Recomiendo:
0

Muerte y vida en las Islas Andaman

Mundos que mueren con ellos

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

He estado pensando en las Andaman y en las Nicobar. Son cientos de pequeñas islas que sobresalen de la Cuenca Andaman al noroeste de la isla indonesa de Sumatra. Se extienden ochocientos kilómetros hacia la Bahía de Bengala, y constituyen un Territorio de la Unión de India con su capital en Port Blair. La mayoría de las islas no están habitadas, la población de todo el archipiélago es de sólo unos 350.000. La gente proviene sobre todo del continente indio, pero también hay «tribales» de lo que Nueva Delhi llama origen «mongoloide» y «negrito».

Los negritos, gente de piel oscura, con cabellos color pimienta y de baja estatura, se extienden de las Andaman a la península malaya a las Filipinas e incluso Taiwan. Sus antepasados pueden haber sido los habitantes originales del sudeste asiático, y pueden haber estado aislados del resto de la humanidad durante hasta 60.000 años. Informes occidentales desde el segundo siglo (Ptolomeo) al trece (Marco Polo) describen a los habitantes en las Andaman como caníbales. Mi primer encuentro con las Andaman fue en el libro de Marco Polo (Libre III, Capítulo XIII) que leí como niño.

«La gente no tiene rey y son idólatras, y no son mejores que bestias salvajes. Y yo les aseguro que todos los hombres de esta Isla de Angamanaia [Andaman] tienen cabezas como perros, y dientes y ojos iguales, en realidad, ¡sus caras son todas como las de grandes perros mastines! Tienen una cantidad de especias, pero son de una generación extremadamente cruel, y comen a todo el que pueden agarrar, si no es de su propia raza.»

No parece haber una confirmación moderna de estos detalles. Pero capturaron la imaginación europea, y seres con cabezas caninas del archipiélago decoran mapas de la Edad Moderna. Recuerdo a los hombres con caras de perros de las ilustraciones de la edición Yule-Cordier de los Viajes de Marco Polo.

Después de estar bajo control indio desde el Siglo XVII, las islas cayeron bajo la administración de la English East India Company en el XVIII, y terminaron por pasar a manos del moderno Estado indio. Pero las gentes indígenas han resistido en gran parte a la asimilación y su cantidad ha disminuido. Los negritos en las Andaman incluyen a los sentineleses, cazadores-recolectores que, si usan algo de fuego, han comenzado a hacerlo hace poco. Sólo quedan unos 200, en la isla de Sentinel del Norte, protegidos por el gobierno indio que usualmente llega a prohibir que los antropólogos los molesten. Son descritos por las autoridades indias como «paleolíticos» y «hostiles». Según Adam Goodheart: «nadie sabe qué idioma hablan los miembros de la tribu, qué dios adoran, o cómo gobiernan su sociedad».

Las Andaman y Nicobar se encuentran a sólo algunos cientos de kilómetros del epicentro del terremoto del 26 de septiembre, mucho más cerca que Sri Lanka, el sudeste de India, o las Maldivas. Así que mirando durante una semana la cobertura noticiosa de esas regiones devastadas, esperé con interés alguna mención de las islas. Averigüé poco, fuera de que el contacto por radio con Gran Nicobar había sido perdido. Pero luego el Boston Globe publicó el 2 de enero un prolongado artículo de Goodheart sobre las islas y he encontrado informes publicados posteriormente. La imagen que proyectan es lúgubre. 812 cuerpos han sido enterrados o cremados en las islas hasta el 1 de enero, pero en Car Nicobar, al parecer la isla más afectada, yacían diseminados 1.000 cadáveres (Reuters, 3 de enero). «Doce de 15 aldeas han sido barridas por las aguas», declaró un general indio a Reuters. «Las aldeas son aldeas fantasma». Hasta el 1 de enero, según el gobierno indio, de las 3.872 personas que aún estaban desaparecidas en India, 3.754 (un 98%) provenían de las islas (AP, 1 de enero). De los 1.500 en la isla de Chowra, sólo sobreviven 500. No se ha establecido contacto con islas en las que viven miles de personas más. Por lo menos 16.000 personas sin vivienda se encuentran ahora en campos.

La gente local y agencias internacionales de ayuda se han quejado de demoras burocráticas en la entrega de ayuda. El gobierno indio ha respondido que sus propios esfuerzos son de una dimensión sin precedentes, que la presencia misma de los trabajadores de la ayuda extranjera distraería recursos mejor utilizados por el gobierno para los afectados, y que parte de los alimentos y vestiduras ofrecidas para las víctimas podrían ser culturalmente inadecuados (Washington Post, 3 de enero). Puede ser que el gobierno tenga razón.

Pienso en las palabras del poeta, ocasionalmente interesante, de la era soviética, Yevgeny Yevtushenko: «La gente no muere, sino los mundos mueren en ellos». Una cosa es perder decenas de miles de culturas que perdurarán, otra es perder toda una cultura que ha durado decenas de miles de años. Incluso si es una cuyo idioma, dios y gobiernos nos son desconocidos. Por cierto, si las aguas matan a una pequeña tribu aislada, matan un mundo, nos niegan para siempre su conocimiento. ¿Qué tragedia peor puede infligir la naturaleza? ¿Y si la negligencia y la incompetencia humanas contribuyen a la extinción, qué peor ofensa podemos infligirnos a nosotros mismos (o no podrían infligir nuestros gobiernos)?

Pero la buena noticia, de Press Trust of India, es la siguiente. Un equipo de la Inspección Antropológica de India [{ASI] informó el 3 de enero que las «cinco tribus aborígenes que habitan las Islas Andaman y Nicobar, nuestro último eslabón perdido con la civilización temprana [sic], han emergido son daño de los tsunamis por sus antiquísimos «sistemas de advertencia». El director de ASI, V. R. Rao nos informa que los «tribales reciben información del peligro inminente de señales de advertencia biológicas como los gritos de los pájaros y el cambio en los modelos de conducta de animales marinos. Deben haber corrido a los bosques para salvarse. No se ha informado de víctimas entre esas cinco tribus [jaruas, onges, shompens, sentinelenses y gran- andamanes].» Si fuera así, como esperamos que sea, sugiere que la cantidad en disminución de seres humanos que gozan de lo que Marx llamaba «comunismo primitivo» no necesitan funcionarios, antropólogos, misioneros o humanitarios foráneos para ser felices o sobrevivir así como su derecho a que los dejen solos en sus sociedades sin clases de la Edad de Piedra.

«No son mejores que bestias salvajes», escribió Marco Polo, y reflejó sus prejuicios civilizados y cristianos. Pero tal vez no sea un insulto tan terrible. Seres humanos de la Edad de Piedra en contacto con la naturaleza, capaces de leer sus señales en pájaros y peces, pueden tener mucho que enseñar a aquellos de nosotros que hemos perdido contacto y para inducir la preservación de toda la especie. ¿Pero cómo adquirir su sabiduría, sin abrumarlos bajo la nuestra?

———–

Gary Leupp es Profesor de Historia en la Universidad Tufts y Profesor Adjunto de Religión Comparativa. Es autor de: «Servants, Shophands and Laborers in in the Cities of Tokugawa Japan; Male Colors: The Construction of Homosexuality in Tokugawa Japan; and Interracial Intimacy in Japan: Western Men and Japanese Women, 1543-1900». También contribuyó a la despiadada crónica de las guerras contra Irak, Afganistán y Yugoslavia de CounterPunch: «Imperial Crusades».

Su dirección de correo es: [email protected]

http://www.counterpunch.org/leupp01042005.html