Si se analiza la historia de Guatemala, desde su conquista y posterior colonización, que no fue otra cosa que el inicio de las políticas y acciones de exterminio y sometimiento de sus primeros pobladores y el saqueo de sus territorios, que se dio de la manera más atroz, observamos en toda su magnitud el esfuerzo […]
Si se analiza la historia de Guatemala, desde su conquista y posterior colonización, que no fue otra cosa que el inicio de las políticas y acciones de exterminio y sometimiento de sus primeros pobladores y el saqueo de sus territorios, que se dio de la manera más atroz, observamos en toda su magnitud el esfuerzo de los conquistadores y sus descendientes por invisibilizar a los pueblos indígenas, descarnarlos de todo rasgo de identidad y negando su cultura y creencias religiosas mediante la imposición de una lengua oficial, una cultura dominante, y una religión de un solo Dios.
Lo sucedido en Guatemala es un reflejo de lo que han significado para América -y su población aborigen- el «descubrimiento», la invasión, conquista y coloniaje, hechos que también impactaron a la población africana, que sufrió sus consecuencias de manera inmediata, entre otras, el comercio de esclavos. Todavía existen historiadores que tratan vanamente de tergiversar estas realidades que se plasmaron en un elevado costo humano:
«Entre 70 y 80.000.000 de indígenas pertenecientes a las civilizaciones azteca, maya, inca, aymará, tupí-guaraní, araucana, chibcha, timote, aruak y karib fueron exterminados a causa de la conquista y colonización española, portuguesa, francesa, inglesa, holandesa, y danesa, y, fundamentalmente, de la «evangelización» de la Iglesia católica, apostólica y romana, cuya terrorífica herramienta era la Inquisición establecida por los Reyes Católicos en 1478.
Aniquilados fueron también 45.000.000 de africanos que, secuestrados previamente en sus lugares de origen, fueron utilizados como mano de obra esclava. A esta elevada cifra debemos sumarle los 140.000.000 de africanos que perecieron durante sus capturas, fueron asesinados o arrojados vivos a las aguas del Atlántico durante las travesías entre el África occidental y el continente conquistado.» [1]
No es posible poner en duda de que esto se trata de un genocidio prolongado. Si se contabilizan los muertos durante está lucha de resistencia, más de 40 millones de personas, es una cantidad que demuestra el costo que ha tenido para los pueblos de América resistir y combatir la ocupación y la colonización y, más tarde, luchar por la independencia contra la corona española, y contra las demás potencias europeas colonialistas e imperialistas. Es más, la lucha ha continuado hasta nuestros días y nuestros pueblos siguen pagando con sangre sus ansias de libertad e independencia contra los descendientes de estos poderes que se entronizaron y desvirtuaron la lucha de independencia de los pueblos americanos. Sin ir muy lejos, a esos cuarenta millones hay que sumar los 250 mil muertos que dejó el conflicto reciente en Guatemala, dónde se pusieron en práctica métodos genocidas contra la población civil, como la política de tierra arrasada en regiones habitadas por los pueblos indígenas.
El pueblo de Guatemala ha estado en lucha durante cinco siglos contra las injusticias y la imposición, sus pobladores indígenas levantaron su voz primero contra los invasores españoles, después contra la oligarquía sanguinaria que heredó el poder y conformó el Estado Nación que responde hasta hoy a sus intereses de clase. El lenguaje de los pueblos indígenas «(…) ha sido el lenguaje de la lucha de clases: oposición y resistencia armada contra los españoles a la invasión extranjera, resistencia en forma de motines a la ocupación española, resistencia y lucha sin fin al robo de tierras, a la explotación y a la opresión del colonialista y del neocolonialista…» [2] .
Han pasado más de cinco siglos a partir de ese trágico hecho, el desencuentro de dos mundos, y la situación de la población en Guatemala no ha cambiado en lo esencial. El tipo de sociedad que se construyó desde esa época es una sociedad que reproduce en sus rasgos fundamentales la exclusión, la imposición, y el autoritarismo, que desde entonces gravita en su interior. La sociedad guatemalteca de hoy es una sociedad sumida en la violencia, una violencia de carácter histórico y estructural que se ha convertido en el eje fundamental alrededor del cual gira la convivencia de la sociedad guatemalteca. Lo que se vive hoy día en ese país es el resultado de cinco siglos de violencia institucional que ha trascendido hasta las raíces de la sociedad y las más elementales y cotidianas relaciones sociales se ven permeadas por ella. Este fenómeno en lo esencial es la expresión de la alta concentración del poder económico y político en un grupo muy reducido de personas, por un lado, y, por otro, el carácter racista y discriminatorio del Estado que ha configurado mentalidades y conductas de sectores muy amplios de la población ladina en relación con la mayoría de la población indígena. A esto hay que agregarle la exclusión social de los sectores empobrecidos, tanto ladinos como indígenas, la que se refleja en un alto porcentaje de analfabetismo, desempleo, trabajo mal pagado, poco o nulo acceso a la tierra, como un correlato de la poca inversión en la salud y la educación.
En Guatemala la pobreza campea a pesar de sus inmensas riquezas en recursos humanos y naturales. Esta alcanza aproximadamente al 60% de la población y la extrema pobreza al 25%. Son cifras que expresan por sí solas la tremenda desigualdad y exclusión que existen en cuanto al acceso a los recursos económicos, no digamos al ejercicio del poder político. A pesar de los acuerdos de paz, el bienestar y la participación política plena siguen siendo una aspiración pendiente en vista de que la legislación actual reconoce derechos de manera formal, pero en la práctica, a causa de mecanismos también formales, privan a la mayoría de la población de opciones reales para la solución democrática de su problemática económica, social y política. Además son aún los mismos sectores dominantes establecidos históricamente los que dictan las reglas del juego electoral; los partidos o «institutos políticos» reciben fuertes donativos para las campañas electorales que, independientemente de quién llegue a la primera magistratura, el derrotero del país no cambia en aspectos esenciales.
El Estado guatemalteco se ha destacado tristemente por extremar la violencia cuando los intereses de la burguesía criolla han peligrado. Ya han pasado casi doce años desde la firma de los Acuerdos de Paz; mucho se ha dicho de que la situación en lugar de mejorar ha empeorado, que las causas estructurales que provocaron la guerra no han cambiado; que si ha habido cambios, estos se han dado en aquellas áreas que no son sensibles para los sectores dominantes, en las que no se ve afectado estructuralmente el poder económico y político de estos sectores. Si el país ostenta los índices de pobreza y violencia tan altos como lo están hoy en día, esto se debe a que la situación no ha cambiado en lo esencial durante los últimos cinco siglos. El único período en el que se hizo un esfuerzo por llevar las cosas en otra dirección durante los gobiernos de Arévalo y Arbenz, conocido como la primavera de Guatemala, fue truncado por la intervención yanqui, que tuvo como aliados a los sectores más retrógrados, detentadores del poder económico y político.
Los aspectos sociales siguen siendo la deuda fundamental del Estado y la sociedad guatemalteca, ya que son imperiosas las necesidades de implementar un conjunto de políticas que realmente sean universales, de estructurar un Estado con profundo contenido social. Estas son demandas históricas del pueblo de Guatemala. Si el Estado guatemalteco no se transforma en un Estado social, de bienestar para la mayoría de la población, la espiral de violencia -tanto la estructural e institucional como la de la delincuencia común- seguirá siendo el pan de cada día en todos los rincones del país.
Recurrir a la violencia para acallar las voces inconformes de los más necesitados ha sido la tónica de este Estado durante más de cinco siglos; a estas alturas, crisis financiera incluida, es un suicidio seguir apostando a la idea que el libre mercado traerá el bienestar para la mayoría de la población guatemalteca. La mano invisible que lo «regula» lo que realmente hace es llevar más riqueza a los ricos y hacer más pobres a los pobres. Esta crisis del sistema económico capitalista nos confirma lo anteriormente dicho, la especulación financiera y la tremenda expoliación de millones de personas en el mundo, el saqueo y la destrucción de los recursos del planeta han conducido al desplome del neoliberalismo y la misma suerte correrá el sistema capitalista mundial.
En Guatemala, ¿qué clase de sociedad tenemos hoy? ¿Qué tipo de sociedad es la que deseamos construir para la mayoría de la población?
Este 12 de octubre, los guatemaltecos y guatemaltecas que mantenemos vivos los ideales de la Revolución del 20 de Octubre de 1944 queremos una sociedad donde haya paz, trabajo, educación, acceso a la tierra (demanda histórica del campesinado y la población indígena) e igualdad plena, sin violencia, sin mafias corruptas, donde no haya tráfico de drogas y de niños, sin impunidad ni autoritarismo; donde no haya racismo en contra de los que son mayoría en el país, los indígenas.
Queremos una sociedad nueva, diferente, donde se respeten la diversidad y la pluriculturalidad. Para lograrlo, debemos comenzar a construir una alternativa socialista que logre transformar, con la participación de la mayoría de la población, las bases sobre las que descansa esta sociedad injusta y excluyente. Hay que unir esfuerzos mayoritarios para desmontar del seno mismo de nuestra sociedad esa cultura de violencia e intolerancia que se practica, en todos los niveles, empezando por el propio Estado y sus instituciones, mediante el abuso de poder para la preservación de un estatus quo que responde a intereses particulares y mezquinos. De esta manera, el Estado deja de lado su función de garantizarle al ciudadano común y corriente sus derechos económicos, políticos, culturales y sociales, mostrando una gran debilidad en lo que corresponde al cumplimiento de su obligación fundamental que es la de preservar la vida y el bienestar de todas las personas.
El esfuerzo fundamental debe ir dirigido a desmilitarizar a la sociedad guatemalteca para que, ojalá en el mediano plazo, no sean el autoritarismo y la violencia los componentes principales de las relaciones sociales. Si esto se diera, se eliminaría el miedo a la hora de señalar y actuar contra los verdugos del presente y del pasado para acabar con la impunidad, fortalecida por nuestro silencio y por la mala actuación de los órganos de justicia.
No nos olvidemos que no hemos sido vencidos, perdimos una batalla. Esta lucha lleva siglos, ayer contra los conquistadores españoles, hoy contra sus descendientes, que aún mantienen sus privilegios odiosos en una sociedad tan desigual. Ciertamente, la sociedad guatemalteca no es la misma de hace cinco o dos siglos atrás, pero en lo esencial las relaciones de explotación y las políticas de exterminio siguen vigentes; la lucha de clases tampoco se expresa de la misma manera, nuevos y mejores instrumentos de lucha se han desarrollado, así como nuevos son los escenarios y no hay que perder de vista que lo logrado hasta hoy es fruto de esos años y siglos de lucha, en donde está presente la sangre de nuestros mártires. Levantemos entonces nuestros brazos y nuestra voz contra las injusticias y actuemos, incorporémonos a la lucha por construir una nueva sociedad, por construir una Nueva Guatemala. Es tarea de todos los (as) guatemaltecos (as) desmontar este Estado autoritario, patriarcal, monocultural, herencia del colonialismo y del pillaje, por otro realmente democrático y pluricultural tal cual es la sociedad guatemalteca.
[1] Paco Azanza Telletxiki Rebelión: 12 de octubre 1492, o el inicio de una conquista que todavía perdura (10-10-2008).
[2] J.C. Cambranes. Guatemala: sobre la recuperación de la memoria histórica, entrevista a dos voces. Guatemala J.C. Cambranes, 2008, página 20.