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Murió el líder de Corea del Norte y Pyongyang estrena líder

Fuentes: La Arena

El dirigente norcoreano Kim Jong Il murió de un infarto y lo sucederá su hijo. Estados Unidos y Corea del Sur dicen estar alertas «en defensa de la paz», cuando son los factores de alteración de ese valor en la península coreana. Tratándose de la República Popular Democrática de Corea, RPDC, todo lo que diga […]

El dirigente norcoreano Kim Jong Il murió de un infarto y lo sucederá su hijo. Estados Unidos y Corea del Sur dicen estar alertas «en defensa de la paz», cuando son los factores de alteración de ese valor en la península coreana.

Tratándose de la República Popular Democrática de Corea, RPDC, todo lo que diga Estados Unidos y su vasallo de Corea del Sur debe ser puesto en duda. Estos hablan desde el resentimiento contra quien los puso rodilla en tierra en la guerra de 1950-1953. El general Perón tenía expectativas de que Argentina hiciera entonces buenos negocios exportando alimentos, «munición de boca».

Los norcoreanos dirigidos por el presidente Kim Il Sung, y apoyados por China y en menor medida la URSS, derrotaron a los centenares de miles de marines y tropas surcoreanas. En 1951, momento crítico de ese conflicto en Corea, el general norteamericano McArthur le propuso al presidente Harry Truman emplear la bomba atómica. Lo despidieron. Su reemplazante, general Mark Clark, terminó firmando en julio de 1953 el armisticio que puso fin a las hostilidades, dividiéndose el territorio en dos, por el paralelo 38.

Esta breve introducción explica el odio profundo que los gobernantes norteamericanos han sentido desde 1953 contra todo la RPDC. Allí perdieron la virginidad, antes que en Vietnam (1975) y en Playa Girón (1961).

Odio anticomunista

EE.UU. perdió de todo en Corea. Manuel Navarro Escobedo, de Prensa Latina, hizo este inventario: «Golpes tras golpes, los coreanos inflingieron a los agresores 1.567.000 bajas, entre ellos varios generales estadounidenses, destruyeron más de 12.200 aviones de combate, 1.250 tanques y carros blindados, 550 buques de diversos tipos y otros materiales bélicos» (16/07/2010). ¿Se entiende ahora mejor el odio yanqui?

Ese resentimiento se desbordó en estos días, a raíz de que el líder norcoreano Kim Song Il falleció de un infarto el sábado 17, a bordo de un tren, cuando hacía una de sus giras. El dirigente, fiel a la doctrina del Partido del Trabajo, visitaba distintos puntos del país, impartía directivas, escuchaba a los trabajadores y funcionarios, etc. A diferencia de muchos presidentes que tanto lo denigran, él buscaba mantener estrechas relaciones con las masas populares, en un estilo nada burocrático. Muchos de sus críticos internacionales no pueden decir lo mismo.

Ese odio anticomunista, destilado lentamente a lo largo de sesenta años, produjo estos días burdos artículos y títulos, que se ensañaban con «el dictador muerto», un país pobre «que no tiene Internet», millones de personas que lloraban histéricas frente a monumentos y estatuas del muerto y de su padre Kim Il Sung, etc. Que sea el juego de Clarín y La Nación, se entiende. Que lo haga Página/12, («Murió Kim Jong-il, lo sucederá su hijo», Peter Popham, 20/12, y «El Gran Sucesor veló al Querido Líder norcoreano» 21/12) no se entiende tanto, teniendo en cuenta su comprensión del dolor del amplio sector del pueblo argentino que lloró la muerte de Néstor Kirchner. ¿Acá se puede llorar esa muerte y en Pyongyang no?

La demonización

Esa catarata de notas burlándose de la Corea socialista no han tenido interrupción a lo largo de estas seis décadas. Ahora se burlan porque el infartado estaba en un sarcófago con su uniforme color caqui y «una tela roja» (léase bandera partidaria de ese color). Como Kim medía 1.60 metros, no pudieron decir que no cabía en el ataúd como se permitió dudar Mirtha Legrand del fallecido Néstor Kirchner, pero en esencia los comentarios son igualmente irrespetuosos.
En noviembre del año pasado, EE.UU. y Corea del Sur hicieron maniobras militares en torno a isla surcoreana de Yeonpyeong, en la frontera discutida entre las dos partes. El portaaviones nuclear «George Washington», de 97.000 toneladas acompañaba a los 70.000 efectivos y, en ese marco de tensión, hubo disparos del sur hacia el norte y viceversa. Los disparos socialistas apuntaron a una base militar y mataron a dos soldados surcoreanos y dos civiles.
Como era previsible, las agencias que repiten como loros el libreto del Departamento de Estado, aseguraron que el norte era el agresor. Las maniobras estadounidenses y surcoreanas en ese punto caliente de la frontera, no habrían tenido nada que ver.

Eso ocurrió en noviembre de 2010, un mes después que la salud del dirigente norcoreano diera señales de quebrantamiento y su hijo Kim Song Un fuera promovido al generalato y a puestos de conducción del Partido y el Estado, como sucesor.

Momento ríspido

Si se retrocede más en el tiempo, en marzo de 2010, hubo un gravísimo incidente entre las dos partes, con intervención de EE.UU. La corbeta surcoreana Cheonan se hundió al ser alcanzado por un misil o bomba, muriendo 46 tripulantes. ¿Ya adivinó a quién culparon? Sí. A Norcorea, aunque sin pruebas: no la dejaron participar en la comisión investigadora ni tuvo vista de los estudios «técnicos» en base a los cuales fue acusada.

Para Fidel Castro el origen de ese naufragio fue una bomba colocada por militares norteamericanos para poder acusar a la república socialista y quedarse en la base de Okinawa, de Japón, que debían abandonar. Los marines permanecieron allí y el primer ministro nipón renunció, al no poder cumplir su compromiso político de cerrar la base.

Otro momento muy ríspido de las relaciones de por sí contradictorias entre Washington y Pyongyang fue en 2008, cuando se desarrollaban conversaciones entre las dos Coreas con participación de EE UU, China, Rusia, Japón y la ONU. El imperio quiso aplicarle sanciones con el argumento de que no interrumpía su programa nuclear. Y los delegados de Kim se levantaron de la conferencia y la dieron por finalizada. Nunca harían concesiones de ese tipo.

La RPDC estaba amenazada de muerte pues George Bush lo había ubicado en 2002 en el «eje del mal» junto a Irak e Irán, como «oscuros rincones del planeta» que podían ser objeto de «ataques preventivos». Por otra parte, del lado surcoreano había en ese momento 35.000 marines (hoy se dice que son 28.500) y armas de todo calibre, incluso nucleares, dirigidas desde el cuartel norteamericano en Yongsan. Si eso fuera poco, además los norteamericanos tienen su VII Flota con asiento en la cercana base japonesa de Yokosuka.

Pese a tanto espionaje satelital, electrónico, de comunicaciones, etc, EE.UU. se enteró del fallecimiento de su archienemigo Kim recién cuando la agencia oficial norcoreana KCNA dio la información. Fue un fracaso de los pentagonistas. Se les escapó la tortuga…

Abuelo, padre e hijo

En esas condiciones, y con el marco jurídico de 1953, cuando no se firmó el tratado de paz (técnicamente se sigue en guerra), es lógico que los norcoreanos procuren defenderse por todos los medios. Y éstos poseen alguna que otra bomba nuclear, según el espionaje norteamericano, que se asusta de que de ese lado haya -supongamos- 6 bombas, en tanto juzga lógico que en sus arsenales haya 55.000 ojivas nucleares y los misiles para transportarlos por aire y mar o lanzarlos desde tierra.

Los norcoreanos han impugnado esa lógica imperial. Su razonamiento es: «si ustedes pueden agredirnos, nosotros podemos atacarlos, si ustedes usan tanques o aviones, nosotros también, y si ustedes nos tiran una bomba nuclear, como pedía McArthur, nosotros les pagaremos con la misma moneda».

Esa prensa adicta a Wall Street y el Pentágono se burla de los norcoreanos, sus líderes, su gente, su pobreza, sus necesidades económicas, su aislamiento, etc. Todo es según el color que se mire. Tan aislados no están desde el momento que China, Rusia, Venezuela, Cuba y otros países expresaron sus condolencias por la muerte de Kim Jong Il y ratificaron que desean lo mejor para el nuevo dirigente Song Un.

En cambio Hillary Clinton y el presidente surcoreano Lee Myung-Bak se negaron a dar su pésame al gobierno afectado. Lee hizo llegar su saludo a la población norcoreana pero no al gobierno del país. Fue otro signo de su falta de humanismo y la subordinación casi total que tiene con Washington. Está en las antípodas del ex mandatario surcoreano Kim Dae-jung, quien en 2000 fue capaz de reunirse con su colega norcoreano y promover un intercambio entre los dos fragmentos de Corea. Barack Obama, su canciller Clinton y el actual jefe de Estado surcoreano integran el único factor de guerra en la península, no Pyongyang.

Aclarado ese punto, el cronista puntualiza que no comparte el punto de vista casi dinástico con que Pyongyang maneja la pérdida de un líder, reemplazado por su vástago. Una vez puede ser, como cuando en 1994 murió Kim Il Sung, pero dos veces parece una concepción poco socialista, ahora que Song Un tomará las riendas. Abuelo, padre e hijo en el poder entre 1945 y 2011: eso no abreva en el marxismo sino en la norcoreana e imprecisa «ideología suche».

Fuente original: http://www.laarena.com.ar/opinion-murio_el_lider_de_corea_del_norte_y_pyongyang_estrena_lider-68892-111.html