La intervención del rey Gyanendra anunciando que «transfiere el poder al pueblo», al tiempo que se muestra «comprometido con la monarquía constitucional», puede llegar demasiado tarde para sus intereses. Esta es una maniobra para salvar la monarquía más que para reinstaurar un régimen democrático. No se sabe hasta qué punto puede aceptarla el pueblo. Algunas […]
La intervención del rey Gyanendra anunciando que «transfiere el poder al pueblo», al tiempo que se muestra «comprometido con la monarquía constitucional», puede llegar demasiado tarde para sus intereses. Esta es una maniobra para salvar la monarquía más que para reinstaurar un régimen democrático. No se sabe hasta qué punto puede aceptarla el pueblo. Algunas fuentes señalaban ayer por la mañana que el nerviosismo en torno al palacio real era más que evidente, que su política de mano dura ante las protestas no había acabado con la demanda popular de «libertad sin monarquía».
La repercusión en la movilización popular del gesto del monarca podremos evaluarla cuando la Alianza de Siete Partidos (ASP) muestre su capacidad para mantener las demandas que ha dicho defender hasta ahora. Los partidos deberán tener muy en cuenta que la población nepalí también está cansada de las elites corruptas que se han repartido el poder durante décadas.
Ayer, los portavoces de esos partidos señalaban que no aceptarían «bajo ninguna circunstancia un gobierno tutelado por el rey». Manifestaban su deseo de que se forme un gobierno interino con todos los partidos para preparar las elecciones a una Asamblea Constituyente. Aquí reside la preocupación del rey, quien ve que las demandas populares van en la línea de transformar Nepal en una república y romper definitivamente con el pasado monárquico y reaccionario.
Los actores extranjeros también han movido sus hilos. Destaca la visita que esta semana ha realizado un enviado del primer ministro indio para convencer al monarca de que era necesario retomar el camino de la monarquía constitucional. También EEUU prefiere esa opción, consciente de que la fuerza de la guerrilla, unida al movimiento popular actual verdadero motor de las protestas y de los acontecimientos que han propiciado, puede provocar un peligroso vuelco para sus intereses en el corazón de Asia.
El pulso está lanzado. El rey y sus aliados (las fuerzas de seguridad y los países extranjeros) buscan que la ASP acepte volver al juego constitucional. Difícilmente podrán las fuerzas progresistas y la guerrilla aceptar ningún acuerdo que no suponga la creación de una república democrática. Si triunfan las tesis de los primeros, probablemente el país caminará a una situación muy conflictiva a medio o largo plazo. El pueblo ya se ha manifestado con claridad. Su lema «libertad, no a la monarquía» es más que evidente. Todo lo demás será repetir errores.
El tiempo del régimen feudal puede tener los días más que contados. Aunque pueda sobrevivir un tiempo, en las calles nadie apuesta por él. Hay quien dice que su exilio se está fraguando ya fuera del país. –