Recomiendo:
0

Perú: cada vez más hacia la derecha

Fuentes: Rebelión

En el Perú, un país signado desde antiguo por la inestabilidad política y la fragmentación social, suele decirse a menudo que uno se acuesta en un país y amanece en otro al día siguiente. Sin embargo, desde hace ya bastante tiempo, vivimos en un país tristemente predecible. LA ERA POST-HUMALA Luego del accidentado gobierno de […]

En el Perú, un país signado desde antiguo por la inestabilidad política y la fragmentación social, suele decirse a menudo que uno se acuesta en un país y amanece en otro al día siguiente. Sin embargo, desde hace ya bastante tiempo, vivimos en un país tristemente predecible.

LA ERA POST-HUMALA

Luego del accidentado gobierno de Alejandro Toledo, sacudido por numerosos estallidos sociales, la coyuntura electoral del año 2006 sin duda generó expectativas sobre la recomposición política de los sectores populares y de la izquierda, ausentes desde hace muchos años del escenario político oficial. El fenómeno electoral que representó la candidatura de Ollanta Humala, auspiciada sin reservas por el presidente Hugo Chávez y que logró triunfar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, para muchos anunciaba el fin de la hegemonía neoliberal.

Así, en el torrente humalista convergieron cuando menos tres tendencias. Por un lado, un sentimiento popular de frustración con los misérrimos resultados de la administración conservadora de Toledo en el campo social y de la economía popular, que se hizo extensivo a todos los sectores vinculados a la derecha empresarial e inequívocamente neoliberales. Esa decepción tuvo su correlato en una firme voluntad de cambio.

En segundo lugar, con Humala fue a parar un sector efectista y bonachón de la izquierda, que quiso ahorrarse el trabajo orgánico en las bases sociales para aprovechar(se) del arrastre inopinado del caudillo. No sólo fueron independientes de izquierdas con altas aspiraciones gubernamentales, sino también la vieja izquierda marxista-leninista, o una porción de ella, seducida por la posibilidad de hacerse del poder sin ocasionarse muchas molestias. Éstos últimos, sin embargo, fueron bien pronto desembarcados de la aventura llamada más adelante «nacionalista».

Finalmente, los sensores de la oportunidad política, operadores sin bandera, sin pasado cierto ni futuro previsible, se arrimaron masivamente en las faldas del comandante Humala. Y fueron ellos los primeros en advertir la debacle y salieron huyendo nada más confirmada la derrota electoral.

En efecto, el humalismo fue flor de un día, y su virtual extinción en las elecciones regionales sucedidas en noviembre, así como la intrascendencia de su otrora primera minoría parlamentaria han marcado la ausencia de oposición política al régimen neoliberal de Alan García, sustentado en el partido mayor y mejor organizado de la historia del Perú, el APRA, de origen y arraigo popular, y puesto desde hace décadas al servicio de las clases dominantes.

EL FACTOR GARCÍA Y LA DESCOMPENSACIÓN DE LITIO

Sueltos en plaza, Alan García y su corte han dado rienda suelta a sus delirios medio psiquiátricos, medio fascistas, y han jugado todo este tiempo a atarantar a la opinión pública mientras transaban con las transnacionales pidiéndoles limosnas, proponiendo entre otras cosas popularizar la pena de muerte, primero para los violadores de menores y ahora para los «terroristas». Claro está que en este último caso se trata de algo más que de un operativo psicosocial.

Decidido a evitar la potencial articulación de fuerzas políticas contestatarias, el APRA -que en su primer gobierno auspició la formación de un comando paramilitar y numerosos operativos de exterminio de sus enemigos políticos por los que García tiene fama de violador contumaz de derechos humanos- ha desplegado una estrategia de intimidación a sus opositores, persecución de inocentes y desinformación deliberada, tal como en los peores años de la violencia política.

En las últimas semanas, luego de un atentado contra una patrulla policial que dejó varios policías y civiles muertos en una zona remota, crimen atribuido a la banda terrorista Sendero Luminoso y al narcotráfico, las fuerzas represivas del Estado incriminaron y arrestaron a ocho campesinos inocentes de la zona, y luego de anunciarlos al país como terroristas los mantienen hasta este momento detenidos a pesar de que oficialmente se ha reconocido que no existen pruebas en su contra. Más aún, se trata, según ha revelado la prensa, de ronderos que antes enfrentaron durante la guerra interna a las huestes senderistas de la muerte.

De igual manera, seguramente por una deficiencia de litio, Alan García se quejó de que se preparaba un atentado contra su vida. A las pocas horas dos estudiantes limeños, activistas universitarios de grupos de izquierda fueron aprehendidos en sus casas, violentadas a patadas por la policía que incluso difundió las imágenes del operativo por televisión. La acusación pronto cayó en el ridículo, aun para los medios de comunicación adictos al régimen, por lo que los estudiantes tuvieron que ser liberados.

La escalada de mal gusto fascista también ha puesto la mira en las organizaciones sociales. El sacerdote Marco Arana, activista que desde hace varios años resiste junto a las comunidades campesinas la ofensiva depredadora y contaminante de la minera Yanacocha en Cajamarca en el norte del país, ha sido objeto de espionajes, acosos y difamaciones permanentes denunciadas hace poco por la prensa local que hasta ahora no han sido esclarecidas. Se presume como es lógico la complicidad del gobierno con Yanacocha, que ha llegado a asesinar a campesinos opuestos a sus actividades mineras sin que siquiera alguno de esos crímenes haya sido sancionado.

Otro de los blancos recientes del gobierno ha sido el SUTEP, el sindicato más poderoso del país que agrupa a los maestros de las escuelas públicas. A una campaña sostenida de desprestigio, se ha sumado la drástica reducción de las licencias sindicales para los dirigentes de 300 a solamente 30, en represalia por la oposición del sindicato a las preformativas políticas educativas del régimen. La arremetida aprista aquí se ha sazonado con las disputas intestinas dentro del propio sindicato entre izquierdistas liliputienses que han reducido su vida política a vegetar en las organizaciones sociales al verse incapacitados de hacer política de verdad enfrentando a la derecha en otros fueros mayores.

A LA ZAGA DEL CONTINENTE

Mientras en otros países de América Latina se genera una expectativa creciente en torno a la radicalización de las reformas progresistas, como sucede en Bolivia o Venezuela, en el Perú el ambiente para las opciones transformadoras está sumamente enrarecido. En una sociedad terriblemente desarticulada, sin organizaciones sociales autónomas, sin movimientos sociales vigorosos y sin alternativas políticas de izquierdas masivas ni orgánicamente consolidadas, es muy difícil vislumbrar qué tan cerca está la superación de la hegemonía del neoliberalismo y sus mastines.

Con todo, el pesimismo de hoy como explicaba José Carlos Mariátegui, entraña la esperanza de un futuro que puede y debe ser mejor. Si los hombres y mujeres de los pueblos del mundo luchan todos los días por vivir y sobrevivir en las condiciones deplorables que el capitalismo impone, quienes soñamos con una sociedad alternativa tampoco podemos postergar la empresa. Aunque, como en el Perú, pareciera a veces que una y otra vez comenzamos desde cero.

* Erick Tejada Sánchez es Secretario General del Centro de Estudiantes de Sociología de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.