En las últimas elecciones a las que se presentó Lech Walesa, el otrora líder de Solidaridad, apenas obtuvo el 1% de la votación. Debe recordarse ahora que se cumple el 25º aniversario de los acuerdos de Gdansk, movimiento que condujo al poder al electricista convertido en líder, lo cual inició el proceso que abatió el […]
En las últimas elecciones a las que se presentó Lech Walesa, el otrora líder de Solidaridad, apenas obtuvo el 1% de la votación. Debe recordarse ahora que se cumple el 25º aniversario de los acuerdos de Gdansk, movimiento que condujo al poder al electricista convertido en líder, lo cual inició el proceso que abatió el modelo soviético de socialismo en Polonia, donde se efectúan en estos días actos conmemorativos en medio del desencanto y el escepticismo. La culminación de esta festividad de la caverna política tendrá lugar el 31 de agosto con la presencia de dos líderes del renacimiento fascista: George Bush padre y Vaclav Havel. La frustración de los polacos es tan grande que el 45 por ciento, según encuestas realizadas, con ocasión del aniversario, sienten nostalgia por los tiempos del régimen comunista.
El catorce de agosto de 1980 comenzó una huelga, con motivo del despido de un trabajador. Lech Walesa se puso al frente del movimiento. La huelga general se extendió a todo el país tras dieciocho días de exasperada penuria. El país se hallaba en una crisis económica total bajo el gobierno de Edward Gierek, quien se vio obligado a firmar acuerdos que permitieron el nacimiento del sindicato autónomo de Solidaridad, al cual se adhirieron en un breve lapso diez millones de obreros, en una población de treinta y ocho millones. Sólo en Lublin, ciudad que se erigió en centro del movimiento, participaron en las protestas más de 150 empresas y más de 50.000 obreros.
Una encuesta del periódico Rzeczpospolita constata que un 76% de los polacos considera que su vida personal no mejoró e incluso empeoró con Solidaridad y los cambios realizados. Según ese sondeo, un 85% considera ahora el paro, como el mayor fracaso de Solidaridad, un 58% lo ve como el inicio de la corrupción y un 52% como el germen de la pobreza actual. El analista K.S.Karol afirma que: «Como resultado de ello, Polonia se ha convertido en un país con una exigua minoría de ricos y una gran masa de obreros mal pagados, sin olvidar el 18% de parados que, en las antiguas provincias alemanas del Norte, alcanza el 40%. Esto ha producido un descontento popular que en 1995 barrió del poder al presidente Walesa, en cuyo lugar fue elegido el poscomunista Alexander Kwasniewski. Pero, pese varias elecciones legislativas y a unas nuevas elecciones presidenciales en 2000, ganadas de nuevo por Kwasniewski, la situación social no ha evolucionado mucho.»
Hijo de campesinos, Walesa laboraba como electricista en los astilleros Lenin, de Gdansk. Levantó la bandera de la autonomía sindical que pusiera un final al verticalismo de la organización obrera. En 1981 fue arrestado por el general Jaruzelski quien, temiendo una invasión soviética por la inestabilidad polaca, aplastó el naciente movimiento democrático. Al salir de prisión fue recibido por el Papa, su coterráneo Wojtyla. Ese fue el ápice de su popularidad. Juan Pablo II le abrió los cofres del Vaticano y el flujo monetario contribuyó a aceitar su organización.
En 1982 recibió el Premio Nobel de la Paz. En noviembre del 89 fue recibido por el Congreso de Estados Unidos en sesión plenaria, honor que solamente se le había dispensado, hasta entonces, al Marqués de Lafayette y a Winston Churchill. No fue extraño, pues, que en 1990 fuese electo Presidente de Polonia y ahí comenzó su declinación.
Al abrir el país a la economía de mercado y a la gestión empresarial el pueblo polaco sufrió una reducción de su nivel de vida. Aumentó el desempleo y decayó el poder adquisitivo de los salarios. Se suprimió el beneficio social que el Estado socialista había aportado. Walesa demostró ser un pésimo político. Su estilo autoritario e impositivo no se avenía bien con los nuevos tiempos. Se demostró que Walesa no era un estadista sino un improvisado, a quien una coyuntura política había situado en un punto de giro de la historia.
En una Polonia que se abría a la modernidad, tras la noche del absolutismo estalinista, los polacos pedían amplias reformas en su estilo de vida. Pese a ser una nación profundamente católica la legalización del aborto era un reclamo compartido. Walesa se opuso a ello empecinadamente. Su débil cultura y su nula experiencia hicieron de él un pésimo gobernante que pasó de la popularidad al descrédito en un breve lapso.
Walesa fue la palanca que permitió pasar de la rigidez del modelo soviético a una parodia de democracia. Era necesario romper las trabas al desarrollo productivo que la centralización económica del Estado había impuesto. Walesa era un hombre de ingeniosas respuestas, de humor populista, fácil al trato con las personas, esas fueron las causas de su encumbramiento. Pero convertido en gobernante demostró que sus luces no le daban para ir más allá de la imperiosa necesidad del cambio del absolutismo hacia una mayor flexibilidad.
Le favoreció la muerte del dogmático Breznev y el surgimiento del reformista Gorbachev, que propiciaba otro tipo de socialismo con métodos inadecuados y concesiones innecesarias y excesivas. Con el anuncio de su retirada política Walesa confirmó que un líder que no tiene su oído atento sobre la tierra, para escuchar los desgarramientos profundos de su pueblo, tiene una vida limitada.