Traducido para Rebelión por Germán Leyens
La negativa de la Casa Blanca de reconocer la nueva Zona de Identificación de Defensa Aérea de China (ADIZ) es una reacción visceral que revela una sorprendente ignorancia de los problemas históricos, legales y geopolíticos en Asia y el Pacífico. El Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón, como acuerdo de defensa para proteger Japón contra una invasión extranjera, no tuvo nunca el propósito de dirimir conflictos fronterizos, como en los casos actuales de la disputa de los islotes Senkaku-Diaoyu con China, la riña Tokishima-Tokdo con Corea del Sur y el reclamo de los Territorios del Norte-Kuriles del Sur contra Rusia. Washington no debiera meter su larga nariz en estos asuntos bilaterales de incumbencia local limitada, exactamente cómo Japón no debería intervenir en problemas fronterizos de EE.UU. con México.
Si algo debiera llevar a Washington a desistirse de sembrar el belicismo, es la afirmación japonesa de que no existe ninguna disputa por los islotes. Tokio mantiene la pretensión de que el tema Senkaku-Diaoyu solo está siendo explotado por Pekín para dominar la exploración energética del lecho marino y que la controversia pronto terminará como un chubasco veraniego. Esta postura diplomática es, realmente, contradicha por el envío de barcos de guerra japoneses y de cazabombarderos listos a combatir a las aguas y el espacio aéreo aledaños.
Japón ha establecido su propia ADIZ, modelada según el mapa del espacio aéreo de 1945 elaborado por la fuerza de ocupación estadounidense. La demanda japonesa incluye no solo esas rocas áridas sino también una vasta zona dentro de la plataforma continental, que es reivindicada por China y Corea del Sur. En 2011, Pekín y Seúl presentaron una declaración conjunta de postura oficial ante las Naciones Unidas contra la usurpación japonesa en la plataforma continental.
Rechazo de la Corte Internacional de Justicia
La solución más rápida de la disputa Senkaku-Diaoyu junto con las zonas de defensa aérea superpuestas sería llevar un caso territorial ante la Corte Internacional de Justicia, (CIJ), el tribunal internacional que trata disputas fronterizas internacionales en La Haya. La CIJ requiere que las partes soberanas involucradas en la disputa acepten la jurisdicción de la corte y cumpla con su dictamen. Por ello, el rechazo por Japón de un caso ante la CIJ indica serias debilidades en sus reivindicaciones territoriales según el derecho internacional vigente.
Por lo tanto EE.UU. está respaldando a un perdedor seguro según el Derecho del Mar de las Naciones Unidas, convirtiendo su apoyo al control japonés sobre los Senkaku en un acto insostenible y probablemente ilegal de agresión marítima y expansionismo territorial. Para una nación que desde su concepción ha apoyado la libertad de navegación y la soberanía nacional, el sesgo de Washington hacia la demanda japonesa contradice los estándares tradicionales de derecho marítimo de EE.UU.
Antes de continuar, como alguien nacido en suelo japonés, cuesta no argumentar en su lugar en defensa de Japón contra países vecinos hostiles. La protección del propio país nativo es primordial, especialmente si se considera el hecho de que Japón tiene tan poca superficie en comparación con sus gigantescos vecinos. De la misma manera, por su honor nacional, Japón debiera renunciar a cualquier territorio que podría seguir reteniendo como vestigio de las políticas colonialistas de los últimos 120 años. La captura y el cambio de nombre de esos pequeñísimos islotes fue un acto deshonroso de engaño internacional, que daña la política de posguerra de legítima autodefensa según el derecho internacional de Japón.
La lógica de las zonas de defensa aérea
La reciente acción de China de declarar una zona de defensa aérea no crea un precedente, ya que EE.UU., Japón y Corea del Sur ya han impuesto sus propias fronteras arbitrarias de ADIZ en el Mar Chino del Este. Según las reglas de una ADIZ que, a propósito, no es regulada por ningún tratado internacional, se requiere que los aviones civiles notifiquen a la autoridad de tráfico aéreo relevante de su plan de vuelo y número del avión.
Estas medidas de seguridad son especialmente necesarias sobre áreas marítimas en disputa para evitar el derribo de un avión civil confundido con un avión militar intruso. El potencial para el derribo deliberado de un avión jet de pasajeros fue destacado por el misil que alcanzó al KAL007 en 1983, cuando un jet de Korean Airlines voló en una misión de espionaje de la CIA sobre una base de defensa aérea soviética en la Península Kamchatka al norte de Japón. Una zona de defensa aérea es por lo tanto necesaria a veces para garantizar la seguridad de la aviación civil y desalentar incidentes dañinos por agencias de inteligencia y secuestradores terroristas.
Hay un lado más sombrío en esta disputa en el espacio aéreo, que ninguna de las partes está dispuesta a admitir. El ex gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, durante su último año en el puesto, dirigió un equipo ultranacionalista de ingenieros civiles a fin de planificar la construcción de una pista de aterrizaje para helicópteros, capaz de recibir aviones ligeros, en el mayor islote, Uotsuri. Donaciones para la candidatura a los Juegos Olímpicos de Tokio fueron supuestamente malversadas en 2012 para el proyecto cuasi-militar, según la prensa de la ciudad.
La intervención de Ishihara en la disputa Senkaku-Diaoyu fue iniciada mucho antes, en 1996, con la construcción de un faro en los islotes, con el propósito de facilitar el desembarco de embarcaciones de la Federación de la Juventud de Japón. Esta organización derechista fue creada por un grupo de yakuza basado en Ginza, cuyos miembros son «zai-nichi» o coreanos étnicos, específicamente descendientes de colaboracionistas con la ocupación colonialista japonesa de la península coreana de 1895 a 1945. El grupo de gángsteres étnicos suministró fondos de campaña electoral para el gobernador metropolitano de Tokio, Ishihara, a pesar de su agitación racista contra inmigrantes del tercer mundo de Corea, China y las Filipinas.
Memorias manchurianas
Más preocupante tal vez desde la perspectiva histórica china es el potencial para sabotaje encubierto de uno de los propios jets de pasajeros de Japón. Un violento accidente aéreo, por el que se culpara a Pekín, podría reunir apoyo internacional para invocar el Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón a fin de lanzar un contraataque contra Pekín. El tristemente célebre precedente para ataques de bandera falsa fue establecido en el Incidente de Mukden en 1931, cuando oficiales del Ejército Imperial atacaron con bombas el Ferrocarril Sud Manchuriano (Mantetsu) de propiedad japonesa. La operación clandestina suministró el pretexto para una inmediata invasión militar del noreste de China. Poco después que el complot fuera denunciado en la prensa mundial, el ministro de Exteriores japonés Yosuke Matsuoka, ex jefe de Mantetsu, encabezó la salida en 1933 de la Liga de Naciones, que marcó el verdadero comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
El legado de la operación encubierta manchuriana es también un capítulo importante en la historia familiar del primer ministro Shinzo Abe, cuyo abuelo Nobusuke Kishi se convirtió en el ministro de finanzas y economía del Estado títere de Manchukuo como beneficiario directo de ese ataque de bandera falsa. Dentro de Manchuria, Kishi patrocinó la infame Unidad 731 de armas biológicas, que lanzó ataques de asesinato masivo contra ciudades populosas con peste bubónica y Hanta virus. Simultáneamente, Kishi sirvió como jefe en tiempos de guerra del Ministerio de Municiones, que desarrolló un programa de bombas atómicas en Konan (Isña Hungnam) en el norte de Corea y dentro de la Prefectura Fukushima.
El primer ministro Shinzo Abe es un admirador impenitente de su abuelo Kishi, y cita a menudo a su antepasado respecto a la necesidad de armas nucleares para Japón. El impase naval por los islotes Senkaku-Diaoyu, como campaña de provocación, está conectado con el continuo programa de armamentos nucleares centrado en la Prefectura Fukushima, donde los militares dirigían minas de uranio y torio a fines de los años treinta, bajo un proyecto secreto con el nombre de código BUND-1.
La cortina de humo del secreto está siendo reforzada por el Partido Liberal Democrático, que acaba de imponer la aprobación de una ley de secretos del Estado con el fin de suprimir a denunciantes y periodistas por motivos de seguridad nacional en asuntos exteriores. Mientras el choque por Senkaku-Diaoyu sirve de diversión noticiosa de la masiva contaminación radiactiva de la destruida planta nuclear de Fukushima, el conflicto marítimo también sirve de punto de encuentro para los llamados de Abe a favor de la «capacidad nuclear».
La Constitución de «paz» de la posguerra, prohibiendo la guerra como instrumento de política estatal, fue escrita con ayuda de estadounidenses que apuntaban a impedir una repetición de los horrores de la guerra. Sin embargo, un punto ya olvidado que hay que recordar es que EE.UU. fue un aliado de facto de la agresión militarista japonesa en Manchuria donde observadores del Ejército de EE.UU. e ingenieros de ferrocarriles de Union Pacific Railway de propiedad de Harriman estuvieron estacionados hasta justo antes del ataque de Pearl Harbor.
Declaraciones del secretario de Defensa Chuck Hagel en apoyo a las demandas de Tokio respecto a los islotes revelan una profunda división entre la agenda militar global del Pentágono y el tradicional apoyo del Departamento de Estado a la democracia y la soberanía.
Engaños en la historia
La pretensión de Tokio al grupo de Senkaku se basa en el principio de «terra nullis», un término latino que describe que el lugar no estaba habitado ni reivindicado hasta su descubrimiento por Japón. En los antecedentes históricos, sin embargo, el grupo Diaoyu fue registrado como parte del Ayuntamiento Touchend en el noreste de Taiwán, la masa territorial más cercana a esos islotes (140 kilómetros en comparación con una distancia de 170 km de la Isla Ishigaki, Prefectura de Okinawa).
El «descubrimiento» japonés de los islotes en enero de 1895 coincidió con la primera Guerra Chino-Japonesa de siete meses de duración. Ese conflicto terminó en abril de ese mismo año con la firma del Tratado de Shimonoseki, según el cual diplomáticos de la derrotada Dinastía Qing cedieron la Península Coreana y Taiwán al dominio japonés.
Aunque ese tratado, redactado y firmado bajo coerción, no mencionó específicamente el grupo Diaoyu, esos islotes formaron el flanco crítico para subsiguientes operaciones navales japonesas, que comenzaron en junio contra la resistencia de la recién declarada República de Formosa. Cruceros y transportes de tropas tuvieron que cruzar cerca de los islotes Senkaku para atacar las islas Pescadores en el Estrecho de Taiwán y luego proceder al extremo sur de Taiwán. En breve, la captura de las Diaoyu fue un paso integral en la primera guerra de Japón contra China y en preparación de su ocupación militar de Taiwán.
Raíces del militarismo estadounidense-japonés
Taiwán fue víctima de la agresión de las primeras operaciones militares conjuntas de EE.UU. y Japón décadas antes de la intervención de las Nueve Potencias contra la Rebelión Bóxer, que destruyó Pekín y Tianjin a principios del siglo. La Expedición punitiva Taiwán de 1874 fue organizada por el veterano de la Guerra Civil estadounidense general Charles Le Gendre, mientras las fuerzas de invasión japoneses fueron dirigidas por Saigo Tsugumori. Estas personas de la vida real inspiraron a los personajes ficticios para la cinta «El Último Samurai» con Tom Cruise en el papel del capitán Nathan Algren (hecho a imitación de Le Gendre) y Ken Watanabe como Katsumoto (Saigo Takamori, hermano mayor de Tsugumori).
En contraste con el romántico orientalismo de esa versión hollywoodense de los eventos, las verdaderas personalidades históricas no fueron practicantes tradicionalistas del código del guerrero conocido como «Bushido». De hecho, Le Gendre y los hermanos Saigo fueron modernizadores militares y agresivos imperialistas responsables de la matanza de aborígenes taiwaneses que estableció las líneas directrices para el expansionismo japonés hacia Corea y China.
Desde la visita en 1879 a Japón del presidente en retiro y héroe de la Guerra Civil y como fue continuado por Theodore Roosevelt durante la Guerra Ruso-Japonesa de 1904-05, EE.UU. estuvo firmemente aliado con su república asociada, el Japón de Meiji, contra un Asia Oriental «retrasada». La visión estadounidense de Japón republicano ignoró convenientemente el poder del «estado profundo» de una camarilla de aristócratas militaristas e industriales de la guerra que estuvo por sobre la ley desde la Restauración de 1868 hasta la derrota de 1945. La Guerra Fría y los conflictos en Corea y Vietnam condujeron al renacimiento del complejo militar-industrial conocido como «zaibatsu», que ahora mismo está procediendo a eliminar los derechos democráticos de un atemorizado público japonés.
La Guerra del Pacífico de 1941-45 fue por lo tanto una rara ruptura en la cooperación histórica entre las potencias hegemónicas de Occidente y Oriente. El actual ascenso de China amenaza con perturbar esta antigua alianza entre Washington y Tokio, y por lo tanto sus fuerzas militares conjuntas se movilizan en el «giro estratégico» para hacer retroceder al indeseado rival. El fulcro del giro, alrededor del cual se mueve ahora todo el Pacífico Occidental, con los islotes Senkaku donde fuerzas navales y aéreas estadounidenses y japoneses tienen una formidable ventaja estratégica y táctica sobre el Ejército Popular de Liberación.
Las espectaculares victorias del Japón de Meiji sobre las armadas de la China de la dinastía Qing y Rusia zarista, junto con la captura y colonización de Taiwán y Corea, fueron posibilitadas por barcos de guerra que eran los mejores de su categoría, construidos en astilleros escoceses con préstamos del banco J.P. Morgan y con entrenamiento de artillería por oficiales británicos y estadounidenses. Desde esos días de pólvora y gloria, la dominación de Asia continental sigue siendo una parte vital de la agenda globalista de las elites financieras y políticas en Nueva York, Tokio y Londres. La amenaza de otra guerra mundial surge de esos centros globales, y ciertamente no de las defensivas Pekín, Pyongyang o Moscú.
Rivalidad por recursos marítimos
En su documento político sobre la no disputa de Senkaku, el ministerio de Exteriores japonés afirmó que China nunca reivindicó su soberanía sobre los islotes hasta que recursos petrolíferos fueron descubiertos en la vecindad a fines de los años setenta. La credibilidad de esta afirmación, sin embargo, fue anulada por una revelación en 2012 del veterano del LDP, Hiromi Nonaka, experto en asuntos de seguridad, en su recuerdo de la inesperada consulta del difunto primer ministro Takuei Tanaka al primer ministro Zhou Enlai en septiembre de 1972.
Según informes, asistentes del Ministerio de Exteriores fueron desconcertados por la pregunta espontánea de Tanaka al primer ministro Zhou sobre la posición de China respecto a la disputa por los islotes. En vista de la urgencia por normalizar las relaciones con EE.UU. y Japón, mientras se negociaba un fin de la Guerra de Vietnam, el estadista chino sugirió una postergación de las negociaciones por Senkaku hasta un futuro no especificado, según Nonaka, quien estuvo presente en esa histórica cumbre. Desde entonces portavoces del ministerio de Exteriores han afirmado que los archivos diplomáticos no contienen registro alguno de ese intercambio, lo que ciertamente no es la primera o última vez en la cual un registro histórico desaparece en Tokio.
Taiwán excluido
Incluso entre los partidarios más incondicionales de la independencia de Taiwán, Pekín y no Taipei ha sido reconocida como el poseedor de la soberanía en la disputa bilateral. Como antiguo parlamentario del LDP, Shintaro Ishihara organizó el club Onda Azul de miembros de la Dieta que apoyaba la independencia de Taiwán. Después del ataque con gas en el metro de Tokio, sin embargo, Ishihara renunció a los liberales demócratas debido a revelaciones en los medios sobre su papel en la fundación del Colegio Rusia-Japón, que era dirigido por la secta Aum Shinrikyo como una fachada para el contrabando de armas de destrucción masiva de la economía rusa en colapso. Su cercano socio en la creación de la secta apocalíptica fue el difunto ministro de Exteriores Shintaro Abe, padre del actual primer ministro.
A pesar de su apoyo verbal para un Taiwán independiente, Ishihara nunca reconoció que los islotes Senkaku o la isla Yonaguni en disputa formaban parte de Taiwán, y en su lugar se concentró en la oposición a China continental como la potencia soberana y el enemigo jurado. Las fanfarronadas y bufonadas de Ishihara sobre los islotes han unido a los chinos en todo el mundo como nunca antes, una repercusión con ramificaciones negativas para la economía de Japón así como para su diplomacia. El desembarco de activistas de Hong Kong en los islotes presta aún más apoyo a una reivindicación china unida de los Diaoyu como parte de la Provincia Taiwán.
Una nota de pasada: Yonaguni, famoso por su misteriosa «pirámide» submarina, es la isla al extremo sur de la cadena Ryukyu, y fue tradicionalmente controlada por Taipei. En los años setenta, el entonces presidente Chiang Ching-kuo envió cazas jet taiwaneses a volar sobre la isla para reafirmar la demanda territorial de Taipei sobre esa pequeña isla habitada.
Marcas marítimas
Actualmente, los farallones áridos son mucho más importantes como marcas para las 200 millas náuticas de zonas económicas marítimas, según el Derecho del Mar de la ONU, que por el valor de su terreno. Los países del Este de Asia compiten por los recursos pesqueros y, lo que es más importante, por los depósitos minerales y petrolíferos bajo el suelo marino.
Las demandas chinas y coreanas por la plataforma continental de Asia del Este ascienden a cerca de 1 millón de kilómetros cuadrados de áreas marítimas incluyendo los archipiélagos Paracel y Spratley, que son disputados por naciones del Sudeste Asiático.
Al contrario, la Zona Económica Exclusiva de Japón, en constante expansión, incluye 4,5 millones de kilómetros cuadrados, y es doce veces mayor que la tierra firme de Japón. Mientras fija a los medios noticiosos sobre la confrontación Senkaku-Diaoyu, Tokio ha reclamado silenciosamente más de 30 islas y atolones en los extremos más lejanos del Norte del Pacífico, junto con la zona oceánica de 200 millas alrededor de cada arrecife y farallón.
Las islas Senkaku incluyen solo unas 9 hectáreas de rocas abruptas que sobresalen de mares agitados. En comparación, el área terrestre perdida por el desastre nuclear de Fukushima dentro de la zona de exclusión asciende a unos 3.000 kilómetros cuadrados. Más de 33.000 archipiélagos Senkaku cabrían dentro de la zona muerta radiactiva.
Como partidario incondicional de la energía nuclear, el primer ministro Abe está dispuesto a desprenderse de millones de dólares «defendiendo» un trozo remoto en el Mar del Este de China mientras no provee compensación y gastos de subsistencia, mucho menos terrenos y casas alternativas, a 160.000 evacuados de áreas radiactivas de Fukushima en la zona central de Honshu. El actual énfasis en la seguridad nacional y la capacidad nuclear está totalmente desfasado con las condiciones cada vez más duras enfrentadas por el pueblo japonés.
Ganadores y perdedores
El conflicto de los islotes también ha dañado permanentemente las probabilidades de Japón de recuperar de Rusia dos de las cuatro islas en disputa de la cadena de las Kuriles del Sur, que tienen una vegetación exuberante y que otrora eran habitadas por pescadores japoneses, quienes han vivido en el exilio en Hokkaido desde el fin de la guerra. La provocación de China y Corea del Sur ha arruinado cualquier esperanza de recuperar los Territorios del Norte.
El único ganador en la disputa de los islotes es la armada china, que ahora cuenta con un abrumador e incondicional apoyo interior para la modernización naval y la expansión de la flota. La actitud de confrontación de Tokio ha resucitado dolorosos recuerdos de atrocidades del pasado y de arrogancia imperialista durante las dos guerras modernas contra China. Es solo cosa de tiempo antes de que un Japón que envejece y es menos ágil cometa un error, y las fuerzas chinas lleguen – es de esperar que no sea para nada más que esos pequeñísimos farallones.
La estratega política del giro promete solo costosos gastos militares y reveses humillantes. Los políticos japoneses debieran aceptar una decisión de la corte mundial, aunque sea solo para impedir futuras pérdidas de legítimo territorio nacional, que es más vulnerable de lo que cualquier estratega militar esté dispuesto a admitir en público. Los intereses a largo plazo de Japón y de EE.UU. serían mejor servidos por un tratado de seguridad marítima y una cooperación en los recursos con China y Rusia, no por una rivalidad contraproducente contra esas potencias del Este de Asia.
Si una retirada estratégica no es implementada más temprano que tarde, la disputa de Senkaku-Diaoyu puede escalar rápidamente hacia la última batalla de la Guerra del Pacífico y los primeros tiros disparados en la Tercera Guerra Mundial. Se necesita más que nunca diplomacia, como arte del compromiso, para impedir lo impensable.
Yoichi Shimatsu, periodista residente en Hong Kong, fue editor de Japan Times Weekly en Tokio.