Pakistán se bate con las consecuencias de la monstruosa crisis climática que a la velocidad del rayo se cierne también sobre el resto del mundo, primero lidiando con olas de calor desconocidas que terminaron de manera brutal con la primavera, lo que causó un magro rendimiento de los cultivos e incrementó el derretimiento de sus glaciares. Todo ello combinado con la temporada de los monzones, que todavía no ha terminado, hicieron que este año las lluvias no solo fueran más extensas en el tiempo, sino también mucho más virulentas.
La situación provocó daños prácticamente en toda la geografía pakistaní, ya que más de un tercio del país ha sufrido de manera directa esta combinación que ha dejado cerca de 1.500 muertos y ha afectado a más de 33 millones de personas. La particular virulencia de las aguas ha destruido prácticamente el noventa por ciento de los sembradíos en la provincia de Sindh, la mayor productora de alimentos, mientras las tres cuartas partes de la provincia de Baluchistán, la más extensa del país, están total o parcialmente afectadas.
Para los expertos la situación la provoca el aumento de las temperaturas promedio del mar Arábigo, que ha contribuido al derretimiento de muchas áreas de lo que se conoce como el “tercer polo”, refiriéndose a la superficie montañosa que desde Myanmar se extiende hasta Afganistán, donde se encuentran las cumbres más altas del mundo e innumerables glaciares que conforma una capa de hielo que sirve de reserva hídrica para alimentar unos10 ríos, de los que se abastecen unos 1.500 millones de personas.
Solo en Pakistán se encuentran cinco de los ocho picos que superan los 8.000 metros.
Estos males que soporta Pakistán, son el resultado la crisis climática global generada por las grandes potencias industriales que desde hace más de un siglo y medios han iniciado un proceso de emisión de gases, generando el famoso efecto invernadero, a los que Pakistán contribuye solo con un uno por ciento.
La vieja exmetrópoli de Pakistán, Londres, tan responsable como los Estados Unidos de la actual crisis climática que parece que va a arrastrar al mundo entero a una hecatombe ya inevitable, no tendrá tiempo para purgar sus culpas y responsabilidades por la crisis, más allá de la climática también política y económica en muchas de sus excolonias. Ese molde colonialista establecido por el Raj británico, entre 1858 y 1947,que entonces ocupaba desde la actual Pakistán hasta Birmania y cuya descomposición a partir de 1947 generó numerosas guerras y millones de muertos, no se ha roto y parece gozar de muy buena salud.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Washington se ha apropiado de aquel molde mponiendo su voluntad en países tan centrales y geoestratégicos fundamentales como Pakistán, lo que se hizo absolutamente palpable a lo largo de toda la guerra antisoviética de Afganistán (1979-1992),utilizando las extensa frontera afgana-pakistaní, de más de 2.600 kilómetros, como lanzadera de abastecimientos a la insurgencia de los guerreros santos que han destrozado el país hasta sus cimientos, dando lugar a una sangrienta guerra civil y el surgimiento de los talibanes. Con la ocupación norteamericana que se extendió desde 2001 al 2021, que ha dejado un Afganistán devastado y en manos de los talibanes que gobernaban el país antes de la trágica y fracasada irrupción estadounidense.
Tras la humillante retirada norteamericana de Afganistán en agosto del 2021, parecía quedar fuera la disputa por el Heartland (corazón de la tierra), el que, según la teoría de 1904 del geógrafo inglés Halford Mackinder, quien lograse conquistar las extensas y ricas áreas que conforman Afganistán y Pakistán, y se extienden prácticamente en un arco desde Ucrania a Siberia, dominaría el mundo.
Así, pasó poco menos de un año para que el Departamento de Estado operara en la política de Pakistán para poder derrocar al Primer Ministro Imran Khan, quien parecía no cumplir los designios de Estados Unidos, que necesitaba de manera desesperada un agente en la región donde por primera vez en 70 años se había quedado sin representante oficioso.
Todos contra Khan
El Primer Ministro, Imran Khan, el pasado 10 de abril se convirtió en el primer derrocado por un aparente proceso constitucional conocido como “moción de censura” articulado por los viejos socios de Washington la Liga Musulmana de Pakistán (PML-N) del ex primer ministro Nawaz Sharif, el Partido Popular de Pakistán (PPP) de Bilawal Bhutto Zardari y el Jamiat Ulema-e-Islam de Fazlur Rehman, para quienes la victoria electoral de Khan en 2018 había sido una componenda del poder militar, siempre un jugador clave en la política del país al que el partido de Khan, Pakistan Tehreek-e-Insaf (PTI), no pudo contener debido a sus divisiones internas y a un estallido inflacionario que no pudo contener, empujado por la contraofensiva rusa en Ucrania. Más allá de cualquier sospecha sobre “componendas”, no hay que ser un experto en política pakistaní para entender que es imposible creer que el derrocamiento de un Primer Ministro se haya podido llevar a cabo sin el visto bueno del Ejército, de lo que tampoco estuvo exento el Poder Judicial.
Respecto al Ejército, que más que un sector es un estado dentro de Pakistán desde 1947, la fuerte controversia que mantuvo Khan, en octubre del año pasado cuando se negó a aprobar al candidato militar para la jefatura del poderoso aparato de inteligencia Inter-Services Intelligence (ISI) y colocar en el lugar al general Faiz Hameed, dio como resultado que Khan tuviera que ceder y aprobar al candidato del alto mando, el teniente general Nadeem Anjum. Más allá de este último acuerdo, la relación entre el Primer Ministro y el Ejército pareció herida de muerte. Finalmente se plegó a aceptar un nuevo Gobierno de coalición encabezado por Shehbaz Sharif del PML-N.
Si alguna duda queda tras lo expuesto, la declaración de un alto funcionario del Departamento de Estado poco más de un mes antes de que la moción de censura sellara el destino de Khan, deja todo mucho más que claro: “las relaciones con Pakistán dependen del éxito de la moción de censura”.
A la política exterior antioccidental de línea dura de Khan se puede sumar su encuentro con el presidente ruso Vladimir Putin, en Moscú, donde exactamente lo encontró el inicio de la operación rusa contra la OTAN, en territorio ucraniano, visita que había sido desaconsejada por Washington, y su negativa a condenar dicha operación frente a la presión de Occidente, a pesar de que la Unión Europea (UE) es el mayor socio comercial de Pakistán, además de la histórica oposición de Khan a la intervención norteamericana en Afganistán y los cada vez más aceitados vínculos con China, país para el que Pakistán, se convirtió en un socio fundamental para el proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda”, fueron los elementos claves para que el Departamento de Estado lo haya colocado en la mira, más allá de que la Administración de Biden negara esa intención. Aunque ya se está viendo el usufructo norteamericano tras el cambio de poder en Islamabad, con solo mencionar que el dron que ejecutó al emir de al-Qaeda Ayman al-Zawahiri, en pleno centro de Kabul el pasado 31 de julio, despegó de una base en territorio pakistaní, lo que habría sido imposible bajo el gobierno de Khan, quien intentaba limar asperezas con los mullah afganos y de alguna manera convertir a su país en el vocero del nuevo Estado Islámico de Afganistán frente al mudo. (Ver: Ayman al Zawahiri, otra muerte oportuna), acción que no será la última incluso en Pakistán, ya que este país, nuevamente aliado clave de los Estados Unidos en la región tras el golpe contra Khan, ha quedado en estado de alerta donde los seguidores del Primer Ministro depuesto han comenzado a incrementar sus protestas y podrían pasar a la acción, lo que sin duda enturbiaría mucho más las elecciones del año próximo donde otra vez la maquinaria atroz del colonialismo dará un paso más para perpetuar sus males.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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