El cataclismo del sudeste asiático revela lo que la naturaleza es en sí misma: puede ser madre generosa como también madrastra despiadada. Es lo que todo el universo y nosotros individualmente somos: la coexistencia de lo simbólico con lo diabólico, de la armonía con la devastación. El maremoto y las olas gigantes no consultaron a […]
El cataclismo del sudeste asiático revela lo que la naturaleza es en sí misma: puede ser madre generosa como también madrastra despiadada. Es lo que todo el universo y nosotros individualmente somos: la coexistencia de lo simbólico con lo diabólico, de la armonía con la devastación. El maremoto y las olas gigantes no consultaron a nadie, ni a Bush ni al Papa. Arrasaron todo a su paso, indiferentes a la muerte de millares y al sufrimiento de millones de víctimas. ¿Por qué tiene que ser así? Ya lo hemos escrito aquí: es un misterio aterrador. Abatidos, mantenemos la esperanza, quejosos con el Creador.
Intentemos por lo menos tratar entender. Nos dicen los geólogos que la Tierra surgió en el período arqueano hace 4 440 millones de años. Todavía estaban sin formar los continentes, sólo inmensas islas volcánicas emergían de las aguas que cubrían todo el globo. Hace unos 3 800 millones de años emergieron vastas extensiones de tierra, dispersas aquí y allá y siempre en movimiento. Fueron juntándose, con grandes fricciones, de suerte que mil millones de años después formaron los continentes. Flotando sobre una capa de basalto fueron moviéndose hasta agruparse en un único gran continente llamado Pangea. Durante unos 50 millones de años este supercontinente circuló por el globo. Millones de años después Pangea se fracturó, y lentamente se originaron los continentes que conocemos hoy. Debajo de ellos están, siempre activas, las placas tectónicas, presionándose (es entonces cuando se producen las montañas), chocando unas con otras, o superponiéndose, o alejándose… diríamos que a la deriva continental. Cada vez que chocan se producen inimaginables cataclismos.
La Tierra ha conocido 15 grandes extinciones masivas de especies de vida. Dos de ellas se mencionan siempre porque tuvieron como consecuencia una reorganización completa de los ecosistemas, tanto en la tierra como en el mar.
Una ocurrió hace 245 millones de años, con ocasión del resquebrajamiento de Pangea. Fue tan devastadora que desaparecieron entre el 75 y el 95% de las especies de vida entonces existentes. La otra ocurrió hace 65 millones de años, causada por alteraciones climáticas y cambios en el nivel del mar, que culminaron con el impacto de un asteroide de 9,6 km que cayó en América Central y produjo incendios infernales, maremotos gigantescos, grandes cantidades de gases venenosos y un prolongado oscurecimiento del sol. Las plantas y los animales que no podían vivir sin él, murieron. Los dinosaurios, que durante 130 millones de años dominaron soberanos sobre la Tierra, desaparecieron totalmente, así como el 50% de todas las especies de vida. La Tierra necesitó 10 millones de años para rehacer su incontable diversidad.
Geólogos y biólogos sostienen que una tercera gran devastación está en curso. Se inició hace 2 millones 500 mil años cuando extensos glaciares comenzaron a cubrir parte del planeta, alterando los climas y los niveles del mar. Coincidentemente surgió en esta época el homo habilis que inventó herramientas para dominar mejor la naturaleza. Él viene a ser un meteoro rasante mortífero. Su conducta irresponsable está acelerando hoy el proceso de extinción.
Estamos, pues, a merced de fuerzas incontrolables que pueden destruir nuestra especie como destruyeron tantas otras en el pasado. La vida, sin embargo, nunca fue exterminada. Después de cada extinción ha habido una nueva génesis. Dado que la inteligencia y la conciencia están primero en el universo y después en nosotros, ellas continuarán en otros seres. Ojalá éstos demuestren un comportamiento mejor que el nuestro y permitan que la vida se irradie.