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Polvo rojo: La transición al capitalismo en China (I)

Fuentes: Chuang Journal

Tras la primera serie sobre la historia reciente de la economía china, “Sorgo y acero“, desde la revolución hasta los años 60, publicamos esta segunda que abarca el periodo de transición al capitalismo, entre los años 70 y los 2000. Esta segunda serie consta de 5 partes: I.- Introducción: Polvo rojo II.- Parte 1 – A Orillas del Pacífico III.- Parte 2 – Fronteras IV.- Parte 3 – Sinoesfera V.- Parte 4 – De hierro a óxido

Introducción

Eremitorio

Reclusión

Cuando los ejércitos nómadas barrieron desde el norte para conquistar la astillada dinastía Jin del Oeste, las clases superiores huyeron a través del río Amarillo hacia las zonas interiores del sur de su imperio en colapso. En el sur, reestablecieron la corte imperial en Jiankang (en la actual Nanjing), decretando el ascenso de una nueva capital dinástica. Pero el nuevo imperio de los llamados Jin del Este existía más sobre el papel que en realidad. El poder estaba extremamente descentralizado, definido por una tensión constante entre facciones de los refugiados norteños que se habían establecido en diferentes regiones, cada una con su propia base fundamentalmente autónoma económica y militar. Estas facciones dependían de tenues alianzas con la nobleza culturalmente distinta del sur y diversos grupos indígenas, todo forjado lentamente mediante matrimonios mixtos y conquista militar. En medio de esta balcanización, el deseo de recuperar la tierra natal del norte perdida solo unificaba vagamente a una corte paranoica, difícilmente capaz de reunir el poder central necesario para recaudar impuestos, y mucho menos para desplegar un nuevo ejército capaz de luchar contra los reinos “bárbaros” militarizados que habían surgido en el norte. Esta breve dinastía fue, retrospectivamente, solo una de las etapas más bajas del declive multisecular imperial que siguió al colapso de los Han y precedió el ascenso de los Tang. [1]

Pero fue también en este contexto de declive imperial y descentralización donde tomó su forma arquetípica la tradición eremítica del este de Asia. Aunque la práctica cultural de la reclusión tiene una larga historia que se remonta a mucho antes de la era imperial,[2] fue bajo los Jin del Este cuando imperio y eremitismo llegarían a ser inseparablemente simbióticos. Con poco que hacer en la deteriorada corte en Jiankang, la mayor parte de las élites refugiadas se retiraron a sus grandes haciendas en los bosques húmedos del sur. Atendidos por sirvientes, esclavos y concubinas, crearon complejos rurales relativamente autosuficientes, completados con pistas y parques cultivados por su efecto estético. Liberados de la monotonía de la administración imperial, pasaban su tiempo reuniéndose con amigos en pabellones bellamente esculpidos sobre sus parques y plantaciones, dando banquetes, bebiendo vino y escribiendo poemas sobre la belleza de una vida sencilla en comunión con la naturaleza. Poetas como Xie Lingyun, el acaudalado hijo de dos familias prominentes de Jin del Este, pudieron así retratarse como ermitaños al estilo de los antiguos sabios, cuando su exilio (a menudo voluntario) de la corte lo pasaban en lujosas haciendas basadas en jerarquías brutales de trabajo forzado. La relación entre ermita e imperio no fue nunca de verdadera oposición, por tanto. Xie mismo veía estas haciendas como imperios en miniatura, modelados según la caída dinastía Han.[3] Mientras tanto, casi todos los grandes poetas rurales del periodo en realidad iban circulando constantemente entre la vida en la corte y el exilio rústico, convirtiéndose la reclusión en una etapa cada vez más normal de la administración imperial.

En el momento de una reunificación duradera bajo los Tang, el eremitismo se había convertido en una práctica generalizada en la que aspirantes a funcionarios competían entre sí en su virtuoso aislamiento, esperando garantizarse una posición en la corte. Poetas-académicos-funcionarios famosos como Li Bai abarrotaban ermitas en lugares como la montaña de Zhongnan, frecuentemente visitada por reclutadores imperiales. La recentralización del poder político asistió por tanto a una fusión más rigurosa de lo eremítico y lo imperial, en la que hasta a los ermitaños exiliados de la corte se les encargaba gestionar el flujo regular de tributos desde la periferia del imperio. A lo largo de todo el proceso, sin embargo, los literatos seguían asumiendo los atributos externos de sus predecesores de Jin del Este, alabando la soledad religiosa de la vida rural y condenando la capital y sus intrigas palaciegas. Aunque sirvió como un ayudante leal del emperador durante los Tang, Li Bai se podía imaginar a sí mismo en un “mundo más allá del polvo rojo de la vida”, una metáfora tanto para el desapego religioso budista como para la reclusión rústica lejos del bullicio de las calles urbanas.

País ermitaño

La forja de China mediante el régimen socialista de desarrollo  jugó con similares contradicciones. Siendo simultáneamente la cabeza de playa de una revolución socialista global y un país autárquico sellado para la economía capitalista (y más tarde incluso al comercio con sus antiguos aliados soviéticos), el aislamiento socialista de China fue a la vez contradictorio y engañoso. A medida que el régimen de desarrollo alcanzaba sus últimas etapas, la palabra “autodependencia” (自力更生) , se multiplicaba en todos los niveles. Pero junto con el impulso por la autosuficiencia, el anquilosamiento de la producción creó muchas presiones locales para romper esta autarquía tanto a escala nacional como internacional. La economía había sido sometida a una descentralización generalizada, con colectivos rurales y empresas urbanas industriales transformadas en sus propios claustros eremíticos –trabajadores y campesinos dependían de las unidades locales de producción para alimentos, vivienda y bienes básicos de consumo, más que de la provisión directa por parte del gobierno central o la indirecta mediante un mercado nacional. Pero en este mismo periodo había empezado a propagarse el mercado negro, los muy necesarios medios de producción eran cada vez menos disponibles u obsoletos, y la división sino-soviética había asegurado que casi la totalidad de la frontera de China se convirtiese en un potencial frente de guerra. Así por tanto, estas décadas posteriores de la era socialista, de estilo ermitaño, fueron también un periodo de gestación para la apertura sin precedentes de China al comercio mundial.

La Era de la Reforma se presenta a menudo como un cambio sin precedentes dirigido por una facción del partido casi proscrita, terminando en un “Milagro chino” que vería el país catapultado a la vanguardia de la producción mundial. Pero la realidad es que la rápida subsunción de China a la comunidad material del capital estaba prefigurada por las condiciones estructurales que permeaban y rodeaban al país ermitaño, siendo en última instancia su impulso autárquico de desarrollo tan alejado de los impulsos del capital global como las haciendas ermitañas autárquicas de los literatos medievales lo estaban de las intrigas palaciegas de sus capitales. Mientras “Sorgo y acero”, la primera parte de nuestra historia económica,[4] exploraba el carácter interno del régimen de desarrollo y la forja de China como país, esta segunda parte se centra en las condiciones globales que arrastrarían finalmente al socialismo ermitaño del régimen de desarrollo al polvo rojo de la producción capitalista global. Nuestra tesis básica es que, de la misma manera que los ermitaños de Jin del Este, el aislamiento y la expansión imperial no son necesariamente términos opuestos. El ascenso de la facción reformista dentro del Partido Comunista Chino (PCC) parece repentino o inesperado solo para aquellos que toman la poesía del ermitaño al pie de la letra, olvidando que el eremitorio era a menudo una etapa en la vida de ciertos administradores imperiales.

Volvemos ahora a la historia de China no solo como un país recién forjado, sino como uno de muchos territorios dentro de una red que estrangula el globo de fuerzas de trabajo y cadenas de suministro. Nuestro foco cambia de los temas fundamentalmente internos cubiertos en “Sorgo y acero” a una perspectiva simultáneamente nacional e internacional necesaria para comprender las estructuras paralelas que compusieron las reformas graduales de China. Exploraremos tanto las presiones endógenas como exógenas para abrir la economía que existían en las etapas finales de la era socialista así como el carácter desigual e incompleto de la transición capitalista una vez en marcha. Esta historia, aunque embarrada por el liberalismo evangélico de finales del siglo XX, no es en absoluto tan oscura y distorsionada como la del régimen  de desarrollo que la precedió. Buena parte de la historia de la era de la reforma está ya bien documentada en la literatura académica dominante. Esta entrega se centrará por tanto en resumir la investigación existente y situarla en un marco marxista adecuado, destacando los aspectos de esta historia que son más útiles para entender el capitalismo tal como existe en el mundo de hoy.

Crisis convergentes

Los temas clave serán cubiertos a continuación de una manera secuencial, vagamente organizados en secciones temáticas que siguen la cronología general de la transición capitalista. Pero aquí el tema dominante es la idea de crisis convergentes. Nuestro objetivo es contar la historia de las numerosas contingencias históricas que apuntalaron el llamado “Milagro chino”, que no fue ni milagroso ni totalmente chino. Esto implica entender el “milagro” como, de hecho, una respuesta emergente prosaica a crisis duales sucedidas a dos escalas –una en el régimen de desarrollo chino, y la otra en la economía capitalista global–. La crisis endógena del régimen alcanzó su pico en los años 70. Estaba condicionada fundamentalmente por los límites internos del proyecto de desarrollo ya explorados en “Sorgo y acero”,[5] pero fue amplificada por la creciente exclusión geopolítica y la amenazante posibilidad de una guerra con la URSS. En el mismo periodo de tiempo, la producción capitalista global se enfrentaba a su primera ralentización importante mundial desde la Gran Depresión. A finales de los años 70, todos los intentos de gestionar la incipiente crisis mediante las medidas de estímulo estándar de posguerra habían fracasado. A medida que el crecimiento se frenaba, el desempleo crecía y la inflación se disparaba, las diversas reformas estructurales que se llevarían pronto a cabo en un intento de restaurar la rentabilidad (más tarde clasificadas juntas como “neoliberalismo”) amenazaban en el horizonte. Pero también había la conciencia de que estas reformas, si se aplicaban solo en los territorios del núcleo del capitalismo, contendrían los salarios, aniquilarían las redes de seguridad social, crearían cantidades peligrosas de deuda y por tanto avivarían un descontento generalizado. Los movimientos sociales y las insurrecciones de finales de los años 60 ya habían dado pistas de la posibilidad de esta desestabilización –y en el contexto de la Guerra Fría, la desestabilización suponía el riesgo de iniciar un conflicto militar global inimaginablemente devastador–.

Para que la acumulación capitalista continuase en su impulso para un crecimiento compuesto, la economía tendría que dar un salto a una escala completamente nueva, subsumiendo territorios subdesarrollados y construyendo nuevos complejos industriales adecuados para un volumen y velocidad de producción siempre en ascenso. Se esperaba que este proceso tuviese éxito tanto en la revitalización de la rentabilidad (aunque solo fuese temporalmente) y en ayudar a templar el descontento en los países capitalistas al compensar el declive de los servicios sociales y los salarios estancados con el abaratamiento de los bienes de consumo y la expansión del crédito. Este proceso ya se había centrado en el este de Asia, anclado al ascenso facilitado por los EEUU del Japón de posguerra. A medida que crecía la crisis, el capital empezó a inclinarse más y más hacia los países de la costa del Pacífico. La geopolítica de la Guerra Fría combinada con la nueva gravedad económica de Japón para facilitar el ascenso de los Tigres del Este de Asia, todos dirigidos por una combinación única de dictadura anticomunista (o aparato colonial, como en Hong Kong) y una inundación de inversiones desde los EEUU y Japón.

Esta es la coyuntura en la que la crisis interior de China converge con la Larga Crisis del capitalismo global. En términos de la teoría economía dominante, la grande y barata fuerza de trabajo de China ofrecía una “ventaja comparativa” esencial en etapas clave del proceso de producción de la industria ligera. Pero este relato dominante solo capta parte de la dinámica general. La apertura de China era el principio de un amplio proceso de subsunción a la comunidad material del capital, dirigido por la necesidad creciente de exportar primero bienes y más tarde capital desde las economías desarrolladas que sufrían sobreproducción. Siguiendo a las primeras expansiones de producción capitalista en otras zonas del este de Asia, China podía ofrecer grandes territorios para la inversión y una fuerza de trabajo barata y formada sin precedentes por su tamaño, salud y educación básica. La oferta de trabajo añadida al sistema capitalista global por este proceso era aproximadamente del mismo tamaño que la de todos los países industrializados del mundo juntos.[6] Además, esta fuerza de trabajo había sido producida por el régimen socialista de desarrollo, y por tanto los costes iniciales eran externos a la producción capitalista y los costes de su reproducción eran fácilmente externalizados a periferias internas todavía dominadas por la producción de subsistencia –al menos durante las dos primeras generaciones–. La enorme masa de población china resucitó por tanto la vieja esperanza de Occidente, que se remonta al menos a la dinastía Ming, de un mercado aparentemente ilimitado capaz tanto de impulsar la producción capitalista como de absorber sus siempre crecientes excesos.

En un intento por pegarse al núcleo de estas dinámicas, se corre siempre el riesgo de atribuir más agencia a presidentes, dirigentes y billonarios surtidos de la que se merecen. La realidad es que las decisiones que se toman en la cima de los estados o corporaciones se hacen siempre en respuesta a límites materiales a los que se enfrentan complejos sistemas políticos y económicos. La clase dirigente es un designante de un conjunto de individuos no homogéneos que mantienen posiciones de toma de decisiones dentro de estas ciudadelas de poder político-económico, para los que la continuación del statu quo es la máxima prioridad. Pero estos individuos se sientan en posiciones muy estructuradas, en deudores de las demandas intrínsecas de los accionistas (de mayores beneficios) y los electores (de niveles mínimos de estabilidad y prosperidad –no tanto la exigencia de que las cosas vayan mejor como simplemente de que no vayan peor demasiado rápido–). No hay por tanto un intento verdaderamente malintencionado tras estas decisiones, ni tienen estos titulares el poder de transformar verdaderamente o de liberarse del sistema. Están igual de encadenados a él que nosotros, aunque ellos están encadenados a su cima.

El proceso en su conjunto es, por tanto, de adaptaciones contingentes, más que de conspiraciones de la clase gobernante. Su producto no es el de un consejo confabulado de élites, oculto, sino simplemente el resultado de la continua experimentación a través de la cual las diferentes facciones de la clase dominante intentaron solucionar la crisis incipiente y fracasaron, siendo reemplazados entonces sus esfuerzos por nuevas posibilidades, no probadas, puestas en marcha por nuevos líderes generando nuevos resultados con los que a su vez había que enfrentarse. El proceso es la transformación continua en respuesta a las manifestaciones locales de la disminución global de la rentabilidad. El “neoliberalismo” por tanto no es un programa político  plenamente consciente, casualmente malintencionado, como algunos autores piensan,[7] sino simplemente un término atribuido a una vago consenso que se formó alrededor de numerosas soluciones locales a la crisis que parecían superar límites a corto plazo en su momento. La prominencia de un estado cada vez más militarizado en este periodo es en sí mismo un síntoma de la incoherencia fundamental de este consenso, puesto que la gestión de una crisis siempre en construcción, siempre aplazada pero siempre presente se hace más y más monumental. Hoy hemos alcanzado finalmente el punto en el que el consenso se está hundiendo ante la disminución del comercio global y las olas ascendentes de nacionalismo populista, aunque el enorme aparato militar que creció en la cúspide  de las cadenas globales de suministro sigue, llevado por su propia inercia. Pero el desarrollo de este consenso hoy en hundimiento sigue siendo el trasfondo histórico de la subsunción de China a los circuitos globales de acumulación.

En el periodo que exploramos a continuación, la geopolítica interpretó un papel clave en la unión de las crisis mutuas. Fue, de hecho, uno de los pocos momentos en la historia china en que decisiones de líderes individuales (si bien respondiendo a demandas locales) reorientaron verdaderamente el curso de décadas futuras. Y si hubo un único momento en el que esta convergencia de crisis se convirtió en una posibilidad concreta, este fue probablemente el Incidente de la isla de Zhenbao en 1969. Como el cénit de un conflicto fronterizo generalizado sino-soviético que vio a veinticinco divisiones del ejército soviético (con unos doscientos mil soldados) desplegadas en la frontera china, los sucesos de la isla de Zhenbao llevaron a China y la URSS al borde de una guerra nuclear total. Aunque se evitó la guerra, fue el punto en el que los lazos sino-soviéticos se cortaron definitivamente, terminando con medio siglo de diplomacia precaria entre los dos mayores miembros del bloque socialista. En el contexto de la Guerra Fría, este incidente señaló también las primeras insinuaciones de la apertura de lazos con los Estados Unidos.

Contrariamente a aquellos que señalan el inicio de la Era de Reforma en 1976, con la muerte de Mao Zedong, o 1978, con el ascenso de Deng Xiaoping, nosotros defendemos por lo tanto que el periodo de transición capitalista empezó en realidad en 1969, en el final de la Revolución Cultural “corta”, cuando el Incidente de la isla de Zhenbao dio como resultado la ruptura irrevocable de relaciones con la URSS y el inicio de contactos informales con los Estados Unidos, seguidos por contactos formales en 1971. Aunque finalmente completado bajo el liderazgo de Deng e inicialmente encabezado por Zhou Enlai, los movimientos geopolíticos esenciales en este periodo tenían una base lo suficientemente amplia entre el liderazgo máximo del partido para avanzar, todo con la aprobación de Mao. Parte inicialmente de una estrategia política mayor que tenía como objetivo adquirir bienes de capital avanzados para revertir el estancamiento económico del régimen de desarrollo –una “apertura” mínima en nombre de la preservación del status quo— estas medidas parciales tomaron vida propia, creando dependencias de suministro (principalmente de bienes de capital agrícolas) que animaron a una mayor liberalización. Aunque esta estrategia política evolucionaría pronto  hacia una reforma de mercado a gran escala, estaba por tanto basada en intentos de la era socialista de superar los límites del régimen de desarrollo.

Piedra a piedra

A medida que la región se combaba con la inclinación hacia el este del capital, China empezó a reorientarse hacia la costa. Aunque sus reformas de mercado llegaron en ciclos cortos (2-4 años) de experimentación y racionalización, también es posible dividir groseramente el periodo en tres etapas de una década cada una. No fueron en absoluto parte de una estrategia intencional a largo plazo. Pero cada etapa, una vez completada, establecía nuevas características estructurales que hacían las reformas futuras más probables. La primera etapa, de 1969 a 1978, estuvo definida por la política. Internamente, fue un periodo de creciente anquilosamiento. Tras el aplastamiento de la Revolución Cultural “corta” en 1969, la producción, la distribución y la sociedad cada vez más fueron dirigidas directamente por el estado a través del ejército. El número de cuadros se disparó en estos años y la economía tomó un carácter directamente militar, definido por la estrategia del “Tercer Frente”, que buscaba relocalizar la industria en el más seguro interior montañoso de China. Esta década asistiría al último “gran impulso” industrial del régimen socialista de desarrollo. Al mismo tiempo, asistiría también a los primeros intentos de importar plantas enteras y equipamento de países capitalistas, un proceso solo posible por los grandes cambios geopolíticos mencionados arriba. Con un pie todavía dentro del régimen de desarrollo, esta etapa estuvo marcada por una apertura política estratégica y una mínima reforma económica. Aparte de unas pocas importaciones clave, la interacción con la economía capitalista global fue esencialmente inexistente.

La segunda etapa estuvo definida por la reforma de la economía nacional. Este periodo se puede datar groseramente entre el ascenso de Deng Xiaoping en 1978 y la mano dura en Tiananmen en 1989. Las reformas interiores estuvieron definidas por la implementación del sistema de responsabilidad por hogar en la agricultura, la restauración de los mercados rurales y el ascenso de las Empresas de Municipio y Aldea (TVEs por sus siglas en inglés [Township-and-Village Enterprises]) como el sector de más rápido crecimiento de la industria. El crecimiento interior todavía superaba de lejos la interacción con los mercados internacionales. China mantuvo múltiples capas de aislamiento respecto al mercado global, limitando el contacto más directo a un puñado de Zonas Económicas Especiales (SEZs por sus siglas en inglés [Special Economic Zones]), la más importantes de las cuales eran Shenzhen, puesto que actuaba como interfaz entre el continente y Hong Kong. A lo largo de este periodo, China no tuvo Bolsa, la propiedad de las empresas nacionales era a menudo poco clara y la propiedad extranjera se limitaba a la SEZs –e incluso allí estaba a menudo restringida–. Hong Kong fue la fuente dominante de inversión directa a lo largo de este periodo, suponiendo más de la mitad de toda la Inversión Extranjera Directa (FDI por sus siglas en inglés [Foreign Direct Investment]) en la China continental en todos los años menos uno entre 1979 y 1991, seguida en un distante segundo lugar por Japón.[8] Aparte de la inversión directa, una porción de la parte de Hong Kong consistía en inversión indirecta desde Taiwan y la población china del exterior, encauzada a través del sistema financiero de Hong Kong para evitar las restricciones políticas. La segunda etapa del proceso de reforma estuvo dirigida por tanto no solo por capital asiático, sino específicamente por capital extraido de la sinoesfera en un sentido amplio, a menudo coordinado por redes familiares que se extendían más allá de la frontera.[9] Estos fueron también los años, por tanto, en que la cima de la jerarquía de la clase capitalista tomó forma en China, a medida que las redes de capital empezaron a fusionarse con la clase burocrática que se había solidificado en la cima del régimen de desarrollo.

La tercera etapa de la reforma data desde alrededor de 1990 hasta principios de los 2000. Este periodo estuvo definido por su carácter internacional, y se puede entender como la década en la que se completó la transición capitalista, tanto desde el punto de vista de integración de mercado como de formación de clases, a pesar de los restos en contracción de producción rural de subistencia.[10] El aplastamiento de las protestas de Tiananmen fue seguido por la reincorporación selectiva de estudiantes rebeldes en el partido y la clase dirigente que ahora supervisaba. Fue en esta década cuando los dirigentes del régimen socialista de desarrollo empezaron a actuar como el cuerpo principal de una clase decididamente capitalista persiguiendo intereses de acuerdo  con la directriz principal del capital: la acumulación compuesta. Esto a pesar (y, de hecho, ayudado por ello) de la fusión directa de esta clase dirigente con el estado. Este periodo también asistió a la plena integración de la producción china en el capitalismo global. Los 90 se abrieron con un estallido de inversión en los años que siguieron a la represión del descontento de Tiananmen, dirigida por Japón, Taiwan y Corea del Sur, junto con el mantenimiento de la importancia de Hong Kong. Se fundaron formalmente Bolsas en Shenzhen y Shanghai en 1990.[11] Aunque la inversión directa desde Europa y los EEUU siguió siendo minoritaria, los productos hechos por empresas chinas se orientaron cada vez más hacia la exportación, y las destinaciones finales de estas exportaciones estaban a menudo en Occidente. Muchas de las TVEs costeras fueron reestructuradas para servir estas nuevas cadenas de suministro, impulsando una ola masiva de industrialización suburbana y periurbana que dio como resultado la expansión de las megaciudades chinas.

Este periodo –y la era de la reforma más en general– estuvo rematado por el desmantelamiento del viejo cinturón industrial socialista en el noreste vía cierre de fábricas y despidos masivos. Con la reforma de la agricultura en la década anterior seguida por el aplastamiento del “tazón de arroz de hierro” a partir de 1997, la posición privilegiada de la clase de trabajadores industriales urbanos consumidora de grano fue eliminada gradualmente, y la estructura de clases del régimen socialista de desarrollo fue definitivamente destruida. El estado amortiguó el golpe ordenando temporalmente la producción de grano barato en el campo, pasando parte del coste de las reformas urbanas sobre la población rural. Pero esta era una medida táctica llevada a cabo para mitigar el riesgo de descontento urbano. Mientras tanto, muchas de las TVEs que habían surgido en las áreas rurales más pobres en los 80 también entraron en bancarrota, fueron privatizadas o simplemente cerradas por el estado como parte de la ola más amplia de cierre de fábricas. Las TVEs actuaron por tanto como una fase clave de transición en la reforma de la industria, estimulando su privatización, el crecimiento de la economía de mercado en ciertas áreas y su cierre en otras produciendo un cupo aún mayor de fuerza trabajo rural excedente, del que extraerían los núcleos costeros manufactureros. El desmantelamiento del “cinturón oxidado” fue acompañado de una enorme reestructuración de las industrias de propiedad estatal, definida por la consolidación de empresas y oficinas de planificación en varios grandes “conglomerados” (集团), diseñados en parte por intereses financieros occidentales y capitalizados por Ofertas Públicas de Adquisiciones ofrecidas en las Bolsas mundiales. Estas empresas de propiedad estatal remanentes, junto con sus homólogas privadas, operarían cada vez más según los imperativos capitalistas, y la fuerza de trabajo china se definiría por la combinación de un nuevo proletariado migrante que proveía de personal a las industrias de propiedad privada del “anillo del sol” y una recientemente proletarizada fuerza de trabajo empleada por estos conglomerados de financiación internacional, supervisados directamente por la burguesía-burocracia dentro del partido.

Podemos señalar el final de esta etapa de reforma aproximadamente en 2001, cuando China accedió a la OMC justo cuando el empleo manufacturero alcanzaba su punto mínimo (con un 11% de la fuerza de trabajo) debido a la reestructuración industrial, después de lo cual una nueva ola de crecimiento orientado a la exportación en el anillo del sol lo recuperaría sobre una nueva base, plenamente capitalista. Pero la periodización está siempre marcada por el carácter desigual del desarrollo. Al proclamar que la transición al capitalismo se había ya completado en los primeros años del nuevo milenio, no estamos defendiendo que las relaciones sociales capitalistas hayan penetrado completamente en todas las partes del país. En las áreas rurales y las ciudades del interior de pequeño y mediano tamaño, la transición completa no sería evidente hasta 2008 o más tarde. El año 2001 es algo en cierta manera arbitrario, escogido más como un momento especialmente representativo en una serie de años que definieron la transición completa. Geográficamente, este proceso estuvo centrado en las grandes ciudades costeras, pero no limitado a ellas. No obstante, este es el punto en el que estas ciudades se convirtieron definitivamente en el centro de la economía china. La transición se completó en estos años porque la destrucción del tazón de arroz de hierro y el crecimiento masivo de la emigración rural completaron la formación de una clase proletaria. Esto, a su vez, completó la gestación de una sociedad capitalista dentro de China, y con una estructura de clases completada, la dinámica interna del capitalismo ahora podría realmente tomar vida propia. Estos años, por tanto, actúan como una especie de umbral gravitacional. Internamente, todas las partes del país habían pasado la cumbre, y la atracción de las ciudades costeras arrastraría irreversiblemente hasta los sectores más tozudos del interior a la dependencia del mercado. Internacionalmente, el intento de simplemente orbitar el mundo capitalista había llegado ahora a un punto terminal, y un rápido periodo de reentrada era inminente.

Hemos dividido esta historia en cuatro partes, alternando entre las condiciones internacionales y nacionales abarcando estas tres décadas. A cada parte se le ha dado un periodo aproximado de años para orientar al lector, pero a menudo se saltará adelante y atrás en el tiempo para iluminar mejor alguna de las tendencias generales. En general, sin embargo, la historia avanzará cronológicamente. En la Parte I, cubrimos los precedentes históricos en la región más amplia (empezando en el siglo XIX), la larga inclinación hacia el este del capital y las crisis que llevaron a este cambio, terminando con el ascenso de Japón y las economías asociadas en los años 70. En la Parte II, volveremos a la situación interna, revisando las crisis internas del régimen de desarrollo en los años 60, cubriendo luego la primera década de anquilosamiento, la reforma y la confluencia de conflictos geopolíticos. Avanzamos entonces a través de la siguiente etapa de reformas más volátiles, cuando el mercado estaba empezando a tomar forma en los años 80. En la Parte III volvemos a la situación internacional a finales de los 70, estudiando el ascenso de la “red de bambú” de capitalistas capaces de contrarrestar la hegemonía regional de Japón y terminar con una serie  de crisis económicas que ayudaron a lanzar la China continental a una posición central en las cadenas mundiales de manufactura, terminando en los años que siguieron a la Crisis Financiera Asiática de 1997-1998. Luego, en la Parte IV, completamos la historia volviendo a la situación interna en estas dos décadas finales de la transición, examinando los altibajos que llevaron finalmente a vaciar el campo, la emigración masiva a los nuevos núcleos de producción costeros, el desmantelamiento de la industria de la era socialista y la formación de un nuevo sistema capitalista de clases a principios de los 2000.

La comunidad material

Hoy, la era del país socialista eremítico hace mucho que terminó. Todos los ermitaños han vuelto al polvo rojo de la ciudad, sus utopías comunitarias se han roto en mil pedazos y han alimentado la comunidad material del capital. Pero esto también significa que a la composición actual de la economía capitalista global le ha dado forma su absorción del régimen socialista de desarrollo. Para comprender el futuro inmediato de la producción capitalista, por tanto, es esencial comprender este proceso de transición. Tienen aquí particular importancia los elementos de la era socialista que fueron posteriormente “exaptados” por la economía capitalista. La idea de “exaptación”, sacada de la biología evolutiva [12], se refiere al proceso por el que funciones en una especie originalmente adaptadas a un propósito (plumas usadas para la regulación del calor) son posteriormente cooptadas para funciones cualitativamente diferentes en una etapa posterior del linaje evolutivo (plumas usadas para volar). De manera similar, muchas características del régimen socialista de desarrollo serían más tarde cooptadas para cumplir funciones integrales  en la economía capitalista. El éxito de estas características “exaptadas” ayuda a explicar las notables tasas de crecimiento del periodo de transición china a la vez que ofrecen una pista de cómo la producción capitalista evoluciona en respuesta a crisis continuadas.

Al describir las crisis domésticas y las reformas que le siguieron, colocamos por tanto los procesos de exaptación en el centro de nuestra narrativa. Las características “exaptadas” que llegarían a ser más importantes para el capitalismo chino estaban en buena parte asociadas a la forma en que la estructura de clases de la era socialista era recompuesta en un sistema capitalista de clases. En la base, esto suponía la cooptación del sistema de hukou (registro de hogar) para crear una población proletaria de trabajadores migrantes rurales para proporcionar personal a las industrias en expansión del anillo del sol costero. Asimismo en el campo, la propiedad colectiva de la tierra, mantenida bajo el sistema de responsabilidad por hogar hata que los derechos de uso de la tierra fueron plenamente comercializables alrededor de 2008, permitieron al estado instituir reformas del mercado agrícola más fácilmente. En la cima, suponía la cooptación del sistema de partido de la era socialista, un proceso marcado por la fusión de las élites políticas y técnicas en una sola clase gobernante estrechamente aliada con el PCC, completada con el influjo de emprendedores en el partido a partir de los años 90.

Junto con estos cambios, otra exaptación clave estaba teniendo lugar en el sistema industrial. Cuando las empresas de propiedad estatal fueron reestructuradas, empresas en industrias clave como el acero, la minería y la producción de energía nunca fueron totalmente privatizadas. Por el contrario, la propiedad estatal de la era socialista fue “exaptada” y los nuevos conglomerados en estos sectores fueron reestructurados y recapitalizados para ser internacionalmente competitivos, a la vez que conservaban su lealtad política principal con el partido, ahora un cuerpo de gestión de la clase gobernante capitalista. Aunque la clase trabajadora urbana de la era socialista fue gradualmente retirada o proletarizada y muchas firmas más pequeñas o improductivas eran simplemente cerradas, las empresas de propiedad estatal interpretarían finalmente un papel esencial en el posterior periodo de transición. Hoy, estas firmas son parte integral de la expansión internacional de la economía china. Al mismo tiempo, son lugares en los que se concentran muchas crisis, a medida que la deuda creciente, la sobreproducción y el colapso ecológico son externalizados de la economía privada y concentrados en sectores que pueden ser dirigidos más directamente por el estado.

La historia que contamos a continuación, es una en la que muchas características del socialismo ermitaño rural de China se convertirían en última instancia en componentes fundamentales de su capitalismo cosmopolita. La descripción de la era socialista desarrollada en “Sorgo y acero” es insuficiente por sí misma porque el periodo en cuestión no estuvo aislado de la historia. No solo el ermitaño regresó del bosque, sino que, retrospectivamente, queda claro que el recluso nunca estuvo tan aislado de la política como parecía. En la comunidad material del capital, no puede haber un verdadero reino ermitaño. Todo está rodeado por la acumulación capitalista –el polvo rojo de muerte viva– y todo el que intenta huir es retornado a ella, finalmente. Las futuras perspectivas comunistas, por tanto, no encontrarán esperanza en la reclusión. La única política emancipadora es aquella que crezca dentro y contra el polvo rojo de la comunidad material del capital. En esta segunda parte de nuestra historia económica, seguimos buscando una mejor comprensión de esta comunidad tal como está actualmente compuesta, con la esperanza de que este conocimiento pueda finalmente resultar útil para su destrucción.

Notas

[1] Para saber más sobre este periodo, véase: Mark E. Lewis, China Between Empires: The Northern and Southern Dynasties. Belknap Press, 2011.

[2] Véase: Aat Vervoorn, Men of the Cliffs and Caves: The Development of the Chinese Eremitic Tradition to the End of the Han Dynasty, Hong Kong, The Chinese University Press, 1990.

[3] Véase Fu on Returning to the Mountains de Xie Lingyun.

[4] Véase “Sorghum and Steel: The Socialist Developmental Regime and the Forging of China”, Chuang, Issue 1: Dead Generations. 2016. http://chuangcn.org/journal/one/sorghum-and-steel/. Publicado en español en esta página.

[5] Véase especialmente ibid, Secciones 3 y 4.

[6] Koo, Richard, The Holy Grail of Macroeconomics: Lessons from Japan’s Great Recession, Wiley & Sons, 2009. P.185

[7] Este es el supuesto implícito o explícito hoy de la mayor parte de los progresistas hoy, y constituye la piedra angular de muchos relatos académicos del periodo. Para el citado más comunmente, veáse: David Harvey, A Brief History of Neoliberalism, New York: Verso, 2005.

[8] Wei, Shang-Jin, “Foreign Direct Investment in China: Sources and Consequences” en Financial Deregulation and Integration in East Asia, University of Chicago Press, 1996, p.81

[9] Véase: Lin, George C.S., Red Capitalism in South China: Growth and Development of the Pearl River Delta, UBC Press, 1997.

[10] Aunque todavía grande a principios de los 2000, este remanente fue, alrededor de 2008, o incorporado directamente al mercado o reconfigurado fundamentalmente por él. La ola de relocalizaciones rurales (llevadas a cabo con el lema de “eliminación de la pobreza rural”) actualmente llevadas a cabo por el régimen de Xi Jinping está limpiando los últimos posos de estas pequeñas esferas de subsistencia local al relocalizar aldeas enteras en nuevas viviendas, donde la producción de subsistencia está siendo reemplazada tanto por el acceso al mercado como por la dependencia del estado.

[11] La Bolsa de Shenzhen había sido fundada informalmente en 1987, pero no fue formalmente reconocida hasta 1990.

[12] El término fue acuñado por los paleontólogos Stephen Jay Gould y Elisabeth Virba para reemplazar el léxico excesivamente teleológico de “pre-adaptación”. Más tarde se convirtió en un elemento importante de la teoría más amplia de Gould de un proceso evolutivo marcado por “equilibrio puntuado”, expuesto en su obra La estructura de la teoría de la evolución.

Chuang (colectivo comunista chino crítico)

Fuente: http://chuangcn.org/journal/two/red-dust/

Traducción de Carlos Valmaseda