de religión podrá sufrir penas de hasta tres años de prisión.
Tanto cristianos como católicos ya no pueden reunirse para celebrar misas en algunas regiones como Azamgarh, Jaipur y Varanasi, según han denunciado diferentes líderes de esas comunidades, ya que de ser descubiertos corren el riesgo de sufrir violencia física y arrestos y la policía parece trabajar con los nacionalistas para la erradicación de los dioses impuros.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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