El pasado 2 de septiembre, cuando se cumplía el 75 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, el presidente de China, Xi Jinping, propuso a Moscú unificar esfuerzos para defender los resultados de la esa guerra, dado que hoy los países de la OTAN se empeñan en trastocarlos tanto retrospectivamente como sobre el terreno, haciendo de China y Rusia sus principales enemigos a batir.
Ya el pasado 9 de mayo Rusia celebraba una fecha casi sagrada para el país, porque conmemora en ella la victoria sobre los ejércitos nazis. Para conseguirla la URSS perdió entre 27 y 30 millones de sus hijos -de los cuales sólo unos 8 o 9 millones eran combatientes-; 60 millones quedaron mutilados, fueron destruidas 32.000 empresas industriales, 65.000 kilómetros de vías férreas, 1.710 ciudades, 70.000 aldeas, 6 millones de edificios, 40.000 hospitales, 84.000 escuelas, 98.000 cooperativas agrícolas, 1.876 haciendas estatales. Los nazis trasladaron a Alemania 7 millones de caballos, 17 millones de cabezas de ganado, 20 millones de puercos, 27 millones de ovejas y cabras, 110 millones de aves de corral. La URSS tuvo una pérdida de más del 30% de sus riquezas, por un valor de unos 3 billones de dólares. Más de un 25% de la población quedó sin hogar y las infraestructuras de ese país fueron destruidas casi en su totalidad (algo que cuenta bien Rodolfo Bueno, https://rebelion.org/el-9-de-mayo-dia-de-la-victoria/. 09/05/2019). Gracias a este sacrificio, se produjo la victoria sobre la invasión más masiva y letal que haya experimentado la humanidad. La Wehrmacht había movilizado cerca de 3,2 millones de soldados hacia la frontera soviética, junto con un millón de soldados de países aliados y satélites, para iniciar una ofensiva general desde el mar Báltico hasta los Cárpatos, con la máquina de guerra terrestre y aérea más mortal que hasta ese momento se hubiera conocido.
Ese ensañamiento estaba motivado por dos razones básicas. La primera y principal es que Rusia había realizado una revolución anticapitalista que se declaraba “en transición al socialismo”, y se había convertido en la URSS. La Revolución Soviética realizó la más rápida y profunda incorporación de derechos colectivos a las grandes masas de población que ha conocido la historia; masas que hasta entonces habían permanecido en estado de semivasallaje. Esto hizo que las potencias europeas hicieran caso omiso a los intentos de Stalin por sellar pactos de mutua ayuda en caso de ser atacadas por la Alemania nazi. Como ocurriera antes con la República española, lo que hicieron Inglaterra, Francia y otras “democracias” europeas fue esperar a que Hitler les hiciera el trabajo sucio (ya que la previa invasión a Rusia de aquellas potencias había sido derrotada en la guerra de 1918 a 1923).
La otra “gran razón” es que Alemania, último país de Europa en unificarse estatalmente en el siglo XIX, había llegado tarde a la carrera colonial imprescindible para la acumulación de capital, y tenía prevista su expansión hacia el este europeo-asiático, como forma de conseguir sus propias “colonias” (con sus recursos y poblaciones). En los planes de Hitler estaba la esclavización pura y dura de los pueblos eslavos, amén de otros euroasiáticos.
El fascismo se constituiría no sólo en una vía de acumulación capitalista radicada en una planificación económica y de agresión político-social y policíaco-militar visceral contra la fuerza de trabajo, fue, asimismo, el instrumento elegido por el capital corporativo internacional para lanzar una guerra de exterminio contra la Unión Soviética.
De hecho, y a pesar de la victoria contra Alemania, desde su triunfo revolucionario la URSS no tuvo ni un día, ni un minuto de descanso. Fue permanentemente agredida, boicoteada económica y tecnológicamente (forzada casi a tener que reinventar la rueda), asediada militar, diplomática, ideológica, culturalmente.
“Occidente”, ese eufemismo ideado para no hablar de las formaciones sociales que se extendieron de manera colonizadora por todo el mundo, esclavizando y explotando al resto del planeta, le ha venido haciendo una guerra, a veces sorda, larvada, otras directa, invasiva, pero siempre tremendamente cruel y devastadora.
Para entender todo ello hemos de tener en cuenta también que la URSS fue un elemento decisivo en la obtención de independencias y logros sociales y políticos para muchos pueblos de la tierra, permitiendo una correlación de fuerzas que posibilitó una generalizada redistribución de la riqueza y de garantías sociales en el mundo. Entre otras conquistas a agradecerle está la consecución del propio “Estado de Bienestar” en las formaciones centrales del capitalismo (exceptuando EE.UU.). Es parte de la universal influencia de la URSS (de la estrella de 5 puntas que simboliza los 5 continentes), el prodigio de una revolución que cambió el mundo, que hizo que el capitalismo no pudiera seguir siendo lo que había sido (en el gráfico 1 se expresa la evolución de la desigualdad de clase en el mundo antes, durante e inmediatamente después de la URSS. Trece años después de la fecha en que acaba el gráfico, las líneas de desigualdad se han disparado hacia arriba).
Gráfico 1
Concentración de la riqueza por porcentaje más rico de la población (1875-2007)
Fuente: Sundaram y Popov (2013). “Widening Global Income Inequality”, en Economic & Political Weekly, vol XLVIII, no 17, a partir de The World Top Income Database, sobre las fluctuaciones en la distribución del ingreso para un conjunto de formaciones sociales seleccionadas, en total 26. Los porcentajes de abajo marcan el máximo de población que concentra riqueza en cada caso, con las proporciones en la columna de la izquierda. Obsérvense los puntos de inflexión históricos para determinar esa concentración. Las formaciones estatales seleccionados por los autores, de los que el gráfico es una media, son, en Europa: Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Suiza, Gran Bretaña, Irlanda, Noruega, Suecia, Finlandia, Portugal, España e Italia. América: EE.UU., Canadá y Argentina. Oceanía: Australia y Nueva Zelanda. Asia: Japón, India, China, Singapur e Indonesia. África: Sudáfrica, Islas Mauricio y Tanzania. En total, alrededor de la mitad de la población mundial.
Es decir, nada que ese sistema pudiera perdonar. Pero es que ya de antemano primero británicos y luego estadounidenses tenían claro que los territorios rusos se asentaban en el “corazón del mundo”, con todos los recursos y riquezas energéticas, con la masa de tierra y población mayor del planeta. Es famosa la frase de Mackinder (reputado primer estratega global): “Quien rija el Este de Europa comandará el Heartland. Quien rija en el Heartland comandará la Isla del Mundo (Eurasia). Quien rija en la Isla del Mundo comandará el Mundo”. Años más tarde, uno de sus discípulos, Spykman, anunció: “el mundo anglosajón debe establecer un cordón sanitario frente a Rusia, un Rimland”.
Desde entonces los británicos fueron acompañados por los estadounidenses en esa obsesión, y no han dejado de rodear militarmente a la URSS, primero, y después de nuevo a Rusia.
La creación de la OTAN, tras la invención del “peligro soviético”, permitió a EE.UU. la mayor salida de armas de su complejo industrial-militar (vendidas a su “aliados”), lo que posibilitó su re-despegue económico tras la Segunda Guerra Mundial. Fue también el más poderoso instrumento militar contra la URSS.
Sólo muy recientemente se han desvelado, por ejemplo, documentos oficiales desclasificados sobre los planes ideados en la década de 1960 por EE.UU. para «destruir a la Unión Soviética (y también a China) como sociedades viables», mediante ataques nucleares destinados a eliminar el potencial industrial soviético y aniquilar a la mayoría de los habitantes en ambos países. Allí se planteaba la posibilidad de realizar ataques nucleares preventivos o de represalias contra la URSS con el fin de destruir el 70 por ciento de la superficie soviética con presencia de instalaciones industrial es. En el documento, ese cuerpo militar propuso utilizar la «pérdida de población como criterio principal para la efectividad de la destrucción de la sociedad enemiga prestando solo atención colateral al daño industrial», lo que implicaba que pretendían garantizar en primer lugar la muerte de los trabajadores urbanos.
Tras la caída y desmembración de la URSS, la nueva Rusia no se libró de ese acoso. EE.UU. persigue también desmembrar a este país y reducirle a una entidad sometida y dependiente. A la desestabilización en el Cáucaso, Chechenia, Georgia, Azerbaiyán, se unió por fin el brutal golpe de estado en Ucrania con la imposición de bandas fascistas en el gobierno (país que en la disolución de la URSS se había acordado que fuera un colchón, “tierra de nadie”, entre Rusia y la OTAN, organización a la que EE.UU. se comprometió a no mover ni un paso hacia el este). Pero el acoso no cesa. En el momento de escribir estas líneas está en marcha otra “revolución de colores”, esta vez en Bielorrusia, bien para absorber al país en la órbita atlantista o, en su caso, deshacerlo.
La “doctrina Spykman” del cordón sanitario está prácticamente cumplida hoy. Por el oeste a costa de antiguos países de la órbita soviética (figura 1). Solamente este último mes de agosto los vuelos de vigilancia de la OTAN en las fronteras rusas aumentaron un 30% comparados con el mismo mes de 2019.
Figura 1
Pero si Rusia ya no es un “peligro comunista” ¿por qué sigue estando en el punto de mira de EE.UU. y, por derivación, de sus subordinados europeos?
La lucha del Caos contra la Estabilidad, o del Capital contra la Humanidad.
Hay un documento de la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) estadounidense que califica a Rusia y a China de “revisionistas”.
¿Qué es lo que “revisan” Rusia y China? Lo que “revisan” -o más bien “rechazan”- es el orden unipolar y la globalización neoliberal que le ha permitido a EEUU dominar el mundo, lanzar guerras, cercar militarmente a Rusia, aplicar sanciones comerciales, financieras y económicas para desindustrializar y minar las sociedades de múltiples países, desacatando con toda impunidad las leyes y tratados internacionales, haciendo irrelevantes instancias de las instituciones internacionales, de la ONU en particular, para poder continuar sembrando el caos por todo el mundo.
En concreto, el pecado “mortal” de Rusia ha sido que el presidente Vladimir Putin comenzara hace más o menos una década a desafiar el orden neoliberal para defender la sociedad de los efectos destructores de las políticas implantadas por la globalización de la era Yeltsin y la “estrategia del shock” de las potencias imperiales i. En otras palabras, Putin comenzó la tarea –como él mismo lo señala- de reconstruir y hacer más sólida y solidaria la sociedad y la economía, que sufrieron una destrucción sin precedentes en tiempos de paz, después del golpe de Estado de Boris Yeltsin para desmantelar la Unión Soviética y poder desvalijar las empresas estatales y las riquezas del país, condenando a millones de rusos al desempleo y la más pura miseria. Porque recuerda la historia de Rusia, Putin ha retornado a la política de defender la soberanía nacional y a la “intervención estatal” en los asuntos económicos y sociales, que no excluye la planificación sectorial o ramal.
El imperialismo y el capitalismo “realmente existente” no pueden, por tanto, ignorar el desafío que constituye el que Rusia y China hayan unido fuerzas para crear políticas de desarrollo y crecimiento económico a escala regional –dentro de la “Ruta de la Seda” y bilateralmente-, y que un creciente número de países se hayan incorporado o estén en proceso de incorporarse a esta importante dinámica regional. En todo caso, y para confirmar la realidad (y quizás dar una respuesta a la ESN), 2017 terminó con el presidente chino, Xi Jinping, afirmando que está dispuesto a unirse a su homólogo de Rusia, Vladimir Putin, para consolidar la confianza mutua política y estratégica y expandir la cooperación pragmática integral entre los dos países (Xinhua 31-12-2017).
No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que ambas formaciones sociales hayan creado a través de esta cooperación una “zona de estabilidad” y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, que fortalece la lucha por un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el respeto mutuo entre sociedades: quien está interesado en lanzar relaciones comerciales y productivas no tiene interés alguno en la guerra. Lo que contrasta con la imprevisible política de caos y desestabilización de EEUU y sus aliados, que al perder su predominio económico sí están interesados en destruir lo que construyen los rivales, así como, en general, las condiciones de gobernabilidad mundiales. Todo ello lleva en la práctica a un enfrentamiento entre la Estabilidad y el Caos de uno y otro proyecto, donde se juega el fin del mundo unipolar que creó EE.UU. para su beneficio.
La “planificación regional” de la “zona de estabilidad” tiene al corazón de Asia como primer objetivo de desarrollo (a finales de diciembre de 2017 y al nivel de ministros de Relaciones Exteriores se llevó a cabo también el “diálogo Pakistán, Afganistán y China”, que además de buscar la paz para Afganistán bajo el lema “proceso de paz dirigido por Afganistán y propiedad de Afganistán”, abre vías para la incorporación de Afganistán y Pakistán en el proyecto de la “Ruta de la Seda”). Demás está decir que si esta iniciativa ruso-china se desarrolla según lo previsto, incorporando a Irán, Siria y otras formaciones sociales de Asia Central y Occidental, esta será, como hubiese dicho Brzezinski, la derrota final para la ambición de supremacía global de Estados Unidos. Hoy la incorporación de Irán al eje de Estabilidad, tras ser asediado también por las agresiones de Washington, es ya un hecho.
Pero ante la posibilidad de un nuevo modelo productivo-energético, última vía para poder hacer una transición más o menos “suave” al post-capitalismo, el capitalismo degenerativo realmente existente sólo puede oponer destrucción y putrefacción. El hegemón estadounidense no parece dispuesto a dejarse relevar sin destruir, y su capacidad de destrucción es varias veces planetaria. Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad energética (y la de sus subordinados imperiales) está precisamente en Asia Occidental. No puede dejar que esta región se le vaya de las manos, aunque tenga que financiar yihadistas, paramilitares y terroristas de todo pelaje en ello. EE.UU. tiene alrededor de un cuarto de millón de efectivos del Ejército, la Marina y las Fuerzas Aéreas, en el 70% de los países del mundo, con más de 450 bases militares extraterritoriales. Ha lanzado la «guerra contra el terrorismo» desde hace más de dos décadas, y con ella ha arruinado países y destrozado sociedades enteras: Afganistán, Somalia, Irak, Libia, Siria… Además, esa especial guerra perdura y se extiende hoy por más de 60 Estados, principalmente a través de operaciones secretas. De hecho, se ha convertido en la forma en que la principal potencia tiende a implantar su particular visión de un «dominio total» («Full-spectrum dominance», como fue definido en el clave informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020). Es su estrategia para devastar territorios, hacerlos ingobernables, y así agujerear la zona de estabilidad chino-rusa.ii
Como parte de esa estrategia, EE.UU. fuerza a sus subordinados europeos a intensificar la agresión económica contra Rusia (aun en contra de sus propios intereses, como ya lo están padeciendo los diferentes países de la UE en sus descalabros comerciales); pero también la ofensiva político-ideológica. Dentro de esta última es que se enmarca la desvergonzada Declaración del Parlamento Europeo sobre las responsabilidades del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Texto supuestamente elaborado para conmemorar el 80º aniversario del estallido de la Segunda Guerra Mundial, para lo que, en lugar de condenar al nazismo y sus atrocidades, se presenta a la Unión Soviética, la vencedora de la aberración nazi y principal víctima de sus atrocidades, como causante del “conflicto” y co-responsable del mismo iii:
“El texto persevera en la campaña organizada por representantes de países de la UE con gobiernos de carácter neonazi (Polonia, República Checa, Lituania, Estonia, Letonia, Hungría) y sostenidas de manera activa por la derecha y la socialdemocracia anticomunista del Parlamento Europeo desde 2005, enmarcado en la campaña de rusofobia promovida principalmente por sectores del complejo financiero-militar y el Estado Profundo del Reino Unido. Se trata de una verdadera ofensiva de Contra-Memoria Histórica anticomunista, con la que se institucionaliza la post-verdad creada por la CIA durante la Guerra Fría, en los años 70-80 en particular, muy especialmente por su agente de campo metido a historiador, Robert Conquest, laureado por Thatcher y Reagan por su trabajo.”
También cabe mencionar la continuación de la sumisa (y suicida) postura de la UE, esta vez con el golpe en marcha contra Bielorrusia, en el que los medios “occidentales” (con la BBC a la cabeza) hacen de nuevo más de instigadores que de informadores, y con una Alemania a la que se presiona para que pierda su conexión más segura (y barata) de energía con Rusia (el Nord Stream 2), usando de excusa (sin ninguna prueba) el cuento de niños de un envenenamiento (increíblemente fallido) de un opositor. En esa línea van también las declaraciones del inefable Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común, Josep Borrell, presto a correr donde EE.UU. le diga, como ya demostró -igual que el gobierno español- en su patético reconocimiento a Guaidó como presidente -“onírico”- de Venezuela, del que él mismo tuvo que admitir su inverosimilitud. Con ello se da a entender que es este tipo de servilismo el que permite ostentar después esos “altos” cargos.
La desestabilización de Bielorrusia a través de un proceso electoral es un eslabón en la estrategia que Washington prepara para las elecciones de 2024 en Rusia. Mientras se eleva el riesgo de una agresión nuclear contra este país, uno de los políticos más importantes de este momento, de dimensiones similares a los grandes estadistas del siglo XX, el ministro de exteriores ruso, Sergéi Lavrov, ha apuntado a una «degradación» en materia de seguridad y estabilidad estratégica internacional. En ese sentido, Lavrov ha recordado que Washington lleva dos años sin poder confirmar formalmente «el principio fundamental» de que es inadmisible desatar una guerra nuclear en la que «no puede haber ganadores». Hecho que, dice, preocupa seriamente al Gobierno ruso.
De ahí la importancia de la intensificación del acercamiento entre Rusia y China, justo al conmemorar los 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, para advertir que quienes la ganaron están dispuestos a vencer de nuevo. La propia China es asediada por el oeste y boicoteados sus proyectos de comercio mundial mediante el polvorín de barbarie en que USA ha convertido centro-Asia, también a través de la desestabilización del Tíbet y la frontera india. Asimismo, China es hostigada en el mar de Malaca, su salida natural a los océanos (la conexión energética y mercantil por territorio ruso formaría parte de las alternativas buscadas por el gobierno chino a ese asedio), y por el este, donde se inserta la constante amenaza norteamericana contra Corea del norte.
Todo se remata con la revolución de colores a domicilio que las potencias anglosajonas se empeñan en llevar a cabo en Hong Kong, así como la ofensiva económica contra el gigante asiático que EE.UU. ha emprendido, obligando una vez más a sus adláteres europeos a secundar. Ofensiva que viola todos los principios del “libre mercado” que dicen ensalzar, hasta el punto de que ya les sobra la propia OMC incluso como coartada.
Sin embargo, como efecto paradójico, toda esta presión está forzando a China a ser cada vez más consciente de que sólo afianzando la opción socialista podrá tener un futuro (una China capitalista en un mundo capitalista provocaría su explosión interna y la haría tener los días tan contados como el resto de países). Esto favorece a las fuerzas socialistas en la particular lucha de clases que se lleva a cabo en su interior, como hasta ahora ha mostrado el último Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, de 2017, del que procede el actual Comité Central.
¿Una nueva URSS?
Si algún resto de soberanía y de estrategia económico-política le queda a la parte europea de ese ente abstracto que se empeña en autodenominarse “Occidente”, debería ser para apartarse del mortal abrazo anglosajón que coquetea con la posibilidad de provocar otra Gran Guerra en Europa (muy lejos, claro está, de las costas norteamericanas). Si quiere tener algún peso futuro debe re-direccionar sus alianzas y sumar sus fuerzas al proyecto de la Ruta de la Seda. Europa tiene en Rusia su fuente de abastecimiento energético; en Asia el mercado mayor del mundo con una proyección enorme en pocos años. También los recursos más importantes. Europa no tiene otra vía que ser parte de Eurasia.
La Rusia actual presenta grandes problemas estructurales. La derrota en la Guerra Fría dejó desvalidas a las poblaciones del conjunto de territorios que componían la URSS, incluida Rusia. La ONU calcula en más de 10 millones las muertes prematuras y los niños muertos en el pre-parto debido al deterioro de la sanidad pública, la malnutrición, el alcoholismo y la tensión asociada a la falta de recursos. Un rápido deterioro se experimentó en diferentes indicadores de desarrollo humano: educación, salud, esperanza de vida, investigación y cultura, áreas en las que la URSS había alcanzado cotas muy altas. La riqueza que había sido creada casi de la nada por el esfuerzo conjunto de toda la población soviética, fue parcelada en unos pocos años y acaparada por individuos que se convirtieron en oligarcas enormemente ricos de la noche a la mañana, y de la que también de una u otra forma se apropiaron las transnacionales extranjeras y el propio FMI. Entre 1992 y 1998 el PIB ruso cayó a la mitad, lo que no había ocurrido ni durante la invasión nazi.
Fruto de esas circunstancias, Rusia arrastra todavía en su interior formas del capitalismo salvaje y de desprotección de la fuerza de trabajo que el capital global reserva para sus zonas periféricas; pero gracias a sus enormes recursos energéticos, a su desarrollo humano y a haber conservado los avances técnicos de la URSS en campos clave, como el militar y ciertos ámbitos de la investigación científica, así como la herencia formativa de la sociedad soviética, ha podido recuperarse como formación social emergente e incluso convertirse en un referente mundial de la re-soberanización y el multilateralismo. Estas condiciones le han permitido por primera vez comenzar a intervenir con éxito en algunos lugares donde EE.UU. y su brazo armado global, la OTAN, habían irrumpido para destruir, y muy especialmente en Siria.
No obstante, mucho de lo heredado de la derrota de la Guerra Fría perdura, como la ya mencionada precariedad y desprotección de su mercado laboral. También presenta serios problemas con el tratamiento energético y el desarrollo social y satisfacción de necesidades colectivas e individuales; cuenta con una escasa población para tan enorme territorio, su tejido industrial-tecnológico civil es aún débil y la economía ha experimentado un proceso de re-primarización, entre los más importantes.
Para enfrentarlos, e incluso para tener algún lugar en el mundo que se avecina, tendrá que virar definitivamente hacia un capitalismo de Estado, cuanto menos. Aun así, su razón de ser, que continuaría siendo capitalista, deja muchas dudas respecto de las posibilidades de superar los límites del capitalismo ni de acomodarse a los de la naturaleza, pero al menos desde esa posición será más fácil prepararse para la era post-capitalista. Y la llamaremos así de momento porque probablemente transcurrirá bastante tiempo hasta que de la agonía de este sistema cuaje algo definido y estable para la humanidad, o al menos para importantes partes de la misma.
En ese proceso, más pronto que tarde, necesitaremos una nueva y mejorada URSS.
Entonces sí, la dupla chino-rusa estaría abriendo las puertas a un nuevo mundo.iv
Notas:
i Imprescindible en este punto consultar Noemy Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. Barcelona, 2011.
ii Distintas estrategias de división y enfrentamiento de esta dupla han sido llevadas a cabo por los últimos presidentes estadounidenses. Ahora parece que el cerco militar contra Rusia, a la que se considera el “brazo armado” del proyecto chino-ruso, va cobrando más y más fuerza.
iii Para la cita que aparece a continuación de esta nota en el texto y en esta misma nota, puede verse la declaración del Frente Antiimperialista (https://antiimperialistes.wordpress.com/2019/10/10/declaracion-del-frente-antiimperialista-internacionalista-sobre-la-declaracion-nazi-del-parlamento-europeo/):
“Refiriéndose varias veces al mencionado tratado, elude el texto condenar a los promotores del nazismo, la oligarquía británica, francesa y norteamericana. Baste con recordar los vergonzosos acuerdos de Munich de 1938, la no-intervención y la traición a la República Española, la entrega de Austria, la traición a Checoslovaquia, el armisticio francés o la retirada británica.
El texto que comentamos no menciona tampoco el «pacto de no agresión germano-polaco» firmado entre la Alemania nazi y el régimen simpatizante del mariscal Piłsudski en 1934 que dio paso a un periodo de buenas relaciones hasta que Hitler, tras los acuerdos de Múnich de 1938 con Reino Unido y Francia, reactivó el conflicto con Polonia en 1939, tras la invasión (consentida por Reino Unido y Francia) de Checoslovaquia, para aproximarse a la URSS.”
iv ¿Estarán nuestras fuerzas “de izquierda” europeas a la altura de insertarse en el Eje de Estabilidad, o por el contrario seguirán colaborando, de una u otra forma, por activa o por pasiva, con políticas y actitudes, incluso con gobiernos que buscan la Guerra y la Destrucción? ¿seguirán empeñadas en prolongar un capitalismo cada vez más “ficticio”, más degenerativo? Ya demasiadas de esas izquierdas denigraron todos los procesos de transición al socialismo, empezando por la propia URSS, y de una u otra forma terminan por posicionarse del lado de la trinchera del capital. ¿Podremos esta vez estar a la altura de los tiempos en favor de las grandes mayorías del mundo?