Los ministros de Energía de los Veinticinco no han conseguido hasta el momento que Rusia se atenga a su llamamiento y acelere la ratificación de la Carta de la Energía. Las dilaciones que se producen en esta materia nuevamente acaparan la atención prioritaria en los debates entre Bruselas y Moscú. Redactada a principios de la […]
Los ministros de Energía de los Veinticinco no han conseguido hasta el momento que Rusia se atenga a su llamamiento y acelere la ratificación de la Carta de la Energía.
Las dilaciones que se producen en esta materia nuevamente acaparan la atención prioritaria en los debates entre Bruselas y Moscú.
Redactada a principios de la década del 90, en los albores de la cooperación entre el Este y el Occidente, la Carta de la Energía promueve libres relaciones de mercado en el sector energético. Hasta la fecha, el documento ha sido suscrito por más de 50 países del mundo y la UE en su conjunto.
Rusia también estampó su firma a principios de los 90 pero se ha abstenido hasta ahora de ratificar la Carta de la Energía a pesar de las presiones por parte de la Unión Europea, que es la principal importadora de hidrocarburos rusos y la cual, preocupada por la reciente disputa del gas entre Moscú y Kiev, insiste en la ratificación para asegurarse. Según Rusia, es necesario introducir ciertos correctivos en la Carta, puesto que algunos puntos del documento son demasiado rígidos. El auxiliar del mandatario ruso Igor Shuvalov manifestó el otro día que Rusia no tiene de momento la intención de ratificar el Tratado sobre la Carta Europea de la Energía y abogará por la introducción de enmiendas.
Una de las mayores controversias que Moscú y Bruselas mantienen en esta materia está relacionada con el Protocolo de Tránsito de la Carta, el cual contempla el acceso indiscriminado de terceras naciones y empresas a la red de tuberías rusa, básicamente, a los gasoductos controlados por Gazprom. De hecho, ello implica para Rusia la obligación de abrir sus gasoductos para productores independientes o terceros países, tales como Kazajstán o Turkmenistán. Es una cuestión muy polémica para Rusia que se resiste a convertirse en otro país de tránsito en a exportación del gas y se opone a la liberalización de la red de tuberías pertenecientes a Gazprom.
La negociación entre Rusia y la UE sobre el Protocolo de Tránsito es ‘intensa pero complicada’, declaró el ministro de Industrias y Energía ruso Víctor Jristenko. Rusia, según él, podrá ratificar la Carta de la Energía en caso de que las partes lleguen a algún acuerdo mutuamente aceptable en materia del tránsito.
Otra piedra de toque es la responsabilidad por el incumplimiento del plan de entregas del gas procedente de Rusia a los consumidores europeos, a raíz de diversos conflictos entre Moscú y las naciones de tránsito postsoviéticas, principalmente, Ucrania. La UE sostiene que el punto de entrega en el suministro del hidrocarburo ruso es la frontera occidental de la ex URSS y que al cliente, por tanto, no deberían afectarle las disputas entre los países ex soviéticos. El Tratado contempla aplicar procedimientos arbitrales cuando haya disputas de precios entre varios Estados signatarios e impediría a Rusia cerrar, así no más, la llave del gas para un país determinado.
El precio del gas en el mercado interno de Rusia es otro punto pendiente de un acuerdo entre Moscú y Bruselas. Los funcionarios de la UE dicen que Rusia vende el gas a un precio injustificadamente bajo en el mercado interno, gracias a lo cual los exportadores rusos se están beneficiando de una condición privilegiada en la competencia con los productores europeos. El Gobierno ruso responde a ello con el argumento de que el bajo precio del gas dentro del país no es más que una ventaja natural, lo mismo que un clima más suave que en Rusia en el caso de las naciones europeas.
Evidentemente, Rusia no puede aceptar que el precio del gas en el mercado interno sea equiparado a los precios mundiales, y la postura de la UE a este respecto tampoco es categórica. Una subida drástica del gas en Rusia alteraría el equilibrio general de los precios en la economía nacional. Y eso de que los fabricantes rusos tienen supuestamente ciertas preferencias injustificadas, es una tesis bastante dudosa, si tomamos en cuenta el escaso volumen de la exportación de productos acabados desde Rusia.
Otro asunto importante en las polémicas acerca de la adhesión de Moscú a la Carta Europea de la Energía es la nivelación de los precios del gas ruso y el gas centroasiático, perspectiva igualmente desventajosa para Rusia. Si se equiparan los precios, el monopolio del gas ruso Gazprom perdería entre 4.500 y 5.000 millones de dólares al año.
También es cierto que Rusia mantiene aún el papel de coordinadora en lo que concierne al suministro del gas a los consumidores finales en el espacio postsoviético. Los países centroasiáticos venden su hidrocarburo a través de Gazprom, por debajo de los precios mundiales. ¿Podría Rusia quedar relegada a la condición trivial de país de tránsito? En teoría, sí aunque tal probabilidad comporta la quiebra de todo el sistema de relaciones económicas y políticas en el marco de la ex URSS. La situación actual permite a muchas repúblicas ex soviéticas recibir el gas a un precio que es la mitad en comparación con la media mundial.
Al mismo tiempo, la incorporación definitiva de Moscú a la Carta de la Energía implicaría también algunas ventajas, entre ellas, la posibilidad de atraer al sector energético ruso una inversión de 480-600 mil millones de dólares en los próximos veinte años e incrementar la exportación de hidrocarburos a 600 millones de toneladas para 2010.
Leonid Grigoriev, director del Instituto ruso de Energía y Finanzas, opina que el Gobierno aceptará ratificar la Carta para la próxima cumbre del G-8 en San Petersburgo. La reducción del consumo del petróleo y los subsiguiente riesgos políticos, inherentes a la producción y comercialización de hidrocarburos, podrían hacerse realidad en dos o tres décadas debido a la introducción de las tecnologías basadas en el hidrógeno y la transición a las fuentes de energía renovables, de manera que Rusia necesita ratificar la Carta.
No obstante, Rusia mantiene por ahora una actitud bastante rígida. El transporte del gas permanece controlado por el Estado, a través de Gazprom, y el precio de este hidrocarburo en el mercado interno es difícilmente comparable al del resto del mundo. Defendiendo esa postura, los ejecutivos de Gazprom señalan que la UE contempla en la Carta de la Energía una serie de ventajas unilaterales en lo relativo al acceso de los productores a los recursos naturales y su venta en el mercado internacional. Y que el Tratado, en su versión actual, bajaría mucho la competitividad del gas ruso en el mercado mundial.
Es poco probable, sin embargo, que esas razones se erijan en un obstáculo insalvable para la ratificación de la Carta de la Energía en Rusia. Más bien, será un objeto del regateo entre Moscú y Bruselas, hasta que se consiga una fórmula de solución satisfactoria para ambas partes.