Los nuncios deben ser «custodios de una verdad que sostiene desde lo profundo a aquellos que la proponen, y no lo contrario», no «altos funcionarios de Estado, una casta superior» aficionada a los «salones mundanos», dijo hoy el papa Francisco. No «jueces» sino «pedagogos», capaces de encontrarse con las realidades que van a servir, hasta […]
Los nuncios deben ser «custodios de una verdad que sostiene desde lo profundo a aquellos que la proponen, y no lo contrario», no «altos funcionarios de Estado, una casta superior» aficionada a los «salones mundanos», dijo hoy el papa Francisco.
No «jueces» sino «pedagogos», capaces de encontrarse con las realidades que van a servir, hasta el punto de mantener las «raíces» una vez que otros cargos los llevan a otros países del mundo, agregó el pontífice.
Así quiere el Papa a sus diplomáticos, según dijo en la audiencia ante la Pontificia Academia Eclesiástica, una suerte de «universidad para los futuros nuncios vaticanos», que es presidida actualmente por monseñor Giampiero Gloder.
Entre otras cosas, al concluir el discurso el Papa casi diseñó su sueño personal sobre las necesidades de los cinco continentes: «La misión que un día estarán llamados a desempeñar -dijo- los llevará a todas partes del mundo».
«A Europa, necesitada de despertarse; a Africa, sedienta de reconciliación; a América Latina, hambrienta de nutrición e interioridad; a América del Norte, dedicada a redescubrir las raíces de una identidad que no se define a partir de la exclusión; a Asia y Oceanía, desafiadas por la capacidad de fermentar en la diáspora y dialogar con la vastedad de culturas ancestrales».
El pasaje políticamente más fuerte del discurso, sobre no ceder a lobbies y poderes políticos, fue en el ámbito de un razonamiento sobre la «libertad» de la Iglesia.
Los diplomáticos -recordó- están llamados también a «tutelar la libertad de la Sede Apostólica» por el «verdadero bien de los hombres» y quien lo hace «no puede dejarse aprisionar por las lógicas de los lobbies, hacerse rehén del reparto contable de los clanes, contentarse del reparto entre cónsules, sujetarse a los poderes políticos y dejarse colonizar por los pensamientos fuerte de turno o la ilusoria hegemonía de la corriente predominante».
El Papa había arrancado observando que «la verdadera autoridad de la Iglesia de Roma es la caridad de Cristo. Esta es la única fuerza que la hace universal y creíble para los hombres y el mundo; este es el corazón de su verdad, que no erige muros de división y exclusión, sino que se hace puente que construye la comunión y evoca la unidad del género humano. Este es su poder secreto, que alimenta su tenaz esperanza, invencible pese a las derrotas momentáneas».
Y todo esto debe tenerse presente cuando se piensa en la «misión» de representar a la Santa Sede.
Tras el llamado a no ser parte de una casta de altos funcionarios, el pontífice recordó que «es importante que no se dejen agotar por los continuos traslados, sino que es preciso cultivar raíces profundas, custodiar la memoria viva del por qué se emprendió el propio camino, no dejarse vaciar por el cinismo».
«Se preparan -observó el Papa- para convertirse en ‘puentes’, pacificando e integrando en la plegaria y en el combate espiritual las tendencias a afirmarse por encima de los otros, la presunta superioridad de la mirada que impide el acceso a la sustancia de la realidad, la pretensión de saber ya suficiente». Por eso es necesario «no anteponer» los «propios esquemas de comprensión, los propios parámetros culturales».
«Los exhorto -concluyó Francisco- a no esperar el terreno listo, sino a tener el coraje de ararlo con sus manos, sin tractores u otros medios más eficaces de los que nunca podremos disponer, para prepararlo a la siembra, esperando con la paciencia de Dios la cosecha, de la que tal vez no serán ustedes los beneficiarios».
Fuente: http://www.ansa.it/ansalatina/notizie/fdg/201506251722459552/201506251722459552.html