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Pasito a paso: la recomposición de las izquierdas en Guatemala

Fuentes: Rebelión

Hay un tiempo de pobreza, violencia, captura del Estado por grupos privados, luchas intercapitales e interpartidos (agudizadas en el marco preelectoral). Hay un tiempo de incertidumbre, aparente falta de alternativas, desmotivación y apatía ante la perspectiva de otros cuatro años de lo mismo: lo menos peor de entre todo lo malo. Pero hay un tiempo, […]

Hay un tiempo de pobreza, violencia, captura del Estado por grupos privados, luchas intercapitales e interpartidos (agudizadas en el marco preelectoral). Hay un tiempo de incertidumbre, aparente falta de alternativas, desmotivación y apatía ante la perspectiva de otros cuatro años de lo mismo: lo menos peor de entre todo lo malo. Pero hay un tiempo, también, de esperanza.

Esperanza por qué, dirán algunos. ¿Por qué somos fieles al viejo y voluntarista esquema del pesimismo de la razón y el optimismo de la acción? ¿Por paradójica contradicción analítica? En mi opinión, la esperanza se cimienta al menos en los siguientes cinco escenarios.

En el primero, se produce una crítica al predominio del mercado y una recuperación y fortalecimiento de los Estados como expresión de una organización social más incluyente. Es el escenario dominante en Argentina y Venezuela y, aunque se percibe lejano en Guatemala y Centroamérica (ideal y falto de argumentos, según mi admirado Edelberto Torres Rivas) sirve de referente en un mundo globalizado hegemónica y contrahegemónicamente (Boaventura de Sousa Santos).

En el segundo escenario se transita de una época de resistencia pasiva a la resistencia activa y la lucha por el poder: los pueblos indígenas superan el paradigma de coexistencia con el conquistador. Es el escenario boliviano, donde está pendiente una discusión sobre las alianzas necesarias (interclasistas e interétnicas), los sujetos sociales y la construcción del instrumento político.

En el tercer escenario, la integración latinoamericana -formada por diversas integraciones subregionales- actúa económica y políticamente como factor de apoyo para enfrentar el poder unilateral de Estados Unidos y su modelo de organización. Según el periodista Raúl Zibechi: «Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos dejó de ser el factor preponderante en la política continental, a tal punto que hoy podemos decir que una suerte de multilateralismo regional se ha instalado (.) La lista de sucesos adversos al Consenso de Washington desde esa fecha es la muestra más palpable de que una nueva situación está cuajando en América Latina».

El cuarto escenario es de confluencia -y tensiones- entre estados y movimientos sociales para  impulsar agendas alternativas al neoliberalismo, como en el caso de Brasil alrededor de la reelección de Lula y, nuevamente, de Bolivia.

El quinto escenario tiene que ver con el desarrollo de nuevas formas de lucha; la renovación de programas; la ética, la honestidad, la humildad y la coherencia en el accionar de «las izquierdas»; la búsqueda de articulaciones y convergencias sin imposiciones, respetuosas de las diversidades. Para el sociólogo y sacerdote belga Francois Houtart, es imprescindible «Renovar el campo político de la izquierda, con la convergencia de varias organizaciones políticas (no se puede pensar a un partido único detentor de toda la verdad) y la centralidad de la ética en las prácticas políticas» .Parece imponerse la convicción de que para llegar a los nuevos tiempos son imprescindibles nuevas prácticas y la convergencia más amplia posible de pensamientos.

Es un escenario incipientemente guatemalteco, donde han primado y sobreviven las estrategias de división, las que nos enseñaron y las que nosotros mismos aprendimos: «Han sabido sembrar, dentro de las filas de las múltiples organizaciones populares, la mala práctica de esforzarse en encontrar diferencias entre sí y dividir a partir de las mismas, en lugar de encontrar coincidencias y tejer unidad a partir de ellas», afirma el Frente Nacional de Lucha. Por ello, todavía es un escenario de incertidumbre, dudas y muchos retos, como los siguientes:

-la articulación político-social, evitando que se inviertan prioridades y se coopten luchas, y la articulación urbano-rural,
-la necesidad de fortalecer convergencias desde espacios y organizaciones que todavía no están suficientemente estructurados,
-la consideración de jóvenes, mujeres e indígenas como protagonistas y sujetos/as,  
-el fortalecimiento del poder local: «la comunidad urbana y rural como el sujeto económico, social, político y cultural» (Servicios Jurídicos y Sociales, SERJUS),
-la superación del electoralismo y la definición de estrategias largoplacistas,
-el fomento de procesos de formación permanentes,
-la promoción de la reflexión, el debate y la autocrítica,
-el fin de la descalificación y los ataques personales.

En todo caso, parecemos entrar a un nuevo tiempo: de contraofensiva frente a gobiernos encerrados sobre sí mismos y que sólo representan un ideal de grupo, malgastadores del caudal político representado por la firma de los Acuerdos de Paz y el final de la guerra, hace diez años. Una nueva oportunidad,  tras años de travesía en el desierto y sensación de estancamiento, para construir y fundar una nación donde quepamos todas y todos. Simultáneamente con equilibrio, flexibilidad, amplitud, firmeza, sueños y utopías. Volver a empezar, como escribió Eduardo Galeano: «Pasito a paso, sin más escudos que los nacidos de nuestros propios cuerpos. Hay que descubrir, crear, imaginar (.) Hoy, más que nunca, es preciso soñar. Soñar, juntos, sueños que se desensueñen y en materia mortal encarnen, como decía, como quería otro poeta. Peleando por ese derecho, viven mis mejores amigos; y por él algunos han dado la vida. Este es mi testimonio. ¿Confesión de un dinosaurio? Quizás. En todo caso, es el testimonio de alguien que cree que la condición humana no está condenada al egoísmo y a la obscena cacería del dinero, y que el socialismo no murió, porque todavía no era: que hoy es el primer día de la larga vida que tiene por vivir».