El asesinato del líder de Al Qaeda y de sus acompañantes en Pakistán, representa un punto de inflexión de suma importancia en la historia del terrorismo imperial y profundiza el develamiento de sus vinculaciones metodológicas y de objetivos con las otras dos variantes terroristas que en alguna oportunidad intenté tipologizar desde estas páginas. Es un […]
El asesinato del líder de Al Qaeda y de sus acompañantes en Pakistán, representa un punto de inflexión de suma importancia en la historia del terrorismo imperial y profundiza el develamiento de sus vinculaciones metodológicas y de objetivos con las otras dos variantes terroristas que en alguna oportunidad intenté tipologizar desde estas páginas. Es un momento más de consagración de la impunidad, del desprecio por (y la elusión de) la justicia, por la soberanía popular y de los estados-nación, por los derechos humanos y, obviamente, hasta por la vida misma.
Habrá quien sostenga que no hay nada nuevo, ya que los mismos asesinos invasores vienen masacrando «extraños» en sus propios países, que no parecen ser vidas importantes o dignas de su consideración, utilizando en ocasiones métodos como los de este «comando de élite» que se cargó un puñado de ellos (también asesinos), u otros «mayoristas» como los bombardeos indiscriminados a poblaciones civiles que no tienen relación alguna con el crimen en general ni con Al Qaeda en particular. ¿Por qué habría de preocuparnos especialmente este ejercicio que de hecho es cotidiano y que no respeta otra autoridad que su propia voluntad criminal y apropiadora de vidas, bienes y culturas? ¿Por qué tendría que preocuparnos más el homicidio de un confeso terrorista y su entorno inmediato de secuaces que el de inocentes que cada día mueren o caen en las garras torturantes de los invasores? ¿No es preferible que concentren su oficio gangsteril en otros criminales, antes que masacrar poblaciones al bulto y robar sus riquezas naturales y hacer negocios aprovechando la devastación y el terror que provocan sus incursiones?
La significación creo que se encuentra en el particular balance entre ocultamiento y revelación que el máximo exponente del principal estado terrorista imperial ha hecho por cadena televisiva y por la oportunidad que otorga de discutir masivamente, dada la repercusión, el carácter concéntrico y mutuamente realimentado de las tres tipologías de terrorismo, con epicentro, precisamente, en el terrorismo imperial. Es el tipo de terrorismo que instala, apaña o ejercita los otros dos, cuando no los encubre ante cambios de las correlaciones de fuerzas y los cuestionamientos inevitables por mínimas y acotadas coyunturas democratizadoras o por la, también inevitable, resistencia popular.
El terrorismo imperial exporta modelos de terrorismo de estado que evita al interior de sus fronteras y las de sus aliados más leales, y entrena y ejercita el terrorismo individual, cuando sus prácticas le exigen resistencia, sabotaje y desestabilización de otros gobiernos no encuadrados en ninguna de las dos alternativas anteriores. Los tres, hasta donde las circunstancias se lo permiten, entablan relaciones mutuas de encubrimiento, basadas en discursos de la inevitabilidad, de los riesgos y las amenazas. Aunque el grado de ocultamiento sigue la figura de una suerte de campana de Gauss, con extremos en la periferia individual y el centro imperial y con el terrorismo de estado asumiendo partes de cada uno de los otros dos extremos pero elevando el nivel de camuflaje. Por eso el discurso del Presidente Obama resultó develador, por ser imperial y naturalizador de la barbarie, aunque con ello sepultó en el mar, con sus insondables secretos, junto al cadáver del occiso terrorista, las pocas ilusiones que pudo despertar en el pasado. Aunque como señalé en una contratapa en ocasión de su discurso ante la CIA de hace ya casi 2 años, esas posibles ilusiones ya habían recibido entonces, heridas mortales.
El ideal del terrorismo imperial es la circunscripción del ejercicio de las libertades y derechos cívicos burgueses al interior de sus fronteras y la de sus aliados más incondicionales y la instauración de estados terroristas con control y predominancia diplomática y militar del terrorismo imperial en el resto del mundo. Como una parte significativa de ese resto del mundo no vive hoy bajo terrorismos de estado controlados por el terrorismo imperial sino que busca, con enormes dificultades, caminos alternativos, allí apela al terrorismo individual mediante obstrucción e intentos de golpes de estado, en ocasiones exitosos y en otros fallidos. El resultado es un enrarecido y bárbaro capitalismo casi universal, pero con vastos sectores de la humanidad bajo una suerte de «esclavismo colonial» donde sólo una pequeña minoría disfruta de derechos humanos y ciudadanos. El derecho ciudadano se le concede con exclusividad sólo a algunos habitantes del mundo mientras el resto se somete a la violencia de la dominación y el posible exterminio. Por eso es tan importante sostener y profundizar el giro sudamericano actual, que es una alternativa a esta dinámica de terror y humillación.
No será necesario un gran ejercicio semiológico para poder reconocer estas características en la pieza oratoria de Obama, ya que si bien las delimitaciones entre las tres tipologías no son absolutas, los dos extremos, el terrorista imperial y el individual, suelen explicitar sus acciones y justificarlas (generalmente en nombre de alguna divinidad), a diferencia del terrorismo de estado que además de ocultarlas no sabe, no estuvo, no vio y dice no entender por qué se lo persigue, aunque nunca faltará una referencia a algún Dios y al desarrollo de una guerra en la que se ha visto «obligado» a participar. Aunque también oculten pruebas y evidencias que los inculpen, los terroristas individual e imperial dicen ser los responsables de las acciones emprendidas. Los de estado, dicen no ser ellos y, bajo una gran amnesia, tampoco saber quiénes.
Claro que la única fuente del terrorismo individual no es la formación, financiación y entrenamiento por parte del terrorismo imperial, sino que también está alentado como emergencia expresiva fáctica, irracional y antihumana, por el odio que generan las prácticas odiosas de los dominadores terroristas imperiales y de estado, y las múltiples realidades opresivas de los diferentes estados-nación, aunque también por inciertos y difusos objetivos emancipatorios o utópico-religiosos.
El discurso de Obama revela la existencia de estas tipologías y de los niveles de reconocimiento y transparencia que cada tipo de terrorismo puede permitirse. Al informar a sus ciudadanos y al mundo su reciente acción criminal, dejó en claro que sólo hay ciudadanos y, por lo tanto, posibilidades de justicia en su propio país. El resto no sólo carece de ella sino inclusive de derecho al dolor y de cualquier forma de justicia o compasión. «Recordemos que podemos hacer estas cosas no sólo por la riqueza o el poder, sino por lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos». Refiriéndose a las imágenes del 11-S sostuvo que «sin embargo, sabemos que las peores son las imágenes que fueron invisibles para el mundo. El asiento vacío en la mesa. Los niños que se vieron forzados a crecer sin su madre o su padre. Los padres que nunca sabrán cómo es un abrazo de su hijo. Nos quitaron a cerca de 3.000 ciudadanos, dejando un enorme agujero en nuestros corazones (…) en ese día, no importa de dónde venimos, a que Dios rezamos, o de qué raza o grupo étnico éramos, nos unimos como una familia americana». El terrorista imperial no se preocupa por el asiento vacío en la mesa de las familias bombardeadas, ni por los niños que se vieron forzados a crecer sin su madre o su padre porque fueron secuestrados o asesinados por las fuerzas de ocupación de sus países, como inclusive los hijos del propio Bin Laden, los padres que nunca sabrán cómo es un abrazo de su hijo porque resultó víctima de «daños colaterales».
Sus referencias a la justicia no pueden causar sino estupor por su cinismo. No sólo en su conclusión de que «se ha hecho justicia» nada menos que con un asesinato múltiple, sino cuando sostiene que «autoricé una operación para atrapar a Bin Laden y llevarlo ante la justicia». Tal vez no recordó en ese momento que en la casi totalidad del mundo moderno regido por democracias representativas como la de su propio país, para llevar a alguien a la justicia se debe esperar el requerimiento de la propia justicia y que, si lo hay, debe llamársela para dirigir la operación de captura junto con las autoridades locales. Si lo que se proponía era desbaratar la red Al Qaeda, ¿no era una ocasión inmejorable para que la justicia interrogara a Bin Laden, al igual que la prensa? ¿No bastaba con rodear la residencia con todos sus medios tecno-belicistas de última generación y sus efectivos, cortar los suministros y llamar además de la justicia y la prensa a la Cruz Roja y a organismos internacionales de derechos humanos? ¿Temían que se suicidara? Si ese era el temor, su eficiencia y profesionalismo logró evitarlo.
También es pertinente preguntarse cuál justicia debería intervenir para Osama (y para Obama). En mi opinión debiera ser la Corte Penal Internacional, pero también se entiende por qué en este caso no fue siquiera mencionada, ya que EEUU e Israel sabotean su accionar y la desconocen. Sospecho muy vagamente, o simplemente intuyo, que el paradero de la víctima era suficientemente conocido por la inteligencia imperial (e inclusive local). Si un andamiaje bélico como el americano tarda 10 años para localizar a una persona en el siglo XXI con los medios técnicos disponibles, lejos de ser grandes profesionales como sostuvo Obama, la conclusión es que se trataría de grandes incompetentes. Me inclino a suponer que su supervivencia en la clandestinidad le permitía al terrorismo imperial potenciar el pretexto de ocupación evitando también de ese modo que develara secretos tomando contacto público con la prensa y la justicia. Por alguna razón que desconozco eso dejó de ser funcional y por lo tanto se lo asesinó y se hizo desaparecer su cuerpo por procedimientos ilegales y clandestinos que conocemos de nuestros estados terroristas, aunque por ser imperial en este caso sus acciones son confesas y su discurso directamente laudatorio.
Obama concluyó con una bravata que será objeto de un análisis más detenido. Baste concluir que constituye una vergüenza que cancilleres progresistas celebren el asesinato y la desaparición de quienquiera que sea.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.